Advertencia: Fic largo. Contenido medianamente maduro y acción. Este primer capítulo es de introducción a la historia, pero que no cunda el pánico que en breves comenzará el salseo. Este fic contiene/contendrá violencia, lenguaje obsceno y malsonante, y sexo.
Disclaimer: Los personajes de Shingeki no kyojin no me pertenecen, pertenecen a Hajime Isayama.
Dicho todo esto, ¡que disfrutéis el fic!
Capítulo 1
Año 858.
Ochenta años de la construcción de las murallas alrededor de todo el perímetro del país.
Ochenta años de la llegada de El Titán al mando, un viejo pirado que en vez de decaer con el paso del tiempo, solo estaba más y más sediento de poder a costa de la miseria de los demás.
Y más de ochenta de aristocracia, pobreza, terror y redención. De sometimiento y sumisión.
De la dictadura, de corrupción, de desigualdad e injusticia, de imposición de ideas y creencias, de restricción de la libertad de pensamiento y de expresión, de represión, de discriminación.
Las ciudades y barrios de aquellos que eran ricos y privilegiados se disponían por todo el centro del país, en torno al colosal fuerte militar en el que se erigía la mayor eminencia y a la vez la más temida de las bestias. Las clases medias y las más bajas delimitaban ese centro jerárquico de las gigantescas murallas que de tan altas como eran, apenas dejaban entrever los rayos del Sol, recordándoles día a día lo lejos y a la vez tan cerca que les quedaba la libertad.
—Pero está bien. Todo está bien para nosotros, porque El Titán nos protege… ¿verdad?
Él siempre había dicho que aquellas murallas los protegerían del resto de los países vecinos que solo querían invadirlos, tomar todas sus tierras, poseer todas sus riquezas y violar a todas sus mujeres. Que evitarían una nueva guerra como la que estos libraron hacía ochenta años contra el ejército de su padre, el antiguo gobernador del país, fallecido en el campo de batalla y al que El Titán sucedió, logrando al fin la victoria tras años de muchas muertes y destrucción. Había jurado a todo su país que una catástrofe como aquella no volvería a ocurrir, que aquellos kilométricos muros los defenderían para siempre de cualquier asalto, que habían traído la paz para el resto de la eternidad. Los devotos más jóvenes incluso las alababan como a diosas subordinadas al único y todopoderoso dios que era El Titán.
Y lo más triste, pese a la opresión y el sufrimiento, era que los más pobres, víctimas del analfabetismo y la desesperación, habían llegado a creerlo así también.
Que las murallas que les impedían ver el cielo, al menos los mantendrían durante todas sus vidas a salvo en la tierra. Que los fuertes impuestos que debían pagar solo fomentaban que el país saliese adelante y que hubiese más dinero para pagar por la seguridad que les brindaba el Ejército que deambulaba las veinticuatro horas del día por todas las calles velando por la seguridad de todos y el cumplimiento de la orden.
Armin no podía seguir escuchando todas aquellas barbaridades. Era consciente de que debido a la dura represión durante aquellos últimos más de ochenta años, aquel pensamiento estaba prácticamente infundado en toda la población. Pero oírlo directamente de una niña de apenas nueve años que jamás había pasado hambre ni frío, ni sabía lo que era ver cómo un soldado ametrallaba a plena luz del día contra una pared a un civil era algo tan doloroso y desesperanzador que no se sentía capaz de poder quedarse callado por mucho más tiempo.
Aquellos niños pijos que conformaban su clase de quince alumnos, por supuesto, no tenían culpa de nada. No podía echarles en cara que pensasen de aquella forma cuando era a lo que estaban acostumbrados a escuchar desde que habían nacido, cuando a lo largo de todas sus vidas, solo por pertenecer a clases sociales más altas sin que ellos lo hubieran elegido así, cualquier cosa les había salido a pedir de boca.
Y esos niños eran el futuro del país, en los que residía la esperanza del progreso y de cambiar el rumbo que los dos tiránicos dictadores habían establecido con su avaricia y maldad durante un siglo.
