Era tarde en la noche. La Luna mantenía claras las calles mientras cinco cachorros corrían a toda prisa.
—Ryder se va a enojar mucho con nosotros—dijo el dálmata e hizo una mueca.
—No pensé que nos tomaría tan tarde—dijo el pastor alemán.
—Tampoco pensaste que nos perderíamos—dijo el mestizo que venía justo detrás.
El pastor alemán miró al mestizo y arrugó el ceño.
—Lo siento. ¿Es eso lo que quieren oír?—fijó la vista nuevamente en el frente y aceleró la carrera— Recuerdo que era por aquí. Estoy seguro. Recuerdo ese bote de basura.
—Está bien, Chase, después de todo, no creo que nos perdamos más de lo que ya estamos.
—Sé que estamos cerca—dijo y miró nuevamente hacia atrás— ¿Estás bien, Rubble?
Rubble estaba más agitado que los demás así que tomó aire para responder.
—Solo un poco hambriento.
—Ok, chicos, deberíamos…
Chase se detuvo en seco y los demás tropezaron con él.
—Marshall—gritó Rocky, pero el dálmata ya había aterrizado de plano en el asfalto. — ¿Qué sucede, Chase? ¿Por qué te detuviste así?
—¿No escucharon eso?
—Yo no he escuchado nada—dijo Marshall.
—Yo… creo que escuché golpes—dijo el labrador.
—Sí, eso mismo, Zuma. También…
—Quejidos.
—Sí, eso.
De repente, se escuchó un estruendo en uno de los callejones. Los cinco cachorros reaccionaron con algo de miedo.
—¿No será… un fantasma?—dijo Marshall.
—Los fantasmas no existen, Marshall—dijo Rocky.
Mientras los demás discutían sobre el tema, Chase se acercó lentamente al callejón.
—¿Estás seguro?—preguntó el dálmata nuevamente.
—Ya te dije que…
En ese instante se escuchó un ladrido de Chase, uno potente.
—No creo que los fantasmas se dediquen a robar—dijo el pastor y volvió a ladrar.
Los demás cachorros se acercaron y gracias a la luz de la luna pudieron divisar una figura humana, alta y fortachona. Todos comenzaron a gruñir en cuanto vieron a otro hombre tirado a los pies del fortachón, golpeado y herido.
—¿Qué le hiciste? ¿Lo mataste?—Gritó Chase.
—Cachorros inoportunos—dijo el tipo y les apuntó con un arma en cada mano.
—Eso no nos detendrá—dijo Chase aun gruñendo, avanzando poco a poco.
El hombre soltó una carcajada y apuntó a su víctima con una de las armas.
—¿Qué tal ahora?
Los cachorros se detuvieron sobresaltados.
—¡No le hagas daño, maldito!—dijo Rocky.
—Yo solo quiero llevarme el dinero—sonrió de lado, miró a la víctima y nuevamente a ellos —Como si ya no tuviese suficiente con el otro perro callejero. Y ahora cinco más. ¿Son de la misma banda? No me importaría comenzar por ustedes.
En ese instante, se escuchó un nuevo ladrido. Fuerte e imponente.
Chase, Marshall, Rocky, Zuma, Rubble y el asaltante miraron hacia quién lo provocaba. Era un cachorro de pelaje abundante y gris. Tenía una melena blanca en el pecho y ojos de un verde esmeralda.
—¡Tú de nuevo!—dijo el asaltante—¿De dónde demonios sales siempre?
—De tu sombre, feo—dijo el cachorro que había salido de la nada y saltó a morder la mano del hombre.
—¡Suéltame!
El cachorro ejerció aun más fuerza en la mandíbula obligando al asaltante a soltar el arma en esa mano.
El hombre miró con rabia al canino y lo comenzó agolpear. Al ver que no podía zafárse, le apuntó con la otra arma.
—¡Es nuestra oportunidad!—Gritó Chase y junto a sus compañeros atacó la otra mano del asaltante.
—¡Suéltenme perros del demonio!— dijo el hombre y en un arranque de rabia tiró lejos al cachorro de ojos verdes.
Aun con Chase y los demás encima de él, dirigió el arma hacia el pequeño de pelaje gris y abundante.
—¡Ahora sí, me desharé de ti perro entrometido!— dijo y disparó el arma.
Los cachorros palidecieron ante aquel acto.
La bala se reflejó en los ojos esmeraldas del pequeño. Estaba seguro de aquello. Segurísimo. Iba a morir allí.
De repente, un círculo brillante apareció. Estaba bajo sus pies, tanto del asaltante como del pequeñín de ojos verdes.
El hombre miró a todos lados con miedo. Aquello no había sido normal. La bala había rebotado contra las paredes y los seis cachorros habían desaparecido como por arte de magia .
—¡Me estoy… me estoy volviendo loco!—dijo el hombre y pegó un chillido cuando sintió que una mano le agarró los pantalones.
—Devuélveme… mi… dinero—dijo una voz un tanto espelúznate y débil.
El asaltante sintió tanto miedo que tiró la billetera que había robado en la cara de la víctima y salió disparado de allí.
—¡¡Al demonio el dinero!!
