Bueno este es mi primer fanfic, espero que les guste!
Subiré un capitulo por semana, pero por ser la primera vez subiré dos para que se enganchen con la historia porque es a partir del segundo capitulo que se pone interesante!

Sinopsis: Un grupo de sobrevivientes (no cualquier clase de sobrevivientes, sino unos escogidos por alguna razon) hallan una Death Note entre los escombros del avion del cual cayeron, cuyo dueño es nuestro protagonista Light Yagami. Al enterarse del uso de la libreta, cada uno debe hallar la forma de sobrevivir sin llegar a usarla para matarse unos con otros.

Capitulo I: Avión

Finalmente llegó el gran día. Al fin las vacaciones tan soñadas, tan esperadas, tan anheladas. Juana estaba muy emocionada y se dibujaba en la mente los paisajes del caluroso caribe mientras terminaba de cerrar su maleta.
Darío la observaba mientras en tono de broma le reprochaba por qué tardaban tanto las mujeres en recoger sus cosas y que, encima, no iba a usar ni la mitad de la ropa.
Ellos son pareja desde hace cuatro años, más uno de convivencia. Él se ganaba la vida como dibujante. Ella era periodista y una ex agente de FBI. Retiró sus cargos cuando empezó se fue a convivir con Darío y tomó otra carrera más suave donde su vida no corriera peligro alguno.
El artista estaba muy enamorado de su inteligente mujer, la observaba constantemente: su pelo castaño, sus ojos oscuros, su sonrisa perfecta. Juana era una constante inspiración para él. Pero cesó de observarla, dado que al fin llegó el taxi y se dirigieron al aeropuerto, a tomar el tan aventurado avión para ella y tan temido por él.

Ellos ya estaban ahí, en el aeropuerto, comiendo liviano antes de abordar para no pasar vergüenza digestiva alguna en el transcurso del viaje. Tomaban el vuelo número quince hacia las playas caribeñas.
Fernanda le enseñaba las fotos del destino a Damir, su pareja, quien estaba ansioso de darle un poco de color a esa piel tan pálida, para resaltar así sus ojos verdes.
En el transcurso de la charla un hombre de traje pasó rápidamente muy cerca de ellos, quien, sin intención alguna, volcó el refresco de Fernanda al piso. El hombre rápidamente pidió disculpas y enseguida le compró otra para sanar su pequeño accidente.
Fernanda, sorprendida, confesó a su pareja que existía poca gente así todavía y solo con ese gesto, le alegró el día.

El hombre llevaba un maletín, como todo ejecutivo, tenía millones de papeles allí dentro. Antes de abordar el mismo vuelo que ambas parejas, se dirigió hacia a el baño y se aseguró de estar completamente solo.
Sacó su teléfono celular y no marcó ningún número. Lo hizo para disimular. Miró a su derecha y se aseguró que nadie lo oyera. Al fin, respiró profundo y comenzó:

-No quiero matar a nadie más.
-Entonces renuncia -respondio el shinigami.
-Tampoco quiero hacerlo, quiero tener la libreta conmigo hasta que llegue mi hora, pero no quiero hacerlo más.
-No tiene sentido entonces –sonrió el extraño ser mientras lo miraba fijamente a los ojos.
-Ya lo sé. Por eso hago este viaje, tomé una decisión: La voy a enterrar en las arenas de una isla donde ya nadie la encuentre.
-¿Por qué deberías hacerlo? -retrucó el Dios sorprendido.
-No tienes idea de lo que los humanos somos capaces de hacer – se desajusta la corbata negra sudando- si esto llega a caer en manos de cualquier individuo estaremos perdidos. No podemos permitir que ocurra de nuevo.
-Eres muy aburrido, ya no me diviertes...
-No soy payaso, tengo otras cosas mejor para hacer, como ahora. Nos vamos.

El hombre del traje marrón guardó su celular, que estaba apagado, y se dirigió al avión. Al salir nuevamente se topa con Fernanda, que le regaló instantáneamente una sonrisa de lo agradecida que estaba. Él se la devolvió con mucho esfuerzo. No se lo veía tranquilo. Pero la muchacha no se dio cuenta de eso.

El avión estaba despegando. Darío estaba temeroso y Juana, relajada lo tomaba de la mano para tranquilizarlo. El shinigami que estaba hablando en el baño con el caballero del traje, observaba detenidamente a todos los humanos, uno por uno.

-Te dije, debiste haber escogido a alguien con agallas...
-¿Que...? -el shinigami se volteó para encontrarse con otro de los suyos... Light -¿Que haces aqui?
-Nada... solo vine a decirte que a este hombre le quedan muchos años de vida, sería una pena que desperdicies tu vida al lado de el sin ningun tipo de aventura...
-¿Que me estás queriendo decir?
-Lo que digo es simple... -sonriendo sarcasticamente- si él no mata a más gente, podrías hacerlo tú ¿No te parece?
El shinigami lo miró profundamente. Comprendió lo que Light quiso decirle.
-De acuerdo, te quedarás con mi Death Note -respondió- Estoy tan aburrido de todo, que ya no me importa...
-Espera -retrucó Light- escoge solo 7 personas para que sobrevivan, quiero que la diversión comience lo antes posible...
-¿Entonces quieres que ya empiece con todo esto?
Light sonrió y se retiró.

