Disclaimer: Blood: The Last Vampire no me pertenece, es propiedad de Production I.G., SPE Visual Works y Hiroyuki Kitakubo. Blood+ no me pertenece, es propiedad de Production I.G., Aniplex y Junichi Fujisaku. Blood-C no me pertenece, es propiedad de Production I.G., Ushiki Yoshitaka y CLAMP.

Notas: antes que nada, disculpen la larga lista de notas introductorias que tendré que hacer, pero es necesario que las lean para poder entender este fanfic, ya que estoy mezclando a los personajes de las distintas versiones de la saga de Blood. Si han visto o leído las diversas obras que hay sobre los tres universos existentes de la saga, será mucho más sencillo ubicarse.

—Saya de Blood: The Last Vampire, Saya Otonashi de Blood+ y Saya Kisaragi de Blood-C, aparecen juntas en este fanfic. Ya que las tres comparten el mismo nombre, serán diferenciadas ya sea con sus apellidos o descripciones de cabello (aunque suene un poco tonto). También podrán diferenciarlas por "edad" con respecto a la aparición de las versiones de la saga que cada una protagoniza: Saya de TLV vendría siendo la mayor (o la única original, como se refieren a ella en la película), Saya Otonashi la de en medio, y Saya Kisaragi la menor.

—Aparecen personajes propios de Blood+, como Hagi, David y Lewis, así como la mención de Diva. Se mencionarán también a los dos David anteriores (abuelo y padre del de Plus) ya que estos aparecen tanto en la película de TLV (padre del actual David), como en un manga precuela de Blood-C (abuelo del David actual), ubicado en 1946, llamado Blood-C: Demonic Moonlight, o Izayoi Kitan.

—Aparece un personaje del videojuego para Playstation 2 de Blood: The Last Vampire, llamado Ishida. Probablemente muchos no lo conozcan, pero es un muchacho que tiene contacto frecuente con la Saya de TLV en este juego. Cabe destacar que su nombre se mantiene desconocido a lo largo de todo el juego, del cual he visto solamente vídeos en internet. Yo he decido nombrarlo Ishida porque Saya constantemente dice esa palabra cuando habla con él. Me es imposible averiguar si es su nombre real o qué significa la palabra exactamente ya que todos los vídeos están en japonés sin subtítulos.

—Se hace la mención de Maya, la hermana gemela y clon de la Saya de The Last Vampire, cuya aparición acontece en el manga de Blood: The Last Vampire 2000.

—Se hace la mención de Onigen, que en la película live action del 2009 de Blood: The Last Vampire, es la madre de Saya.


"En las desventuras comunes se reconcilian los ánimos y se estrechan las amistades"

Miguel De Cervantes Saavedra


Saya y la trinidad

Okinawa, 2015

Saya Kisaragi, mirando el paisaje que la rodeaba, se pasó una mano por la nuca ligeramente húmeda por el sudor y revolvió los pequeños cabellos que le caían sobre la piel. Al levantar la vista el sol matutino le dio de lleno en la cara y, haciendo una mueca, se hizo sombra con una mano, regañándose por no haber comprado un sombrero de playa o unos lentes de sol como le recomendaron.

Aún no era ni medio día y ya estaban cerca de los treinta grados, y aunque nunca había sido afecta al mar, debía admitir que las costas de Okinawa eran preciosas. No había tenido oportunidad de apreciarlas desde que llegara a la isla una semana atrás. Todo había sido gimnasio, entrenar con las chicas en los cuarteles del Escudo Rojo y matar quirópteros, seres más hematófagos que antropófagos, a diferencia de los furukimonos, los monstruos que le recordaban a la literatura de Lovecraft y contra los cuales luchó toda su vida.

En su lugar, los quirópteros, a quienes consideraba los monstruos de sus hermanas, eran animales enormes que guardaban un extraño parecido con un gorila mitad murciélago. La infección de su sangre era capaz de propagarse como una plaga. Garrapatas gigantes, como a veces los llamaba su hermana mayor.

