Entre el andén nueve y diez
El humo de la locomotora de vapor siempre se eleva por sobre las cabezas de los nuevos estudiantes y los no tan nuevos. La ruidosa multitud saluda a los viejos amigos, se despide de madres muy cariñosas que les hacen sonrojar, y corren tras sus mascotas.
Se llega a ella solo si logras atravesar la pared que hay entre los Andenes nueve y diez. Corriendo con fuerza y con los ojos cerrados, o simplemente caminando, es cuestión de gustos.
La vieja locomotora ha visto a muchos abordar por primera vez, ha observado como con el pasar de los años, los niños dejan de ser niños para convertirse en jóvenes. Ha visto las miradas nostálgicas de los de último año y las ansiosas de los de primero. Incluso ha visto las miradillas de soslayo en los pasillos, esas que parecen comer más que ver. Ha visto besos estampados contra corredores vacíos, miradas tristes en vagones vacíos, y escuchado planear esas bromas que pasarían a la historia.
Cuando Remus resbalo, y James impidió que cayera del todo, tropezando con Sirius que a su vez piso a Peter, la vieja locomotora lo vio, así como los ojos temerosos de haber echado a perder las cosas antes de que si quiera pudiesen empezar de James Potter, se encontraron con los todavía confusos de Sirius Black, y la mirada caramelizada de Remus se fijaba en el suelo, con las mejillas rojas de vergüenza y pensamientos catastróficos. No fue si no hasta que Peter se movió, que la risa cristalina de Sirius Black, como una alegre tomadilla de piano, lleno la estancia, contagiando a los demás.
Cuando Albus Dumblendore subió por primera vez, con una mirada ávida de conocimiento, curiosidad innata y ambición y el cabello tan rojo como si fuese un weasley nadie se abría imaginado que la mirada de último de los Riddle, años después, había sido exactamente igual.
Así como que Lily Evans y Severus Snape se habían sentado en el mismo vagón, fantaseando por horas acerca de cosas que en realidad morirían antes de siquiera ver la luz.
Y que Hermione Granger, con todo su aire de sabihonda mandona y autosuficiencia, había tenido miedo (rayando en pánico) de fracasar miserablemente en lo mejor que le hubiese podido pasar en la vida.
De que Ron Weaslay había subido al tren con solo un pensamiento en mente "ser reconocido, destacar" .
Y Harry Potter se había sentado añorando el amor de una familia
Mientras observada a través del cristal.
Vio también a Luna Lovegood subir, con ese aire de estar allí por error, observando más con el alma que con los ojos.
Y a Ginny weaslay, hacia el tercer año, siguiendo a Harry Potter por el pasillo a una distancia prudente.
El expreso de Hogwarts, al que se accede a través de los andenes nueve y diez de la estación King Cross ha visto a los hijos de los hijos de los hijos de aquellos que una vez fueron también niños, temerosos y emocionados de subir al tren, por que la vieja locomotora también conoce, y cada año ve con cariño a los nuevos y no tan nuevos, subir al tren. Escucha los comentarios de lo sucedido al final del año, los planes para navidad y las despedidas lloronas y nostálgicas que aquellos que abordan por última vez.
Por que la vieja locomotora sabe, sabe aquellos secretillos, miradas de soslayo y temores que suceden en la ida a Hogwarts. Por que en la vieja Locomotora de Hogwarts las emociones suelen condensarse y algunas veces desbordarse.
