Inspirado en la canción de uno de mis tantos favoritos (Tiziano Ferro con Alucinado) A quien lea, ¡gracias totales!

Lo personajes presentes en este One shot no me pertenecen, sólo la trama.


Alucinado


- Buscaba... a Ron – dijo con un hilito de voz. La vio de pie bajo el umbral de la puerta, parecía perdida.

Había llegado con los ojos rojos y las mejillas empapadas. Tenía el rostro encendido y estaba acalorada, como si hubiese llegado corriendo a toda velocidad y necesitara recuperar el aliento. Abría la boca desesperada, queriendo capturar la mayor cantidad de aire posible.

Los órganos internos de Harry fueron víctimas de un precipitado tifón, inesperado y confuso. Su mente se nubló, preocupado y angustiado.

- ¿Qué pasó, Ginny? – Atrajo a la mujer por un brazo y la hizo pasar al departamento. Tal era su exaltación, que no reparó en que aquel gesto, fue un poco brusco - ¿Qué pasó?- repitió, cuestionándola con cada uno de sus gestos. El rostro se le contrajo en una mueca extraña, al verla realmente afectada. - ¿QUÉ PASÓ? - gritó, blandiendo las manos. No soportaba verla llorar.

- Quería a Ron… – se enjuagó las mejillas, en un vano intento de secárselas. – Quería a Ron… para decirle… – la tomó por uno de sus brazos al percibir que sus pasos eran poco estables, ¿estaría borracha? Olisqueó el aire, no percibió aroma alguno de algún licor – para… – continuó la mujer – ¡que lo moliera a palos! – le dio un gruñido de frustración, Harry lo comparó con el ruido que sale de un motor antes de arrancar. Trastabilló camino hacia el sofá y no cayó por el abrazo que le brindaba, para su seguridad. Le palpó la espalda, apreciándola entera. Quería abrazarla y protegerla.

- Ginny... – la empujó delicadamente sobre el sillón, ella hipaba del llanto – calma, Ginny. Por favor. ¿Quieres agua? – se acuclilló, con las manos sobre las suyas en sus rodillas. Se preocupó de que sufriera un ataque en escena, estaba hecha un mar de nervios. – Ginny, respira – le rozó las muñecas - ¿Quieres agua? – hizo ademán de levantarse, ella le apretó las manos.

- Espera – lo miró, era difícil apreciar el color de sus ojos tras la cortina de lágrimas. Le brillaban las mejillas. Sorbió y trató de serenarse.

Harry creyó escuchar el gruñido del monstruo en su pecho, alertándolo. Respiró a la hondonada, no era el momento para algún vivo movimiento.

- Tranquila – Harry soltó una de sus manos, secando con los dedos las gotitas que nuevamente empezaban a descender por sus pómulos. De a poco la notó recobrar la compostura. – Tranquila, ¿agua? – Ginny asintió con la cabeza, soltándolo.

Harry sólo tardó medio minuto en ir a la cocina y regresar con un vaso de agua; estaba caliente, por lo que le había añadido dos cubitos de hielo. Ginevra respiraba con más serenidad, no obstante, su pecho aún subía y bajaba agitado. Se tomó el agua velozmente y pidió un poco más.

- Lo siento, Harry – de nuevo tomó el vaso y bebió con tal rapidez, que el hombre pensó que se ahogaría.

- Descuida. ¿Qué fue…?

- Soy una estúpida – se arrojó hacia atrás, descansando su espalda en el sofá. Por poco dejó caer el vaso.

- Ginny… – empezó, con un repentino ataque de pánico. La sangre empezó a inundarle el cerebro, ocasionándole jaqueca. – ¿Acaso él se atrevió a…?

La pelirroja lo observó, sus ojos chispearon confundidos antes de abrirse, enormes. Dos lamparones castaños.

- ¡No, Harry! No me golpeó, si eso es lo que piensas.

El hombre no supo en qué momento comenzó a abrir y cerrar los puños, repetidamente. Quería gritar, enmancillado y dolido, al imaginarse a su preciosa Ginny siendo lastimada...

