Los personajes e historia original, le pertenecen, como todo el mundo sabe, a Rumiko Takahashi.
Two!Shot. Naraku/Kagura. Humor/Romance.
Advertencias: temas adultos.
Cosas de Hombres
Naraku se sentía estresado.
Sentía la presión de todo lo que pasaba recaer sobre sus pobres hombros cansados, como si la culpa de la situación actual de medio mundo fuera plenamente suya.
¿Tenía él, acaso, la culpa de la creación de la Perla? ¿De que la chiquilla malcriada hubiera decidido partir la grandiosa Perla en millares de pedazos? ¿De qué él mismo, el gran Naraku, existiera? ¿Qué ese grupo de cuarta no decidiera al fin darse por rendido, que siguiera luchando, lastimándose así mismo? ¿Tenía la culpa de la revolución de sus propias creaciones?
No. No tenía la culpa de ninguna de esas cosas. Todo era culpa de terceros; mas aún, mírenlo ahí. Tan agotado. Tan exhausto de lo que pasaba. Tan culpable aunque no lo fuera.
Siempre el malo era él. ¿Nadie pensaba que lo único que quería era un poco de poder, ser más reconocido? ¿Eso era malo? ¡No! ¿Por qué nadie consideraba que los malos eran aquellos otros tipos, que intentaban matarlo cada vez que se cruzaban? Oh, no, por supuesto que no. El de los tentáculos era Naraku; él era el de los venenos; él, por ende, tenía que ser el malo.
Lo que verdaderamente era, si quieren saberlo, es un ser incomprendido.
Debía protegerse de todo ese grupo que quería «venganza» de cosas ya perdidas en el pasado, y ahora incluso también de sus propias extensiones, ¡sus propios «hijos»! Encima aún no podía controlar de todos sus sensaciones humanas… y resultaba tan vergonzoso en ocasiones. ¿No era suficiente para Onigumo haberse visto rechazado una vez? ¿Quería pasar por eso de nuevo y de nuevo? Kikyō no los quería ni ver. Fin de la historia.
Pero él, otra vez, volvía a ser el malo.
Tal vez debería deshacerse de los tentáculos, solo para ver si eso ayudaba a su imagen.
Estaba tan, pero tan estresado. Le dolía la cabeza. ¿Desde cuándo le dolía la cabeza a un hanyō como él? Necesitaba distraerse, hacer otra cosa…
Una de las avispas del infierno entró en la habitación por la ventana entreabierta. El día estaba oscureciendo al fin. Naraku sintió otra puntada en la cabeza. Ahí llegaban nuevos problemas, de mano de esa estúpida avispa. ¿Ahora qué? ¿Inuyasha y su banda de mediocres estaban por los alrededores amenazando su tranquilidad?
Lo notó enseguida. Inuyasha, el monje y Kōga estaban reunidos, completamente solos. ¿Por qué solos? ¿Por qué no estaban las mujeres, la sacerdotisa? ¿Dónde estaba la exterminadora? ¿Qué tramaban ahora?
Naraku se tomó la cabeza y ordenó a la avispa que se marchara con un gesto impaciente de la mano. Los veía ahí, junto a su lado, los problemas palpitantes. Otra vez preocupado sin poder remediarlo. ¿En quién podía confiar? Solo en esas estúpidas avispas. Tal vez en Kanna. En Kagura poco; se estaba comportando raro de nuevo. El resto de sus extensiones no servían para mierda.
Llamó a Kanna con voz firme. La joven apareció de inmediato, sin hacer un solo ruido.
—Sí, Naraku.
—Déjame tu espejo —soltó. Kanna se lo entregó sin vacilar y se quedó esperando nuevas órdenes, con el rostro impávido—. Vete.
La chica se dio media vuelta y se alejó sin cambiar de expresión, un fantasma blanco que se alejaba.
