Vida alternativa
El trabajo en grupo
Siempre dicen que hay que comenzar las historias, cuando las cuentas, desde el principio. Así que, ¿qué mejor principio que el verdadero comienzo?
Yo nací un día de primavera, un veintisiete de mayo del año mil novecientos noventa y cuatro, a las nueve de la mañana, para concretar. Esa fue la única vez que fui puntual, pues a partir de aquel día solía llegar tarde a todas partes; al colegio, a casa, al parque, a cualquier lugar en el que me estuviesen esperando, incluido el médico, a no ser que fuese con mi madre. Desde aquel día mi nombre es Aida y mi vida es monótona.
Mi memoria nunca ha sido gran cosa, pero no puedo negar que recuerdo muchas de las cosas que me ocurrieron siendo pequeña, y los cumpleaños suelen quedarse grabados en mi mente con mucha facilidad, también soy buena para nombres, incluso los de personas que ni saben que existo, pero yo si se quienes son y algunos detalles más, cosas que pasan. Encuentras a alguien en un pasillo y algún amigo lo llama, tienen una conversación y ya sabes como se llama esa persona, con quien se junta y captas algún detalle más sin querer.
Recuerdo perfectamente los días de colegio. Esos días de septiembre, que te levantas una buena mañana y es tu primer día de clase. Que notas el calor del radiador mientras miras por la ventana y ves un gris día de invierno, el primer día que vas a estar en un edificio, fuera de casa durante horas, en el que te vas a mezclar con un montón de niños desconocidos a los que no sabes si caerás bien o mal. Si, a veces da miedo, y otras veces es emocionante. Yo soy de las que se aterrorizaban.
Lo bueno que tenían aquellos días era que mi madre me cogía en brazos y me llevaba a su cama, la más calentita y cómoda, y me encendía la tele, con alguno de aquellos canales infantiles que tanto me divertían, desde los Teletubbies hasta Shin Chan u Oliver y Benji. Generalmente solía verlos en Babalà, por lo que estaban todos en valenciano, pero nunca he tenido inconvenientes para entenderlo, a pesar de ser castellano parlante. Después de vestirme y hacerme el desayuno, mi madre me acompañaba hasta el colegio y hasta que no entraba no volvía a casa, donde mi padre se ocupaba de mi hermana.
Voy a empezar a contar los días en los que empezaban a haber problemas, y de esos en los que uno ya es más mayor para entender lo que ocurre: segundo de primaria. Si, a los siete años yo era, al contrario que muchos, bastante madura para entender muchos de los problemas que surgían e intentar solucionarlos sin decir eso de "ya no te ajunto" y ponerme de morros.
Recuerdo que un día llegué tarde a clase, y llevaba los pelos revueltos, algo que produjo una carcajada por parte de mis compañeros. Azorada, pedí disculpas a mi profesora y me senté, haciendo caso omiso del resto. Los niños son tan crueles…
La profesora dijo que tenía que bajar a por unas cosas y que nos dejaría haciendo trabajo. El que terminara podía abrir el armario de los juguetes, algo que nos encantaba hacer. Todos querían ser los primeros para coger el mejor coche, el más rápido y bonito, y nosotras peleábamos por el pony rosa de ojos brillantes. Hoy por hoy habría repudiado a ese pony, pero por aquel entonces adoraba el rosa. En el tiempo que la profesora no estaba, los compañeros aprovechaban para revolucionarse. Yo solo mantenía una estrecha relación con pocos de ellos, pero no se puede decir que fuera gran cosa, porque solían ser tan infantiles como para enfadarse por chorradas que luego se solucionaban con facilidad, y a mi entender los amigos no se enfadan por tonterías.
Mark estaba tranquilamente, un grupo de mesas más alejado, haciendo una serie de sumas, que ahora habrían sido fáciles, pero sin mucho interés. Alex le arrancó el lápiz de la mano y lo llevó hasta el bote de su mesa, donde ya habían acumulados todos los lápices de las otras mesas. Mark hubiese roto a llorar tres años atrás, pero ahora se había vuelto más cabezota, y se peleó con Alex.