Era su amiga, la hermana menor de su mejor amigo... y, bueno... era su amiga. Y... él...

- Llegué a su departamento, y estaba con otra – escuchó la voz de la mujer de forma distante, había hablado bajito, como si estuviese avergonzada; jugueteaba con el vaso entre sus manos, dándole vueltas. Después aulló - ¡Se estaba follando a otra! – exclamó, inflando los cachetes y profiriendo aquella frase en un resoplido.

La furia siguió, latiendo voraz, sin embargo, algo en su pecho comenzaba a recomponerse. Michael se iría al carajo, al fin. Y entonces Ginny... él...

- ¡Ginny! – exclamó, soltando todo el aire. Ni había notado siquiera el momento en el cual había dejado de respirar. – ¡Pensé que el maldito te había lastimado!

- ¡Sí me lastimó! ¡Estoy dolida!

- Sí, sí, lo sé. Sólo… pensé… – la miró, volvía a llorar. – Hey, Ginny – con un brazo la atrajo hacía él, hasta que su cabeza pelirroja encontró apoyo en uno de sus hombros. – Lo siento - lamentaba verla sufrir, pero no lamentaba la acción del hombre que le había destrozado el corazón. No, no lo lamentaba. Sin Michael, él... y Ginny...

- Quiero que Ron lo haga puré, y tú puedes ayudarlo.

- Claro que sí - sonrió a medias. Era un deleite sentirla tan cerca...

- ¡Es un maldito imbécil!

Michael Corner siempre fue un hijo de puta. Nunca le agradó. Se impresionaba al notar que Ginevra tardaba tanto en darse cuenta del sin bolas que tenía al lado.

- Un imbécil.

- Y yo que pensé… después de estar tanto tiempo sola… – la mujer dejó el vaso a un lado y se abrazo a él, para su fascinación – pensé… - volvió a hipar.

- Ya, ya… – le acarició el cabello, aletargado. Ella podría estar lloriqueando, pero ¡Dios! amaba tenerla entre sus brazos. – Ya, preciosa – apoyó su boca en su coronilla al ella meter la cara en su pecho, buscando consuelo.

Debía quedarse quieto, tranquilito, sin moverse más.

Ginny gimoteó por unos cuantos minutos más. Percibió cómo se humedecía su camisa debido a las lágrimas, no le importó. Ella había subido sus piernas al sofá, flexionando sus rodillas. Eran largas y delgadas.

Aguardó un rato antes de hablar.

- ¿Mejor? – no despegó los labios de su pelo. Era muy agradable la sensación en su vientre; en su panza algo revoloteó, emocionado. El aroma del champú de la mujer se coló por sus fosas nasales, relajándolo. Siempre era así. Cada vez que Ginevra pasaba por su lado, perfumaba el aire que lo rodeaba, transportándolo. Cada vestigio de su aroma que el viento guardaba, le sentaba de maravilla apenas se le metía por la nariz.

- ¿Le darán su merecido? – ya no lloraba, lo notó en su voz.

- Tenlo por seguro – se extrañó, ante el hecho de que Ginny no hubiese tomado justicia por su propia mano.

- Le lancé el mejor hechizo mocomurcielago que hubiese invocado jamás – ella aclaró su interrogante sin haberla formulado – Pero no es suficiente. No, quiero que sufra.

- Quédate tranquila – movió el rostro para apoyar la mejilla en su cabeza. No se percataba del movimiento circular de sus dedos sobre el brazo de la mujer, mimándola con cariño.

- Pensé que era el indicado. Que ya había…

- Tienes tiempo de sobra para conseguir al indicado. No tienes por qué apresurarte - si tan sólo lo mirase un poco más a él...

- ¡Pronto pisaré los 30, Harry! después los cuarenta, y será más difícil…

- ¡Por favor, Ginny! – ella rió, y él sonrió ante su sonido.

- Ya... ¿Tienes algo para beber que no sea agua?

