Disclaimer: Once Upon a Time no me pertenece (una pena, la verdad). Los personajes y lugares son propiedad de Edward Kitsis, Adam Horowitz y de la ABC
Este fic ha sido creado para el "Amigo Invisible" del foro "Bienvenidos a Storybrooke"
Este fic va dedicado a Lady Mermaid, que quería un amorío entre Rumple y Cora. A ver qué tal lo hago. Espero que te guste, guapa.
La rueca
Capítulo 1
Cuando todo empezó
Había sido un estúpido. Si hubiera ido inteligente, lo habría sabido desde el primer momento en que la vio. Debería haberlo adivinado. Debería haberlo leído en sus ojos. A ella sólo le interesaba el poder, nunca él. Ni nadie más.
Quizás si lo había percibido al verla por primera vez, pero no había querido admitírselo a sí mismo.
Vaya idiota que había sido. Un idiota enamorado.
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Entre los muchos poderes del Oscuro, había venido uno particularmente interesante: la capacidad de ver cuando alguien necesitaba desesperadamente algo. Podía verlos en su desesperación, en sus momentos más débiles. La mayoría de esos deseos eran patéticos; otros, simplemente tristes, lo mismo que las personas que lo deseaban. Muchos de esos ingenuos eran demasiado débiles para conseguir lo que querían y se limitaban a desearlo. Aunque la mayor parte de los deseos eran ordinarios y aburridos, a veces ante sus ojos aparecía uno particularmente interesante. Uno que sobresalía entre toda esa maraña de deseos desesperados y mediocres.
Ella ciertamente resplandecía entre ellos.
Apenas las hubo visto, Rumplestiltskin supo que era una mujer especial. Distinta a todas. Estaba sola en una habitación rodeada de paja. Buscó su historia en el hilo del tiempo que le mostraba su espejo. ¿Le había prometido al rey que iba a transformar todo eso en oro? Ja, vaya que tenía agallas la muchacha. Había que ser muy valiente para arriesgar su vida por un farol así. Rumple sonrió al ver el rostro preocupado de la joven en el espejo. Ya tenía claro dónde iría esa noche.
La velada prometía ser de lo más interesante.
-o-
—No te servirá de nada, querida —dijo y sonrió para sus adentros cuando vio a la chica de espaldas dar un respingo. Obviamente no se esperaba su aparición—. Te estrellarías contra las rocas y terminarías de la misma forma que planeas evitar. Muerta. —
La expresión en el rostro de la joven era indescriptible mientras lo escrutaba con la mirada. Rumplestiltskin casi podía ver cómo las preguntas se formaban en su mente. Asustada, nerviosa. Como un animalillo herido.
—¿Quién eres? ¿Cómo entraste? —logró mascullar la joven tras unos instantes levantando el rostro con decisión hacia él—. ¿Te ha enviado el rey a vigilarme? La puerta está cerrada y hay guardias junto a ella. No puedo escapar.
—Oh, querida, no he venido a eso.
—¿A qué entonces? —bufó ella con una mueca en sus bonitos labios rojos. Rumple sonrió nuevamente. Le simpatizaba esa chica. Tenía valor. Eran poco los que se habían atrevido a hablarle así. Después de todo, ¡era el Oscuro! Todos los reinos le temían.
Su sonrisa se amplió mientras caminaba alrededor de ella, examinándola con atención. Vio como los músculos de su espalda se tensaban al sentir su mirada sobre ella. Sabía que ella era sólo la hija de un molinero, pero estaba vestida como una dama de alta cuna y su actitud era casi la de una de ellas. Una muestra más de lo que él ya tenía muy claro: tenía enfrente a una mujer ambiciosa y muy interesante. Una chica dispuesta a todo por conseguir el poder.
—Nada especial, querida —contestó simplemente sin dejar de mirarla. Eso parecía ponerla nerviosa ya que los hombros de la joven se tensaron una vez más—. Es sólo un pequeño hobby mío. Me gusta buscar gente en dificultades y… ayudarlos.
—¿Qué haces aquí? —repitió ella con los labios apretados. Su rostro reflejaba incredulidad, aunque evidentemente ella estaba haciendo todo lo posible porque no se notara. Quería mantener el último retazo de control que le quedaba.