Caleb, por el contrario, aprovechó la distracción para revolverme el pelo e insultarme.
-¡Hola, cabeza de nido!-Me chilló, riendo a carcajadas.
-Déjame en paz.-Le reproché, frunciendo los labios y el entrecejo.
-¡Cabeza de nido, cabeza de nido, cabeza de nido…!-Siguió mofándose y corriendo por el aula.
-Déjala en paz…-Amenazó Mark, intentando recuperar su lápiz robado.
-¿O si no que?-Se burló Caleb, sacando la lengua.
-Si no…-Mark apretó los puños y sus ojos verdes centellearon, al mismo tiempo que Alex le revolvió el pelo rubio y le quitó el lápiz riendo.
La profesora volvió al aula y pilló a Mark, a Caleb y a Alex de pie.
-¿Qué estáis haciendo?-Preguntó desconfiada.
-Se me calló el lápiz y me levanté a recogerlo, y Alex me lo estaba alcanzando.-Dijo Mark, resaltando la última frase y arrebatándole el lápiz a Alex. Ambos se sentaron, uno sonriendo y otro de mal humor. La profesora miró a Caleb.
-Yo estaba… esto…-Miró a la profesora con una extraña expresión, como con cara de niño bueno dando mucha pena, e incluso a mi me costaba decir que no a aquellos ojos azules cuando se entristecían.
-Siéntate Caleb.-Dijo la profesora sonriendo, con total normalidad, y regresó a su escritorio.
Elisa, una chica de pelo rubio y largo entregó la hoja a la profesora y fue la primera en abrir el armario de los juguetes. Aquello nos dejaba a las chicas en desventaja y todas queríamos terminar la primera para no perder la oportunidad que coger el segundo pony más bonito.
El recreo fue más llevadero. Me quedé junto a la puerta de entrada al edificio, mirando como los demás jugaban. A mi no me gustaba mucho el deporte, y eso del pilla-pilla o la cadena no eran lo mío. Mientras, los chicos, se dedicaban a jugar al futbol.
Observé a una chica de cuarto curso, con una melena castaña oscura y los ojos verdes. Nunca habíamos hablado, pero me daba la sensación de ser muy buena chica. Jugaba animadamente con sus compañeras de clase, cosa que yo no solía hacer.
Otro chico de su clase con el pelo más claro, cobrizo, le tiró del pelo y salió corriendo mientras se reía con su grupo de amigos. O quería llamar su atención, cosa que había conseguido, pero para mal, o simplemente a esa edad se es realmente tonto.
Desvié la vista hacia mis compañeras. Entre ellas estaba Elisa, con el pelo ondeando al viento, mientras corría, tirada por más chicas, intentando pillar a los que aun no habían sido cogidos, y así harían más larga al cadena. En un banco cercano había un chico de primero de primaria comiéndose un bocadillo, y una chica de tercero se lo quitó. Entonces, la chica que estaba sentada a su lado se levantó y dejó tras de si una brillante estela gracias s u reluciente pelo dorado. Se encaró con la chica y recuperó el bocadillo. Pero poco después, otro chico de tercero se dirigió a ella y, con el rostro entristecido, cedió a dárselo y consoló al pobre chico del banco.
Una pelota me sacó de mi entretenimiento cuando me golpeó el pie y la miré. Escuché una voz conocida.
-¡Eh, cabeza de nido! ¡Pásamela!-Gritó Caleb.
-No pienso hacer…lo.-La última silaba se me cortó cuando a lo lejos distinguí a Caleb, sonriente como siempre, estirando el brazo para que lo viese. Era realmente guapo, si, no había pasado por alto ese detalle, pero seguía siendo estúpido, aunque, con esa agradable sonrisa, era difícil saber si aquello lo decía ahora como insulto o como mote cariñoso por culpa de la anécdota de esta mañana.
