Declaimer: Harry Potter y sus personajes son propiedad de J.K Rowling, mi uso sobre ellos es netamente por entretención. La historia está basada desde el final del quinto libro. Los sucesos ocurridos entre el sexto y séptimo libro no ocurrieron, por ende Draco aún no es mortífago, Dumbledore está aún vivo, Lucius sigue en Azkaban y blablabla. Ahora si, disfruten el capítulo
Nota: Esta historia la comencé a publicar en Potterfics pero alguien entró en mi cuenta y no se que hicieron que no pude volver a entrar, así que pedí que cerrasen esa cuenta a los administradores y ahora la reinicio acá. Espero les guste
Capitulo I: Eléctrica reacción.
Una blancuzca y espesa neblina invadía todo el espacio. Una chica de ondulados cabellos se mantenía de pie, intentando ver algo más allá de lo que su campo de visión podía mostrar: unos tres centímetros a la redonda. No consiguió ver nada, pero sintió una mano algo más grande que la de ella cogiendo la suya y de ahí sintió como dos brazos la rodeaban con fuerza, haciendo que aquella chica se sintiera completamente protegida y segura. Ella se aferró de quien le brindaba ese abrazo. Supo que era él. Lo supo apenas posó su mirada en la de él y encontrar esos ojos tan cálidos y fríos a la vez. Pasó sus brazos alrededor de su cuello, sintió los brazos de él abrazándola por la cintura, acortando la mínima distancia que existía entre ambos y unieron sus labios, demostrándose un profundo y sincero amor, mientras una voz murmuraba dentro de la mente de ambas personas la misma profecía.
"Ha comenzado la guerra
Entre el bien y el mal, una
Persona nacida del amor
De la unión de ambos
Será aquella que podrá
Determinar quién ganará
Uniendo su alma con otra
De quien pura sangre sea
Repitiendo una historia
Que comenzó en otra guerra
Salvará al mundo de la mano
Quien negó la oscuridad
Repitiendo la historia, cuyo
Final diferente muy será…"
Todo seguía en neblinas, pero aquellas dos personas permanecían invadidas por una celestina luz pálida, pero a la vez muy acogedora y protectora…
— ¡Hermione se te hace tarde! ¡Levántate ya hija, que no alcanzarás a tomar el tren!—.El grito una mujer resonó por toda la casa, desde la cocina, hasta la habitación más grande del segundo piso.
Eran las diez y media de la mañana del primero de septiembre y en Londres muchos adolescentes se preparaban para el inicio del año escolar.
Una chica de diecisiete años, estaba durmiendo tranquila y apaciblemente, hasta que el grito de su madre la sacó de sus ¿Lindos sueños?
— ¿Que hora es mamá? — Preguntó media adormilada. Aunque sabía desde bien pequeña que era adoptada, tenía la costumbre de llamar a sus padres adoptivos por el título de padres, al fin y al cabo habían demostrado ser los mejores padres que ella podía tener.
Pero a pesar de todo, un extraño sentimiento comenzó a recorrer su cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies. Tenía esa sensación de querer saber sobre su pasado, sobre sus verdaderos padres…
—Las diez y media. —Contestó la voz de su madre desde la cocina.
Y como si eso fuese una alarma, la chica sacudió la cabeza, disolviendo todos esos pensamientos de su mente. Debía de estar antes de las once en la estación de King´s Cross, por lo que se levantó y corrió al baño. Entró a la ducha y en menos de diez minutos estuvo bañada, vestida y sentada en la cocina, tomándose rápidamente un vaso de leche y unos sándwiches de queso que le había preparado su madre.
-En unos minutos más llegará tu padre para llevarte a la estación.- Le anunció su madre, una mujer muggle de estatura alta, tez trigueña y cabellos cobrizos, lacio. La chica asintió con la cabeza, mientras tragaba el último trozo de pan que le quedaba. Mentalmente agradecía haber dejado sus cosas listas esa noche, y también agradecía que su padre hubiese dejado el equipaje en el maletero del coche esa misma noche.
Tragó rápidamente y entró al baño para cepillarse los dientes. Se estaba enjuagando, cuando sonó el timbre que anunciaba que su padre, nuevamente, había salido sin las llaves de la casa.
Se enjuagó, se despidió de su madre y abrió la puerta.
— ¿Lista para volver al colegio, preciosa?— Le preguntó un caballero de estatura alta y cabellos castaños.