Estando sola y esperando sin prisa alguna la llegada de los demás, se quedó en a la playa sintiendo la arena que se le metía entre los dedos enfundados en sandalias. La arena era suave y cálida, muy blanca y húmeda. Podía sentir el sereno vaivén del agua apenas rozando sus dedos. Más allá, en el horizonte, el azul del cielo era tan intenso como el del mar, casi incandescente, y los cielos de aquella costa rara vez se nublaban. Si miraba a su derecha, en varios puntos de la playa se formaban pequeños montes de piedra negra.

A Mana le habría encantado ese lugar, pensó Saya, pero ya le contaría cómo era cuando volviera a Tokio con el resto de los chicos. Y tal vez hasta podrían conocer a sus nuevas hermanas, pero conociendo a la tímida muchacha como lo hacía, seguramente se pondría algo celosa y triste, temerosa de que, de alguna forma, decidiera abandonarla ahora que había encontrado algo muy similar a una familia de sangre.

Pensando en la chica se mordió discretamente el labio inferior y tomó su celular, mirando a ambos lados, nerviosa. Había pocas personas disfrutando de la playa, sólo unos pocos jóvenes pasando el fin de semana y un par de familias. Para esas alturas, Lewis, quien estaba asignado a acompañarla, ya se encontraba tirado sobre una manta bajo la sombra de una sombrilla, dejando olvidada la cerveza que un rato antes estuvo bebiendo. Tal vez se había quedado dormido.

Decidió tomar un par de fotos del mar para enviárselas más tarde a Mana y Tsukiyama, quienes seguramente estarían insistiendo en viajar a Okinawa lo más pronto posible una vez que las vieran. Y es que paisajes como esos no se veían nunca en Tokio, aunque eso de tomarle fotos a todo, como tan de moda estaba (algo que tanto Mana como Fujimura solían hacer para luego subirlo a Instagram), le parecía un tanto vergonzoso.

—Es lindo, ¿verdad?

Apenas había tomado un par de fotografías cuando una voz la hizo sobresaltarse. Por unos momentos estuvo a punto de soltar el celular y, endureciendo su mirada, se volvió rápidamente. Saya Otonashi estaba detrás de ella, enfundada en un sencillo traje de baño de dos piezas color rosa. Debía ser algo pudorosa, pensó Kisaragi, porque tenía la cadera y los muslos ocultos tras un vaporoso pareo del mismo color, adornado con patrones de flores en rojo y flecos del mismo tono. También estaba acompañada de su Caballero, y para sorpresa de Kisaragi, a quien siempre le pareció un tipo de lo más estoico, Hagi parecía también dispuesto a disfrutar de la playa, a juzgar por el bañador negro que usaba. Saludó a ambos brevemente, aunque no pudo evitar darle una mirada de repulsión al raspado de fresa que la chica llevaba entre las manos

—¿Ya estabas aquí? —preguntó Kisaragi. Otonashi notó que su usual seriedad parecía un tanto forzada, como si la hubiese agarrado haciendo algo incorrecto. Pero tenía décadas conviviendo con Hagi, podía notar al instante cuando alguien solamente se estaba haciendo el serio, y con Kai, ya sabía cuando alguien estaba fingiéndose rudo.

—Acabamos de llegar —contestó la chica un tanto distraída, mirando hacia todos lados. Notó la presencia de Lewis tirado sobre la arena, pero no la de David como había esperado. Se tomó unos segundos para acomodarse el sombrero de playa—. ¿No ha llegado Saya?

Se refería a su hermana mayor.

—Pensé que vendría contigo.

Otonashi negó con la cabeza.

—Sólo somos Hagi y yo.

—David llamó hace un momento diciendo que la traería. Dijo que llegarían un poco tarde —aclaró el Caballero con su usual tono de seriedad.

