Libro 1: "Harry Potter y la piedra filosofal"

Cap. 1: Descubriendo el mundo de mis padres

Las cosas estaban sucediendo muy deprisa para Harry, primero hablo con una serpiente, liberó al boa constrictor, las cartas que su tío no le dejaba leer, su tío se volvió loco y los llevo a una "cabaña" en medio del mar… en unas rocas, a mitad de la noche un hombre, que es el doble de cualquier persona, derriba la puerta de la casa y entra, ese mismo hombre, que resultó llamarse Rubeus Hagrid y ser muy amable con él, le dijo que era un mago y que lo que sus tíos le habían dicho sobre la muerte de sus padres eran una completa farsa.

Ahora se encontraban en el Callejón Diagon para comprar las cosas que Harry necesitaría en su primer año en Hogwarts. Aunque primero deberían pasar por Gringotts, el banco de los magos.

Entra desconocido, pero ten cuidado.

Con lo que le espera al pecado de la codicia.

Porque aquellos que toman, pero no se lo han ganado.

Deberán pagar en cambio mucho más.

Así que busca por debajo de nuestro suelo

Un tesoro que nunca fue tuyo,

Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

De encontrar aquí algo más que un tesoro.

-Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí –dijo Hagrid-

Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un amplio mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en una balanza y examinando piedras preciosas con lentes. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.

-Buenos días –dijo Hagrid a un gnomo desocupado- Hemos venido para sacar algún dinero de la caja de seguridad de Harry Potter.

-¿Tiene su llave, señor?-

-La tengo por aquí –Hagrid rebusco en su chaqueta hasta encontrarla- Aquí está –dijo mostrando una pequeña llave-

El gnomo la examino de cerca

-Parece estar todo en orden-

-Y también tengo una carta del profesor Dumbledore –dijo Hagrid –es sobre lo que-usted-sabe en la cámara setecientos treinta.

El gnomo leyó la carta cuidadosamente.

-Muy bien –dijo devolviendo la carta –voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!

Éste otro gnomo los condujo a través de una puerta en el vestíbulo.

-¿Qué es lo que-usted-sabe en la cámara setecientos treinta?-preguntó Harry-

-No te lo puedo decir –respondió Hagrid –es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.

Después subir al carro y de pasar por la cámara de Harry, (de donde llenaron una bolsa de galeones, knuts y sickle, dinero mágico que Hagrid tuvo que explicarle como se usaba) finalmente fueron a la cámara setecientos treinta, de donde Hagrid sacó una pequeña y vieja bolsa marrón.

Al salir Harry no sabía a dónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No debía saber cuántos galeones había en una libra para saber que tenía más dinero que nunca, incluso más que Dudley.

-Tendrías que comprarte el uniforme –dijo Hagrid señalando hacia "Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones"- Oye, Harry; ¿Te importaría que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts- todavía parecía mareado, por lo que Harry entro solo a la tienda-

Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.

-¿Hogwarts, guapo?-dijo cuando Harry comenzó a hablar- Tengo muchos aquí… en realidad, otro muchacho se está probando ahora

En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo, estaba de pie sobre un escabel, mientras una bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Harry en un escabel junto al otro y comenzó con su trabajo.

-Hola, ¿también Hogwarts?-saludó el muchacho a tiempo que ladeaba la cabeza para verlo, sus ojos eran de color plateados, "hermoso" pensó Harry-

-Sí –fue lo único que pudo responder-

-¿A qué casa crees que iras? Yo estoy seguro que iré a Slytherin, toda mi familia ha ido a allí-dijo sonriendo, a Harry le cautivo su sonrisa y un tono ligeramente carmín cubrió sus mejillas-

-No… no lo sé… ¿tú donde crees que valla?-el chico se giro para verlo mejor-

-Uh… no lo sé… seria genial que fueras a Slytherin, el verde te iría bien y podríamos ser amigos-volvió a sonreír-

-Seguro, tal vez así sea –sonrió tímidamente, al otro chico le pareció tierno-

-¿Cómo te llamas? Yo soy Malfoy, Draco Malfoy, pero dime Draco-

-Harry-respondió-

-¿Harry? Acaso eres...-

-Sí, Harry Potter –le cortó con fastidio- pero por favor no hagas un escándalo con eso –se apresuro a decir-

-¡Genial! No te preocupes, no haría tal cosa –sonríe orgulloso, por supuesto, era un Malfoy y los Malfoy no hacían un escándalo -¡Oye, mira a ese hombre!-dijo señalando a Hagrid, que estaba frente a la vidriera con dos grandes helados, razón por la que no podía pasar-

-Ése es Hagrid, trabaja en Hogwarts-

-Oh-dijo el muchacho- he oído hablar de él. Es una especie de sirviente ¿no?-

-Es el guardabosques –dijo frunciendo el ceño- y es mi amigo, es una buena persona-

-Oh, lo siento –dijo al notar el cambio de humor del chico, no quería arruinar su posible amistad- Harry, ¿me lo presentas?-eso hizo que el moreno se relajara un poco-

-¡Claro!-

-Bien, chicos, ya están listos-anunciaron las brujas-

Ambos se quitaron las túnicas y esperaron que las acomodaran. Pagaron y salieron.

