Una tradición construída en base al honor, la disciplina, honor, el deber...
...la justicia.
El surgimiento de una civilización cuyos cimientos están llenos de mentiras e ideales burdos que jamás porían coexistir con la verdadera identidad de su gente. Corruptos por el orgullo y el narcisimo, son presa de su propio engaño colectivo, un sueño ilusorio del que prefiere creer ciegamente en ideales vacíos antes de siquiera contemplar la existencia de una sentir contrario a aquello de lo que más profundamente se aferran.
El terror a lo desconocido es peligroso, letal incluso si no se cuida. Cultívalo en tus súbditos unos cuantos años y verás cómo el miedo se convierte en odio. Hazlos temer aquello que odias y enciérrate detrás de grandes murallas. Un mundo ideal para aquellos cobardes que se justifican en la tradición y, paradójicamente, se jactan del honor y la disciplina que jamás han practicado.
Sin embargo, y a costa de bastantes— quizás demasiados sacrificios, los orígenes de un Reino siempre están conectados a una parte obscura y sombría, cuyas raíces invisibles a los ojos de las generaciones venideras, siguen intactas de la maldad en la que fueron fundadas.
Demacia,
tierra de veneración a la búsqueda de la verdad única.
Del veredicto, de la justicia, del honor.
Un reino donde todos sus habitantes pueden descansar y dormir en paz durante la noche gracias a su enorme historia militar, los frutos del ejército y la preocupación de su monarca por todas las familias que allí habitan y cooperan, día a día, con su parte, siempre con la frente en alto y coordial hacia el prójimo.
¿Qué cara ocultas, cómo es que pagas toda la bondad que sale de tu mano?
Una vez que las personas se acostumbran a un estímulo, sea éste bueno o malo, es muy difícil hacérselos notar como un algo aparte que no necesariamente era lo normal en su inicio. Lógicamente, hay excepciones. Si bien la esclavitud y los malos tratos pueden comprenderse por ciertas sociedades aplastadas con el paso del tiempo como algo normal, el instinto de supervivencia siempre iniciará una revelión.
Las realidades más difíciles de cambiar son aquellas que, ante el ojo superficial, lucen pulcras, blancas, brillantes... justas.
Este sueño colectivo del cual hablábamos termina por abarcar a personas inocentes, personas ajenas a su origen que sólo han de juzgar por aquello que ahora ven o en el ahora les cuentan. Lentamente, segundo a segundo, la máscara del lobo negro se tiñe de blanco y una sonrisa serena. Demacia no es más que una tierra despreciable, donde mientras más íntimo y amigo te vuelvas de ella, más propenso es a que te traicione y te apuñale por la espalda cuando más le convenga. Esta obstinación, este rechazo hacia el avance, las nuevas ideas y el miedo absoluto a perder el control y el halago que tanto le caracteriza la vuelve un asesino letal que podría asesinar a su propia madre y el seno de su comida.
Basta con echar un vistazo más allá: No juzgues este Reino por sus vasallos; atrévete a dar una mirada más profunda. Observa cómo se asesinan los unos a los otros por conceptos banales como "honor". Mira como Demacia, la justa, hace que dentro de familias se asesinen los unos a los otros por "tradición". Localiza las montañas en el horizonte, ahí donde el sendero se vuelve más polvoriento y rural y dime cuántas veces las aldeas bajo su protección han sido asaltadas tanto por los vivos como las sombras y a nadie parece importarle.
Porque mientras el amanecer siga resplandeciendo sobre la ciudadela la vista de los ciudadanos será cegada. Porque mientras el blanquecino valor se alce y se entonen los cantos honorarios, todos harán oídos sordos a los niños huérfanos y seguirán recordando la dignidad de los muertos en batalla; a veces es más fácil escribir un discurso sobre una vida a preocuparse por ella.
La oscuridad de Demacia se asoma en cada esquina, en cada rincón que queda olvidado y oculto por la brillantez del reinado. En cada asesinato, en cada pérdida a la que todo el mundo hace oídos sordos y corre la vista.
No pueden reconocerlo, no.
Porque, si lo hicieran, sería aceptar que Demacia, sus ideales, les habría fallado.
Esta es la historia de una tragedia, cuyo primer y fatídico día empezaba con una pareja feliz y reconocida, que cegados ante el encanto de las sonrisas, los blancos muros de la ciudadela y la bondadosa cobija de sus habitantes, decidieron que sería el mejor lugar para criar a su futura hija. Sin siquiera percatarse que era el primer paso a su propia perdición.
«Recuerdo el éxtasis y la adrenalina de la primera muerte, el primer eslabón en mi largo camino por encontrar la venganza. Incluso ante ese placer no esbozaría una sonrisa. No fue hasta que vi su cuerpo tirado en el suelo y la sangre caliente manchar mis manos que comprendí algo vital, el obstáculo que hasta ahora se interponía entre mí y mi objetivo.
No necesitaba una nueva madre o una familia. Todo es sólo un obstáculo.»