—Diablos, ¿qué tanto hace esa chica para tardar tanto? —Saya Kisaragi esbozó una mueca de reproche al tiempo que se acomodaba los tirantes de su traje de baño. Era de dos piezas, como el de Otonashi, pero en color rojo, y su diseño era ligeramente más atrevido. Para ser sincera, se sentía un poco descubierta. Otonashi se lo había prestado, insistiendo en que le quedaba muy bien y que ella jamás lo había estrenado porque le daba vergüenza usarlo y que, además, no lograba llenar el escote, pero aunque Kisaragi era fanática de las minifaldas y toda prenda que mostrase sus piernas, con los escotes era lo opuesto. De las tres era la que tenía los pechos más voluptuosos, y la joven sentía que se le salía todo por los lados del pronunciado escote.

—Para ser yo la que duerme treinta años, nuestra hermana mayor parece enamorada de su cama. Si no se está peleando, está durmiendo —bromeó Saya, suponiendo que David e Ishida seguramente estaban batallando con ella y su mal genio para sacarla de entre las sábanas. La mayor de ellas se levantaba a las cinco de la mañana para entrenar en el gimnasio y con la espada, y una vez concluida su intensa rutina, si no tenía más pendientes, se echaba a dormir. Pero si su mal humor se mantenía constante durante todo el día, por las mañanas era mil veces peor, al menos hasta que tomaba café, de lo contrario, pasaba el día entero con ganas de matar a todos.

—¿Qué no está enamorada de ese tal Ishida? —inquirió Kisaragi alzando una ceja, aunque hubo cierto tono de malicia en su voz. Otonashi, mientras tanto, se encogió de hombros.

—Creo que es al revés. Y mejor que no te escuche, o la harás enojar.

—Sí, qué miedo… —contestó sarcástica, cruzándose de brazos.

—Es nuestra hermana mayor, y tiene más experiencia que nosotras con la espada…

—¡Qué lugar! Es hermoso, ¿no crees, Saya?

Una voz conocida se escuchó a unos metros de distancia. Cuando el trío se volvió vieron a David, Ishida y Saya caminando hacia ellos. Era Ishida, quien portada un bañador azul marino junto a una sonrisa, el que parecía el más contento de todos. David tenía cara de cansancio y Saya su usual mueca de mal humor, pero al menos habían logrado convencerla de ir a la playa y hasta echarse un chapuzón, a juzgar por el recatado bañador negro, de una pieza, que usaba. A pesar del calor tenía encima una bonita blusa de cierre y manga larga de traslucida tela color lila, y sus hermanas menores no pudieron evitar mirarse con cierta confusión. Era la prenda más femenina que la habían visto usar: solían verla siempre con su usual uniforme negro de preparatoria, que a Saya Otonashi le recordaba a los uniformes de las temidas sukeban de los años sesenta y setenta, o con ropa deportiva y de entrenamiento.

—Sí, mira, que me gusta la playa, más no la sal del mar, ni la arena, ni el sol… —Aquella había sido Saya, quien se acomodaba con pereza los enormes lentes negros de sol.

—¿Qué? ¿Pero entonces cómo…? —Ishida parecía consternado, aunque David se limitó a rodar los ojos. No se podía tener contenta a esa chica, pensó, y por unos instantes se preguntó cómo su difunto padre logró convivir con ella y ganarse su respeto.

Unos cuantos pasos después se encontraron frente al otro par de Sayas y Hagi. La Saya original se quitó los lentes al quedar frente a ellos y lamió con pereza el helado de vainilla que llevaba en la mano derecha.

—Llegaste tarde —le reprochó Kisaragi, torciendo la boca. La recién llegada Saya hizo un gesto muy similar. Resopló, provocando que su fleco se alborotase por encima de su frente.

