¡Hola! Llevaba bastante tiempo pensando en varias historias sueltas y he dicho ¿por qué no?, así que me he decidido a empezar un nuevo fic. En principio he pensado que será un conjunto de entre 7 y 10 one shots y al final habrá alguna relación entre ellos, pero no sabremos cuál hasta el final del todo. Las historias serán (o parecerán) independientes en un principio, todas diferentes, y algunas serán AU...espero que os gusten y espero leer vuestros comentarios!
Pd. Para quienes leáis mi fic La isla, pronto actualizaré :)
Sin más, ¡ya podéis empezar!
Las nubes rugían sin control y la tormenta amenazaba con arreciar, dejando a la lluvia libertad para llegar a cualquier lado y destrozar todo lo que quisiese. Las calles estaban desiertas, como cualquiera esperaría. Cualquiera que no fuese ella. ¿Cómo había podido saberlo? Cuando salió, las gotas caían ligeramente formando una débil llovizna que parecía ir a parar en cualquier momento. Sin embargo, estaba claro que se había equivocado y, sin embargo, no podía parar. No quería parar. Estaba aterrada.
Tenía a la oscuridad como única compañera, pues todas las farolas de la calle se habían apagado. Mirase por donde mirase, la ciudad estaba desierta, y ella agotada, al borde de un ataque de hipotermia, pues su único abrigo era una sudadera que había logrado robar.
Sabía que salir era peligroso, sea como fuera. Pero, ¿quién podía culparla por intentar huir? Era su única opción. Ella, que siempre tomaba decisiones – o trataba – sensatas, que siempre hacía caso a la razón…ahora debía improvisar. Huir en aquella noche de tormenta era su única oportunidad.
Una hora. Eso era lo que había tardado en llegar a la única tienda que permanecía abierta en toda la ciudad. Casi se arrodilla ante la dueña por ser tan valiente y no haber cerrado, claro estaba que la mujer vivía en el mismo edificio y eso le facilitaba las cosas. El caso es que estaba hecho.
Ahora volvía a casa, a una velocidad tan lenta que la desesperaba, pero no quería arriesgarse a tener un accidente. Fue entonces cuando algo llamó su atención. Los faros del coche la iluminaron mejor en cuanto se acercó, y se dio cuenta de que era una mujer. Estatura media, delgada, morena, caminaba rápido, apenas estaba abrigada. Temblaba. ¿Qué haría esa mujer fuera de casa, bajo esa tormenta y a esas horas? Se acercó despacio, bajando la ventanilla del asiento del copiloto.
- ¡Hey! – dijo, intentando llamar su atención. - ¿Necesitas ayuda?
La mujer se giró un segundo, para después volver a su posición anterior y comenzar a correr, con tan mala suerte que se tropezó unos metros más adelante. Solo entonces, la mujer que estaba dentro del coche se bajó y fue a ayudarla. Aquella pequeña fracción de segundo en el que la morena se había girado le había mostrado su cara, y la pobre parecía aterrorizada.
- No pasa nada, no pasa nada. – dijo, intentando tranquilizarla, mientras la ayudaba a levantarse. – Me llamo Emma. Soy policía.
Emma dudó unos segundos antes de decirle que era policía, por si decidía salir huyendo una vez más, pero ocurrió todo lo contrario y la mujer se relajó, dejándose ayudar, pero sin quitar su mirada de miedo y desconfianza.
- ¿Estás en peligro? – volvió a hablar Emma, a lo que la morena respondió con un asentimiento de cabeza, simplemente. – Está bien, conmigo no tienes nada que temer. Eh…puedes venir a casa.
La morena dudó un poco, pero al volver a mirar a su alrededor y comprender que no tenía otra opción, no le quedó más remedio que asentir, y se dirigieron hacia el coche de Emma.
- ¿Crees que podrás decirme tu nombre, al menos?
- Regina. – susurró, de manera apenas audible.
Emma era rubia, delgada, atlética, amable y simpática. Al menos así la describió Regina mentalmente en cuanto se subió a su coche. Le había caído del cielo, era su salvadora esa noche. Estaba empapada y lo único que quería era tener un techo bajo el que pasar aquella desagradable noche.
