Renuncia: Todo a Mark Gatiss y Steven Moffat.
Adverencia: Este drabble se ubica en las temporadas 1 & 2.
Notas: Dejé esta serie a mitad de la tercera temporada y no estoy al tanto de nada, me quedé con el John/Sherlock de los primeros episodios cuando recíen desarrollaban su relación, dah. Conclusión: este fic carece de sentido, trama y sólo son palabras vomitadas. Pero ha sido el cumpleaños de Misari, mi hermana y filósofa, y vengo prometiéndole algo de este fandom. ¡Feliz cumpleaños atrasado y ojalá puedas encontrarle el sentido a esto!
Tacto fúnebre
A veces se acuerda que lo quiere.
Es que Sherlock hace que le florezca frío en la garganta, en la sangre coagulada. John siempre ha querido ignorar el zumbido entre sus costillas, cuando Sherlock roza accidentalmente sus uñas con sus palmas callosas, o la mirada gris que le mira largamente en los silencios íntimos de las mañanas. A John no le gusta quererlo, ni que Sherlock lo quiera a él, porque todo es muy difícil.
(como que quiere tocarle el pelo enmarañado y enredado de polvo y tal vez acariciarle los labios mordidos. Pero no puede, no debe. Tiene miedo de quererlo más profundamente).
Y piensa que no le importa la distancia abrumadora, piensa que no importa la muerte fingida o los romances para distraerse del frío que tiene en las venas plásticas. John es un ruido interno por dentro, pero Sherlock es una tormenta calma y John quiere golpearlo por eso («deja de quererme, basta basta basta basta»).
Los romances van y vienen y Sherlock siempre mira todo con ojos indiferentes (y un poco de agonía en las órbitas). Es que a veces se acuerdan del infierno del otro, y John detesta que se quieran tanto (es que desea enterrarse en él y que lo congele con su nieve tímida, sabe que hay agonía entre sus dedos que tiemblan y ansía tocarle la piel tan suave como cuerdas de violín).
Pero se calla.
Algunas veces logra sentir, incluso hoy, la mirada perenne de Sherlock contra su espalda. Sabe que tarde o temprano acabará mirándolo a él también y (quiere besarle la comisura de los labios, quiere).
Es que Sherlock es un misterio y John teme resolverlo (va a terminar a ir más allá de sólo quererlo). Pero poco a poco no hay mucho que deducir cuando a escondidas siente la mano callosa de él rozarle con temor el cuello y John intentando torpemente corresponderle. Se quieren (y hace frío cuando Sherlock no lo toca, no lo mira, no lo recuerda).
De todas formas está bien, con tan solo escuchar sus melodías improvisadas, en el eco de la casa, con ese violín tristón y repetitivo. Está bien con seguirlo a todos lados y quererlo más y más, no temer hundir las manos en la oscuridad turbia que yace dentro de él, querer abrirle las heridas y cerrárselas definitivamente. Sherlock es un infierno floreado y John ya se ha encantado con él, muy en el fondo de su orgullo, y mientras más se queja de su carácter y de sus palabras inexpresivas más es notorio cómo lo trae atorado en el paladar (es que quiere degustarlo, quiere hundirse en su hielo).
Quererlo es como oír la lluvia violenta contra la ventana empañada, como el temblor a mitad de la madrugada, como un dolor de cabeza que se expande por las venas. Hay una euforia que lo asusta. Es que Sherlock vive en la oscuridad húmeda (y desea que John le palpite luz, que derrita su invierno superficial, pero no se atreve a decirlo).
A veces se acuerda que lo quiere.
(sobre todo cuando ocurre que una madrugada, Sherlock no teme en tomarle de la mano violentamente y producir un manojo de palabras inconexas, esta vez sin evadir su mirada, atravesándolo con su gris y las palmas temblorosas sobre sus brazos. John no teme en besarle los párpados cerrados con fuerza, cuando por fin guarda silencio y se le roboriza la vida. Entonces le dice entre tartamudeos: «Hace frío sin ti, pero se vive»*).
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*Verso del poeta Roque Dalton.