—Pues, a menos que me equivoque mucho, eres una persona en dificultades —replicó él apuntando a la habitación. La chica miró a los montones de paja que la rodeaban y suspiró—. ¿O es que acaso puedes convertir todo esto en oro con una rueca? Porque si es así, puedo irme enseguida. Seguro que…
—¡NO! —exclamó ella interrumpiéndolo con brusquedad. Sus ojos estaban brillantes y tenía los labios entreabiertos. Atrayente, seductoras sin saberlo—. No… Digo, sí. Sí necesito ayuda.
—Ya veo. ¿Y qué me darías a cambio? —Ella lo miró extrañada y frunció el ceño sin entenderlo—. No me mires así, querida. ¿No pensarás que te ayudaré a cambio de nada? Nadie hace eso, cariño. Pensé que ya lo sabías.
Ella tragó saliva, pero asintió con seguridad. No había ni rastro de temor en la mirada que le dirigía. Curiosidad, como mucho. Algo de ansiedad, quizás. Pero no era miedo, no era ese temor animal que tantas veces había visto en los ojos de sus víctimas. Se veía claramente que esa chica estaba dispuesta a cualquier cosa. Rumple se reconoció en esa mirada. Muchas veces la había visto en sus propios ojos. Hambre. Ambición.
Rumple le sonrió mientras se sentaba junto a la rueca y ponía la paja como si fuera lana en ella. La joven que tenía a su lado se limitó a mirarlo sin comprender. ¿Qué le pasaba a ese tipo tan raro? El Oscuro hizo girar la rueca. Un movimiento lento y regular que le era tan familiar como respirar. Pronto, un montoncito de oro se había materializado a sus pies.
—Está bien. —La chica había clavado sus ojos en él—. ¿Qué quieres? No tengo nada de valor que entregarte. No tengo joyas ni…
—Oh, no te preocupes. No tienes por qué darme algo ahora. Me conformo con una promesa —respondió él con una sonrisa cortándola sin miramientos—. Tu primogénito, por ejemplo. Puedes prometerme al primero hijo que tengas. —De la nada, hizo aparecer un contrato que le tendió a la muchacha. La chica lo aferró con ambas manos mirándolo fijamente.
—¿Qué es esto? —inquirió levantando la vista.
—Un contrato estándar, querida. Ya sabes, tú prometes entregarme a tu primogénito y yo convierto toda esta paja en oro —explicó él rápidamente.
—Enséñame —dijo ella repentinamente—. Inclúyelo en nuestro trato. Quiero aprender a hacerlo por mi cuenta. Si me enseñas, te daré a mi primer hijo.
Rumplestiltskin volvió a sonreír.
No se había equivocado con ella.
Era una muchacha inteligente.
-o-
—¡No funciona! —Cora estaba frustrada. Ya llevaban varias horas en ello y aún no lograba convertir ni una brizna de paja en oro. Por más que hacía girar la rueca, sus manos sólo sostenían paja común y silvestre—. ¡Lo estoy intentando! ¡No dejo de concentrarme!
Rumple no pudo evitar detener la mirada por unos segundos en los blancos hombros de la muchacha. Suaves y esbeltos. Y esos labios rojos que se mordía cuando intentaba concentrarse. Había algo en ella que no dejaba de atraerlo y con esa mirada furiosa e irritada le parecía aún más atractiva.
—Ese es el problema —dijo él mientras jugueteaba con una brizna de paja. Ella arrugó el ceño, sin dejar de morderse el labio en un gesto casi sensual—. Estás pensando demasiado. La magia no se trata de pensar, sino de las emociones. Tienes que sentirlo para poder hacerlo.
—¿Sentir qué? ¿El oro? —replicó la chica alzando ambas cejas.
—No exactamente. ¿Qué es lo que quieres? —preguntó Rumple a su vez. Ella cerró los ojos y esbozó una sonrisa.
—Que se inclinen ante mí —replicó Cora con una leve sonrisa—. Que me reverencien al pasar.
Rumple le sonrió mientras se sentaba junto a ella en la rueca. Con delicadeza, tomó las manos de la joven y las guió hacia la rueca. Ahora que la tenía cerca, se daba cuenta de que su piel era tan suave como lo parecía y que despedía un olor floral que él no podía identificar del todo. Sin poder resistirse, rozó la base del cuello de la joven con los dedos. La sintió estremecerse sin dejar de hacer girar la rueca.
—Piensa en eso. En cómo quieres que te reverencien. En cómo se postrarán a tus pies.
