La llanura parecía brillar bajo el sol de primavera. Los pastos, verdes y jugosos alimentaban a los caballos que dócilmente pastaban en las inmediaciones de los pueblos.

Corrían tiempos de paz, pero siempre debían estar preparados por lo que pudiera pasar. Tras la última reunión del Concilio Blanco, parecía que la oscuridad comenzaba a abandonar el bosque negro, aunque desde Dol Guldur, lugar marcado para siempre por el mal, criaturas oscuras habían comenzado a sembrar el caos en la tranquila tierra de Rohan.

Por suerte, vasto era el ejército del rey Theoden y sobradamente poderoso para hacerse cargo y expulsar la oscuridad hasta más allá de las lindes de Fangorn o Lorien, donde los habitantes de los bosques se encargaban de ellos. Aunque unos pocos conseguían llegar al bosque negro, donde se ocultaban y volvían a hacerse fuertes.

Un pequeño destacamento volvía a la ciudad llevando reportes de los puestos de vigilancia. El estandarte de los Rohirrim que ondeaba al viento, suave tela verde con un caballo blanco, mostraba la fortaleza del pueblo de los jinetes e imponía respeto a las criaturas que lo observaban.

El paso de los caballos era tranquilo, pausado. Théodred y Éomer encabezaban el grupo, con sus armaduras intactas y prácticamente tan brillantes como cuando salieron de Edoras.

Pese a la aparente confianza, un halo sombrío cubría los soldados que marchaban en silencio, sin las acostumbradas arengas batalliles que solían acompañar la vuelta a casa. Algo había diferente en Rohan. Lo podían oler en el aire. Las inmediaciones de los bosques ya no eran un lugar seguro y desde Fangorn se oían extraños y perturbadores sonidos.

Y mientras volvían a casa, una sombra les veía acercarse al castillo. Agazapada en la ventana más alta del castillo dorado, les había visto desde hacía horas, en la lejanía.

Al ver a Éomer y Théodred la sombra se incorporó y desapareció por la escalera más cercana.


- ... Me refiero a los nuevos enemigos. - decía Théodred. Los dos primos conversaban mientras se acercaban al castillo dorado. Ya habían atravesado la puerta de la muralla de Edoras y cabalgaban al paso, mirando distraídamente los quehaceres de los habitantes de la ciudad.

- ¿A qué nuevos enemigos te refieres? - Contestó Éomer.

Ambos bajaron de los caballos y tendieron las riendas a los mozos que se apresuraron en poner las bestias a la sombra en el establo.

Théodred no contestaba y Éomer le miró, intrigado. El rostro de su primo transmitía intranquilidad. Parecía estar meditando las palabras correctas con las que expresarse.

- Durante la batalla... sólo por un segundo... - murmuró Théodred, con la mirada perdida. - Me pareció ver un ser enorme... Parecido a un orco pero el doble de grande, y fuerte... Luego desapareció en el bosque.

Comenzaron a subir las escaleras de Meduseld y Éomer chasqueó la lengua, quitándose los guanteletes.

- Primo yo estuve también en la batalla y no vi ningún orco gigante.

- Eomer, esa visión me heló la sangre en las venas y no creo...

- ¡Uaaaaaaaahhh!

Una sombra se abalanzó sobre ellos y se subió sobre la espalda de Éomer, impidiéndole moverse, con las piernas bien enroscadas alrededor de su cintura. Eomer luchaba por zafarse de ella pero era pequeña y escurridiza y ambos acabaron en el suelo, riendo a carcajadas.

- ¿Te rindes? - Preguntó la sombra.

- ¡Me rindo! - rió Éomer, notando entonces que ya era libre. Rápidamente agarró a la sombra y la colgó de su hombro. - ¡Jamás te fíes de un enemigo en una batalla, Érewyn! ¡Nunca aprendes!

- ¡Jajaja! ¡Primo! ¡Haz algo! - rió Érewyn desde el hombro de Éomer.

- Tú sola te metiste en este embrollo y tú sola debes salir. - comentó Théodred, sonriendo de nuevo, y comenzó a caminar de nuevo hacia el salón del trono. - Además si no sirves para el campo de batalla siempre puedes quedar como espía, no te hemos oído venir, Érewyn.

Éomer dió una fuerte palmada en el trasero de Érewyn y la bajó al suelo. Alborotó su cabello bruscamente y la miró, sonriendo. Su hermanita ya era una mujer, apenas 10 centímetros más baja que él, y le había lanzado al suelo como si nada. Debían introducirla en la vida de la corte cuanto antes, no era propio de una dama ir haciendo aquellos aspavientos. Ella sonrió orgullosa y comenzó a bombardearles con preguntas.