-¡Hagrid! Mira, te presento a Draco –dijo animado el moreno-

-¡Oh! ¡Vaya! Tu primer amigo de Hogwarts.-exclamó Hagrid-

-Es un placer conocerlo, señor. Soy Draco Malfoy –se presentó tendiéndole su mano, el otro se tensó, el chico eran un Malfoy-

-El placer es mío, pequeño –al momento de estrechar sus manos vio que aun tenía los helados, por lo que le dio uno a Harry, estrecho la mano del menor y le ofreció el helado- ¿quieres?

-Sí, gracias-

Después de hablar unos minutos sobre Quidditch, escuchar como Draco ocasionalmente se quejaba de que los alumnos de primer año no podían llevar escobas a Hogwarts y algunas otras cosas que, con ayuda de Hagrid y Draco, Harry pudo entender, se despidieron. Prometiéndose que se encontrarían en el arden 9 ¾.

Pasaron por otras tiendas, comprando los libros, plumas, pergaminos... al salir de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry.

-Sólo falta la varita… Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de cumpleaños –Harry sintió que se ruborizaba-

-No tienes que…-

-Sé que no tengo que hacerlo. Te diré que será, te compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlaran… y no me gustan los gatos, me hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos los chicos quieren tener una lechuza, son muy útiles-

Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era obscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. La lechuza que Harry escogió era de un hermoso plumaje blanco, salpicado con gris y negro en lugares exactos.

De camino a la tienda Ollivander, donde Hagrid le dijo que comprarían su varita, el moreno vio un hurón, de extraño pelaje amarillo casi blanco, cosa que por alguna aun más extraña razón, le recordó a Draco Malfoy.

La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: "Ollivander: fabricante de excelentes varitas desde el 382 a.C."

Cuando entraron, una campañilla resonó en el fondo de la tienda. Era un ligar pequeño y vacío, con un único banco donde Hagrid se sentó. Harry miró los estantes con miles de cajitas bien acomodadas hasta el techo.

-Buenas tardes –dijo una voz amable-

Harry dio un salto, Hagrid también debió sorprenderse ya que se escucho el crujir del banco al levantarse.

Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.

-Hola –dijo Harry con torpeza-

-Ah, sí –dijo el hombre-. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto, Harry Potter.-no era una pregunta- Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.

El señor Ollivander se acerco a Harry. El muchacho deseaba que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados era un poco lúgubres, nada comparados con los plateados de Draco, los de él brillaban de una forma única.

-Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poco más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en verdad es la varita quien escoge al mago –el señor Ollivander se acerco a Harry, hasta un punto en que sus narices casi se tocan –Y aquí es donde…-posó uno de sus dedos por la frente de Harry –Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso –dijo amablemente –Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa y en las manos equivocadas… Bueno, si hubiese sabido lo que esta varita haría en el mundo…

Ollivander negó con la cabeza, cosa que le dio la oportunidad de ver a Hagrid. Después de unos intercambios de palabras, Ollivander comenzó a medir a Harry y a buscar la varita ideal.

-Bien, Harry. Prueba esta. Madera de haya y nervios del corazón de un dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Tómala y agítala-

Harry tomó la varita –sintiéndose tonto –y la agitó, para su sorpresa, el señor Ollivander se la quito casi de inmediato.

-Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba…-

Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo, Ollivander se la quitó.

-No, no… ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetro y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.-

Harry lo intentó. No tenía ni idea de que buscaba el señor Ollivander. Las varitas ya probadas se estaban acumulando en la silla; mientras más varitas se desechaban, el señor parecía más contento.

-Que cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto… sí, ¿Por qué no? Una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.

Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita por sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas, plateadas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales. Hagrid lo vitoreo y aplaudió.

-¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien… que curioso… realmente que curioso…-exclamó el fabricante de varitas-

-Perdón –dijo Harry –. Pero, ¿Qué es tan curioso?-el señor Ollivander fijo en Harry su mirada pálida-

-Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, solo una más. Y es realmente muy curioso que estuviera destinado a esta varita, cuando fue su hermana la que le hizo esa cicatriz-

Harry tragó, sin poder hablar.

-Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Si realmente curioso como suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdelo. Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter. Después de todo, El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado hizo grandes cosas… Terribles, sí, pero grandiosas-

Después de pagar siete galeones por su varita salieron, ya estaba atardeciendo. Harry y Hagrid emprendieron camino hacia el Caldero Chorreante, ninguno se dio cuenta, o mejor dicho, ninguno les prestó atención a las personas que se quedaban con la boca abierta al verlos llegar al metro.

De vuelta a la estación comieron unas hamburguesas antes de subir al tren. Después de bajar de él se despidieron y Harry se fue a casa de sus tíos en Privet Drive, allí paso el resto de sus vacaciones. Su primo le tenía miedo, por lo que nunca estaba en la misma habitación que él, no solo. Y sus tíos hacían como si no existiese. No fue tan malo, le dio tiempo de leer un poco sus libros y pensar en cómo sería su nueva escuela, Hogwarts.