Hacía tiempo que no requería de Kanna para poder ver por el espejo. Ya había aprendido a usarlo, aunque no tenía las habilidades ni el poder de ella sobre él. De todos modos, no permitiría que la niña estuviera ahí con él. Era creepy. Le ponía los pelos de punta toda su insoportable insensibilidad hacia cualquier cosa. Era como una muñeca. Igual de inexpresiva que un maniquí. Mejor que estuviera lejos de él.
Prendió el espejo y sintonizó la emisora. Lo primero que vio fue las llamas del fuego prendido en medio de la ronda y escuchó su crepitar perezoso. Alrededor, Inuyasha, Miroku y el lobo no se miraban entre ellos. El hanyō tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados; algo, pensó Naraku, demasiado previsible en él. El monje mantenía una expresión tranquila, observando al fuego crujir. Kōga se rascó la nariz, incómodo.
Que hablaran de una vez, que dijeran cuál su plan. ¿Qué se proponían? ¿Qué tramaban contra él esta vez?
—Eh —comenzó el demonio, clavando sus ojos azules con sorna en el rostro de Inuyasha—, ¿siempre son así de aburridos? Me divierto más charlando con Shippō.
Inuyasha le dirigió una mirada propia de un basilisco, sin cambiar un ápice su posición.
—Pues vete con él.
Kōga bufó y Miroku observó de reojo a Inuyasha, con el báculo entre sus piernas cruzadas. El viento del bosque despeinó un poco sus cabellos negros.
—Está un poco molesto con la señorita Kagome —le sonrió el monje a Kōga, intentando explicar un tanto la actitud de su amigo— y su inesperada ausencia.
La parte de «inesperada» sonó sarcástica incluso para Naraku, que observaba receloso desde su castillo. Kōga rió entre dientes.
—Eres un amargado, chucho. —Inuyasha le lanzó otra de esas miradas, pero volvió a enfocarse en sus pies descalzos.— Deja en paz a Kagome. Incluso te da tiempo libre y no lo aprovechas.
—Feh.
—Cierto —comentó el monje, cerrando los ojos con un suspiro—. Ya quisiera que Sango no me siguiera tanto todo el tiempo.
Inuyasha embozó una sonrisa, dejando al descubierto su colmillo.
—Para poder seguir haciendo de las tuyas.
—Pero si Sango también te dejó libre a ti.
—No se va a su aldea muy seguido —aseguró Miroku.
—Por suerte, se llevó al pesado de Shippō —siguió Inuyasha haciendo caso omiso del suspiro del monje.
—Amargo —tosió Kōga, con el puño cerrado sobre su boca.
El hanyō frunció el ceño y no dijo más, parecía visiblemente molesto con la presencia de semejante sujeto. El silencio se prolongó otros segundos, hasta que el demonio lobo comenzó a hablar de nuevo.
—¿Y qué, te gusta buscar mujeres, eh? —le sonrió a Miroku. El monje puso cara seria y negó lentamente con la cabeza, levantando la mano que escondía el agujero negro.
—No sé de qué hablas —respondió. Inuyasha lanzó una carcajada, previniendo la respuesta, y Kōga siguió sonriendo—, ¡es mi mano maldita!
Los tres soltaron unas buenas risas, mientras Naraku veía todo desde el espejo con el ceño fruncido. Jodidos idiotas. Seh, claro, tienen tienen amigos y charlas, y, ¡ay!, qué lindos son, qué divertidos. Mátenlos antes de que se reproduzcan.
Escupió a un costado.
Cuando las risas pararon, luego de algunos segundos, Miroku se puso serio de nuevo y agregó:
—Ya, en serio que he dejado un poco mi vicio —aseguró. Inuyasha torció la boca, sin creerle. Kōga paseaba la vista de uno a otro—, quiero estar con Sango una vez que todo termine.
Kōga asintió, con el rostro serio, e Inuyasha se mantuvo callado. Naraku rió, por fin divertido. ¡Qué insensato era ese monje! ¡Como si las cosas fueran a terminar bien para él!