—Bueno, es que no quería venir —masculló tan sincera como sólo ella podía ser. Otonashi rodó los ojos igual que David momentos atrás. Su hermana mayor era la más malhumorada de las tres, pero también tan pasivo-agresiva como Saya Kisaragi y ella misma. Cuando no quería ir a un sitio hacia todo lo posible por llegar tarde, y por esa razón habían asignado a David, quien usualmente estaba con Otonashi, para cuidar de ella, o más bien, para vigilarla.

Saya, la mayor y considerada la original, no era nada accesible a la hora de trabajar con desconocidos. David era el hijo del David que se había ganado el respeto y la confianza de Saya como ningún otro agente lo había hecho jamás; resultó mucho más sencillo que fuera directamente él, su hijo, quien fuese tras ella, apoyado por Ishida, quien tenía años en la organización, sin embargo, aunque el muchacho era un excelente elemento, con respecto a Saya usualmente le terminaba faltando carácter y agallas, algo muy similar a lo que le sucedía a Hagi con Otonashi.

Por otro lado, Kisaragi no era tan quisquillosa. También podía ser malhumorada, tanto como la mayor de ellas, pero cuando se le encontraba de buenas podía ser muy agradable. Lewis recientemente había sido asignado para cuidar de ella, y de alguna forma la personalidad ligera y divertida del agente se complementaba bien con las dos caras de la moneda que poseía la personalidad de Kisaragi.

Mientras tanto, Saya Otonashi se mantenía muy bien acompañada de su propio Caballero, como siempre había sido desde el principio.

—Tuve que arrastrarla fuera de la cama —masculló David apuntándola con el pulgar—, pero al final fue Ishida quien la sobornó con un helado.

La aludida, resignada, se cruzó de brazos, e Ishida, halagado por haber sido él quien animara a Saya a salir a divertirse un poco, fue incapaz de ocultar una cándida sonrisa.

—No le veo el chiste a ponerme encima un bañador para luego ir a cocerme bajo el sol como lagartija —aclaró la muchacha. La orgullosa sonrisa de Ishida desapareció tan rápido como llegó.

—Vamos, Saya, no es el fin del mundo. Sólo mira este lugar —exclamó Otonashi, entusiasmada y orgullosa del hermoso sitio donde vivía, elevando ligeramente los brazos para mostrar la playa, pero la cara de malhumor de su hermana mayor no cambió ni un ápice. Parecía más concentrada en su helado de vainilla que en ver el lugar.

—Si tú lo dices…

Su tono seguía siendo hosco, y a Otonashi le recordó a ella misma en sus épocas más oscuras.

—Saya… —David se dirigió a la mayor con un tono muy similar al de un regaño—. Juega bonito, ¿quieres?

—No me digas qué hacer —Saya lo encaró desafiante, a pesar de que el militar le sacaba casi dos cabezas. Pero todos sabían que la chica, si quería, fácilmente podía levantar del suelo al fornido hombre con una sola mano.

—Sólo intenta comportarte por una vez como una chica de tu edad —aclaró el rubio, ligeramente exasperado. Lidiar con Saya Otonashi era infinitamente más fácil, aunque según el Diario de Joel, su carácter en el pasado no había sido muy diferente al de su hermana mayor, pero en la actualidad había vivido durante mucho tiempo siendo tratada como una adolescente y, de alguna forma, olvidado que en realidad era una mujer de casi doscientos años de edad. Sin embargo su hermana mayor no pasaba por varias décadas de sueño como ella. Estaba perfectamente consciente de su propia edad y aquello la hacía mucho menos tratable.

Realmente no sabía de dónde su padre había sacado tanta paciencia. ¿De algún pacto con el Diablo, tal vez?

—¿De mi edad? —exclamó Saya, casi escandalizada—. ¿Sabes qué edad tengo? Si me comportara como alguien de mi edad, pasaría los días viviendo sola en una enorme casa, ahuyentando a los mocosos de mi patio con mi katana y acompañada de once gatos.