- Regina, dime, ¿qué te ha ocurrido? – preguntó la rubia, entre curiosa y preocupada.
La morena se quedó en silencio unos segundos, pensando en lo que iba a decir. No quería hablar de ello, realmente, aunque sabía que tendría que contarlo, tarde o temprano. Solo…no quería hacerlo todavía. Aun así, se obligó a hacerlo, pues Emma lo merecía al haberla ayudado, además era policía.
- Me he escapado. Tenía...que irme. Yo… - dijo, con voz temblorosa.
- Está bien, está bien. No tienes que contármelo si no quieres. Esperaremos a que estés más tranquila.
Regina agradeció en silencio a la rubia, ella no solía confiar en personas desconocidas, pero debía admitir que Emma le producía una tranquilidad que no recordaba haber experimentado nunca.
Tardaron unos diez minutos más en llegar al apartamento de la rubia, al fin sanas y salvas. Regina suspiró con tranquilidad nada más atravesar la puerta, no se creía que estuviese libre. Emma, por su parte, seguía pensando en qué le podría haber pasado a aquella misteriosa morena. Se quitó la chaqueta y las botas, para luego encender la calefacción.
- Al fondo tienes el baño. Puedes ducharte, te dejaré un pijama. Iré preparando algo para cenar, supongo que debes tener hambre.
Regina volvió a asentir y le agradeció en silencio, dirigiéndose a la ducha sin dudarlo. El agua caliente era un bálsamo para su cuerpo, y enseguida se sintió mucho mejor. Incluso el simple hecho de poder peinarse y desenredarse el cabello fue una inmensa alegría.
En cuanto Emma la vio salir con su pijama de Batman puesto, sonrió. Estaba claro que Regina, fuese quien fuese, jamás se pondría algo así, ella debía ser más elegante y no encajaba nada con aquellas prendas. Sin embargo, parecía cómoda. Y el observarla más relajada la hizo darse cuenta de lo bonita que era.
- Espero que te guste Batman. – bromeó la rubia, sonriendo.
- Es un pijama muy cómodo. Gracias. – respondió Regina, con una ligera sonrisa, aunque aún no se acomodaba del todo a la situación. – Muchas gracias por todo, Emma. Mañana mismo me iré, te lo prometo.
- No tienes que preocuparte por eso, Regina. Puedes quedarte aquí hasta que te sientas segura, ¿de acuerdo?
Emma se había acercado a ella y había tomado las manos de Regina entre las suyas, queriendo mostrarle su apoyo y darle algo de seguridad.
- Te he preparado un chocolate caliente. No sé si te gustará, pero te hará sentir mejor, promesa de Emma Swan. – dijo risueña.
Regina agradeció de nuevo y en cuanto la mesa estuvo lista, cenaron manteniendo una conversación fuera de temas que pudieran incomodar a la morena, pero Emma apenas podía contener su curiosidad. Como persona, se sentía preocupada por aquella mujer, y como policía quería saber lo ocurrido para ver qué podía hacer. Antes de poder preguntarle, ella se le adelantó.
- Yo…he sido secuestrada. – explicó Regina. – Me han tenido encerrada dos semanas en un almacén, y… - suspiró – he logrado escaparme por el descuido de uno de mis captores, se ha descuidado un momento y he salido corriendo…supongo que la tormenta también fue algo a mi favor. Después de caminar horas bajo la lluvia, me encontré contigo.
Emma tardó en procesar aquellas palabras. Podía habérselo imaginado, pero no quería pensar que aquella mujer había estado en las pésimas condiciones que supuso que habría hecho. De pronto, cientos de preguntas más se agolparon en su mente.