Ella se estremeció suavemente cuando sintió que la barbilla del hombre rozaban la piel de su hombro. Él pudo ver cómo los cabellos en la nuca de la joven se erizaban, electrizados. La respuesta de la joven lo animó a seguir adelante. No había soltado las manos de la joven, que seguían haciendo rodar la rueca. Rumple se inclinó junto a su cuello y la besó. De repente, se encontró a sí mismo dibujando un camino de besos en el cuello y el hombro de la joven. Y a juzgar por los gemiditos de la muchacha, ella estaba tan excitada como él. Cora arqueó el cuello, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. La viva imagen del placer.
—Mira —susurró luego de un instante. Donde antes sólo había unas cuantas briznas de paja, ahora se encontraba un hilo de oro que brillaba a la luz de las velas.
—¡Lo hice! —exclamó ella. Sus ojos brillaban a la luz de las velas y Rumple supo que había algo más que emoción por su recién adquirida habilidad. Había visto las suficientes miradas empañadas por el deseo como para poder identificar esa. Ella era el deseo, la pasión. Había algo en ella que lo llamaba poderosamente.
Y casi sin pensarlo, la besó en los labios. Ella era cálida, joven y suave. Sus hombros eran suaves y sus labios también. Rumple la sintió entreabrir la boca para recibir su beso y cómo ella misma le respondía con una ansiedad que parecía venir de un lugar más allá del mundo. Sintió como las manos de la joven rodeaban su cuello, jugueteaban con su cabello y le acariciaban el rostro. Ella no se resistió a las caricias que cada vez que subían más de intensidad. Tampoco opuso resistencia cuando él deslizó el vestido robado por su cuerpo y la llevó hacia un montón de paja sin dejar de besarla y acariciar su piel, que en esos momentos le parecía que era el mundo completo.
Porque descubrir a Cora era como descubrir el mundo de nuevo.
-o-
—¿Qué piensas hacer ahora? —murmuró él mientras los rayos del sol se asomaban por la ventana. Cora le sonrió y se acurrucó contra él, con los ojos aún cerrados.
Llevaban meses así. Ella se escapaba del castillo con cualquier excusa y se reunía con él para aprender magia. Siempre encontraban una excusa para dejar de lado el entrenamiento y ponerse a retozar en el colchón de plumas al fondo de la cabaña. Al igual que ella había aprendido hechizos y encantamientos, Rumple había memorizado todos sus lunares y los puntos más sensibles de su cuerpo. Disfrutaba acariciándole los hombros y viendo como se estremecía bajo esas caricias.
—No sé. Puedo casarme con Henry y ser reina de todo este país —musitó ella, que aún estaba con los ojos cerrados—. O quedarme contigo para siempre y ser la hechizera más poderosa de la historia.
Rumple sonrió. Le encantaba ver como ella arrugaba la frente cuando el sol la golpeaba de lleno en el rostro. Aunque claro, ella le encantaba de todas las formas, especialmente si estaba desnuda y junto a él. Ese niñato de Henry podía ser su prometido, pero nunca podría conocer a Cora como él. Nadie podría hacerlo jamás. Porque él la conocía de todas las formas posibles y algunas más.
Los dos se quedaron en silencio por unos momentos hasta que ella abrió los ojos de golpe.
—¡Ya salió el sol! —exclamó echando las sábanas a un lado—. Tengo que irme, en el castillo deben estar extrañados de que no haya regresado anoche —añadió mientras se levantaba y trataba de buscar su vestido que había caído olvidado en alguna parte de la cámara de Rumple.
—No es como si nunca hubieras pasado la noche afuera —replicó él incorporándose en la cama y apoyando la cabeza en el hueco del hombro de Cora. Con delicadeza, la besó en la base del cuello. Sabía que esa era una parte particularmente sensible para ella y el ligero gemido que dejó escapar mientras él la besaba sólo le confirmó lo que ya sabía. Cómo conocía a esa mujer.
—Lo sé, pero es cosa de tiempo para que empiecen a sospechar y a vigilar mi dormitorio por las noches. Aunque ese hechizo de transportación ha sido bastante útil —musitó mientras tomaba su vestido de seda y se levantaba para vestirse. El Oscuro la imitó y empezó a amarrarle las cintas que decoraban su espalda, sin dejar de besarla en el cuello. Cora gemía y se estremecía con cada uno de los besos—. Ahora no, Rumple. Por favor —musitó cuando él empezó a subir con sus besos por su cuello.
—¿Por qué no?