- ¿Qué habéis visto? ¿Luchásteis? ¡Explicadme cómo fue la batalla! - Los verdes ojos de Érewyn brillaban de curiosidad. Théodred rió.

- No tan deprisa pequeña rohirrim, primero hemos de reportar al rey lo sucedido, tú tendrás que esperar, como siempre. - Théodred acarició la barbilla de Érewyn suavemente. Ella sonrió.

- ¡Os he echado mucho de menos! ¡Aquí todo es muy aburrido sin mi hermano y mi primo!

- ¿Aburrido? ¿Y tú no habrás hecho algo para solucionar eso no? - Se mofó Éomer.

- ¡No más intentos de montar Mearas! - Juró ella. - Me he portado bien. He estado leyendo.

Érewyn continuaba hablando mientras se refugiaban en el fresco porche de piedra de Meduseld.

- ¿Leyendo? Hacía meses que no leías, tu última institutriz desistió de educarte al verte cabalgar de noche sin montura. Eso no es propio de una Dama. - Añadió Théodred, burlándose.

- ¡Oh! Mi pobre institutriz, sólo me hacía leer cosas aburridas... ... ¡Además el libro que estoy leyendo me lo trajo Gandalf! - Ambos aguzaron el oído al sonido de aquel nombre.

- ¿Gandalf pasó por aquí? ¿Ese viejo decrépito aún se mantiene en pie? - Comentó Théodred.

- ¡Por supuesto que está en pie! Y su libro trata de cosas mucho más interesantes que todos esos horribles pergaminos que guarda Tío en la biblioteca, que por cierto, Gandalf pasó días enteros encerrado leyéndolos...

Théodred y Éomer se miraron preocupados. Que Gandalf consultara de aquella forma tan ávida los registros de Rohan sólo podía significar que estaba metido en algo importante. Quizá tuviera que ver con el aumento de las incursiones de orcos los últimos tiempos.

- ... Trata de bosques y elfos ¡Elfos, Éomer! ¿Te acuerdas de todas aquellos cuentos que nos explicaban las niñeras? - Preguntó ella.

- Sí, algo recuerdo... sí - dijo con gesto serio y fijando la vista en la gruesa puerta del castillo. Théodred le miró guardando silencio - Oye hermana, luego seguiremos hablando ¿de acuerdo? Ahora debemos cumplir con nuestro deber.

Érewyn dejó de sonreír y puso un gesto de súplica, agarrando la cota de malla de su hermano.

- Dejadme entrar... La última vez no pude participar en los reportes. Quiero saber qué pasa en las fronteras. Oscuras noticias llegan, tétricos son los comentarios que se oyen por los corredores... Siempre en susurros o a puerta cerrada... La gente habla, Éomer - La muchacha clavaba sus ojos en los de Éomer, y éste no podía dejar de notar la preocupación en ellos. Théodred se removió, intranquilo. Érewyn le miró también a él y su mirada se suavizó. - Dejadme entrar... Necesito saber qué está pasando ahí fuera... - suplicó, susurrando.

- Sabes que no podemos. No es tiempo aún de que escuches lo que vamos a decir. - La mano rasposa de Éomer rozó la sien de Érewyn y la besó en la frente, antes de entrar en el salón del trono. - Pero falta muy poco.

- Toma. - dijo Théodred tratando de sacar de sus pensamientos a Érewyn que ya no sonreía más. - Llévale esto a Fanor. Hay que recompensarle, ha sido un buen caballo.

Puso en sus manos un par de manzanas rojas y entró en el castillo tras su primo.

Érewyn se quedó ante el dintel, viéndoles caminar hacia el trono antes de cerrarse las puertas detrás de ellos, y notó la sucia mirada de Grima recorriéndola de arriba a abajo. Un escalofrío le subió por la espalda y torció el gesto, dándose la vuelta y bajando las escaleras haciendo todo el ruido que pudo, como una chiquilla.

- ¡Érewyn! - gritó uno de los jóvenes soldados de la compañía de Éomer, rubio y de ojos grises, que la miraba, risueño. - ¿Otra vez te quedaste en la puerta?

- ¡Cállate Alheim!

Los pasos de Érewyn resonaron por los pasillos de los establos mientras se dirigía, suspirando, en busca de Fanor, el caballo gris de su primo, con una manzana en cada mano.