- Cervezas, preciosa. Las dejó tu hermano cuando se fue.

Se alejó lentamente de su cuerpo, como quien no quiere la cosa. ¿Pensaría Ginny en que aquello era completamente inapropiado? Pues sólo eran amigos, sólo amigos. Mierda.

Respiró a profundidad, como si temiese a un repentino ataque de asma. Buscó las cervezas y evitó pensar más...

Era de no creer que ya con la tercera lata estuviesen mareados. Se reían como dos tontos por cualquier mal chiste, y Harry amaba aquello. Podría pasar el resto de su vida escuchándola reír nomás, alegre y risueña.

- ¡Basta! – Ginny aspiró fuerte, calmándose. – Me empezará a doler la panza.

- Me relaja escucharte contenta - le sonrió abiertamente, ella le devolvió el gesto y Harry notó, hechizado, como se le formaban dos hoyuelos en sus mejillas llenas de pecas.

- Gracias, Harry – le tomó la mano – me has hecho sentir mucho mejor.

- Deberías agradecérselo a la cerveza – sonrió – Tienes que estar bien. Eres maravillosa. Mereces estar con… quien te aprecie de verdad.

- ¿Con quién se dé cuenta de lo hermosa que soy? – estaban de nuevo cerquita. Ginevra regresó a apoyarse en su pecho, y Harry volvió a embriagarse con su champú, y con todo su ser.

- Lo hermosa que eres – habló contra su pelo. – Porque eres hermosa, Ginny, indudablemente hermosa, aunque no lo creas.

- No lo creo – alzó el rostro y lo miró a los ojos.

Harry se fascinó, podía contar las diminutas pecas de su nariz. Un poquito más, y sus pestañas se enredarían con las de ella.

- ¿Lo dices para que lo repita?

- Posiblemente – volvió a sonreír.

- Eres hermosa.

Debió quedarse quieto, tranquilito, sin moverse más. Debió no inclinar su rostro hasta dejarse acariciar por su aliento. Olía a cerveza y le encantó.

El embrujo por su aroma mezclado con el olor del licor, le oscureció la mente. O se le aclaró, dado el caso. Se estaba dando cuenta de…

- Estoy… – fue estoico el movimiento, el primer impulso. Sus labios estaban tibios y húmedos. Sabían delicioso. – Harry… – una mano en su pecho y un no sé qué reflejado en su mirada. – Estoy mal… aún, por lo sucedido con Michael, y no… – la besó de nuevo, ahogando las frases que estaba por proferir con la intención de arruinar el momento.

Ella le correspondía segundos después, volvía a subir sus piernas largas al sofá y se apretaba a su cuerpo cuando él la abrazaba. Era evidente la incitación.

Harry debió quedarse quieto, tranquilito, sin moverse más. ¿Cómo? Si ella lo traía loco...

- Estoy… dolida… y tres cervezas no… fueron suficientes – hablaba entre jadeas, por los besos en su cuello. – Harry…– le tomó el rostro – recordaré esto mañana y me sentiré muy mal. Seguramente tú también, y no…

- No lo tomes… es decir… – bajó la mirada, ¿qué decirle?

Su mente se lió, con una bruma espesa. Quería todo de ella... ¡cuánto la deseaba! !Dios! Y sin Michael de por medio...

- Eres mi amigo… – se cubrió el pecho con una mano. Harry no supo en qué momento le arrancó los primeros botones. – Eres mi amigo y no… si nos dejamos llevar…

- Esto… – se vio necesitando provocarla, de un segundo a otro, que se entregara. Culpó al magnetismo de su piel. Estaba empezando a arder por dentro. Y la cercanía de su cuerpo, caliente y ahora más sonrojado, le hacían bullir la razón. – Déjate llevar – susurró bajito, y estaban tan cerca que ella pudo escucharlo sin problemas. - ¿No lo quieres, Ginny? Por favor... ¿no lo quieres? Yo...