- ¿Por qué lo han hecho? ¿Cuántos eran? ¿Podrías reconocerlos? Oh dios, tenemos que ir a comisaría a que denuncies, y no te preocupes, te protegeremos. Esos cabrones no van a seg…
- Emma. – la interrumpió la morena. – Me temo que no podemos hacer eso. La policía también está metida en el asunto…eran cuatro hombres, uno de ellos policía. Los demás, no tengo ni idea…ellos quieren el dinero de mi padre. – suspiró y se dejó caer hacia atrás en la silla, para luego levantarse de golpe. - ¡Mi padre! Necesito hablar con él, decirle que estoy bien…
Esta vez fue el turno de la rubia de interrumpirla y tranquilizarla. Regina había empezado a caminar de un lado para otro, nerviosa.
- Eh, Regina, está bien. Mañana nos comunicaremos con él, ¿vale? Quiero que estés tranquila hasta entonces, yo estaré contigo en todo momento.
- Emma… - dijo la morena, en un susurro. – No tienes que hacer todo esto por mí y aun así lo haces… - continuó, al borde de las lágrimas. – Yo…no tengo palabras para agradecerte lo que estás haciendo…
- No tienes que hacerlo. Voy a ayudarte porque, más allá de ser policía, quiero hacerlo. Ahora es hora de descansar.
- Está bien.
El apartamento de Emma solo tenía un dormitorio, por lo que la rubia consideró que lo mejor era que Regina se quedara allí, y ella dormiría en el sofá cama de la sala. Antes de que la morena pudiera negarse, se oyó el ruido de la puerta de entrada abriéndose.
- Oh, debe ser Neal. Mi novio. – explicó la rubia, algo avergonzada de repente. – Se supone que estaría toda la noche trabajando. – continuó, mientras se acercaba a la puerta para saludarle. - ¡Eh! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo se te ocurre venir en plena tormenta?
- Quería asegurarme de que estabas bien. Me dijiste que tenías que salir y no has contestado al móvil. Estaba preocupado. – dijo él.
- Oh, ya, lo siento. Me he quedado sin batería y he estado ocupada. – señaló hacia Regina, que en ese momento salía del cuarto. – Te presento a Regina, estaba perdida y…bueno, esta noche se queda aquí.
En cuanto Regina y Neal cruzaron sus miradas, la morena empezó a temblar sin control, y el terror inundó sus ojos de nuevo. Emma se dio cuenta enseguida, pero antes de que le diera tiempo a acercarse a ella para calmarla, Neal la interrumpió.
- Encantado de conocerte, Regina. Menos mal que Emma te ha encontrado, cualquiera pasa la noche ahí fuera. – dijo, con una sonrisa.
- Sí… - susurró ella. – Menos mal.
El silencio se apoderó de la casa durante los segundos siguientes, ninguno sabía qué decir.
- Aún queda algo de cena en la cocina, por si quieres. – dijo Emma dirigiéndose a Neal, intentando romper el hielo.
- Genial, tengo muchísima hambre. – respondió él, sin apartar aun la mirada de la morena.
La rubia se había alejado de ellos un momento para ir hacia la cocina, entonces Neal aprovechó para acercarse más a Regina y acorralarla contra la pared, mientras sujetaba su cuello con una sola mano.
- Mira a dónde has ido a parar…parece que la suerte vuelve a estar a mi favor, ¿no crees? Te has creído muy lista si has pensado que podías escapar.
- Por…favor… - rogó Regina - …suéltame…
- Vamos a hacer una cosa. Mañana le vas a decir a Emma que te vas porque no quieres molestarla más tiempo, y te vas a encontrar conmigo en el portal del edificio, desde nos iremos de vuelta a tu preciosa celda...y esta vez no vas a escapar. – hizo algo más de fuerza en su cuello - ¿de acuerdo?
- Sí… lo que tú digas… - respondió la morena, al borde de las lágrimas. Solo entonces Neal la soltó y fue hacia la cocina, con Emma.
- ¿Algo va mal? – preguntó Emma nada más entrar al dormitorio y ver a Regina sentada, mirando hacia la nada.
La morena negó con la cabeza, pero no le dirigió la mirada a Emma en ningún momento.
- Hey… - insistió la rubia, sentándose a su lado esta vez - ¿qué pasa?
