Sus manos, aquellas blancas palmas cubiertas por delicada tela de seda, exhibiendo un color puro..., estaban manchadas de sangre. Frente a él, había un inocente que asesinó sin ningún remordimiento, era un asesino, pero, ¿En cuál sentido de esta fatídica pero a la vez profunda palabra? ¿Aquél que mata para cumplir sus más oscuros deseos o, aquél que defiende a los pobres sin voz ni voto de la tiranía de los malvados? ¿Por qué? Ezio permanecía a un lado de una bella dama de vestido amarillo con corsé tejido de un color rojo escarlata, el resto lo componían lazos negros y anaranjados. La tomó por la espalda, puso su cabeza, aquella forma circular repleta de hermoso cabello marrón con decoraciones tales como flores marchitas y, la apretaba con furia contra sí mismo, ensuciando su vestimenta de sangre y lodo. Gritaba de ira a los cuatro vientos, la lluvia que provenía de un grisáceo cielo escondía las saladas lágrimas que descendían de esos encantadores ojos cafés, pasando a través de sus rosadas mejillas.
Su mente lo obligó a eliminar la noción del tiempo, de la escena de esa filosa daga impactar contra la fina garganta de esa bella dama que, con la fuerza de los últimos momentos de su vida terrenal, sin importar cuanta sangre expulsara por su boca, manchando sus deleitantes labios, alcanzó a despedirse, dirigiendo un "siempre te he amado" que se interrumpía con cada tos, disparando su ser por el rostro de Ezio.
Cristina, la joven hermosa estaba pálida, su rostro sólo era cubierto por gotas de lluvia que limpiaban poco a poco el rastro de sangre en ella, Auditore se sentía fatal, nunca creyó que podría recurrir a un verdadero, triste y cruel asesinato, con la misma daga, filosa, imperativa, la miró, como si intercambiaran miradas expresando emociones secas, sin sentimiento alguno, la puso sobre su cuello, ahora había otra fuente más que se había originado. ¿Qué sentido tenía el seguir con vida si había traicionado a su credo, sus palabras, a ese amor que nunca fue posible? Poco a poco insertaba más el filoso objeto, sintiendo el frío aire de la muerte pasar por su garganta y el salado sabor de aquella existencia descender por el cuello, no se arrepintió, fue un cobarde, un traidor..., un asesino.
—Ezio, cariño..., despierta.
Una señorita de tez blanca habló, bastante preocupada. Estaban en una habitación bastante grande, extensa. Una cama los tenía encima con distintas sábanas blancas cubriendo sus cuerpos desnudos.
—Yo..., no sé qué... Yo, ¿Qué está sucediendo? —Ezio con gran resaca decía, ni siquiera el mismo entendía lo que salía de su boca.
—Creo que estar en esta forma te dará una pista de lo que sucedió. Nuestra..., prueba de amor uniendo lazos carnales, no encuentro palabras sutiles para describir cómo me siento ahora —Contestó Cristina, dando una radiante sonrisa. —Leía un libro en voz alta mientras estabas dormido.
—Ah, ¿Sí? ¿Qué estabas leyendo exactamente?
—Se llama..., Color rojo, el mundo giraba alrededor de ese color. Trata sobre un amor prohibido, el hombre en esta historia tuvo un ataque de ira provocado por falsas visiones, cegado por un odio desconsiderado asesinó a su amada que estaba delante de él, posteriormente se suicidó.
Ezio no dijo nada, con una delgada línea en su rostro que creó, mostrando emoción, cedió un beso a la joven, observándose mutuamente.
