Dislcaimer: Digimon no me pertenece.
1. La sonrisa que viajó al futuro
Imagina a Sora con unas profundas ojeras delineando sus ojos, sabe que no las verá, pero es en lo que siempre piensa mientras se acerca a la puerta. En cambio es la gratil sonrisa de su hermana —le gusta llamarla así pese a que inició como una broma— la que lo recibe, lo toca en el hombro para invitarlo a pasar y es en ese contacto breve, indeciso en su avance, que siente una disculpa y se encoje antes de darse cuenta.
Tiene miedo, no debería, pero es persistente. Como si su vida estuviera trenzada en torno a los últimos cinco años y un momento determinado. Oscuro y luminiscente. Típico de ella.
—Yamato salió con los niños. —Recoge los juguetes esparcidos en el suelo sin perder el hilo de lo que dice—. Hoy mis padres vienen a cenar, ¿te quedas?
Duda, no por la pregunta; por los pasos que se hacen más fuertes, oprimiéndole el pecho a pesar de ser diminutos.
—¡Papá! —grita al verlo, cruza la habitación tan rápido como las cortas piernas se lo permiten, el vestido azul pastel que le regaló Mimi (mucho antes de que pudiera quedarle) revolea cuando se lanza a sus brazos.
Sus enormes ojos lo miran, dos espejos claros que chocan con los suyos. Son azules. Los de él también.
—¿He tardado? Lo siento, hubo un retraso con mi vuelo. —El aliento pesado de un suspiro que delata sueño le roza la mejilla—. Vamos a casa.
Pero la niña se retuerce en sus brazos y le golpea el pecho con sus manos echas puños. «No sé dónde lo dejé», repite con gravedad casi cómica, aunque él no ríe por las lágrimas a punto de resbalar.
Se da cuenta del semblante pensativo de Sora, detrás de ellos. Tiene un dedo sobre los labios y mira al techo, de repente sonríe y por un breve instante el sofá verde de cuero, el que tanto odia Yamato, la oculta. Vuelve a asomarse, ahora con un bulto en sus manos.
—Ayer se quedó dormida viendo el televisor, no noté que él se había quedado ahí cuando la llevé a su habitación —explica mientras le extiende a la niña, ya en el suelo, el preciado e invaluable peluche de gato que enseguida atenaza con un brazo.
Es el muñeco que su madre le hizo. El que lleva a todos lados.
Hikari tardó siete meses en hacerlo, el mismo número en segundos en los que Tailmon tardó en apelar contra su clon de felpa. Los últimos meses lo hacía por simple costumbre, Hikari estaba tan emocionada, concentrada en copiar lo más cercano posible cada detalle; los guantes amarillos, las pestañas negras, el anillo en la cola; que a la digimon terminó por conquistarle la idea.
Lo terminó un día antes del nacimiento de Akari.
Takeru agradece excesivamente a Sora, como siempre lo hace antes de irse, por cuidar de su hija cuando tiene que viajar a Tokio para arreglar asuntos con su editor.
En el trayecto a la puerta Akari se aferra con más fuerza a su mano, el flequillo mal cortado se inclina a un lado y la sonrisa escala hasta hacerse nudo en la garganta de Takeru. Lacerante porque es demasiado pequeña para comprender la profundidad del gesto enmarcado en dos líneas sutiles, subyacentes a memorias que le fueron negadas pero ahora son parte de ella.
La sonrisa de Hikari nace de nuevo frente a sus ojos y él piensa que no puede haber cosa más inmarcesible que aquello.
Palabra que he usado, inmarcesible: que no puede marchitarse. Propuesta por Midnighttreasure.
Está colección no está planeada para ser muy larga, ni buena (?). Gracias por leer ;3