—¿Y ella corresponde? —Kōga le codeó, divertido, intentando alivianar un poco el ambiente. Miroku le sonrió en respuesta.
—Sí, según la señorita Kagome…
Inuyasha soltó un bufido, girando la vista a un costado y con las mejillas coloreadas levemente, y acotó:
—Medio mundo se dio cuenta de eso.
—Pero quiero que confíe en mí —meditó el monje, mirándose las manos brevemente—. Si sigo tocando traseros, me va a matar.
—Eso seguro.
Rieron de nuevo, sin poder aguantarse. Naraku sintió arcadas.
—¿Y tú, Kōga? —preguntó Miroku. Inuyasha frunció el ceño, volviendo a cruzarse de brazos con una clara amenaza en el rostro.
—Pues nada. —El lobo se encogió de hombros. Miró al hanyō y siguió.— Ni me mires, ya sé que Kagome te quiere a ti, aunque sigas con la otra tal…
—No sigo con Kikyō —rezongó, sonrojándose apenas—, ustedes no saben nada, cállense.
Miroku sonrió y le guiñó, cómplice, un ojo a Kōga para que le siga el juego.
—¿Qué no sabemos?
Inuyasha frunció el ceño más fuerte aún. Naraku se mantenía entretenido, observando la escena que le mostraba el espejo de Kanna.
—Lo de Kikyō ya pasó, yo sé… —Se sonrojó de repente.— Que ahora Kagome… Lo mío es con Kagome. —Miró a los dos, enojado.— ¿Y ustedes qué se meten?
Miroku le sonrió, dejando entrever los blancos dientes.
—No eres muy comunicativo, ¿eh, chucho? —soltó Kōga—. Eso te traerá problemas con las mujeres.
—Tú ve y sigue escondiéndote de Ayame, bestia.
—Muérete.
—Ya, chicos.
Naraku suspiró. ¿Era el único que no tenía un amor en verdad? Se preguntó a sí mismo desde cuando tenía él, o le importaba, algún interés amoroso. Él no necesitaba de nadie para estar completo, tal vez solo la Perla y el infinito poder que le daría. Sí, solo eso. No necesitaba de Kikyō ni de nadie. Tal vez Onigumo, pero él no. Él estaba bien sin nadie rondando por su cabeza, sin necesidad de planear bodas, ni que le hinchen las pelotas alguna mujer como... como Kagura.
Negó con la cabeza y volvió a prestar atención a sus enemigos.
¡No, igual él no quería una charla entre hombres! Más que de hombres, eso parecía una convención de mujeres hablando de amores. Bah, maricas.
Inuyasha seguía frunciendo el ceño y mirando en dirección opuesta a Kōga, que ahora charlaba con Miroku sobre su creciente problema de… pelos.
—No, en serio, es desagradable. —Se rascó la cabeza, haciendo que su cola de caballo se moviera graciosamente de lado a lado.— Ya no sé qué hacer.
Miroku meditó un momento, llevándose una mano al mentón.
—Pues —Inuyasha arrugó la nariz al tiempo que escuchaba hablar al monje.—, ¿no has probado acaso afeitarte?
—¡De qué hablas, hombre! —gritó Kōga, incómodo, rascándose la parte posterior de la cabeza—. ¿Allí abajo?
—¿Es por eso que escapas de Ayame, eh?
—No seas imbécil, chucho —gruñó el demonio, con las mejillas sonrojadas—, no es algo lindo, ¿sabes? Hay que cuidarse para las mujeres. Ya verás cuando tengas… tú encárgate de Kagome, ¿quieres?
Miroku intervino, mientras Naraku fruncía el ceño desde el otro lado del espejo.
¿Afeitarse?
—En serio —siguió el monje como si nada—, Kagome trajo algunas cosas de su época muy útiles. En general, lo usan con Sango, pero… puedo conseguir algunas.