- No quiero dormir sola. – dijo finalmente – Emma, por favor… - pidió.
- Está bien. Me quedaré contigo, no hay problema.
Aquella noche fue las más rara de la vida de Emma. Tenía al lado a una mujer a quien habían secuestrado y por momentos se comportaba con un miedo irracional al mundo. Porque para la rubia era así, supuso que de momento solo confiaba en ella porque la había ayudado, pensaba que el miedo de la morena a Neal era el mismo que había sentido cuando intentó ayudarla. Ni por asomo se imaginaba lo que ocurría realmente, aunque había algo que la molestaba y es que las piezas no le terminaban de encajar. Estaba segura de que la morena no dormía, y no lo haría en toda la noche. Pobre mujer. Debía ayudarla, quería hacerlo. Quería protegerla, más allá de que fuese su deber.
Al día siguiente, la tormenta había pasado a ser un simple recuerdo. Uno que había dejado ciertos destrozos a su paso, pero no dejaba de ser un recuerdo. Pronto los destrozos serían reparados y el día a día volvería a ser el mismo de antes, y la rutina volvería a apoderarse de sus vidas como si nada hubiera pasado.
Regina no se había levantado. Se había cubierto con el edredón hasta la cabeza, como si quisiera esconderse de algo. Y Emma no podía culparla, y tampoco quería despertarla. Sabía que había pasado una mala noche y lo último que le apetecía era molestarla. Neal ya se había ido, con la excusa de que tenía que ir al trabajo.
Diez minutos más tarde, la puerta del dormitorio se abrió, revelando a una Regina cansada y ojerosa, claramente con síntomas de no haber dormido lo suficiente. El miedo seguía en su mirada, como si no quisiera abandonarla.
- Emma. – dijo bajito, acercándose a la rubia. – Emma.
- ¿Qué ocurre? – preguntó ella, preocupada.
- Son ellos. Están allí fuera. Me están esperando.
- Pero, ¿cómo…?
- No lo sé, pero por favor, ayúdame…no sé cómo salir de aquí sin que me vean.
Emma lo pensó durante unos segundos, y rápidamente dio con la solución. Podía ser algo arriesgado, pero no tenía más ideas.
- Escucha, esto es lo que vamos a hacer. – explicó - Vas a salir ahora, subir hasta la azotea y después vas a bajar hasta el aparcamiento por las escaleras antiguas. Ya nadie las usa, así que no son ningún peligro. Luego irás a mi coche. Escóndete allí y yo bajaré enseguida, ¿vale?
- Vale.
Dicho y hecho. Regina siguió las indicaciones de Emma y en un momento estuvo dentro de su coche, escondida. Solo esperaba que las cosas salieran bien. Debían salir bien. No podía volver. No podía irse con Neal. Quién sabe qué le tendrían preparado después de su fuga.
Emma estaba terminando de preparar sus cosas para reunirse con Regina cuando la puerta la volvió a sorprender.
- ¡Neal! ¿Ha pasado algo?
- No, simplemente me he despistado y me he dejado el móvil. – dijo, dirigiéndose a la mesita que estaba al lado de la entrada. – Aquí está. ¿Regina ya se ha ido?
- Sí, se ha ido hace un momento, dijo que tenía prisa y que no quería molestar. Yo me voy al trabajo, apuesto que tengo miles de cosas que hacer hoy. Voy a estar hasta arriba.
- No trabajes mucho. – dijo Neal, despidiéndose con una sonrisa.
Cada uno se fue por su lado. Bien. De momento, todo controlado. Sin ningún problema, Emma tomó el ascensor hasta el garaje y fue hasta su coche. A esas alturas se esperaba cualquier cosa, así que comprobó que Neal no la había seguido antes de subirse.
- Bien, misión cumplida. – dijo, dejándose caer en el asiento, soltando el aire contenido. - ¿Regina?
La morena se había escondido en el asiento de atrás, de tal manera que apenas se la veía. Era buena, pensó Emma.
- Aquí. No me hagas salir, me ha costado ponerme así.
- De acuerdo. Te avisaré cuando estemos seguras.
