En las cercanías de la ruta 208 habitaban, hace algún tiempo, una cantidad considerable de (entre otros pokémon) Meditite, era una colonia bastante grande, pero que se disolvió poco a poco por la cantidad de entrenadores inescrupulosos que visitaban la zona para capturar a alguno de estos ejemplares.
El comienzo de esta historia se remonta a un pasado no muy lejano, la cantidad de Meditites en la colonia aún era alta, pero eran tiempos de cambio, el aire era diferente, y todos los pokémon lo sentían así, sabían que algo malo estaba pasando, pero no sabían muy bien como evitarlo...
De toda la colonia destacaban dos Meditites que crecieron juntos, eran conocidos en todo el grupo, ya que desde pequeños fueron bastante traviesos y habían hecho diferentes jugarretas con los adultos de la manada. La particularidad de estos era que a pesar de no ser hermanos, lo hacían todo juntos, siempre, tenían su instinto bastante desarrollado, eran también unos fervientes exploradores de la zona, ya que de cierto modo desconocían el peligro que corrían estando solos, sin protección, vagando por ahí. Uno de ellos era brillante, tenía una piel rojiza, y sus zonas claras eran un tanto rosadas, lo que lo hacía llamativo al instante. En cambio el otro, parecía uno mas del montón, pero su fuerza hacía que la opinión de cualquiera cambiara de inmediato.
Hubo un día en que todo en la vida de estos dos jóvenes Meditite cambió...
Al amanecer ese día aquel Meditite azul sintió algo diferente en el aire, era un día tibio, el sol era un poco mas brillante, corría una brisa leve, el campo estaba limpio, sólo los compañeros de la manada que se veían en algunos árboles, otros aún dormían, estaba todo tranquilo... Saliendo un poco de la rutina, el Meditite rosa salió a recolectar algunas bayas. Se había tardado demasiado, y el Meditite azul estaba un tanto preocupado.
-Se está demorando demasiado... habrá sucedido algo?- Pensó inquieto.
Eran contadas con los dedos de una mano las veces que los jóvenes se habían separado aunque fuese unos minutos, y a eso se debía la preocupación de su compañero.
-Creo que lo mejor será ir a por él.- La idea retumbó en la mente de aquel Meditite azul.
Habían pasado varios minutos desde que el Meditite comenzó la búsqueda de su amigo, ya había revisado prácticamente toda la ruta 208, donde solían explorar, pero de pronto vio esa pequeña roca con la que su amigo cargaba siempre, estaba tirada en la orilla de uno de los puentes que hay en la zona, extrañamente en esa parte de la ruta, no habían árboles, lo que produjo una desazón mayor en el Meditite azul... tenía mucho miedo de lo que pudo haberle sucedido a su querido amigo, fue por eso que se apresuró, y sólo corrió en la dirección que sentía era la correcta.
De pronto, vio a alguien de aspecto extraño, cabellos rojos como la furia de un Gyarados que algún día conocieron, ojos pequeños, su mirada era maligna, y unos metros más allá, estaba su amigo, herido, luchando contra un pokémon bastante extraño, tenía unas alas enormes, era de color verde intenso, dos plumas anaranjadas tras su cabeza, un pico de tamaño medio y unos ojos impenetrables.
Lo único que aquel Meditite azul atinó a hacer fue abalanzarse sobre ese pokémon extraño, pero su acción inmediata fue voltearse, abrir esas enormes alas blancas, y atacarlo... sus ojos se tornaron de un color violeta y de inmediato el Meditite azul cayó al suelo, confundido producto del efecto del ataque. Las consecuencias fueron inmediatas, la vista se le tornó borrosa, y poco a poco quedó debilitado por completo...
Algunas horas pasarían antes de que el Meditite azul pudiese recobrar la conciencia, y para entonces, su amigo ya no estaría.