—Si, si, pero vámonos rápido papá, que o si no perderé el tren.— La chica estaba ansiosa por llegar lo antes posible al expreso, lo que más quería era volver a ver a sus amigos, a los que había extrañado muchísimo, luego de esas espectaculares vacaciones en la cadena montañosa del Himalaya.
El trayecto hacia la estación transcurrió en completo silencio. Silencio que la chica aprovechó para recordar ese extraño e intrigante sueño.
No era la primera vez que lo tenía, sin embargo siempre era como si fuese la primera vez. Un sentimiento de duda surgía dentro de ella, pero como no, si cada vez que tenía ese sueño, despertaba más tarde de lo normal, con esas ganas de saber sobre su verdadera identidad, sobre sus padres biológicos… sobre el porqué había sido recogida aquella noche de noviembre por la familia Felton, la familia que por algunos problemas de fertilidad no habían podido tener nunca hijos y que la habían criado como si fuese de su propia sangre.
Eran diez para las once, cuando llegaron a la estación de King´s Cross.
El señor Felton bajó el baúl de Hermione, mientras la chica tomaba la canasta en donde estaba su gato y partía rápidamente hacia la tan conocida barrera entre los andenes 9 y 10. Al llegar ante la barrera, la chica sintió un nudo en su garganta. Aquella sería la última vez que atravesaría y entraría por esa barrera para coger el expreso de Hogwarts.
Sería la última vez que se despediría de su padre, cuando este la llevaba a la estación.
El motivo de esto era que aquella adolescente de diecisiete años, comenzaba su séptimo y último año en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Un año que, seguramente, estaría lleno de misterios, peleas y tal vez nuevas amistades, como lo podrían ser también nuevos amores o de verdades que saldrían a la luz…
—Bien hija, hasta aquí llegamos. —Dijo su padre, al cual siempre le salían lágrimas de sus ojos cuando se trataba de despedir a su hija.
—Ya papá, te escribiré. Lo prometo.-Dijo abrazando a su padre. — Además, esta será la última vez que me traerás a la estación.- En la cara del señor Felton se dibujó una tenue sonrisa.
—Cuídate, cuídate de esa guerra de la que hablaste. — Su padre adoptivo le besó en ambas mejillas. — Y…apresúrate que son cinco para las once. — Agregó, tocándole cariñosamente la punta de la nariz.
Los ojos de la chica se abrieron y con un fuerte "Te quiero papá" tomó sus cosas y atravesó la barrera, penetrando nuevamente al mundo mágico.
/|||||||\\\\\\\\
—Que extraño que Herms aun no haya llegado. —Comentaba un pelirrojo de estatura alta, ojos azules y pecas por toda la cara. Se encontraba en el andén 9 ¾ esperando a Hermione, su mejor amiga, junto a la persona que consideraba más que a un hermano.
—Seguramente se quedó dormida. —Respondió su amigo. Un chico de diecisiete años, pelo negro azabache y descontrolable. Ojos de color esmeralda, enmarcados por unas gafas redondeadas y una muy peculiar cicatriz en forma de rayo que cada día le ardía más y más.
—Harry, estamos hablando sobre Hermione Jean Granger, ella nunca se quedaría…—Ron no pudo terminar la frase, porque justo en ese minuto una chica de cabellos castaños, vestida con una falda de mezclilla negra que le llegaba hasta mitad del muslo, una blusa color zafiro, con con cuello en "V" y mangas acampanadas y ballerinas en azul metálico, atravesaba la muralla en la cual del otro lado, se encontraba una barrera divisora de andenes.
— ¿Dormida? —Completó Harry.
—Hola…chicos…me…me quedé dor-dormida. —La chica hablaba entrecortadamente a causa de la falta de aire.
—Ves Ron, la señorita perfección también comete errores. —Dijo divertido el moreno, mientras se acercaba a su amiga para abrazarla.
—Wow Herms, si que estas…distinta. —El pelirrojo miraba asombrado a la persona que tenía enfrente. Y no era el único. Varias miradas masculinas se posaron en ella, lo cual provocó que la chica se sintiera algo incómoda.
—Ron tiene razón, en esa cadena montañosa te hicieron algo, estoy seguro. —Harry miraba a su amiga muy asombrado.
— Si Harry, me secuestraron, violaron, maltrataron y casi asesinaron. — La castaña reía ante las miradas atónitas y estupefactas de sus mejores amigos.
—Vallas ocurrencias las tuyas, Herms. —Dijo el moreno, conteniendo una sonrisa.