—¿Crees?
—Incluso jabón íntimo —aseguró, asintiendo—, déjame que converse con Kagome.
Kōga se sonrojó hasta la raíz del pelo.
—No, no le cuentes estas cosas a Kagome.
«Oh, sí, hablan de esas cosas.»
Naraku se turbó. ¿En serio? ¿Ahora había que afeitarse? Miró sus partes. Volvió la vista al frente. Bueno, sí, tenía una linda cabellera, tanto en la cabeza como… pero él… no. Mm… no podía hacer nada con eso.
De todas formas, ¿para quién se iba a arreglar? A nadie le importaba si tenía el pelo muy crecido o recortado, ondulado o lo que sea. Se sintió alicaído. No importaba. Pero… Debía robarle esas cosas a la sacerdotisa. Nunca sabe uno cuándo la situación puede llevar a desnudarte en público. Mejor que estuviera recortado y acondicionado.
Volvió la vista al espejo.
«Qué útiles pueden ser las charlas de hombres.»
—No pasa nada —siguió Miroku—, la señorita Kagome nunca tuvo tapujos conmigo, tenemos una gran amistad y no importa lo que le pida, ella…
—No sigas hablando, monje pervertido —gruñó Inuyasha, frunciendo el ceño—, te golpearé si insinúas algo más.
Miroku le golpeó la cabeza con el báculo en un rápido movimiento.
—No seas idiota, querido Inuyasha.
Kōga se rió largo rato de eso, mientras Inuyasha se encargaba de no moler a golpes a un pobre humano indefenso que intentaba suicidarse.
—¿Y Kagome tendrá algo para… —comenzó Kōga, cuando pudo volver a hablar—, eh… eso?
—¿Qué?
—Para cuando se te paspan… ya sabes…
—Oh.
Inuyasha alzó una ceja, intercambiando miradas con Miroku.
—Pues creo que no —respondió el hanyō, sorprendiendo a todos.
—Debería preguntarle si hay algo de eso —habló el monje más para sí que para sus compañeros. Cuando vio el rostro de Inuyasha, agregó—, o tal vez no.
Oh, sí. Estúpido paspado de pelotas.
Definitivamente, si la chica tenía algo para eso, se encargaría de robarle hasta la última reserva. ¡Cuántas veces tuvo que escapar de una batalla por el incesante ardor!
—Es realmente molesto —agregó Kōga, frunciendo el ceño—, a mi me pasa siempre.
—Debe ser la velocidad —intercaló Miroku—, yo pensé que solo a mi me pasaba. ¿A ti también, Inuyasha?
—Pues sí, qué crees —gruñó—, ¿por qué crees que decido tomar un descanso después de un largo día de caminata?
—Oh.
Tenía sentido, si lo ponía así.
—Me había salvado de eso cuando Sango decidió que podía viajar junto a ella sobre Kirara —sonrió Miroku—, pero es muy feo.
—¿Alguna vez tuvieron que huir? —preguntó Kōga—, es ridículo verme caminar así, como si hubiera bajado de un caballo luego de todo un día de montar.
Las risas se hicieron de nuevo, mientras Naraku asentía (y sonreía, aún contra sus principios) del otro lado del espejo.
Oh, qué envidia les tenía. Si él tuviera algún hombre con quién charlar esos temas… Solo habían estado con él Los Siete Guerreros, pero uno era rarito, había un traidor, Bankotsu era un jodido idiota que solo seguía a Kagura por todo el castillo, y el resto eran un montón de trogloditas. Imposible conversar.
Y sus obras maestras, si no querían tomar una represalia contra su creador, pues eran mujeres.
El silencio se hizo de nuevo detrás del espejo, así que Naraku volvió a posar la vista en el grupo de hombres.
—Y ahora, hablando en serio —comenzó Kōga, acercando el torso un poco más al centro, sonriéndoles a sus compañeros—, ¿qué tal el sexo?