-¡¿Qué dices?-Gritó de nuevo.
Miré la pelota y pensé en cogerla y lanzársela, pero si chutaba y salía bien podría… No, tú no sabes chutar una pelota Aida…
-¡Voy!-Grité. Cogí la pelota y la lancé hacia Caleb, que se acercó y la recibió bien.
-¡Gracias, cabeza de nido!-Dijo.
-¡Que no la llames así!-Saltó Mark, y lo empujó. Aquello acabaría en pelea. Algunos profesores ya habían puesto el ojo en los dos niños rubios, pero no fueron a más. Parecía que Caleb había creado algún tipo de efecto en Mark que le había hecho olvidar todo el problema.
Supuse que al día siguiente ya habría olvidado lo de mi pelo revuelto. Un chico de quinto le robó el balón a Alex y marcó un gol. Era su hermano mayor, Adam, que siempre intentaba eclipsar a su hermano, con bastante éxito, la verdad.
Aquel día la profesora nos pidió que hiciéramos un trabajo en grupo, porque sabía que aquello podría reforzar los lazos de unión entre los compañeros, y dio la casualidad de que mi grupo estaba formado por Mark, Alex, Elisa y Caleb. Decidimos ir primero a casa de Alex, y así conseguí evitar que vinieran a mi casa. Y al salir del colegio fui a avisar a mi madre.
Mark y yo fuimos a casa de Alex. Luego vino Eli, y entonces apareció Caleb, despeinándose el pelo rubio y con aires de suficiencia. ¿Quién se había creído que era con tan solo siete años? Le miramos con cierto reproche por llegar tarde, y entonces llamamos al timbre. Contestó una voz masculina.
-¿Si?-Era Adam.
-Venimos a hacer un trabajo con Alex.-Dijo Caleb, con total normalidad.
-¡Eh, alcornoque! Son esos mequetrefes amigos tuyos.-Oímos decir. Caleb se enfureció.
-¿A quien llama ese mequetrefe? Se va a enterar…
La puerta se abrió y subimos a su casa. A mi me pareció que tenía una decoración un tanto extraña, quizá muy antigua, pero no estaba mal. A los demás, excepto a Mark, no parecía preocuparles mucho. Apareció por el pasillo la madre de Alex, colmada de oro: collar, pendientes, anillos… Todo de oro.
-Hola, chicos. El cuarto de Alex está ahí, la segunda puerta a la izquierda.-Señaló, sonriendo. Nosotros sonreímos también y avanzamos juntos. Pasamos por el salón y miré al padre de Alex, viendo el partido de fútbol. Se parecía bastante a Alex, pero desprendía algo de furia, como si la ira fuese a salirle por las orejas. Era realmente aterrador, a pesar de ese aspecto delgado y tranquilo que aparentaba. Entonces noté un tirón de pelo. Era Caleb de nuevo.
-Te lo has recogido para que no te diga nada, ¿verdad?-Rió.
-No eres tan importante para mí-Solté, y aun no se de donde saqué yo tanto valor para decirle algo así a alguien como Caleb.
-Empieza a gustarme tu estilo.-Dijo, y me sacó una sonrisa, todo sea dicho. Mark le lanzó una mirada despectiva y abrió la puerta de Alex después de llamar.
-¿Alex…?
-Entrad.-Dijo, alejándose del escritorio en una silla con cuatro ruedas y quitándose las gafas.
-¿Llevas gafas?-Preguntó Elisa con curiosidad.
-Si, para leer.-Contestó él, entre avergonzado y haciéndose el interesante.
-Bueno, empecemos con el trabajo.-Dijo Elisa, sonriendo, y nos pusimos a ellos.
Después de varias discusiones sobre el color de la cartulina, el tema, varios descansos para dejar de discutir, una merienda y muchos tirones de pelo por parte de Caleb, decidimos que cada uno se encargaría de una parte, una vez estuviéramos de acuerdo, y entonces lo juntaríamos todo mañana por la tarde.