Hermione ya no era la niñita ratona de bibliotecas encuencle que era hasta junio. Ahora se veía en ella a una mujer esbelta, de finos rasgos que ya no mostraban una infantil carita, sino que la de una mujer madura que ha sabido superar y distraerse un poco de los problemas que en esos momentos estaban ocurriendo con mayor frecuencia tanto en el mundo mágico como en el muggle. Físicamente también había cambiado.
Ahora se le notaban sus curvas y la proporción entre sus pechos, cintura y cadera. Sus ojos brillaban de manera extraña, pero a la vez tranquilizadora. Había adelgazado sus varios kilos, logrando un cuerpo digno de la envidia de modelos internacionales.
El color tostado de su piel había minorizado un poco con el viaje hacia las montañas en esos meses, dándole un toque más pálido que del bronceado que le caracterizaba.
A pesar de seguir con sus maniáticas lecturas y sus hábitos de estudio, la chica se había percatado (Mejor dicho, Ginny, Parvati y Lavender le habían hecho darse cuenta) que la vida no era solo pergaminos, plumas y libros, sino que también necesitaba salir, divertirse, despejar la mente, conocer a nuevas personas, bailar en fiestas que terminaban a altas horas de la madrugada y que uno que otro vicio no le hacían tanto daño.
En otras palabras, era otra persona. Una persona muy diferente a la de hacía dos meses. Era una Hermione renovada, igual de estudiosa, pero que también tenía otras preocupaciones.
— Herms —Esa vocecilla femenina a sus espaldas le sonó demasiado familiar.
—Ginny. —Su mejor amiga estaba ahí. Justo detrás de ella acompañada por otra de sus grandes, aunque no tan cercanas como las otras tres Gryffindor, amigas: Luna Lovegood.
—Hola Hermione. —Saludó con su típico aire despistado. Ella también había cambiado y mucho. Sus rubios y descuidados cabellos se encontraban ahora completamente lacios, con unas mechitas café claro y una flor color madera a la altura de su oreja derecha. Una falda dos palmos debajo de la rodilla, color arena hacían, juego a la blusa de un color madera de pino y unas sandalias del mismo color.
Ya no llevaba ese collar de corchos ni sus aretes de rábano, pero aquel aura medio sicótico seguía envolviéndola — Hola Harry, Ronald. —dijo, dirigiéndose esta vez a los dos chicos que lanzaban fulminantes miradas al resto del alumnado masculinos que osaba posar sus ojos en sus amigas y en el caso de Ron, de su pequeña hermana.
Ginny ya no parecía la misma niñita tímida que era antes. Luego de seguir el consejo que hacía dos años Hermione le había dado, Ginny había dejado de lado esta timidez que la invadía cada vez que estaba cerca de Harry. Es más, sentía que cada día que pasaba, sus ojos lo veían solo como un hermano más y no como el príncipe azul con su caballo blanco salido de un cuento de hadas, que la despertaría del sueño eterno y la salvaría de las garras del dragón malvado que custodiaba la torre en la que ella dormía hasta la llegada de su verdadero amor.
Llevaba su melena color fuego suelta, una polera negra, amarrada a su cuello, dejando su espalda descubierta y un escote en v que le llegaba a donde terminaban sus pechos, pero con el ancho preciso para no mostrar de más. Unos pitillos de mezclillas oscuros y unas botas taco alto.
Realmente todos estaban distintos. Muy distintos a lo que habían sido hacía dos meses atrás.
Ahora que la guerra se hacía cada vez más nítida, los chicos (refiriéndome a los cinco) habían madurado bastante. Inclusive Ron, aunque seguía siendo el más infantil de todos.
—Hola Luna. — Saludaron los tres a coro.
Subieron al tren, el cual empezaba a pitar molestosamente. Buscaron un compartimiento vacío, el cual fue casi imposible de encontrar, ya que la gran mayoría del tren estaba ocupada. Encontraron uno vacío, prácticamente al final del tren.
Acomodaron sus cosas en el portaequipajes, cuando sintieron que el tren comenzaba a ponerse en marcha.
—Ron, debemos ir al…
—Si, si al vagón de los prefectos, perfecto. — Interrumpió Ron con la voz más aburrida del mundo a Hermione, que estaba desanudando las cintas que mantenían a su gato encerrado en esa cesta.
Se despidieron y los dos prefectos caminaron hacia el vagón "A".