- Sabes por lo que estoy pasando – se levantó del sofá y buscó su bolsa. – No pensé… – lo miró, Harry hubiese dado cualquier cosa por saber lo que pensaba, por saber lo que cruzaba por su mente en cada segundo que corría en su departamento. - Me tengo que ir – dijo, caminando hacia la puerta.

Los impulsos ardientes latían voraces. Los dejó fluir, después de todo, para eso eran los impulsos. Su boca fue la primera.

- ¿Irás a lloriquear como estúpida, mientras Corner folla con otra? ¿Eso harás? ¡Cómo una estúpida! – se había levantado y seguido, colocado tras ella, obsequiándole la distancia perfecta para dar una buena bofeteada. La mejilla enrojeció inmediatamente y hasta latió debido al trancazo.

- ¿Cómo puedes…? – Harry notó como sus ojos de precioso color, volvían a humedecerse. Sintió como se le estrujaban las entrañas. - ¿Qué pretendes? Harry, ¿qué? ¿Acaso crees que yo...? ¿Qué piensas que soy? ¡Mierda! ¡!Me voy! – un gimoteo desde el pecho, profundo, como el aullido inicial que parecía el ruido de un motor al arrancar, y el golpe seco de la puerta al ésta ser cerrada con violencia.

Joder, joder, joder.

- ¡Maldita sea! – apoyó la frente contra la puerta y trató de calmar su respiración, turbia. Abría y cerraba los puños. Por momentos apretaba los dedos tan fuerte que dejaba los nudillos blancos y marquitas con forma de media luna rojas contra sus palmas. – Maldita sea – levantó la cabeza y se dio contra la puerta. Una vez, después otra. – Idiota. - se desestabilizó completamente.

Por Jesús que la deseaba, y lo había arruinado todo... Le ardía el vientre y le apretaban los pantalones. Quiso llorar también, dolido y abandonado, aún cuando entre ellos nunca había sucedido algo. ¿Cómo era posible que le afectara tanto? La respuesta era clara, tanto como el agua pura. Mierda.

Cogió aire y se restregó los ojos. Pasado un minuto, tocaron la puerta. Abrió con una rapidez nada normal en un hombre, esperanzado; ella tenía los ojos y las mejillas prendidas. Se plantaba frente a él aún con el puño suspendido en el aire, por si debía volver a tocar.

El estupor de su cuerpo se desmaterializó, apenas la mujer se aferró con magnifica fuerza a su figura.

Actuaba por despecho, y él lo sabía. No le importó. Si le preguntaba por qué él lo hacía, sería sincero.

Quiero verte desnuda y debajo de mí. Después desnuda y encima de mí… y, creo que te quiero...

Pero no se lo preguntó. Quizá ella ya conocía la respuesta, era una mujer inteligente y dada a las suposiciones más certeras. Harry la conocía muy bien.

Habló una solita vez, ya tenía los labios hinchados por sus afanosos besos; se vio preso de su encanto, y de su hermoso cuerpo.

- No me tomes por puta, Potter – él le tomó de la nuca para verla a los ojos – estoy dolida, despechada, y… no quiero estar sola esta noche.

Debió quedarse quiero, tranquilito, sin moverse más.

No podría olvidarlo. Después de aquella noche, nada fue igual para Harry Potter. No podía sacarse de la cabeza su mirada, su boca repartiendo besos en su abdomen y pecho. La inquietud de su lengua contra la de él... Sus piernas largas eran lo más hermoso que había visto en su vida. Tenía muchas pecas en la espalda, y él ansiaba contar todas y cada una de ellas.

- Son muchas – le había dicho, después de colocarse sus lentes para detallarla mejor. Su miopía era un problema, más cuando añoraba deleitarse con aquella sedosa piel, una tez divina con sabor dulce, almizclado y delicioso. Supera al pastel de melaza, amigo.

Se le había clavado en el alma como cuchillo en la mantequilla. Directo, sin trabas, sin obstáculos.

Lo tenía en sus manos.

