Disclaimer: Los personajes de DBZ no me pertenecen, sino a su creador Akira Toriyama.
EL PROBLEMA
Capítulo #1: Gris
El sol entregaba sus primeros rayos solares y la luz primigenia permitía a penas distinguir lo que dentro de aquel cuarto había. Formas difusas y colores en contraste era lo que se distinguía con mayor precisión. Todo se hallaba en descanso. Solo aquel muchacho, a paso sigiloso se encaminaba hacia la ventana. Al abrirla sintió como una suave pero gélida brisa le anticipaba lo que encontraría allí afuera. Un rápido examen a la habitación antes de partir, le permitió constatar que su pequeño hermano se hallaba preso del más profundo de los sueños, una serena sonrisa se dibujó en sus labios. Entonces, de manera imperceptible y sin vacilación se escabulló por la ventana.
Inició un vuelo lento. La instancia que lo hacía abandonar secretamente su hogar a tan tempranas horas, no era motivo de entusiasmo para él, más bien lo opuesto. El tiempo había pasado. Los días no tardaron en convertirse en meses y los meses, en años. Así fue como el angustiante dolor de la pérdida mutó por resignación a la ausencia, y esta a consuelo de lo inevitable. Aquel fue el sendero recorrido por su padecer tras la eterna partida de quien fuera su única novia. Recorrido, que si bien logró apaciguar la melancolía de Gohan, hubo algo que tres años no habían logrado extinguir: el recuerdo. Fue así como, a la conmemoración de un nuevo año de la muerte de Meiko, el muchacho, queriendo reencontrarse con la existencia de la chica, visitó el lugar donde compartió con ella uno de los momentos más gratos. Aquel árbol, que en otra época había llamado su atención por áureo de sus hojas; hoy parecía mimetizarse con el ambiente gris de aquella estación del año. El cielo, oscurecido por las nubes próximas a derramar lluvia, la brisa que hacía desplazarse con vehemencia a las mismas nubes y la tierra que oscurecida por la humedad adaptaba tonalidades oscuras; todo aquello hacía de la atmósfera un triste paisaje en blanco y negro. Sin duda aquella imagen no hacía más que reanimar en Gohan la convicción de las bondades que le había otorgado el pasado en contraste con lo que era su vida en el presente. Tal como lo que lo rodeaba, su mundo parecía estar en gris.
En su mente, ahora se aglomeraban en desorden los más puros recuerdos que tenía de aquella joven. Muchos de ellos pertenecían a aquellos pequeños detalles que en su momento, parecían no tener relevancia, eran lo que hacían sonreír ahora involuntariamente a Gohan. Ademanes, diálogos triviales y cotidianidades; todo aquello como difusos resabios que atesoraba con aprehensión y abierta hostilidad a su mayor enemigo: el olvido.
Ahora estaba allí parado frente a aquel gran árbol, su mirada vagó hasta aquel día en que aquel lugar había sido un motivo de alegría.
La muchacha seguía riendo aquella pequeña esfera de energía, muy pronto llegó al final del bosque, donde esperaba Gohan con su apariencia normal bajo un árbol de hojas doradas, feliz de ver a la muchacha.
— ¡Gohan!— exclamó divertida la chica de ojos grises mientras se acercaba corriendo hasta el muchacho— ¡Aquí estabas!— añadió mientras abrazaba tiernamente al muchacho de ojos negros.
— Meiko, pensé que irías por la derecha ¿Por qué fuiste por la izquierda?— preguntó curioso Gohan.
— Porque te quiero tal cual eres, no necesitas transformarte en supersaiyajin ni cambiar tu apariencia, te quiero así— respondió mientras se acurrucaba entre los brazos del muchacho, éste sonrió admirado por la respuesta de la muchacha.
— Meiko, yo quería decirte, si acaso tu quisieras ser mi novia— preguntó Gohan mientras buscaba tímido la mirada de la muchacha, esta se alejó levemente del muchacho buscando su rostro, entonces sonriendo, lo besó repentinamente, el muchacho correspondió de inmediato — Eso quiere decir…— dijo tras alejarse de la muchacha.