Tenia que estar bien preparado para ver a quien le daba una segunda oportunidad. No todos debían morir. Tenia que estar seguro que debía ser divertido o al menos más interesante la persona que herede el poder. Debía ser cauteloso. No debería desperdiciar ningún detalle, tenía que buscar a las posibles personas que hagan un mundo distinto, sin importar si eran inteligentes o no, altos o bajos, gordos o flacos. Tenían que tener algo en lo que se destaquen y ese algo, tiene que valer la pena.

Después de dos horas y media de vuelo, la mayoría de pasajeros dormía. Y este ser tan extraño tenia la respuesta a sus incógnitas. Sacó una libreta negra de su espalda y comenzó a describir unos extraños sucesos cuyos nombres que aparecían eran de casi todos los pasajeros, menos de siete. Y entre esos nombres figuraba el nombre del caballero de traje marrón. Y así pasó. La inevitable caída del avión, en la nada, sobre tierra, pero no una muy grande. Esa noche solo abrieron los ojos siete personas, pero el hombre de traje no. Y el extraño ser tampoco. Ni siquiera dejó rastros, directamente se disolvió en la arena y dejó de existir.

El primero en salir fue Tahiel, de solo quince años. Estaba asustado y no sabía que hacer. Hasta que escuchó el llanto de una mujer. Se acercó a mirar, esperanzado y agradecido de que no era el único sobreviviente, pero la imagen no era muy agradable. La mujer, de unos cuarenta y largos años, abrazaba a un cadáver, que al parecer era su esposo. El joven se acercó cautelosamente a consolarla, cuando se dio cuenta que habían dos sobrevivientes más, pero estaban atrapados. Inmediatamente alentó a la mujer desolada a ayudar, y aunque costó mucho, pudieron lograrlo. Juana y Darío estaban bastantes lastimados, pero nada de porque preocuparse. Estaban charlando entre ellos deduciendo cosas, calculando errores y aciertos, haciéndose millones de preguntas sin respuestas certeras, cuando una voz los interrumpió: un caballero de mirada azul, soberbia y algo arrogante les pidió de mala manera que los siga hacia el otro lado del avión despedazado. Estaba recién amaneciendo, pero a nadie le importó. El hombre prácticamente les ordenó a los sobrevivientes a buscar otros sobrevivientes y objetos de supervivencia o de auxilio. Así pasaron los primeros largos minutos de apogeo hasta que al fin el alba cubrío sus rostros lastimados y se pudieron conocer. La viuda gritó que había encontrado más sobrevivientes y fue corriendo hacia donde estaban todos los demás, mientras dos personas iban atrás.
Fernanda temblaba de miedo y Damir la abrazaba con cara de sufrimiento. Darío miro muy asombrado. De todas las situaciones de la vida y del destino, jamás se imagino encontrársela a ella en semejante situación. Ella, Fernanda, la chica a quien había abandonado por su actual amor, Juana. Le corrió un escalofrío en la espalda, de solo pensar en que debería sobrevivir a algo mucho más avasallante que el hambre y la sed: su despecho y resentimiento. En ese momento Juana, quien estaba buscando unas ropas para abrigarse en una maleta destrozada, se voltea para ver, sin saber que al fin, después de tanto esperar se iba a encontrar con un el obstáculo mayor de sus primeros años de noviazgo: Fernanda. No lo pudo evitar, sus ganas de conocerla, de tenerla frente a frente, de hablarle y decirle todas esas discusiones que por internet no se pueden expresar, toda la arrogancia y las ansias acumuladas de reírse de la desgracia de la vida infeliz de la mujer que quiso interrumpir su vida amorosa con el artista. No lo pudo evitar. No por maldad, no por despecho. Ella necesitaba verse victoriosa ante su rival, y que su rival se rinda ante su victoria; como en el deporte, como en las competencias, como en las elecciones presidenciales los elegidos por el pueblo salen a las calles a refregar la victoria de haber ascendido al poder ante los otros candidatos perdedores.
No lo pudo evitar. En su rostro se formó una sonrisa tan perfecta, tan preciosa, tan sonriente, tan esplendida, tan llena de victoria, de gracia, de carisma, que ni siquiera Darío mismo había podido llegar a contemplar en todas las inspiraciones que su boca le dio.

-Finalmente, estamos frente a frente – le dijo sin dejar de sonreír.
El rostro de Fernanda parecía sorprendido pero asustado también. Juana simplemente no podía, no quería, no dejaría de sonreír.
Pero nadie, absolutamente nadie se dio cuenta de que en el cielo, sobre todos ellos, había alguien que los observaba detenidamente y sonreía aun con más ganas que la mismísima Juana. Él estaba más victorioso que ninguno más que de ellos. Nuevamente se probó a si mismo que su poder de manipulación es irradiante.

CONTINUARÁ...