Cuando Armin era pequeño, pasaba mucho tiempo con su abuelo, ya que su madre enfermó de gravedad y debido a las pésimas condiciones en las que vivían acabó falleciendo, y su padre fue ejecutado por robar una barra de pan después de llevar varios días sin comer.
Su abuelo pudo contarle lo que había ocurrido hacía ochenta años. Su abuelo pudo contarle la verdad que ocultaba el gobierno, y es que si aquella guerra con la que todo comenzó tuvo lugar, nada más lejos de lo que El Titán y su padre habían hecho creer desde entonces. Los más ancianos, que vivieron en la época de antes de las murallas, ya no estaban en el mundo para contarlo, y si lo hicieran, es seguro que el Ejército se encargaría de silenciarlos con una bala en la sien.
Armin nunca se había considerado una persona físicamente fuerte, pero si seguía vivo, sabía con toda certeza que era gracias a todo lo que su abuelo le había inculcado y a la sabiduría que había desarrollado gracias a los libros que el gobierno aún no había podido eliminar.
Con su inteligencia, cultura y gran esfuerzo, hacía tres meses había conseguido ganarse una plaza como profesor de Literatura en una sencilla escuela de las afueras de un pueblo rico del distrito de Stohess, o si no rico, por lo menos de alto nivel de vida, y lo más importante, cerca de la capital. Por supuesto, el contenido de todas las asignaturas que se impartían en los colegios estaba restringido por las autoridades, para que los niños jamás conociesen más allá de lo que El Titán quería hacer creer a todo su país. No fuese a ser que la gente comenzase a pensar por sí misma, por Dios.
Y es que Armin siempre había disfrutado difundiendo todas las cosas que sabía a otras personas, y hasta el momento se las había ingeniado para que no lo ejecutasen por ello. Sabía que si conseguía la plaza en aquella escuela iba a tener que callarse muchas cosas y escuchar otras tantas que no tenían ni pies ni cabeza por parte de aquellos que habían vivido toda la vida con los ojos vendados, pero al fin en sus veinticuatro años podía llevarse al menos un trozo de pan y una sopa caliente a la boca todos los días, y dormir bajo un techo cada noche.
Para él y para Eren, la única familia que le quedaba en el mundo.
Solo tiene nueve años, Armin, se dijo, no se lo tengas en cuenta.
Sin embargo, casi podía escuchar a la misma vez la voz de Eren en su cabeza: "Yo a los nueve años ya tuve que ver a mi madre morir porque no teníamos dinero para las medicinas. Y también cómo disparaban a tu padre en la cabeza mientras te obligaban a mirar y su sangre te salpicaba en la cara. No quiero volver a verte sufrir de esa forma nunca más".
Se mordió el labio. El libro que sostenía entre el pulgar y el anular le temblaba en la mano.
Esos niños eran inocentes y buenos chicos. Todos los días le sonreían y lo trataban con educación, se mostraban interesados en sus clases y se respiraba un buen ambiente en el aula. Ellos no tenían culpa de haber nacido de personas con dinero en un próspero pueblo. No tenían culpa de que desde pequeños les hubieran metido aquello en la cabeza con calzador.
Los niños no dirán nada, y él siempre había sido muy cuidadoso.
Tenía que aprovechar la oportunidad de su posición. Debía ser él quien pusiese la pequeña primera piedra. Era eso lo que siempre había querido, para lo que había estudiado y se había esforzado tanto.
—Aprovechando el comentario de Cindy y que la semana que viene voy a comenzar a explicar la novela, ¿os apetece que os cuente una pequeña historia?
Todos los niños asintieron con los ojos brillantes, emocionados por conocer las anécdotas que el profesor Arlert de vez en cuando cedía a contar, y contentos por el breve descanso de aquella lección sobre las figuras retóricas de la poesía. Armin sintió cómo algo se le desgarraba en el interior, esbozando una triste y forzada sonrisa.