Su dedo índice realizaba un caminito desde uno de sus hombros hasta la parte baja de su cintura, donde iniciaba su trasero. Incluso la división de sus nalgas era perfecta. Ella estaba sentada al borde de la cama, y se recogía su largo cabello rojo.

Había sido el mejor sexo de su vida.

- ¿Conoces el dicho "ojo por ojo"? – se volteó para verlo, él mantenía la cabeza apoyada en una mano, el codo hundido en el colchón, relajado y feliz.

- Claro que lo conozco – Ginevra se movió de tal forma que sus pechos desnudos vibraron.

- Estaré soltera por un buen tiempo, si no por lo que me queda de vida. Cuando te rompan el corazón sin contemplaciones, puedes buscarme.

Aquello pasó tres semanas después (cinco días después de una paliza que Ron y él le proporcionaron al mal nacido de Corne, sólo por capricho de Ginny) con un mensaje de texto. Una forma patética y cobarde para dar noticias importantes.

Decidí darle otra oportunidad a Michael. Está muy arrepentido.

Fue un cachazo bajo, un cuchillo hundiéndose en su corazón.

Había sido el mejor sexo de su vida. SEXO. Tan pero tan espléndido que, por Merlín lo juraba, se vio incapaz de estar con otra mujer. SEXO. No quería si no era con ella, listo. SEXO, siempre era más fácil de decir que amor. Porque podía quererla, pero no amarla. No, claro que no. Sólo quería su sexo.

Decidí darle otra oportunidad a Michael.

Se le removieron los intestinos de tal manera, que por un momento pensó que se cagaría en los pantalones.

Está muy arrepentido.

Arrepentido sus pelotas. ¡Maldita sea!

Había sido el mejor sexo de su vida. SEXO, era más fácil de decir que amor.

Después de aquel mensaje, la evitaba a toda costa y eso le enfermaba. Un mes de suplicio, aún con la incapacidad de satisfacer a otra mujer. Literalmente, se estaba enfermando. La alucinaba en las noches, traslucida e intocable, y empezaba a sentir arcadas desagradables. Literalmente, estaba enloqueciendo también.

Partió su teléfono en aquella ocasión, después de leer aquel horror. No se molestó en comprar otro, no quería saber de ella. Fue algo estúpido. Necesitaba el teléfono para comunicarse a las oficinas de su trabajo. Pero, literalmente, se estaba volviendo loco. Y además, estaban las lechuzas, una forma de comunicación más lenta a pesar de mágica, pero le servía.

Así que igual, su trabajo como auror se realizaba al 100% en el cuartel, sus colegas no le molestaban en casa. Pero ella sí, y Ron, y Hermione con sus vociferadores, le crispaba los nervios.

¿Qué te pasa, Harry? ¡Hace semanas que no te vemos la cara! - Y un montón de blablablabla… que él ignoraba.

Y ella con sus cartas…

No hablamos desde hace un mes, ¿está todo bien?

No estaba nada bien, no desde aquella vez en que tuvo el mejor sexo de su vida.

Sexo, era más fácil de decir que amor.

Debió quedarse quieto, tranquilito, sin moverse. Debió quedarse con su deseo escondido, tan bien furtivo en su pecho que ni él se había percatado de lo intenso que era. Siquiera de que estaba ahí.

Estaba haciendo un buen trabajo evitando, y bebiendo como condenado (sí, el alcohol resultaba ser un buen refugio durante la locura y la enfermedad). Evadía las cartas. Una que otra vez le respondía a Ron y a Hermione. ¿Sabían lo que había ocurrido entre él y Ginevra? No le importaba, igualmente, nunca le mencionaron nada en sus mensajes. Se compró otro teléfono y, a pesar de que se estaba volviendo literalmente loco, no le hizo llegar el número a Ginevra. Sería muy jodido.

