La sentía recorrer su cuerpo desnudo. El calor que emanaba era delicioso, provocándole una paz que pocas veces el podía conseguir.
Adictivo placer, al cual se rendía fácilmente. Gimió. Eso era el cielo, y pobre de quien lo negara.
Podría quedarse ahí por años, alejado de toda preocupación y de shinigamis ingenuos que pretendían igualar a Dios. Repentinamente se vio atacado por finas y heladas agujas. Así fue acabándose todo, hasta reducirlo a nada.
Su rostro se enrojeció, la sangre de su cuerpo empezó a bullir de coraje. Ese bastardo lo había hecho otra vez.
-Ulquiorra!!!!!!!, Me dejaste sin agua!!!!!!!!