— Acepto, si quiero ser tu novia— respondió sonriendo, entonces bajo aquel árbol dorado, sellaron su compromiso de amor con un beso alborozado, por saberse ahora novios.
En aquel entonces el futuro era tan prometedor. No había nada que pudiera poner en cuestión aquello, el avance del tiempo no parecía hacer más que acumular buenos momentos que aumentaría entre ellos el mutuo sentimiento. Sin embargo, aquella adición a la vez, traía un secreto e inevitable doble filo.
Gohan se hallaba cercano a las montañas Paos, voló cargando el cuerpo de la chica, hasta aquel lugar donde le pidió ser su novia. Bajo aquel árbol de eternas hojas doradas, el muchacho silente, aferraba a Meiko, abrazaba a la chica como si aquello le fuera a devolver la vida. Esperanzado esperaba ver aquel destello gris que inocente y cálido, le decía silenciosamente lo mucho que le amaba, el perfume que caracterizaba a la muchacha permanecía ligeramente en sus cabellos, Gohan lo inhalaba viajando a aquellos días donde mientras tenía a la chica entre sus brazos podía sentir aquel aroma, acarició con pesadumbre su rostro pálido, muy pronto llegó hasta sus labios, impedidos de emitir esa sonrisa dulce que tanto había cautivado al "Chico Saiyajin", como en las últimas ocasiones solía llamarle traviesamente, ahora no quedaba nada de ello.
Aquel fugaz viaje a la felicidad prontamente acabó, para aterrizar en el despiadado suelo de la realidad. El cual parecía vociferar que de la muchacha no quedaba más que la evocación mental. Su semblante no tardó en mutar junto con su regreso a la realidad. Y es que, esta no se conformaba con arrebatarle los dulces recuerdos que del ayer conservaba, sino que además, le hacía reavivar su sentimiento de culpa. Un "no debí abandonarte" seguido de un "lo siento" era parte del mea culpa que acababa con la auto sentencia "fue mi culpa".
Unas incipientes lágrimas recorrieron lenta y tortuosamente el rostro del joven, llanto que fue acompañado por las que ahora derramaba el firmamento, como único cómplice de su pesar. Una tormenta se anunciaba, y Gohan debió abandonar aquel sitio para regresar al hogar.
Allí iba de nuevo. Como cada día, caminaba por inercia. Sus pasos ya se repetían como acto mecánico. Suponía que era algo normal, al fin y al cabo hacía ese recorrido a diario, y podría surcarlo incluso con los ojos cerrados.
Pero había algo que en medio de su abstracción de lo que si era consciente, y era esa sensación de caminar en la nada. Su mente viajante, erraba a lo remoto, aquello que solo podía encontrar en los registros de su memoria. Su mirada apagada ignoraba que sus pensamientos la hacían anular todo lo que la rodeaba. Las personas que iban y venían en su misma senda, los automóviles que con sus rugientes motores circulaban por las calles, aquella fila de árboles que dejaban ir a las últimas hojas que de sus ramas pendían; no había nada que capturara su atención en el ambiente. Es más, quisiera no tener que estar en medio de ellos.
Sus añoranzas parecían consolarse en breves pasajes de antaño que desfilaban en su mente. En ella veía a su padre riendo feliz mientras la sostenía a ella y a su hermana en sus piernas, a su madre sonriendo al verlas admirar la fuerza de su padre, los juegos que compartían junto a su hermana, carcajadas, un "te quiero, Videl" y un fraternal abrazo. Todo aquello como un triste eco que le había dejado el pasado. No podía evitar reflexionar sobre el júbilo que le regalaron aquellos días, todo parecía ir tan bien, que con verdadero arrojo se entregaba a las carcajadas, pronosticando en el porvenir nada más que bondades. El futuro no era más que una hoja en blanco, lista y dispuesta para ser coloreada de alegrías. Sin embargo, había una plana que inesperadamente cambiaría su vida. Una mancha, un pasaje negro lo estropearía todo.