Rato después, el coche de Emma se paró finalmente y Regina pudo salir y sentarse correctamente.
- Menos mal, estaba agotada de esa posición. – dijo, mirando a su alrededor. - ¿Un centro comercial?
- ¿No has oído eso de que el mejor escondite es a la vista de todos? – preguntó la rubia, sonriendo.
- Buen punto. – respondió, también sonriendo.
Era la primera vez que Emma la veía sonreír así, e inevitablemente se sintió feliz de haberlo conseguido. La sonrisa de Regina era bonita. Mucho, de hecho. Y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para que la mantuviese.
- Pero, ¿qué estaba pensando? No sabía lo que le pasaba, la llegada de la morena a su vida había supuesto un cambio radical, y ya no entendía nada. Solo estaba ese deseo de querer ayudarla que no podía eliminar de ninguna manera.
- ¿Lista para llamar a tu padre? – preguntó Emma, tendiéndole el móvil que acababan de comprar. Habían regresado al coche, pues nunca sabían si tenían que volver a huir.
- Más que lista. Espero que esté bien. Él y mi pequeño Henry… - dijo con nostalgia, la rubia la miró extrañada. – Mi hijo.
- Oh. Apuesto lo que sea a que ahora mismo te están echando muchísimo de menos. Venga, llama.
Mientras Regina hablaba con su padre y lo tranquilizaba, Emma no pudo evitar observarla, la veía cambiar de expresión rápidamente, iba de la emoción a la felicidad, de la risa al llanto, y de nuevo a la emoción en milésimas de segundo. Distraída, y para evitar que su mano se acercara a secar las lágrimas de la morena, se decidió a repasar los casos que tenía pendientes y debía dejar a un lado por el momento. Entonces recordó que en la guantera guardaba aún un sobre que no se había atrevido a abrir. Su jefe se lo había entregado con cautela, advirtiéndole que era peligroso y que podía renunciar al caso si quería. Respiró hondo varias veces, armándose de valor. Y allí encontró lo último que esperaba encontrar. Neal.
Emma se había quedado pálida, y Regina lo notó en cuanto terminó la llamada. Quería contarle que su familia estaba bien, que estaban en un sitio seguro y que la acogerían enseguida. Pero no esperaba encontrarse aquella situación, la rubia con un fichero abierto y una foto de Neal en sus manos.
- ¿Emma…?
- Dime que no… - reaccionó ella. – Dime que lo que sospecho no es verdad…tiene que ser imposible… no… dime por favor que Neal no fue quien te secuestró…
- Emma… ojalá pudiera decirte eso, pero… creo que él es quien lo ideó todo… los demás estaban a sus órdenes…lo siento.
- No. – respondió Emma, secándose las lágrimas que habían cubierto sus ojos al descubrir aquello. – Sabía que algo iba mal, pero no imaginé que…
- Lo siento mucho. No te lo conté porque pensé que no me creerías…
- No importa. Tenemos que salir de aquí. ¿Qué te ha dicho tu padre?
- Están en un lugar seguro. Nos acogerán sin problemas.
- Bien, en marcha.
La rubia no reparó en que Regina había dicho nos en lugar de me hasta un rato más tarde. Eso quería decir que no la abandonaría a su suerte, la ayudaría como había hecho ella cuando la encontró en la calle, bajo la lluvia. Regina tenía un hijo, ¿significaba eso que tendría marido? ¿novio? Nunca lo había mencionado.
Por otro lado, la mente de Regina tampoco estaba tranquila. Ahora que Emma sabía lo de Neal, ambas estaban en peligro. Confiaba en que estarían protegidas en el pueblo de su padre, alejadas del mundo, pero… ¿cuánto podía durar eso? Tarde o temprano Emma tendría que enfrentarse al mundo real y ella no quería que le pasase nada malo.
Un par de horas después, y tras un largo silencio que decía más que cualquier palabra, se encontraban entrando en un pueblo de nombre peculiar. Storybrooke. Regina guió a Emma hasta la casa de su padre, una bonita mansión blanca a las afueras, rodeada por un magnífico jardín con el que ella nunca podría haber soñado.