Solo duró una hora… demasiado tiempo según Ron, que se quejaba hasta por los codos por "la manera en que sobre explotaban a los prefectos"
—…pero la que salió peor con los turnos fue Hermione. — Decía el pelirrojo. —Le tocaron la mayoría con Malfoy. —
—No me lo recuerdes Ronald. — Dijo enfurecida la castaña. Odiaba por todos los modos a aquel rubio de ojos azul ice-berg. Más que odio, era rencor. Rencor por todos los insultos que aquel chico le había dicho a lo largo de esos años. Desde que se conocieron, Malfoy le había humillado, dejándole bien en claro que era una sucia impura que no merecía un lugar en el mundo mágico. Le había hecho pasar incómodos momentos, haciendo gala de que él era un Slytherin Sangre Pura y ella era solo una tonta Gryffindor que además de insoportable y poco agraciada era una impura. Pero a pesar de todo, Hermione sentía que al menos el año anterior, sus dificultades con la serpiente habían aminorado. Eso le hacía recordar que al menos no todas las serpientes eran igual de molestosas que Malfoy. Inclusive mantenía unas que otras palabras amistosas con la mejor amiga de este, Pansy Parkinson, una de las pocas Slytherin que no se metían con ella por el tema de su sangre.
—Anda con cuidado Herms, tú sabes como es él. — Le dijo Harry. Le preocupaba considerablemente que aquella serpiente estuviese a solas con su mejor amiga. Sabía de sobra como era su padre, y no dudaba en lo más mínimo que él sería igual a Lucius Malfoy.
—Lo se Harry, bueno los dejo. Tengo que ir a hacer ronda por los pasillos un rato. — Les dijo la castaña levantándose y abriendo la puerta que separaba el compartimiento del pasillo.
—Que aburrido. —Murmuró treinta minutos más tarde. No había ni recorrido las tres cuartas partes del enorme tren que supuestamente debía de patrullar.
Caminó distraídamente por el pasillo, deteniéndose cada dos o tres minutos a observar el hermoso paisaje que se veía por la ventana. Los árboles, el prado, las casitas, todo pasaba por las ventanas con una rapidez que ni si quiera permitía diferenciar a una mujer de un hombre. De pronto, sintió que alguien chocaba tras ella, ocasionándole un fuerte dolor en la espalda.
—Fíjate por donde vas idiota. — Dijo la castaña, al sentir un golpe en su espalda.
—Lo sien…fíjate por donde vas tú, Granger. —Dijo una voz masculina, siseante y que arrastraba las palabras de manera muy particular.
— ¿Que demonios haces acá Malfoy? — Preguntó Hermione, al voltearse y encontrar unos ojos azul ice-berg, casi grises sobre ella, completamente fríos, carentes de emociones y darse cuenta de quien era el dueño de ellos.
—Patrullar. Es mi deber de prefecto ¿no? —Dijo, mientras se pasaba una mano por su cabello, desordenándoselo de manera exquisita.
—Pero podrías darte la vuelta e ir a patrullar a otro sitio huroncito. —Dijo molesta. No sabía porqué, pero en el minuto en que sintió el contacto de la piel de aquella serpiente en su espalda, sintió una descarga eléctrica recorrer desde el punto de contacto hasta el último centímetro de su cuerpo.
—Yo patrullo en donde quiera, sabelotodo. — Dijo con su característica voz siseante. Era extraño, pero cuando sintió el contacto de su mano derecha en la espalda de la maldita Gryffindor, sintió que una corriente eléctrica le recorría desde el punto de contacto hacia el resto de su cuerpo.
—No jodas Malfoy. — Y dicho esto, la castaña se dio media vuelta y caminó hacia el vagón en donde se encontraban sus amigos, mientras Draco Malfoy le gritaba un: Cuida tu vocabulario Granger.
— ¿Tan corta fue tu ronda? — Preguntó el morocho de ojos verdes a la chica que acababa de entrar al compartimiento.
—Se suponía que ambos prefectos deben patrullar, así que al próximo turno le toca a Ron. —Dijo mientras sacaba un libro de su bolso de mano.
Pasaron al menos media hora, media hora en la que Harry perdió patéticamente una partida de ajedrez contra Ron, en la que Hermione pudo avanzar dos capítulos de su lectura y en la que tanto Luna como Ginny aprovecharon para descansar, antes de que la castaña mirara el reloj y le avisara a Ron que era su turno de hacer la ronda.
— O vamos Herms, se buena conmigo y has los turnos de patrullaje por mi. — Dijo poniendo su voz más tierna y colocando ojitos tipo gato con botas en Shrek II.