Inuyasha se sonrojó y Miroku sonrió, pasando a mirar al horizonte.
—De las mejores maravillas ideadas por la naturaleza, ¿no creen? —respondió el monje. Kōga asintió, sonriendo. Luego, ambos dirigieron la vista al hanyō.
—¿Qué tanto ven?
Naraku, sorprendido por el giro de la charla, miraba ensimismado.
—¿Y qué tal? —le sonrió—, tuviste esa mujer, ¿no? ¿Quién fue la primera?
Inuyasha se sonrojó aún más, más cruzado de brazos de lo que parecía posible.
—No sé de qué hablas.
Miroku y Kōga intercambiaron miradas. El silencio se hizo un momento. Naraku esperaba, expectante.
—No me digas —comenzó el lobo en un susurro, mirándolo con los ojos abiertos—… eres virgen.
Inuyasha no dijo nada, cada vez más sonrojado (y ofuscado). Kōga lanzó una carcajada y Miroku sonreía sin poder evitarlo.
—Se te pasarán los años, Inuyasha.
—Feh —rugió, rojo como su haori—, aún hay tiempo, no jodan con eso.
—¡Pero si ni siquiera se te parará para cuando lo intentes! —seguía riendo Kōga.
Naraku no pudo reír con aquello. Él también… ya saben. Odiaba admitirlo, pero si tenía que ser sincero consigo mismo, él también era virgen. Onigumo no, ni tampoco el cuerpo que tomó para él. Pero Naraku, su esencia: sí-lo-era.
Bajó la cabeza. Aquello era inaudito. ¡Él no debía preocuparse de la virginidad! Era ridículo. ¿Por qué estaba mal el nunca haberse acostado con una mujer? ¿No podía esperar a la adecuada?...
No había adecuada en ese jodido mundo, nadie estaba a su alcance.
Gruñó por lo bajo. Eso era muy patético. Incluso el lobo era hombre del todo, y él todavía no. Lo peor es que estaba al mismo nivel que Inuyasha; tenía que cambiar eso de inmediato. ¿Pero con quién? No iría con ninguna humana y no había ningún demonio… no, bueno, no sentía nada por ella, eran sólo esas…
—Erecciones espontáneas —soltó Kōga, mientras los otros dos asentían—. ¡Siempre en el momento más incómodo!
A Naraku le estaba empezando a joder que siempre supiera qué decir en el momento adecuado; pero era la verdad: erecciones espontáneas… siempre. La peor había sido al crear a Kagura... y, cuando ella lo notó, peor aún. Estúpida mujer. Le subió el ego cuando había sido solo por esas casualidades de la vida.
¡Todo por tomar un cuerpo con pene!
—Son… molestas —Inuyasha estaba sonrojado.—, una vez ocurrió cuando estaba solo con Kagome. Parecía como si yo… ¡juro que no pensé nada de eso!
—Lo sabemos —aseguró Miroku, mientras Kōga del otro lado confirmaba.
Ahora que lo pensaba, muchas de sus erecciones espontáneas tenían que ver con cuando estaba Kagura presente.
Oh… no… ahí estaba… Revelación. Que lo maten. ¡Él no podía sentirse atraído por ella!
No, solo estaba estresado, eso era, y escuchar esas estúpidas charlas entre esos tres idiotas no hacía más que trastornarlo un poco más de lo que ya estaba. Sí, por supuesto que era eso. No más que eso. Él no se sentía atraído por Kagura ni un poquito; ¡por supuesto que no quería sacarse su virginidad con semejante mujer!
Miró al espejo. Kōga, Miroku e Inuyasha estaban riéndose, y ahora había empezado a asar unos pescados que Kōga había conseguido tiempo atrás y guardaban en una supuesta «hielera» (que supuso él, era de la sacerdotisa).
Naraku se sentía jodidamente mal. Los odiaba con el alma. Los detestaba. Los quemaría vivos, en ácido, y luego reiría de manera macabra.