Las lechuzas picoteaban su ventana constantemente. Era ella. Había sido la única mujer conocida no agendada en su celular. Carta que recibía, carta que ignoraba. Ni siquiera las leía. Ya de por sí estaba bastante frustrado, no permitiría que Ginevra lo fastidiara un poco más. Aunque lo hacía, después del mejor sexo de su vida, todo se había desbaratado.

En una tarde, (15 de Mayo, lo recordaba) su teléfono sonó, el tono que utilizaba era de una vieja canción de Tom Jones que escuchó en una gasolinera muggle, mientras compraba ositos de gomita.

- ¡Harry!

Joder. No pensó que ella podría conseguir el número por Ron, por Hermione, por Luna, por Neville, o por cualquier otro amigo en común. Joder.

- ¿Qué te sucede? He estado tratando de comunicarme contigo y nada. ¡Me ignoras olímpicamente! ¿Qué demonios te pasa?

- ¡ESTOY CABREADO, GINEVRA! – y colgó. Ella sulfuró aún más su jodido estado de ánimo. Ya qué. Se sentía como mierda bajo un chaparrón.

Miró el teléfono y quiso lanzarlo contra el piso como el anterior. Se contuvo, aunque seguía cabreadísimo. ¿Iba a vivir así? La sosobra haciendo mella a su cerebro, la desazón del disgusto causado por no estar con la mujer amada... el ancla amarrada a su tobillo, impidiéndole salir a flote.

Podía darse una oportunidad. Podía salir con quien le diese la gana, follar con una de esas mujeres que se le paseaban meneando el culo frente a su oficina. Tenía opciones, y muchas. Podía hacerlo. Sí, lo haría.

- Lo haré – después de dar el cierre que necesitaba para dejar de sentirse con las pelotas hinchadas por el orgullo herido, por no saberse suficiente para ella, por no hacerla querer… - lo haré. – se levantó del sofá y, tomando su varita, desapareció.

Tuvo que esperar casi dos horas, parado como un tarado frente a su puerta. Ginevra llegaba a casa siempre como a eso de las ocho. Si es que llegaba.

Quiso vomitar al imaginarla con Corner...

-Dios... - se dio un golpe en la frente con el puño.

Llegaría, Harry estaba seguro de eso. Al menos, deseaba con todo su ser que así fuese. No por las consistentes y alocadas ganas de verla, sino por la necesidad de darle un alto a su locura y enfermedad. Debía librarse de esa atadura, de esa alucinación por ella después del mejor sexo de su vida.

Esa locura y esa enfermedad. Estar alucinado por alguien equivalía a ser deleznable en todo lo demás que le llegara a la vida, en todo lo que debía hacer, en todo lo que debía decir, en cómo debía actuar. Esa locura y esa enfermedad.

La vio hermosa como siempre; salía del ascensor vestida con unos pantalones deportivos y una camiseta de tirantes que dejaban sus brazos desnudos. Vio las pintitas canelas en sus hombros, esas que tanto quería contar, y vio su cabello rojo trenzado a un lado de su cabeza. Cargaba unas bolsas en las manos. Podía ser caballero y ofrecerse para llevarlas hasta el departamento, pero no, porque él no pretendía entrar a su casa, tampoco pretendía comportarse como un gentil hombre cuando tan arrastrado estaba por ella.

- ¿Qué haces aquí? Da igual, espera – sacó una llave de uno de los bolsillos de su bolso y abrió la puerta de su departamento. Pasó junto a él, y Harry empezó a blandirse por su perfume, y por sus largas y bellas piernas. - ¿No vas a entrar? – se quedó cual palmera, plantado bajo el marco de la puerta. Ni afuera ni adentro, así ella no podría cerrar. - ¿Harry? ¿Estás bien?

- Estoy cabreado - declaró. – Cabreadísimo, Ginevra. ¡Joder!

- Baja el tono y explícate. Después de que te llamé noté que no estabas en tus cabales. ¿Qué fue lo que…?

- Tú – la señaló con el dedo, se lo clavaría en el pecho si estuviese más cerca. – Todo fue por…

- ¿Qué te sucede? – ella lo miraba con ojos confundidos. De verdad no tenía ni idea.

