Los personajes de Bleach pertenecen a Tite Kubo.

La historia es una adaptación de la película mexicana "La cobarde" (1952) del director Julio Bracho y protagonizada por Irasema Dilián y Ernesto Alonso.

Advertencias: AU, contiene OoC, muerte de un personaje. Drama.


LA COBARDE

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Prefacio.

Era una noche de tormenta, el viento rugía con fuerza moviendo las ramas de los árboles que se resistían a ser arrancados de raíz, las hojas revoloteaban en el aire dirigiéndose a cualquier lugar que las llevara el viento. La lluvia, fina pero constante, empapaba las calles pavimentadas.

Los relámpagos y truenos se hacían presentes en el cielo oscuro dando muestra de la fuerza y ferocidad de la naturaleza. Casi todos los habitantes del pueblo costero de Karakura dormían abrigados y bajo la seguridad de un techo.

Pero a esas horas, más de media noche, una figura esbelta y de mediana estatura caminaba por aquellas oscuras y solitarias calles.

Era una chica de cabello negro largo, ojos violetas y piel blanca. Usaba un vestido negro hasta las rodillas, zapatos de piso también negros, los cuales ya estaban húmedos, y un largo abrigo que la protegía del frío.

La lluvia que caía por su rostro se mezclaba con las lágrimas, su rostro demostraba aflicción y miedo. Cada vez que escuchaba un trueno su cuerpo temblaba, ya que desde pequeña le asustaban las tormentas y no fue hasta un par de años después de haber llegado a Karakura, cuando le contaron su historia, que comprendió el porqué de ese miedo.

La chica llegó al muelle y se detuvo frente a una pequeña embarcación llamada "Kirsche". El barco, única propiedad de la chica, se mecía al compás de las olas que se levantaban y se azotaban con furia en las escolleras.

El mar estaba agitado y mostraba su ímpetu y poder. La chica de cabello negro reflexionó por un momento y llegó a la conclusión que ella era como esa embarcación que no oponía resistencia contra la furia del mar, que sólo se limitaba a dejarse arrastrar en la dirección que él quisiera.

Y si ella era la embarcación, él era el mar. Fuerte, furioso, misterioso, caprichoso, siempre llevándola por el camino que quería, siempre haciendo su voluntad sin pensar en el daño que ocasionaba.

Se debatió entre entrar o no, puesto que lo que estaba haciendo era una locura, lo sabía bien, pero también sabía que si no entraba algo muy malo podía ocurrir y no quería llevarlo en su conciencia.

Así que se limpió las lágrimas y la lluvia de su afligido rostro y con paso firme subió por la rampa.

Caminó directo al camarote en el que tanto se había divertido de niña. Adentro un hombre de piel trigueña estaba sentado sobre la ya muy vieja y empolvada cama. Su mirada estaba perdida en la pistola que llevaba en las manos.

La mujer de cabello negro y ojos violetas se quedó mirándolo desde la puerta del camarote.

—Sé que te vas. —rompió el silencio el chico al escucharla llegar. Volteó a verla pero sin dejar de jugar con la pistola. —Haces bien, todos los cobardes hacemos lo mismo. —dijo y de nuevo miró aquella arma negra. —Somos como las ratas, huimos cuando presentimos peligro.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella cansada de esa situación.

No quería entrar en discusión, además lo aceptaba, ella era una cobarde. Una cobarde que no se atrevió a decir no, que no tuvo coraje para luchar por su felicidad y por su amor y que por eso ahora era tan infeliz.

—Te he llamado para decirte adiós. —respondió él con el semblante sereno. —porque será la última vez que me verás. —exclamó decidido.

—¿Cuántas veces me has dicho lo mismo? —le reprochó dejando caer los brazos a sus costados, hasta ese momento se había mantenido apretando su abrigo a la altura del pecho. —y aún sigues aquí.

No es que lo quisiera ver muerto, claro que no, después de todo lo quería. Sí, era tan tonta que a pesar del daño que le hizo no le podía guarda rencor. Pero también ya estaba cansada de sus juegos, y estaba cansada de dejarse manipular por él.

Sonrió de forma irónica por la situación, pues si estaba ahí era precisamente porque de nuevo él la había manipulado.

—Esta vez es en serio. —susurró el chico con voz apagada. —yo no puedo vivir sin ti. —declaró viéndola a la cara. —si ya no podemos estar juntos, es mejor morir.

En verdad deseaba acabar con el sufrimiento, con la incertidumbre, con el dolor.