—Muchos sabéis que antes que El Titán y de que las murallas se construyeran, era su padre el que estaba a cargo del país, ¿verdad? —comenzó a relatar—. A diferencia de lo que seguro que os han contado siempre, ese gobierno no fue un gobierno muy bueno, ya que el Primer Titán, como así se conocía al padre del actual gobernador, castigaba a todas las personas que no pensaban como él. Quizá es algo que todavía no podéis entender, pero a este tipo de gobierno se le llama dictadura, y es cuando un señor nos da órdenes y tenemos que hacerlo porque lo dice él, aunque esté mal. —Hizo una pausa para cerrar los ojos y coger aire. —Para que os hagáis una idea, mis papás murieron porque no tenían dinero, aunque esto pasó hace menos tiempo. Y todos los que no tenían dinero tenían miedo por lo que el Primer Titán pudiera hacerles, porque no podían pagar los impuestos que él les pedía a pesar de que era su culpa que esa gente fuera pobre. —Los rostros de los niños ahora se contraían en muecas de incomprensión y horror. Cualquier rastro de sonrisa se había esfumado por las duras y complejas palabras del profesor Arlert. —Durante la dictadura del Primer Titán, muchas personas que no tenían dinero emigraron a los países vecinos debido a las malas condiciones en las que vivían. Estos países colaboraron mandando ayudas y otras facilidades a nuestro país a espaldas del gobierno del Primer Titán y su ejército. Esto solo consiguió desencadenar la persecución de los exiliados y los bombardeos en las ciudades más importantes de los países aliados que auxiliaron al nuestro, y en respuesta, estos hicieron lo mismo en las ciudades en que se encontraban los principales cuarteles de nuestro país, lo que se tradujo en la guerra que todos conocéis y de la que tanto nos han hablado. En uno de estos bombardeos, el Primer Titán murió y su hijo y sucesor terminó con éxito lo que su padre había comenzado. De esta manera, para evitar la emigración y los rescates, El Titán mandó construir unos muros tan altos y gruesos alrededor de todo el país para que nada ni nadie pudiera atravesarlos, y eliminó cualquier tipo de vía de comunicación, incrementando por tanto aún más la pobreza y la desgracia hasta hoy en día, continuando con el legado y las costumbres de su padre.
Armin había soltado todo aquello del tirón, mirándose las puntas de los zapatos con el flequillo rubio cayéndole sobre los ojos. Apenas se dio cuenta de que todavía seguía en clase.
Podía sentir las gotas de sangre caliente en sus mejillas. Podía revivir la imagen de su padre muerto en el suelo, y el color carmesí tiñendo el pavimento. De su madre con los ojos en blanco, tirada en la cama con la piel amarillenta y pústulas en los brazos.
Advirtió que los niños no habían conseguido seguirle el hilo. Algunos lo miraban con el ceño fruncido, otros se miraban entre ellos intentando comprender aquella historia tan inusualmente oscura a lo que estaban acostumbrados del amable y dulce profesor Arlert.
Armin se llevó la palma de la mano a la frente y trató de soltar una carcajada para tranquilizar a sus alumnos. Tal vez se había ido un poco de la lengua.
—Ah, lo siento, chicos. Todavía sois jóvenes e inocentes. Lo que intentaba deciros con esta historieta es que…
La clase transcurrió con normalidad una vez los muchachos lograron apaciguarse. Cuando estos regresaron a sus casas, ninguno pudo evitar preguntar a sus padres por lo que les había contado el profesor Arlert aquella mañana.
Durante la cena, que consistía en una simple tortilla de un huevo junto con media patata asada acompañado de un vaso de vino dulce barato, Eren estuvo despotricando como de costumbre sobre los clientes de la zapatería en la que trabajaba desde que Armin y él se habían instalado en aquel pueblo de Stohess con motivo de la plaza de Armin en el colegio. A Eren tampoco le quedaba nada en Shiganshina, el lugar en el que ambos habían vivido como perros hasta hacía relativamente poco.