- Eres una maldita egoísta.

- ¿Disculpa? - Harry sabía que estaba pisando terreno peligroso. Aquello podría no ayudarlo, sino empeorarlo todo.

- Después de que tuvimos sexo – sexo, el mejor de su vida. Sexo, era más fácil de decir que amor – después de que… me mandas ese mensaje que…

- No seas imbécil – ella se acercó un poco, hasta tomar la perilla de la puerta. Podría lanzársela en la cara y partirle los lentes y hasta la nariz.

- ¿IMBÉCIL YO?

- ¡FUISTE EL PRIMERO EN OFRECERTE COMO PIEZA DE CONSUELO, HARRY! ¡Y NO ME GRITES, QUE YO PUEDO HACERLO MÁS FUERTE QUE TÚ!

Era cierto. Tales fueron sus alaridos de replica, que él se extrañó de que ninguno de sus vecinos saliera. Quizá espiaban desde adentro, pegando el ojo a los orificios con lente de aumento que tenían en las puertas.

- De acuerdo.

- ¿Qué es lo que…?

- Todo fue… - suspiró. La tenía en frente y ya no sabía que decirle. Había estado seguro de lo que quería hacer cuando decidió aparecer en su edificio, mas aquella pequeña escena, que si bien aún no empezaba con el drama, ya había logrado destruir todas sus defensas.

- No sé cómo quiero estar con una mujer que no se respeta ni quiere a sí misma – dijo calmadamente, tanto que incluso se sorprendió un poco.

- ¿Cómo?

- ¿Cómo pudiste volver con aquel, después de…?

- Estás…

- ¡Te engañaba en tus narices! Y aún así decidiste darle una oportunidad. Eso es...

- Me engañaba en mis narices – ella susurró, lo suficientemente fuerte para que él pudiese escucharla. - ¡Y tú me querías esa noche para follar! No vengas a hacerte el…

- ¡TE QUIERO, GINNY! – bramó, con todo lo que tenía. La mujer abrió los ojos, esos lamparones castaños, y articulaba palabras que él no lograba escuchar, porque en realidad no decía nada. Movía la boca como pez fuera del agua.

- No grites – dijo al fin. Harry no supo cómo catalogar aquella expresión que tomó después de escuchar su repentina e inesperada confesión. Incluso para él fue una sorpresa.

- Es la…

- ¿Cómo puedes…? – Ginny respiró hondo y le dio la espalda, ingresando al departamento. Harry no supo si seguirla o no. Se mantuvo estático bajo el marco de la puerta.

- Digo la verdad.

- ¿No buscas... otra buena sesión de sexo? – volvía a mirarlo. Harry sintió que algo chispeaba con intensidad en su pecho, ahí, cerca de donde latía el corazón.

- ¿Cómo podría, si estás feliz con el idiota de…?

- Veo que sí ignorabas mis cartas – dio un pacito al frente, cauteloso, manteniendo la distancia.

- ¿Qué quieres decir? – aquello que osciló con chispas alectrizantes en el pecho de Harry, comenzó a rugir.

- Hace días que Michael y yo terminamos. Más bien, lo terminé. Después de lo que pasé con él, de su traición, nada volvió a ser como antes. Yo no podía… estar como si nada y…

- Ginny…

- Te llamé para decírtelo, para…

- ¿Buscar consuelo?

- No - él dio un paso hacia adentro. Otro paso y cerró la puerta tras de sí. - ¿Dices la verdad?

- Estoy diciendo la verdad. ¡MIERDA! HE ESTADO MATÁNDOME TODO ESTE TIEMPO POR…

- ¡NO GRITES!

- ¡LO SIENTO! Lo… - bajó la guardia – lo siento. Pero siento que... voy a explotar – se acercó otro paso. Si estiraba sus brazos, podría tocarla, abrazarla y volver a hacerle el amor.