Oh… ahí iba de nuevo. La depresión. Apagó el espejo y se frotó la frente con el dedo índice.
¿Estaría sufriendo algún trastorno mental? Se sentía mal, pero seguramente era culpa de ese jodido estrés. Estaba acabando con él. ¿Por qué él no tenía a nadie con quien charlar sus problemas?
Se levantó y comenzó a dar vueltas por la habitación.
¿Realmente hacía las cosas tan mal? ¿Se merecía tanta soledad? Él no era tan malo… creía.
O sí, ¿qué importaba?
¡¿Por qué no tenía a nadie con quien hablar de sus jodidos huevos paspados?!
—Ey, Naraku. —Kagura intervino su monólogo, entrando en la habitación sin golpear y con cara de pocos amigos. Se calló al ver el semblante de su amo y frunció el ceño.— ¿Qué ocurre?
Naraku juntó las cejas y se acercó a ella, que estaba a unos pocos pasos. Estudió su semblante. Era atractiva; claro, después de todo, él la había hecho. Luego estudió su cuerpo (ante la atónita vista de ella), también era voluptuosa. ¿Era estrés o depresión, o qué era eso que llevaba a que a él, la gran pesadilla de muchos, se le parara espontáneamente cuando estaba con ella?
Kagura titubeó un momento antes de seguir. Que la mirara así le ponía los cabellos de punta. Tenía una sensación muy rara en el estómago.
—Naraku —soltó de nuevo; él parecía que, a pesar de mirarla a los ojos, no la miraba en lo absoluto—, ¿qué ocurre?
Él explotó. ¡Lo que fuera, él aún así estaba solo!
—¡A mí también se me paspan las pelotas! —gritó, tomando a la demonio por los hombros y sacudiéndola levemente—, ¿entiendes eso, Kagura? ¡A mí también!
Como ella se quedó callada, sin siquiera saber qué cara poner, Naraku la soltó, pero no se movió de su lugar.
Se sentía solo. Estaba solo en todos los sentidos.
Kagura lo observó seriamente unos segundos, sin atreverse a hacer nada. Naraku, por primera vez, se veía cansado. Parecía tan… necesitado en ese momento. La joven tragó duro. Oh, Kami-sama, ¿qué estaba a punto de hacer?
—Oye —comenzó, posando una mano en su hombro—, ¿estás bien?
Naraku clavó en ella su mirada, que muchas veces había sido venenosa. Una corriente de aire frío envolvió el cuerpo de ella, paralizándola. Naraku… no parecía él. Parecía un nene al que le habían sacado su juguete preferido.
Estaban muy cerca el uno del otro y la mirada que le dirigió le trajo mala espina.
Y luego pasó lo inesperado. Posiblemente, lo más inesperado que vivió hasta el momento. Naraku acortó la poca distancia entre ellos, tomó su rostro con una mano y la besó, dejándole marcas en la cara de lo brusco de su agarre; buscando su boca y manejándola como él quería. Dejándola con un sabor raro; como a prohibido, a incorrecto, pero igual gustoso.
De la misma manera, rudamente, se separó.
—Por supuesto que estoy bien —soltó a los pocos segundos, dándose la vuelta, volviendo al espejo—. Vete. Y no vuelvas a menos que te llame.
—Cla… claro.
Kagura pegó media vuelva y se fue sin mirar atrás.
Nunca pudo descifrar qué pasó esa noche. Pero estaba segura de una sola cosa: tenía algo que ver con los huevos paspados de Naraku.
Nota de la autora:
# Pequeño fic con dedicación exclusiva a Agatha Romaniev. ¡Feliz cumpleaños, mujer de las tinieblas! Te adoro por todo, incluido tu poder para atraer a las personas que conocés al lado oscuro.
Lectores, espero hayan disfrutado del relato. Saludos desde este lado de la pantalla,
Mor.