—¡Ya no me tortures más! —pidió desesperada poniendo ambas manos a los lados de su cabeza. De nuevo esas palabras que tanto la herían, pero se obligó a recobrar la calma y otra vez bajó sus manos a los costados. —sé que no te matarás. —le dijo fingiendo seguridad, pues en realidad temía que él cometiera una locura. —pero en cambio yo voy a morir lentamente, sufriendo y arrepintiéndome de las decisiones que me orillaste a tomar, llorando cada noche por lo que perdí.

—No digas eso Rukia. —solicitó con angustia el chico poniéndose de pie. —No quiero que sufras, quiero que vuelvas a sonreír, que seas feliz.

—Para eso tendría que morir. —exclamó la joven.

—Simplemente tendrías que dejar de vivir. —comentó con serenidad el chico, mirando hacia un costado de la mujer.

Fue cuando ella reparó en la pistola que estaba sobre un mueble de madera, junto a la puerta y lo suficientemente cerca para ser tomada por ella con sólo estirar el brazo.

—Los dos estamos cansados de esta situación, ya no tenemos fuerzas para seguir adelante. —señaló el chico avanzando unos pasos, pero se detuvo al ver que Rukia se puso tensa y se pegó contra el marco de madera. —Aquí sólo hemos sufrido.

Rukia lo escuchaba de forma atenta, mientras su mirada se perdía en el techo y en los recuerdos.

—Fuimos víctimas del destino, que no nos dejó estar juntos. —su voz la hacía evocar aquellos momentos dolorosos y tristes. —Y que tampoco te dejará estar con él.

Recordó ese día en el barco, sintió sus besos y caricias sobre su piel. Movió la cabeza para alejarlos, se talló los brazos intentando borrar las huellas de esas caricias, de ese día cuando comenzó su infierno.

—No fue el destino, fuiste tú. —le reprochó.

Ya estaba muy cansada de cargar esa cruz a cuestas, muy dolida, ya no aguantaba la situación. Sin ser consiente o quizás sí, tomó el arma con su mano. Estaba fría, ¿o ella era la que sentía frío y por eso temblaba?

—Podemos seguir así, frente a frente, y esperar a que llegue la mañana. —Rukia se dejó dominar por la voz tranquila y profunda del chico. —Y entonces irnos los dos juntos a ese lugar lleno de paz y luz.

—Y no tener que estar más en la oscuridad, y dejar el sufrimiento atrás. —murmuró Rukia. Ya no podía pensar en nada más que no fuera la voz aterciopelada del chico, esa voz que de nuevo influía en ella y a la que no podía resistirse.

Quizá porque en el fondo deseaba emprender ese viaje sin retorno. Por qué si ya no podía ser feliz ¿Qué sentido tenía vivir?

—Si tú quieres al alba emprenderemos el viaje, juntos. —hizo énfasis en la última palabra y se acercó a ella. —Y dejaremos atrás todo el dolor y la soledad, al fin tendremos la vida que soñamos.

De nuevo pudo respirar su fragancia masculina, esa que la había hecho caer en su dominio y la había dejado vulnerable.

—Sí, al alba. —murmuró ella sin quitar la vista del techo. Quizá entonces podrían finalmente estar juntos.

—Pero tiene que ser al mismo tiempo. —informó el chico. —porque sería muy cruel un momento de soledad antes o después. —Ella asintió viéndolo a la cara, dando así por cerrado el pacto entre ellos. Él sonrió, por fin estaría con ella eternamente.

Él la contempló desde esa distancia, memorizándose sus rasgos y el gesto de tristeza y dolor que se reflejaba en su rostro.

Las horas pasaron casi en silencio, la tormenta ya había cesado y sólo podían escuchar el sonido de las olas, sonido que los llenaba de paz, esa paz que tanto ansiaban.

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Él se encontraba sentado en la cama, ella recargada en el marco de la puerta.

—Ya es el momento. —anunció el chico al acercarse el amanecer. Tomó la pistola que descansaba en la cama y acercó el cañón a su sien.

Rukia levantó la pistola y también la acercó a su cabeza, lágrimas se derramaban por sus blancas mejillas.

El sol salió con todo su esplendor y un disparo se escuchó rompiendo la calma de la mañana. Las aves paradas sobre los barandales del barco salieron en vuelo asustadas por el ruido.

De nueva cuenta aquel barco fue testigo de una tragedia, así como aquella acontecida muchos años atrás, cuando Rukia apenas era una niña de cinco años.

Aquella tragedia que entrelazó para siempre las vidas de Rukia y tres hombres, Ichigo, Kaien y Ashido.


Serán capítulos cortos, en este caso el prefacio está tomado de poco más de la mitad de la historia.

Como es basada en una película mexicana antigua, pueden esperar mucho drama e ideas un tanto clichés.

Ojalá les haya gustado el inicio y me lo puedan hacer saber a través de un review.

Saludos.