No podía olvidar aquel instante. Y es que no podría ni siquiera recordar cuántas veces recapituló en su mente aquel momento. Ella y su padre habían salido al encuentro de su hermana que extrañamente se había tardado en regresar. Todo parecía indicar que la muchacha se había entretenido en el centro comercial con su novio, a quien había ido a buscar para conocer a su familia. La comida comenzaba a enfriarse, y demandaba ser consumida antes de que perdiera el encanto propio del calor. Recorrieron las principales calles, pero a pesar de ello, no los encontraron.
"Quizás ya están en casa" propuso ella renunciando a la búsqueda.
Su padre consideró válida aquella posibilidad. De tal manera, se dirigieron de regreso a la Mansión Satán. Al aproximarse a la puerta, algo extraño sucedía. La puerta principal se hallaba abierta. Su madre solía ser muy cuidadosa en cuanto a aquello, considerando la fama de su esposo, los resguardos debían ser mayores. A pesar de ello, ignoraron aquel detalle e ingresaron a casa. Lo siguiente fue un silencio sepulcral. Padre e hija se miraron extrañados, parecía no haber nadie en casa. Sin embargo, el mutismo fue repentinamente interrumpido por un desgarrador sollozo proveniente de la sala principal.
"¡Es mamá!" exclamó ella con asombro, entonces ambos se dirigieron con urgencia hasta el lugar.
"¡Mujer, qué es lo que tienes!" preguntó preso de la preocupación el héroe mundial, mientras entraba a la sala. Padre e hija quedaron suspendidos ante la escena. Meiko, yacía pálida, aparentemente inconsciente y con sus ropas teñidas de su propia sangre en los brazos de su madre.
En aquel instante, Videl esperando una conciliación con el futuro, espero en silencio a que su madre hablara. Meiko. Ella solo podía estar inconsciente, malherida pero viva. Nada podía estar mal. La llevarían al hospital y saldría adelante como tantas veces lo hizo antes. El llanto de su madre no podía ser más que el temor y el desespero por ver a su hija en aquel estado. El corazón de la ojiazul comenzó a latir con vehemencia, necesitaba escuchar a su madre decirlo, la ansiedad y la angustia empezaban a manifestarse.
"Mark, nuestra hija a muerto" aulló depositando su rostro humedecido por sus propias lágrimas en el vientre de su hija, quien tenía su cuerpo inerte sobre un sofá. Lo siguiente que oyó la muchacha fueron el llanto de su padre exigiéndole a su esposa que le explicara de qué se trataba todo eso. Videl, incrédula ante lo que ocurría en su entorno, se mantenía estática. Su mirada se hallaba clavada en el cuerpo sin vida de Meiko. ¿Era eso cierto? Su hermana ¿muerta? ¡Eso era imposible! Si hace unas horas se hallaba radiante y charlando con ella. Todo lo que presenciaba no podía ser más que la trampa mental de los sueños. Eso y nada más.
Dos días más tarde, vestida de negro se hallaba junto a su madre y su padre asistiendo al evento fúnebre en honor a su hermana. Los discursos allí enunciados se referían a ella en estricto pretérito. Ella fue, no es ni será jamás.
Sus padres lloraban, todos brindaban su solemne apoyo. Vio desaparecer en la oscuridad el ataúd que guardaba recelosamente el cuerpo de su hermana, la tierra bañando su madera, que más tarde sería disfrazada de belleza con una alfombra verde que era ornamentada por las flores que todos dejaban como ofrenda a la recién partida; la última de ellas, fue precisamente la que Videl le regaló a Meiko. Fue allí entonces, cuando cayó en cuenta que nada de lo que presenciaba era una fantasía de mal gusto de su cuerpo adormilado. Sino que, el porvenir la había traicionado y toda la confianza que en él había depositado, se desmoronó de un momento a otro. El peso de la realidad cayó de súbito sobre sus hombros, sintió un incontenible deseo de llorar, sin embargo aquello significaría renunciar, dejar de luchar y admitir la derrota ante los sucesos. Pero ya había despertado del verdadero ensueño: aquel que le hacía aferrarse a la idea de que la muerte de Meiko era solo una alucinación. Sus ojos cerrados con empeño, sus dientes crujientes y sus puños compactos se negaban a aceptar lo cierto, pero no hay nada que se pueda hacer contra lo inevitable, sus fuerzas flaquearon y permitieron dar rienda suelta a su llanto, que no eran más que la manifestación más transparente de su pesadumbre y sensación de pesimismo ante el porvenir.