-¿De que narices hacemos el trabajo?-Dijo Alex, apuntando en un folio lo que ya teníamos decidido.
-¿Por qué no sobre… ¡Ay, Caleb!-Mark le pegó-… sobre el compañerismo?
-¿A que te refieres?- Se interesó Mark, sin soltar el cuello de Caleb.
-La profesora quiere que hagamos esto para afianzar las relaciones entre nosotros, si hacemos un trabajo sobre el compañerismo, en que consiste, como ayuda, y todo eso, la profe estará encantada. Demostraremos que no solo sabemos trabajar en equipo, si no que además hemos comprendido lo bueno que es para todos y que hemos captado el sentido de este trabajo.-Dije.
-¡Buena idea!-Alex empezó a apuntar como un loco, mientras Elisa recogía los bolígrafos que había tirado este cuando se puso a escribir.
-No está nada mal…-Caleb me miró, sonriendo con cierta maldad, y Mark se puso alerta, por si se volvía a meter conmigo. Simplemente sonreí y recogí mis cosas.
-Bueno, chicos… Esto es todo por hoy. Mañana a la misma hora quedamos con todo el material, procurad que no falta nada-enfatizó en la última palabra, mirando a Caleb, que sonrió-, y lo terminamos.-Anunció Alex, cerrando la libreta.
-Hasta luego.-Se despidió Elisa, en la puerta, y salió. Los demás fuimos tras ella, no sin antes sujetar al imbécil de Caleb, para que no pegase a Adam. Lo sujetamos para que Adam no lo matase, más que nada. Entonces nos encontramos a un chico subiendo la escalera con cara de dolor.
-Hola, Alex.-Saludó. Parecía realmente agotado, y estaba algo gordito.
-Hola.-Sonrió el castaño.- ¡Oh! Estos son mis compañeros de clase: Elisa, Mark, Caleb y Aida. Chicos, él es Simon, mi vecino. Va a primero.-Explicó.
-Hola, Simon.-Le sonrió Mark, y le tendió la mano. Él la aceptó con cara de sufrimiento.-¿Estás bien?-Se preocupó el rubio.
-¿Eh? Si, solo es que vengo muy cansado y el ascensor está roto. Además, mi madre no me deja coger la silla de ruedas.-Dijo.-Hasta luego.-Simon continuó subiendo, y cuando lo perdimos de vista Caleb se dirigió a Alex.
-¿Silla de ruedas?
-Si, Simon es realmente perezoso. No sabéis hasta que extremo.-Dijo Alex.-Hasta mañana-Dicho esto cerró la puerta y nosotros salimos a la calle.
Reconocí al chico de tercero que le había robado el bocadillo al Simon. Tan solo con ver como andaba supe que se sentía superior al resto, pues ya conocía a muchos como él. Pasó por nuestro lado y nos miró con altivez, y le tapamos la boca a Caleb para que no nos metiese en problemas. Caminando hacia casa, encontramos a la chica rubia que había estado con Simon llorando y Elisa, en un arrebato de compasión, le dio un dulce y le preguntó.
-¿Cómo te llamas?
-A-Avril…-Tartamudeó.
-¿Por qué lloras, Avril?
-Porque un mayor me ha quitado mi dinero.-Dijo, entre hipidos.
-Ha debido de ser ese chaval de antes.
-Os dije que tenía que pegarle.-Soltó Caleb, lleno de rabia.
-No pasa nada, en el colegio recuperaremos tu dinero.-Aseguró Elisa.-Ya verás. ¿Cuánto tenías?
-Un euro. Era para caramelos.-Dijo, como si tuviera miedo de volver a su casa sin los caramelos que su madre esperaba que comprase.
-No pasa nada. Te lo devolveremos.-Eli sonrió y acompañó a la niña hasta la puerta de su casa. Entonces se acercó una chica más mayor, de tercero aproximadamente, y le dijo algo a Elisa.