—Porque debo irme —replicó ella girándose y besándolo de lleno en los labios. Los ojos empañados de deseo y esos labios, siempre tan rojos como la primera noche, entreabiertos—. ¿Nos vemos mañana?
—Claro —musitó Rumple mientras la veía desaparecer en una nube de humo violeta.
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—Vaya mujer más hermosa —declaró al aparecer en la habitación. Ella estaba ahí frente a un espejo admirando su bella figura en un vestido de novia y dejando caer un velo frente a su rostro—. Veo que has decidido que te casarás con tu principito —señaló cuando ella se dio media vuelta para mirarlo.
—¿Y qué otra opción tengo? No puedo volver al molino con mi padre. No pienso volver a esa vida, Rumple.
—No, por supuesto que no —respondió él acercándose a ella y rodeándola con sus brazos. Su cintura era tan esbelta y delgada que siempre le parecía que podía quebrarla con sólo un poco de presión. Pero su mirada contradecía eso. Sus ojos mostraban la irrevocable fuerza de esa mujer—. Pero no es la única opción que tienes. Lo dijiste esta mañana, querida: puedes irte conmigo. Juntos seríamos invencibles.
—Rumple…
—¿Por qué no? —preguntó él esbozando su habitual sonrisa.
—Porque… —Obviamente la joven estaba buscando respuestas, pero no parecía encontrar ninguna—. Porque dije que me casaría con Henry…
—Bah, Henry es un niñato idiota. Puedes ser tú o cualquier princesa sosa de los alrededores y a él le dará lo mismo —replicó Rumple con una movimiento de la muñeca y los ojos entornados—. Te estoy proponiendo que vengas conmigo, Cora. Podríamos vivir juntos… Ser poderosos. Juntos, seríamos más fuertes que nadie.
—¿Lo dices en serio? —Los ojos de la joven brillaban con incredulidad. Él asintió y la besó en los labios; ella le respondió el beso con pasión. Sus delgados dedos jugueteaban con el cabello de Rumple y sus labios eran tan cálidos y suaves como siempre—. Sí. Quiero irme contigo y ser… la madre de tu hijo —musitó. La palabra "hijo" hizo sonreír a Rumple. Otro hijo. Otra oportunidad de hacer las cosas bien.
Rumple la besó nuevamente para obligarla a callarse. No recordaba la última vez que se había sentido tan feliz por algo así. Nunca, quizás. O tal vez había sido hacía tanto tiempo que no lo recordaba.
No quería que ese sentimiento se fuera a ninguna parte.
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Ella le había prometido que se iría con él. Pero en lugar de eso lo había dejado sólo y sin nada. Y lo había engañado. No le daría a su primogénito porque habían cambiado las condiciones. Rumplestiltskin gritó a los cielos maldiciendo a todo el mundo. Había sido un idiota, pro no volvería a serlo.
Ella se casaría con ese mocoso estúpido y lo había dejado con las manos vacías y el recuerdo de su aroma en sus sábanas. Lo había dejado con la memoria del calor de su cuerpo contra el suyo, de sus labios rojos y sus gemidos quedos.
Maldijo de nuevo a su estupidez. Debería haberlo sabido.
Cora se las pagaría. Vaya que lo haría.
Si tan sólo hubiera sabido la cantidad de problemas que ella le acarrearía, nunca se habría acercado a esa muchacha atrevida. Si lo hubiera sabido de antemano habría dejado que le cortaran la cabeza por ir por ahí haciendo promesas que no podía cumplir. Quizás eso habría sido mejor para todos, especialmente para él.
Pero no lo había sabido.
No lo había sabido y había terminado herido. ¡Maldita fuera Cora! ¡Mil veces maldita! Rumplestilstkin no estaba acostumbrado a ser engañado, mucho menos por una chica como ella, a la que le había enseñado todo lo que sabía.
Y este fue el primer capítulo. Lady Mermaid dijo que quería un amorío entre ellos y este me pareció un buen comienzo para contar la historia que se me ocurrió. Es una introducción, contando la historia de Cora desde el punto de vista de Rumple. Porque me interesaba saber qué pasaba por su mente cuando empezó todo el lío con Cora. En mi cabeza, es una cosa que empezó totalmente por la pasión del minuto y que fue evolucionando hasta el punto al que llegó.
Lady Mermaid, espero que te haya gustado este comienzo. ¡Para ti, con mucho cariño!
Ya veremos qué sucede con estos dos en el siguiente capítulo. ¡Hasta entonces!
Muselina
