Escuchó a lo lejos aquellos pasos que conocía desde hace años, solo que esta ocasión cargaban en ellos el peso de la perdida, el peso del dolor. Queriendo ocultar todo aquello que le hacía quemar por dentro, solo atinó a guardar silencio cuando su hija, su hermosa hija se adentró a la ahora fría habitación, y sin pedir permiso alguno, se encaminó a él y tras plantarle un dulce beso en la mejilla y musitar un ''es hora''. Le ayudó a terminar de vestir aquella ridícula vestimenta del color que alguna vez invadieron su pasado; negro.
Con los mismos pasos que Sadara había llegado a la habitación, y luego de anclarse a su único brazo caminaron hasta las afueras de su hogar, dejando en cada paso un millón de recuerdos en él antes de partir. Caminaron por algunas manzanas sin emitir alguna palabra, no había nada que hacer o decir, solo seguir.
Se quedaron de pie frente a la gran puerta de rejas por un instante antes de continuar su andar, sin siquiera prestar atención a la mirada lastimosa de uno de los veladores del lugar cuando este se quitó el sombrero de paja e inclinó su cabeza en señal de respeto. Alzó la mirada entre las nubes como si buscara en él lo que la vida justo le había arrebatado, detuvo su andar al no encontrarlo justo entre un grupo reducido de personas. Con su ojo visible miró a las personas que estaban ahí. En algún punto de su vida se dio cuenta que su familia no se reducía solo en su antiguo equipo, sino también en aquellos quienes lucharon por proteger la inexistente dignidad con la que había vuelto tres años después de su viaje de redención; fue entonces cuando por fin le abrió las puertas de su vida a la persona que le había pintado con más de mil colores su vida, ella quien se convirtió en su guardián mientras las pesadillas le consumían.
-Siempre fue la primera en todo Teme, pero me duele que en esto también lo fuera…- escuchó el balbuceo llorón en la voz cansina de Naruto a sus espaldas, como siempre, dándole el apoyo que siempre necesitó. En respuesta solo soltó un monosílabo, y volvió de vuelta a su mundo terrenal, cuando el silenció fue roto por un sollozo: el momento había llegado y Sadara sin importar el que dirán se abrazó a él y se derribó en llanto, ella lo haría lo haría por los dos.
Parecieron eternos los momentos de la despedida. Y otra eternidad bastó para que todos regresaran a sus hogares, ellos lo hicieron momentos después.
A la salida del lugar, Boruto esperaba a Sarada con una mirada desolada, él no solo sufría por el dolor de Sarada, sino porque él había perdido a su segunda madre.
Logró convencer a su hija de que todo estaría bien si regresaba solo a casa, pero sabía en sus adentros que estaba más que equivocado. Sabía que con el tiempo el olor a narcisos se iría, que el olor a vegetales como desayuno ya no serían problema, y que su mayor soledad llegaría cuando entre sus manos se desvaneciera el perfume a jazmín que la envolvía, y a él lo embriagaba.
Nada sería igual, nada lo sería.
Lo supo desde hacía un par de días cuando al despertar no sintió a su mujer en la cama como cada mañana, lo supo desde el momento en que la encontró en la pequeña sala de estar abrazando aquel retrato viejo del equipo siete. Lo supo cuando al tocar sus mejillas no sintió más la calidez de la vida.