De aquello habían pasado ya tres años. El tiempo había logrado apaciguar el dolor en Videl, y a acostumbrarse a la idea de la ausencia de su hermana. Sin embargo, había un día en el calendario que la hacía volver atrás, y era precisamente aquel que conmemoraba un nuevo año de la muerte de Meiko. Sus pensamientos más que añorar a su difunta hermana, estaban dirigidos a los acontecimientos vividos la última jornada en que ellas compartieron, y a los antecedentes que sobre su muerte barajaba. Sus lamentos estaban más bien encaminados al sentimiento de culpa, de no haber podido prevenir el incidente que le arrebataría la vida y sobre todo por haber confiado tan fácilmente en aquel extraño que ejecutó tan despiadado crimen. Sabía que nada le devolvería a su familia como solía ser, ni nadie lograría llenar el vacío que en ella había. Pero si existía algo que podría menguar su propia culpa, y esto era la venganza.
La hija mayor de Míster Satán tenía dieciséis años, se había dedicado a combatir el crimen en Ciudad Satán desde los trece y ya había ganado el Torneo de Artes Marciales de la sección infantil; sin dudas se había vuelto una muchacha muy fuerte y que no le temía a nada. Su empeño estaba ahora dirigido en un solo propósito: vengarse del asesino de Meiko, el hombre que causó tantos males en su vida. De él no sabía más que su nombre: Gohan, sin embargo, no descansaría hasta encontrarlo.
La mañana había avanzado, y Gohan anticipando que su madre no tardaría estar despierta, regresó a casa. Brincó hasta la ventana de su habitación, a través del vidrio constató que Goten seguía durmiendo, entonces reingresó sigilosamente al cuarto. No alcanzó a hacer suficiente cuando sintió a su madre llamando a la puerta.
– Gohan, Goten, ya es de día, deben levantarse– ordenó la mujer.
Después de unos minutos, los hijos de Gokú estaban consumiendo sus alimentos matutinos. Sin embargo, no fue dificultoso para Milk advertir el evidente contraste entre la voracidad de Goten y la inapetencia de Gohan. Fue entonces cuando decidió hablar con su hijo.
– Gohan, hay algo que quiero decirte– empezó la mujer.
– Si, ¿qué pasa mamá?– inquirió el muchacho saliendo de su distracción.
– Lo que pasa es que he estado pensando mucho en tu futuro, y creo que para tu educación sería muy bueno que dejaras de tener maestros particulares y empezaras a asistir a una preparatoria como lo hacen los chicos de tu edad. Es por eso que quiero que vayas hasta Ciudad Satán para que averigües todo lo necesario para que asistas a la preparatoria Estrella Naranja– expresó, la esposa de Gokú.
– ¿Qué?– inquirió con desencajo el muchacho.
– Lo que oíste, si quieres ir a la universidad y ser un gran investigador es necesario que asistas a una preparatoria. Allí aprenderás todo lo necesario.
– Pero ¿esa no es muy costosa?– cuestionó el joven intentando evadir la propuesta de su madre.
– Sí, pero como no pudiste tomar la beca que allí te ofrecían y me hice mucha ilusión con que fueras a esa preparatoria, comencé a juntar unos ahorros para cuando llegara este día, así que por eso no te preocupes– relató encantada.
– ¡Pero mamá!– quiso excusarse comenzando a sudar frío, pues lo que menos deseaba era visitar aquella ciudad.
–¡Nada de peros! Irás a esa preparatoria Mañana mismo irás a pedir información ¡Y no se hable más!– sentenció.
MUCHAS GRACIAS POR LEER : D
