Hakuōki es propiedad de Idea Factory. El Shinsengumi, gran grupo de guerreros, sí existió como fuerza de élite del Japón de finales del siglo XIX. Mi amor por los personajes secundarios hizo lo demás.


Shαdow

Vestido con ropas oscuras, sentado en el techo del dojo del Shinsengumi, Susumu tenía la mirada perdida en la oscuridad.

Ella…

Cumplía a cabalidad con cada una de las misiones que le encomendaban. Era un gran espía, sin lugar a dudas.

Ella…

Gracias a ella, él se había convertido en un gran espía. En una sombra…

Los espías eran sombras que veían, olían, saboreaban y sentían… a su parca manera, pero lo hacían.

Desde pequeño ella le había entrenado para ser lo que era. Recordó que una vez, tal vez tal vez a la tierna edad de nueve años, con las piernas colgadas de la rama de un gran árbol, le preguntó si llegaría a ser tan bueno como lo era ella.

Ella lo miró fijamente y le respondió con dureza que con tantas emociones a flote era completamente imposible.

Susumu lo tomó tan enserio que en mucho tiempo no volvió a sonreír. Se dedicaba a entrenar sin cansarse, decidido a obtener su aprobación. Al par de ello seguía estudiando escrupulosamente la ciencia de su gran pasión: la medicina.

Su rostro, aparentemente sin emociones. Su mirada, aparentemente vacía. Su parsimonia, todo… eran tan propios de un ninja entrenado para todo.

Pero, ¿realmente Susumu había perdido sus sentimientos una noche de oscuridad?

No.

Todo lo hacía por ella.

Pero, un día le fue arrebatada. La muerte en forma de crueles zarpazos se la llevó.

Si no fuera por el Shinsengumi, Susumu habría perdido la razón.

Lloró por ella como era debido: hasta quedarse sin lágrimas. Lágrimas silenciosas que descendía por sus mejillas sin que nadie las viera.

Pero el Shinsengumi exigía entrega, y aunque él la extrañaba tanto que hasta le dolía, cumplía a cabalidad todo lo que se le pedía. Como espía, y como médico. Acaso también como persona.

Cuándo Chizuru llegó al cuartel, a adornarlo como si de una preciosa grulla de papel se tratase, el primero en notar el cambio en el ambiente fue el callado Susumu.

Se percató del cambio en Hijikata, sonreía con más facilidad.

Sōji y Hajime, quienes parecían luz y oscuridad, uña y piel; que vivían solo para entrenar el arte de manejar la katana, se mostraban más abiertos a aquella joven de ojos chocolates.

Ni hablar del escandaloso trío chistoso. Susumu Yamazaki lo sabía todo; era una sombra sigilosa, pero una que veía y sentía todo a su alrededor con la agudeza de un gato de los canales.

Sentir. A veces, Susumu encontraba extraña esa palabra. Desde la muerte de ella que no la usaba. Se negaba a sentir, acaso temeroso de volver a salir lastimado. Y ahora, con Chizuru cerca, Susumu volvía a sentir todo aquello que con tanto trabajo se había guardado.

Chizuru era su cielo nocturno, en parte porque sus ojos le recordaban a los de ella.

No lo decía, por supuesto, un ninja nunca debe revelar lo que siente. Jamás. Se debía limitar al papel de observador.

Ni lo que piensa… ser siempre una sombra, obediente y servil.

Pasó poco tiempo antes de que Chizuru se convirtiera en su joven aprendiza de medicina. Ella era hija de un gran médico, pero no por ello se paseaba ufana por el mundo presumiendo lo que sabía. Ella era una fuente inagotable de humildad. Susumu, en silencio, admiraba la concentración con la que sus ojos color chocolate amargo leían las indicaciones del libro de apuntes; cómo atendía cada puntada con la que él le cerraba una herida, con el mismo interés que una primeriza, todo. Y eso le hacía sentir bien.

Para qué negarlo, Susumu le había tomado cariño.

Susumu veía a Chizuru intentar animar a los heridos o cuidar a Sōji y a Kondō con delicadeza, como si aquellos bushis fueran piezas delicadas de cristal, mientras curaba sus heridas o les servía un humeante té medicinal. Y parecía magia, pero sus palabras animaban a esos guerreros a seguir de pie, más que cualquier medicina.

Comprendió entonces una cosa: él, Susumu Yamazaki, podía ser el mejor espía y el mejor médico del mundo, pero solo curaba las heridas del cuerpo; y ella, Yukimura Chizuru, con su sonrisa y sus palabras de aliento, tenía la capacidad de sanarles las heridas del alma.

Y, sin saberlo, le curó a él de una antigua herida abierta, rebelde y sangrante.

La guerra se precipitaba y Susumu sabía perfectamente que no todos los guerreros verían el final de la guerra. Sabía que él también podía irse en cualquier momento, la Muerte era una ladrona que se llevaba la vida de cualquiera en cuestión de segundos.

Le pidió a Chizuru que fuera ella quien se encargase de cuidar a los enfermos, previendo que algo le llegara a suceder en cualquier instante. Vio con el rabillo del ojo que la tristeza amenazaba con tomar lugar en los siempre alegres ojos de la chica; sin embargo, ella le sonrió y le dijo que nunca podría reemplazarle. Entendió entonces porqué sus palabras parecían un bálsamo para los demás. Por un segundo, Susumu pretendió ser parte de los guerreros que conocerían el final de la guerra con sus propios ojos.

Ojalá…

—*—

Segundos antes de desmayarse a causa del lacerante dolor de la katana, Susumu pudo ver la sorpresa en los ojos del fukuchō, mas sabía que había hecho lo correcto al interponerse entre él y aquel demonio desconocido. No era el momento del fukuchō de morir. No, él debía seguir adelante.

—¿Pero qué hace, fukuchō? No debe sacrificarse, usted no —le dijo con la voz tambaleante.

En el barco, veía el afán Chizuru por cuidarle. Como médico, él sabía que no duraría mucho con aquella herida. Como ninja, él sabía que Chizuru también lo sabía; aun así, con su perenne optimismo, ella esperaba un milagro que lo hiciese volver.

—¿De verdad crees que me voy a recuperar? —le preguntó, solo para oír su voz.

—Por supuesto, Yamazaki-san—afirmó la jovencita—, la guerra apenas comienza y vamos a necesitar de ti…

La espalda de la chica se hacía borrosa y su voz se oía lejana… se parecía tanto a ella…

Ella…

De pie a su lado, ella estaba allí.

—Vengo a buscarte —saludó con una sonrisa.

Él sonrió antes de cerrar sus ojos, ella estaba allí. Ella le llevaría de la mano hacia la eternidad. ¡Cuánto la había extrañado! Ahora entendía aquel parecido con Chizuru. De alguna forma misteriosa, incluso para el mejor de los ninjas, ella se había hecho presente en Chizuru… Y esa era la razón de su amor fraternal hacia la chica.

—Vámonos, hermana —susurró antes de cerrar los ojos, tomando la mano que ella le ofrecía.

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¿Se merece un review?


Bitácorα de Jαz: Susumu es… ¿cómo decirlo? Adorable a pesar de lo poco que lo vimos en la serie —recuerden que yo no he jugado el otomé—. Siempre he dicho que sin personajes secundarios como él, ninguna cosa sería posible; ellos le dan color al ambiente en el cual aparece.

Desde Peacemaker Kurogane, Susumu es un personaje muy querido para mí. Es una historia que se resbala de sencilla, pero a la cual le tengo mucho cariño.


Editαdo el 07 de octubre de 2014, martes.