- ¿De verdad…? ¿Tú me…? – él asintió con la cabeza, sin saber que sus ojos verdes brillaban enigmáticos. Ginny se quedó sin respiración debido a eso, Harry pensó que era por algo completamente diferente.

- No dirás lo mismo si no lo sientes.

- Tienes razón, no puedo decirlo. Acabo de pasar por…

- Lo sé, lo sé. Sólo… - ignoró el revoltijo en su estómago. – Después de que estuvimos juntos… después de… el mejor sexo de mi vida… - ella soltó una risita apenas perceptible, él sonrió. – No pensé en el golpe que eso me daría.

- Yo no…

- Me alteré completamente, y aún lo estoy. No creas que estar aquí parado frente a ti, diciéndote esto, se me hace sencillo, ¡por que para nada lo es! Ni siquiera planeaba decirte nada, sólo quería…

- ¿Qué cosa?

- Ahora no lo sé – se alzó de hombros. – sólo… estoy a tu entera disposición, me necesites o no, siempre voy a estarlo. Si quieres…

- ¿Sexo?

- Bueno, podemos, si es lo que deseas – sonrió como un niño travieso. Ella soltó otra risita.

- Lamento que… - fue ella quien dio otro paso al frente – no me imaginé que tú te sentirías así después de… ¡se suponía que era sin compromisos!

- ¡Y así era!

- ¿Entonces por qué me ignoraste todo este tiempo, estúpido? – levantó una mano y le dio un golpe en uno de los brazos.

- ¡Auch! ¡Ginny! Bueno… - se acarició la zona afectada, ella siempre fue poseedora de una insospechada fuerza, quizá como consecuencia de crecer con seis hermanos. – Lo lamento. No era fácil para mi estar cerca de ti, tomando en cuenta todo esto que te digo. ¡Joder! ¡Lo lamento! ¡Estabas con Corner!

- Ya. Olvidemoslo – Harry dio otro paso. – No puedo decirte que siento lo mismo, porque no es así.

- Está bien – otro paso.

- Lo de Michael aún me duele, y no creo estar lista para intentar otra relación seria.

- De acuerdo – él podía esperar. Siguió acercándose.

- Estoy hablando en serio, Harry.

- Lo sé – la tomó de la cintura al tenerla lo suficientemente cerca. El peso de su cuerpo pasó a estar en él cuando se apoyó para evitar caer. Se había movido erráticamente sobre ella. – Solo dime… después de esa noche… ¿qué piensas de…?

- Si te soy sincera… - ella miró hacia arriba, aparentemente pensando. No se molestó por el abrazo posesivo que empleó, para mantenerla sujeta a su cuerpo, pegando cada rincón. Tenía sus manos sobre su pecho, mas sabía que no lo apartaría, estaba seguro. – Si amo a Michael, no debería pensar así… pero… - dudó un poco.

- Dime.

- Creo que fue el mejor sexo de mi vida – Harry sonrió, mostrando toda su perfecta dentadura, y se apoderó de su boca con entusiasmo. Ella no lo rechazó, todo lo contrario.

- Vas a enamorarte de mí – habló contra sus labios. Estaba emocionado, impresionantemente emocionado, como nunca antes.

- No estoy para enamorarme de nadie ahora.

- ¿Pero sí para tener buen sexo? - mordisqueó su barbilla. - Y con el buen sexo, vendrá lo demás. Créeme, Ginny, te vas a enamorar de mí.

- ¿Cómo puedes tú estar tan seguro de que yo…?

- Lo harás, te enamorarás de mí. - le aseguró, con toda convicción.

Y así pasó.

Finnite.


Nota/a: No quería hacer de esta idea un fic largo porque considero que no hay trama para tal cosa (Seguro que sí, pero tengo flojera de pensar, jajaja). Es una historia de a momento que escribí mientras escuchaba a Tiziano. Todo rapidito y ya lista la subí.

Cualquier opinión es bien recibida. Con los comentarios se mejora muchísimo, sépanlo.

¡Muchas gracias por leer, gente linda!

Un abrazo fortísimo,

Yani.!