Nada salvo Armin.
—Estos ricos son unos quisquillosos, siempre poniendo pegas a cada encargo. Deberían saber que el mero hecho de no pisar el suelo directamente con el pie descalzo ya es un privilegio.
Armin se rascó la mejilla y rió suavemente, objetando que ya no eran críos y que si no bajaba los humos iban a despedirle de cualquier trabajo al que se presentase.
Se llevó el vaso a los labios para pasar el pedazo de patata que acababa de llevarse a la boca, justo cuando aporrearon la puerta de la casa con suficiente fuerza como para preocuparse. Fue Eren quien se levantó y abrió, pálido y con las palmas de las manos sudorosas pero con su habitual expresión ceñuda cuando vio que sus visitantes eran tres soldados más grandes que el armarito que tenían en la única habitación que conformaba la diminuta casa en la que llevaban tres meses viviendo.
Antes de que Eren pudiera saludar o preguntar el motivo de su presencia allí, uno de ellos dio un paso hacia adelante, y con una voz demasiado grave e imponente que incitaba a tener que aguantar la respiración, tan solo dijo:
—Armin Arlert.
—Sí, soy yo. —Armin ya se había levantado de la mesa antes de escuchar su nombre.
El soldado apartó de un fuerte empujón a Eren dejando paso a los otros dos. Estos cogieron con brusquedad a Armin por las muñecas y le colocaron unas esposas.
—Eh —apeló Eren, dirigiéndose a la puerta para cortarles el paso, sin entender qué estaba ocurriendo de repente—. Eh, soltadlo, ¿por qué cojones lo estáis esposando? ¿A dónde os lo lleváis?
Armin miraba al suelo con sus enormes ojos azules como platos, blanco como la cera y con las manos congeladas, agarrado por ambos brazos por dos de los soldados, sin inmutarse.
—Armin Arlert. Ha sido denunciado por el padre de uno de sus alumnos. Mañana será juzgado en la capital.
—¿Qué?
Todos ignoraron a Eren, abriéndose paso para sacar a Armin de la casa.
—Eh, no, no. No va a ir a ningún sitio hasta que me expliquéis qué mierda ha pasado. —Le irritó aún más que su amigo pareciese estar en el limbo, sin oponer ningún tipo de resistencia.
Retuvo a Armin por el hombro, pero nuevamente fue empujado por el soldado.
—Armin… ¡ARMIN!
Eren se abalanzó contra uno de los hombres que sujetaba a Armin de sus delgados brazos, y a cambió recibió un fuerte puñetazo en la cara que lo llevó directamente al suelo, estampándose antes contra la mesa. Otro le remató de una patada en la cabeza y una segunda en las costillas cuando ya estaba en el suelo.
Con la mirada nublada y un hilo de sangre fluyendo desde su nariz hasta el suelo de madera, la puerta se cerró tras las enormes espaldas de los soldados. Todo había ocurrido demasiado rápido como para poder pensar con claridad. La cabeza le daba vueltas.
Alargó la mano con lentitud y pesadez para coger un cuchillo que había caído al suelo a causa de su impacto contra la mesa en la que hasta hacía un mísero minuto había estado riendo y disfrutando de una suficiente cena con su casi hermano.
Vio las gotas de sangre caer al suelo. Sentía el labio superior caliente.
Joder, le habían golpeado demasiado fuerte.
Perdió la consciencia antes de cerrar los dedos en torno al mango.
Tengo mucha ilusión por esta historia y como he dicho al principio y en el summary, pretendo que sea un fic de bastantes capítulos (alrededor de 20 tal vez, ya se verá). Muy pronto comenzarán a aparecer los ships ;)
Agradecería muchísimo una review para saber si os ha gustado. De momento no tendré fechas exactas de subida.
A partir de ahora los capítulos serán más largos.
Un beso y mil gracias por leer (L)
Ingrid Gyllendrak