Saya, la mayor, parecía molesta, pero la sarcástica broma provocó que Kisaragi se ocultara una ligera risilla tras las manos, y es que si hablaban de años, tenía cierta lógica. Por unos instantes David se sintió un poco raro con lo que recién había dicho. Después de todo, Saya, y las otras dos Sayas, tenían entre doscientos y cien años de edad. Si tenían gusto por los gatos y con el mal humor que las tres se cargaban (y además seguían solteras), fácilmente podían interpretar el clásico papel de la señora loca de los gatos.

Pero en cuanto a la Saya original, David comenzaba a sentirse especialmente encariñado y apegado a ella, a pesar de su mal genio. Le recordaba ligeramente a Kai, también. De hecho consideraba su sarcástico y cáustico humor bastante ingenioso. A veces pensaba que de la misma manera se debió haber sentido su padre. Y es que Saya Kisaragi, aunque no tenía familia y tuvo que sobrevivir a uno de los experimentos más espantosos y crueles de los que jamás escuchó, por lo menos no estaba sola. Estaba al tanto de que vivía con varios chicos bastante peculiares en Tokio: una joven estudiante, una niña hacker, un muchacho que también era hacker y un matrimonio joven. Lo suficiente como para no sentirse como un monstruo.

Y en cuanto a Saya Otonashi, aunque había pasado también por horrores indescriptibles, tenía un hermano mayor, dos encantadoras sobrinas, un par de buenas amigas y su fiel Caballero.

Pero la Saya mayor estaba completa y absolutamente sola. No amigos, no familia, mucho menos una pareja con quien tontear o distraerse. Huía cuando las personas se encariñaban con ella hasta que estos le perdían el rastro. No tenía familia y se había visto forzada a matar décadas atrás a Onigen, su propia madre, y a Maya, su psicótica hermana. Ishida era la única persona más o menos normal que insistía en mantenerse a su lado, pero ella parecía insistir en alejarlo.

De alguna forma, la soledad de aquella Saya despertaba en él un sentimiento paternal muy similar al que sentía por su propia hija, y viendo a Saya, a veces imaginaba que ella era una especie de presagio hecho carne y hueso del futuro de su propia hija de sangre. En realidad era todo un acontecimiento. Desde la fundación del Escudo Rojo era la primera vez que nacía una niña en su familia. En un futuro su hija tendría que tomar también el nombre de David y sus responsabilidades para con la organización y la propia Saya, no importaba que fuese una chica. Curiosamente, había sucedido lo mismo con Joel. Su hija nació sólo dos años después que la suya.

David observó rápidamente al trío de Sayas, y se percató de que en unos años el Escudo Rojo sería todo un matriarcado.

—Nosotras nos encargamos —Saya Otonashi se dirigió a David, suspirando. Sin decir nada cogió del brazo a la Saya mayor, gesto que al principio desconcertó a la muchacha. Estuvo a punto de intentar soltarse, pero luego se dejó hacer mientras la joven de cabello corto la alejaba unos pasos, acompañadas de la menor de ellas.

—Bien, porque yo en serio necesito unas vacaciones —confesó David frunciendo el ceño, confiando en la templanza de Otonashi. De las tres, había notado que era ella la más centrada y quien solía hacer de mediadora. Sospechaba que sin ella, Saya, y Saya Kisaragi, ya se habrían matado la una a la otra.

Por otro lado, la Saya mayor le mandó una mirada desafiante al militar. Sabía que se refería a ella. Después de todo, no era ningún secreto que se le consideraba la más problemática de las tres.

Saya Kisaragi siguió a sus hermanas con las manos en la cadera, pero a los pocos pasos las tres chicas se detuvieron en seco cuando notaron que tanto Ishida como Hagi las seguían. Los miraron serias, algunas más que otras.

—¿Y ustedes qué? —inquirió Saya, la mayor, alzando una ceja. Kisaragi estuvo a punto de preguntarles si estaban haciendo de guardaespaldas o qué, pero al final desistió. Hagi le pertenecía a Otonashi e Ishida a su hermana mayor. Ella no tenía nada que ver con el asunto y su cuidador se había rendido allá tirado sobre la arena hace un rato.