Antes de que la castaña pudiera responderle que ni loca volvía a patrullar por los pasillos del tren y que ni si quiera se molestara en intentar convencerla de lo contrario, la puerta del vagón volvió a abrirse, dejando ver a una niña de aparentemente segundo curso, con su uniforme bien puesto y una corbata con los colores azul y bronce, colores de la casa de las águilas.
— ¿Tú eres Hermione Granger? — Preguntó la niña de Ravenclaw, mirando a la castaña que asintió afirmativamente con la cabeza (N/a: cuek). — La profesora McGonagall me pidió que te entregara esto. — Agregó, entregándole un trozo de pergamino, enrollado y atado con una cinta color rojo fuego, a la castaña. La niña se despidió con una leve inclinación de cabeza y cerró la puerta del compartimiento, dejando a Hermione con el pergamino entre sus manos.
La castaña tiró la cinta roja, lo desenrolló y comenzó a leerlo, y a medida que sus ojos recorrían la carta, en sus labios se iba formando una sonrisa cada vez más pronunciada.
— ¿Qué ocurre Herms?—Preguntó Harry, notando la inmensa sonrisa que tenía la castaña, una vez finalizada de leer la carta, mientras Ron le comía su segunda torre y le hacía un jaque.
—Soy… o Merlín, Soy la… Merlín, Morgana y por todos los magos no lo puedo creer… Soy la… ¡La nueva Premio Anual! — Anunció, dando saltitos emocionados por todo el compartimiento.
—Felicidades. — Dijeron a coro Luna y Ginny, ambas bostezando, que habían despertado con el primer gritito de la castaña, mientras Harry recogía el pergamino que su amiga había lanzado, a causa de la emoción, luego de haber perdido por segunda vez el partido de ajedrez en lo que iba del trayecto contra Ron.
—Herms, debes ir con McGonagall, lo dice aquí abajo. — Le anunció el oji verde, mostrándole una posdata a la castaña, comunicándole que la esperaban en el compartimiento de McGonagall junto con el otro Premio Anual.
Hermione le arrebató el sobre a Harry y salió fugazmente, con una enorme sonrisa en su rostro.
—Mione! —Gritaron dos voces a su espalda. La castaña las reconoció de inmediato. Sus dos grandes y locas amigas, además de compañeras de habitación.
—Lav, Vati. —Saludó a las dos chicas que acababan de salir del tocador. — Luego hablamos, McGonagall quiere hablar conmigo.
— ¿Aún no llegamos y ya te metiste en problemas, Mione? —Preguntó riéndose una rubia de celestes ojos. —Y yo que creía que ibas a estar igual que el curso pasado. Pero luego de las fiestas a las que fuimos antes de tu viaje…—Lavender dejó la oración al aire, con una sonrisilla en su rostro.
—No Lav, miren esto. — Dijo media ruborizada por el comentario de su amiga, tendiéndoles la carta que minutos antes le había arrebatado a Harry.
—Lo sabía, lo sabía. — Gritaba esta vez Parvati. Abrazaba, junto con Lavender, a Hermione, felicitándola por el merecido reconocimiento.
—Hablamos luego. — Dijo a modo de despedida, separándose del abrazo tipo boa constrictor de sus amigas. Las chicas asintieron, se despidieron de la chica, obligándola a prometerles que se irían junto a Ginny en el carro desde Hosmeade hasta Hogwarts y tomaron rumbo contrario al cual se dirigía Hermione.
Estaba totalmente emocionada. Aún no cabía en si de tanta felicidad. Tanto era, que no se percató de que alguien se encontraba cerca de ella, hasta que…
—AUCH!. —Se oyeron dos quejidos de dolor.
— ¿Qué no te fijas por donde caminas Granger? — Preguntó un rubio de fría, pero maravillosa, mirada.
— ¿Tú otra vez? Aun no llegamos al castillo y ya me he tropezado dos veces contigo Hurón. —Le respondió Hermione, mientras recogía una fotografía antigua, que con el choque había salido de su bolsillo y había ido a parar al suelo.
—No es culpa mía ser tan irresistible y que a demás no sepas caminar, Sabelotodo. —Agregó Malfoy, mirando de reojo la fotografía que segundos antes se le había caído a la Granger esa. Le resultaba extrañamente familiar, pero no recordaba donde la había visto.
—Escucha bien Malfoy, no me molestes más. Recuerda que aunque sea una Gryffindor, puedo llegar a ser mucho más serpiente que tú.