-¡Seira!-Exclamó Avril al verla, como si aquella chica fuese su salvación. Elisa volvió con nosotros mientras Avril se despedía de ella con la mano hasta que Seira la acompañó arriba.
-Hasta mañana, colegas.-Dijo Caleb, bostezando.
-¿Ya tienes sueño?-Preguntó Mark, con extrañeza.
-Si, supongo que subiré a casa, veré algunas de las revistas de mi padre y me iré a dormir.-Subió a su casa tras encogerse de hombros y nosotros seguimos nuestro camino.
-¿Revistas de su padre?-Pregunté, sin poder disimular que me picaba la curiosidad.
-Si, ya sabes, de esas que ven los hombres mayores. Con mujeres desnudas.-Explicó Mark.
-No tenía ni idea de que existían esas revistas.
-Yo tampoco, hasta que Caleb las empezó a mencionar. No se que tienen de especial…-Dijo Mark, metiéndose las manos en los bolsillos con indiferencia.
-Vosotros no entendéis nada.-Rió Elisa, frente a su puerta.
-¿Nada de que?
-Olvidarlo.-Volvió a reír y se despidió.
Mark y yo caminamos en dirección a casa cuando, tras un largo silencio en el que notaba las miradas del rubio clavarse en mí, hablé.
-¿No tienes la sensación de que, últimamente, la mayoría de los conocidos desprenden algún tipo de… algo… No sé, como que dan una sensación de algo?-Dije, intentando explicarme.
-¿A que te refieres?-Preguntó él.
-En casa de Alex, por ejemplo, su madre iba completamente llena de oro, como si no pudiera separarse de él ni en casa. Su padre y su hermano me hacen pasar miedo. Parecen muy, muy enfadados, más de lo que uno podría enfadarse. Y Caleb…
-¿Si?-Preguntó Mark, completamente nervioso, como si temiera lo peor.
-Parece que les hace algo a las personas, como si consiguiera que nadie pudiera enfadarse con él. Como si todo el mundo estuviese enamorado de él. Incluso yo no me he podido enfadar con él esta mañana.-Expliqué.-Y lo de las revistas esas-mencioné aquella con cierto temblor en la voz, y Mark también se puso rojo-es demasiado joven, ¿Por qué tendrá esos intereses en ese tema?
-Bueno, no lo sé. Yo también tengo la sensación de que hay algo raro, pero quizá sea cosa nuestra. Quizá se están haciendo mayores y están cambiando, y nosotros nos hemos quedado estancados.-Dijo, con total inocencia.-Parece que Caleb está muy pesado contigo.
-Si, no se que pretende, pero si quiere enfadarme lo hace genial.
-Empiezo a pensar que le gustas.
-Pues por ahí va mal. Además, es demasiado creído. Él no me gusta.
-No dejaría que te tocase.
-No pasa nada. No creo que me haga nada malo- Reí.
-Después de lo que ha dicho Elisa… Creo que nos esconden algo.-Comentó Mark, cambiando ligeramente el tema.
-Pues, si ellos tienen secretos, nosotros tendremos el secreto de sospechar que están creciendo o cambiando.-Sonreí. Mark me devolvió la sonrisa y sus ojos verdes brillaron a la luz de una farola cercana a casa.
Aquella noche me dormí pensando en todo lo que creía que estaba pasando, pero sonaba tan irreal… Reí y me di la vuelta, y entonces pensé en Caleb. En lo que hacía y en como me molestaba. Quizá Mark tenía razón y yo le gustaba, pero… Si te gusta alguien, se supone que lo tratas bien. Era evidente que Caleb me odiaba. Volví a reír y cerré los ojos, deseando despertar mañana y que aquellas sensaciones fuesen solo imaginación y que Caleb me hubiese olvidado.
Bueno...¿como ha quedado? De momento esto es solo un simple introducción a la historia, aún no hay nada que salga de lo normal... De momento...