- Wow. ¿De verdad es aquí? – preguntó la rubia, visiblemente sorprendida.
- Sí. – respondió Regina. – Puedes dejar el coche en el garaje. Por si acaso. La verdad es que no es muy discreto.
- Ya. Gracias. Estás haciendo mucho por mí, pero creo que debería dejarte y marcharme.
- No, Emma, por favor. No puedes ponerte en peligro. Por favor, quédate aquí, aunque sea unos días. Necesitas descansar y recuperarte de tantas emociones de golpe. En casa estarás bien.
- Vale. Pero dos días, ni más ni menos.
Aquellos dos días se convirtieron en una semana, después en dos, y después en tres. Había llamado al trabajo y se había pedido unas vacaciones. Si era sincera consigo misma, estar en aquel pequeño pueblo le sentaba bien. Regina y ella se habían hecho más que amigas – aunque no habían dado un paso más allá de su amistad -, y se había encariñado con el pequeño Henry enseguida, al igual que con el mayor. El padre de la morena había sido muy amable y la había acogido como una hija más, algo por lo que ella estaba muy agradecida.
- Ahora miraba hacia el cielo, sentada en un banco del jardín, con un té delante.
- Hola. – saludó Regina, sentándose junto a ella, haciéndole compañía.
- Hola. – respondió Emma, de la misma manera, sonriendo.
- Ya llevas tres semanas aquí…
- ¿Eso quiere decir que me estás echando? – preguntó la rubia, bromeando.
- Para nada. – sonrió Regina. – Todo lo contrario. ¿Qué te parecería quedarte?
- ¿Quedarme? Pero, yo…
- Podrías pensártelo… te veo contenta aquí… y bueno, David está buscando a un ayudante de Sheriff, quizás…
Emma volvió a sonreír, esta vez tenía los ojos cerrados y disfrutaba de la ligera brisa que le llegaba a la cara.
- Has pensado en todo. La verdad es que estoy muy bien aquí. – confesó – Pero no querría molestaros más tiempo.
- No nos molestas. – se apresuró la morena en contestar. – Mi padre te adora, Henry se ha vuelto loco desde que estás aquí… - rió – y yo…
- ¿Y tú…? – la alentó, viendo que se había quedado callada.
- Me gusta tenerte aquí.
Regina acarició una de las manos de la rubia, quien ante el roce apretó la mano de la morena con cariño, para luego entrelazar sus dedos con los de ella.
- A mí me gusta estar contigo aquí.
Emma volvió a abrir los ojos por fin, por primera vez en un largo rato, y miró a Regina de frente. La morena la miraba con cariño, con emoción, con la certeza de aquellas palabras que ninguna había dicho ni se atrevía a decir por el momento. Entonces se acercó a ella lentamente y sin dudarlo la besó. Y de repente, todas las piezas de su puzzle empezaron a encajar.
Nadie puede saber qué es lo que va a ocurrir en el futuro, y ellas, por supuesto, tampoco sabían la que se les venía encima. No imaginaban que Neal las vigilaría durante días, decidiendo el momento perfecto para atacar. No imaginaban el miedo que pasarían, la angustia que sentirían cuando se vieran separadas por aquel hombre al que casi habían olvidado en los brazos de la otra.
Tampoco imaginaban que, con la ayuda de David, trazarían un plan perfecto y, ayudadas por los amigos de Emma, conseguirían librarse de aquella amenaza tan molesta. Que por mucho que les quedara por vivir, por fin estarían tranquilas para felizmente poder salir tranquilas por la calle, juntas y con Henry, con el único motivo de pasar el rato y ser felices.
Pero lo que de verdad nunca, en sus vidas, habían imaginado, es que aquella noche de tormenta les iba a traer lo mejor de sus vidas. El amor. Porque era así, Emma amaba a Regina y Regina amaba a Emma, y eso no cambiaría con el tiempo. Ahora que se habían encontrado, no se perderían.
- Te quiero, Emma.
- Te quiero, Regina.