—Hagi, ¿por qué no vas con los demás? —sugirió Otonashi con una sonrisa comprensiva, aunque había cierta lástima en ella. Sabía perfectamente que Hagi era incapaz de socializar y cada vez que se daban esas reuniones sólo para chicas, su Caballero quedaba siempre deambulando solo por ahí.

Para toda respuesta, el Caballero suspiró, mirando de reojo a David, quien ya se había instalado con una cerveza junto a Lewis.

—Está bien, Saya —contestó el Caballero, tan estoico como siempre, aunque su ama pudo notar que estaba algo apesadumbrado. Si se trataba de romper el hielo y socializar, aquello iba a ser una pesadilla. Incluso tal vez podía charlar con David, pero Hagi solía retraerse cuando había más personas presentes, y para él, aunque era un chico simpático, Ishida era prácticamente un desconocido.

—Tú también —Esta vez había sido la Saya mayor, dirigiéndose a Ishida. Él al instante puso cara de consternación.

—¿Qué? Pero pensé que...

—Supongo que es una reunión sólo de chicas —aclaró, mirando de reojo a sus hermanas menores—. Vete con Hagi y David.

—Es que creí que… —Estuvo a punto de decir que, efectivamente, había creído que pasaría el día entero en la playa con ella, pero antes de condenarse por su propia boca, Hagi se apresuro a detenerlo. A diferencia de su Saya, la Saya original no era muy comprensiva ni mucho menos dada a decir las cosas con tacto.

Hagi posó una mano sobre el hombro del chico, quien lo miró algo sorprendido. El Caballero negó discretamente con la cabeza, indicándole que le convenía quedarse callado que hacer el ridículo frente a las muchachas.

—Bien, Saya… —murmuró, resignado. Otonashi lo notó y torció ligeramente la boca, algo conmovida, mientras Kisaragi rodaba los ojos, en parte agradeciendo ser la única que no tenía que lidiar con hombres. Mientras tanto la Saya mayor, fría como sólo ella podía ser, ya se había alejado de todos por su propio pie para colocar su manta sobre la arena. A lo lejos, Ishida la miró con añoranza, como si fuese un perro mirando un pastel inalcanzable desde el aparador.


"No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única gente que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez?"

La guerra no tiene rostro de mujer —Svetlana Alexiévich


Bueno, aquí estoy de nuevo con un fanfic que no pude evitar escribir. Como algunos sabrán la saga de Blood se divide en tres universos distintos, pero la constante en esos tres universos es la protagonista, Saya, y David, su cuidador a lo largo de las décadas, quien aparece ya sea en la primera película, en el anime o los mangas.

Existen pocos fanarts donde aparezcan las tres Sayas juntas, pero hay unos buenísimos que comenzaron a meterme el gusanito de hacer un universo alterno donde las tres se juntaran. Uno de los que me inspiró fue precisamente la imagen que uso como portada. No sé ustedes, pero esas tres serían todo un girl squad y creo que peleando juntas serían imparables. Fantaseo con que hagan una cuarta versión de la saga donde las junten para pelear contra algún nuevo rival, qué sé yo. Por desgracia no creo que eso suceda.

En un principio pensé que esto fuera un oneshot, pero al final quedó demasiado largo y lo dividí en varios capítulos más o menos cortos. A lo largo de los capítulos iré explicando cómo pienso podrían conectarse los tres mundos distintos de Blood y sus historias hasta que las protagonistas de cada una se conocen. Sólo tengan un poco de paciencia.

En fin, eso sería todo por hoy. Como ya está todo el fanfic escrito y editado probablemente vaya a estar actualizando los lunes. Por ahora espero que hayan disfrutado de este primer capítulo y les agrade la introducción de la idea.

[A favor de la Campaña "Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]

Me despido,

Agatha Romaniev.