El rubio bufó, haciendo una mueca de "mira como tiemblo"
—Veo que ya llegaron. — Dijo una voz, salida del compartimiento que tenían ante sus narices.
—Lo lamento profesora. — Dijeron a dúo. Giraron bruscamente sus cuellos, los cuales sonaron por el brusco virar y cuando hielo y miel se juntaron, chispas de no solo odio brotaron de ambos extremos.
—No importa, pasen. — Dijo McGonagall, dejando el espacio suficiente como para que ambos entraran. — Bueno, como se habrán dado cuenta. —Comenzó a hablar la profesora, una vez que ambos alumnos se hubiesen sentado, cada uno en un extremo diferente del compartimiento. —ambos han sido seleccionados como los premios anuales de la generación de este año. —Silencio total por parte de ambos lados.
—Por lo que el deber de ustedes, además del que ya tienen que cumplir como prefectos, será la organización de las diversas actividades a realizarse durante el año, tanto sean bailes, salidas al pueblo, entre otras. Claro está que pueden pedir ayuda a algún prefecto de confianza por parte de ambos. —
Hermione soltó un suspiro. La página trescientos cuarenta y cinco del libro "historia de Hogwarts" se le presentó completamente a la mente. "…los Premios Anuales tienen varios beneficios, como el ingreso ilimitado a las cocinas, acceso a la sección restringida de la biblioteca y una sala común para ambos Premios Anuales…"
Esa línea le asustó de sobremanera. Rogaba a todos los magos habidos y por haber que McGonagall no le pidiera compartir una sala común con Malfoy.
—A demás, estarán encargados de hacer tutoría a los alumnos de primer a tercer curso que lo necesiten los fines de semana y antes de que lo olvide, compartirán una sala común, ubicada en la torre oeste del castillo. — El rostro de Draco, impresionado. El de Hermione, todo un poema.
— ¿Pretende encerrarnos en una torre, a él conmigo? —Preguntó muy alterada, levantándose abruptamente de su lugar.
— Creeme. —Le dijo el rubio, posando sus metálicos ojos en los mieles de ella. — No me hace más gracia que a ti.
—No jodas Mal…
—Silencio, los dos. Ahora. —Los calló la severa voz de la profesora Minerva McGonagall. — Como Premios Anuales, deberán mostrar unidad entre sus casa, dejando de lado sus roces y diferencias. ¿Y qué mejor ejemplo que Gryffindor y Slytherin?
—O sea, como pretende que dejemos nuestras diferencias de lado. ¡Eso es prácticamente imposible profesora! —Hermione se encontraba fuera de si. En su fuero interno, una vocecita gritaba a los cuatro vientos lo que la castaña deseaba gritar en voz alta, altísima. ¿Qué demonios pensaban Dumbledore y sus profesores? ¿A que juego pretenden jugar? ¿Acaso quieren volvernos locos o qué? Pero su uso de razón la obligaba a mantener la boca cerrada, diciéndole que no actuara de manera tan infantil y que solo lograría restarle puntos a Gryffindor antes de haber ingresado al castillo.
—Y además, qué le hace pensar que yo compartiré una sala común con ella — La voz de Draco salió como una bala apuntando hacia McGonagall.
—Lo deberán hacer les guste o no. Porque no solamente se lo ordeno yo, sino que todos los profesores, incluyendo al director Dumbledore y al profesor Snape. — Dijo la muy irritada profesora McGonagall. — Y si no les importa, tengo otras cosas pendientes por terminar antes de llegar al castillo.
Hermione fue la primera en levantarse, seguida muy de cerca por el rubio.
—Será el peor año de mi vida. — Maldijo a castaña, sin percatarse que Malfoy se encontraba justo detrás de ella.
—Yo diría que va a se el mejor. — Le susurró al oído, mientras volteaba y partía hacia el lado opuesto al dirigido por Hermione.
La chica solo suspiró cansada, enojada, enrabiada y… resignada. Pero que se podía hacer… como decía su madre, no hay porqué calentarse la cabeza con problemas que no puedes solucionar… y que solo el tiempo resolverá.
Intentó imaginarse conviviendo civilizadamente con el rubio ese. No duró menos de cinco segundos cuando soltó una carcajada. Las cosas imposibles eran eso…imposibles y realmente ese año sería para grabarlo.
.
.
.
.
.
So? Que les pareció? Merezco algún RR? jeje comentarios, criticas, lo que sea ya saben que acer... solo denle al boton de abajo y haran feliz a esta persona n.n
