Spree Killer

Pista 1

[AU

Naruto Uzumaki y Sasuke Uchiha fueron encargados de una misión peligrosa: encontrar al asesino relámpago (o Spree Killer) que solo ataca mujeres.

Sasuke se esfuerza en hacerle recordar a Naruto de su persona. ¿Cómo fue capaz de olvidarle?

Naruto sufre por su pasado y Gaara hace lo imposible para ayudarle.

La pelea por Uzumaki se hace cada vez más notoria y el asesino a sangre fría les acecha desde las sombras, cada vez más cerca.

¿Qué está primero para los policías: el corazón o la misión?

::Shini Malfoy::

En las oficinas de la policía de la ciudad de Konoha, todos los trabajadores corrían de un lado a otro, desesperados por encontrar a una persona en especial. Fueron ordenados especialmente por el jefe Kakashi y, si no obedecían, cosas terribles podía pasar. Con esa simple idea, sus pies se movían más rápidos de lo imaginado.

Mientras tanto, en el despacho de Kakashi, dos civiles escribían en sus respectivas mesas mientras que el superior hablaba con su policía más estúpido y considerado.

— ¿Entiendes la gravedad de la situación, Uzumaki Naruto? —cuestionó por segunda vez mientras entrelazaba sus dedos y apoyaba los codos en el escritorio.

El rubio asintió con la cabeza, serio, mas con un brillo de emoción en sus ojos.

— ¡Ya quiero empezar, dattebayo! —se emocionó, sonriendo ampliamente.

El jefe sonrió con un dejo de nervios. Ese muchacho jamás había trabajo como detective y menos… con un compañero.

— Debes esperar, Naruto, aún no llega tu compañero —se levantó tranquilamente, ignorando la rabia del joven.

— ¡Me niego a trabajar con alguien, ttebayo! ¡Yo podré encontrar a ese asesino y seré reconocido como el policía más fuerte de toda la ciudad! —rezongó.

Nuestro civil había sufrido un ataque de la mafia ni bien era un pequeño de cuatro años; sobrevivió con la ayuda de una familia desconocida aún para él. Pero las marcas físicas habían quedado, aún a sus diecisiete años. En ambas mejillas se veían tres cicatrices, bien parecidas a bigotes de algún animal. Por eso, en la ciudad era conocido como: el zorro.

— Si, si, Naruto. Espera cinco minutos más —pidió, ignorando los chillidos del otro.

La puerta de abrió y tres policías entraron, jadeantes.

— Lo encontramos, señor. Estaba durmiendo en los baños privados del edificio de al lado —explicó uno, dejando pasar a un joven de la misma edad que Naruto.

Sasuke Uchiha. Detective profesional; a sus dieciocho años ya ha resuelto cuatro casos. Pero tenía un problema y solo un problema que le quitaba la categoría de 'perfecto': era holgazán. Se negaba a casi todos los pedidos de ayuda que recibía y, cuando aceptaba uno, desaparecía misteriosamente.

Naruto se giró para ver al condenado que sería su compañero. Le torturaría hasta la muerte, si era necesario, para que dejara el trabajo y así encargarse todo él. Su mirada reflejaba fastidio y molestia hasta que se tomó con esas gemas oscuras.

Gran sorpresa se llevó. Era guapo el chico; y no solo eso, tenía un aura tan superior que ¡le enfurecía aún más!

Gruñó.

— ¡Kakashi, me niego! —volvió su atención al hombre de pelos plateados.

— Bienvenido, Uchiha Sasuke —sonrió, aunque su máscara solo mostraba dos montañitas a los costados de su boca.

El morocho chistó. Metió las manos dentro de su pantalón y cambió su semblante a uno de cansancio.

— Policías persistentes —murmuró, fastidiado.

— Has aceptado nuestra petición y debes cumplir con ella, Sasuke —indicó con las manos a los cinco policías del despacho para que se retirasen y así poder hablar más tranquilo y con más detalles—. Siéntense, por favor.

Con resignación, ambos jóvenes se sentaron en frente del escritorio y esperaron indicaciones. Naruto sabía, superficialmente, de lo que se trataba esa misión; y no había indicios de que sea peligrosa. Entonces, ¿para qué tuvo que llamar a ese detective? Que, por cierto, ¿quién era? Le resultaba conocido su apellido…

— Aquí les dejaré todo lo que logramos conseguir hasta ahora. Serán detectives, necesitamos descubrir al asesino de las cincuenta muertes; todas tienen una cosa en común: son mujeres. Las edades son diversas, desde recién nacidas hasta ancianas a punto de morir. El último ataque fue registrado hace tres horas en un edificio abandonado a quince cuadras de aquí. Pueden ir a ver el cadáver para averiguar su tipo de arma —dejó dos folletos en frente de cada uno.

— Asesino de sangre fría —Sasuke abrió una de las carpetas y vio cien fotos, dos fotos por cada muerta.

Naruto también abrió su carpeta. Cincuenta fotos mostraban a las atacadas antes del asesinado; las otras cincuenta eran de sus cuerpos muertos, tirados o colgados.

El rubio sintió cómo se le revolvía el estómago; esos ojos muertos… Presentía que le miraban a él. Era demasiado horrible para soportarlo más tiempo. Cerró la carpeta disimuladamente.

El morocho le miró de soslayo y sonrió desapercibidamente.

— Dices que también recién nacidas… —tomó dos fotos: eran una bebe recién salida del cuerpo de la madre.

Qué crueldad. Sus extremidades se encontraban dispersas por la cuna y en su pecho sobresalían sus órganos; los ojos miraban hacia el techo, con inocencia.

— Eso es… horrible —susurró Uzumaki, aterrado, con los ojos tan abiertos como le era posible—. Pero… pero… ¿qué clase de persona tiene tan frío el corazón para atacar a tan inofensiva criatura?

Kakashi suspiró.

— Por eso les he elegido a ustedes. Sasuke, tu mentalidad es prodigiosa, con ella podremos encontrar rápidamente a este asesino; Naruto, cuando tomas un arma, es la muerte definitiva de tu oponente. El asesino es peligroso, ya ven que no tiene piedad contra nada ni nadie. Confiamos en que no nos defraudarán —se sentó.

— No trabajo gratis —interrumpió Uchiha, mirando seriamente al superior de los policías.

— Oh, no, ninguno trabajará gratis —sonrió, amigable.

Los ojos celestes de Naruto brillaron. Si lograba conseguir mucho dinero, podría comprarse las cosas que más deseaba.

— Tendrán una muy buena paga si lograr resolver el caso.

— ¡Genial, dattebayo! —brincó en su asiento.

— No quiero dinero —dijo el otro, sorprendiendo a los otros dos quienes le miraron.

— ¿No quieres dinero? ¿De qué vives, entonces, ttebayo? —le miró, ofendido. Con esa actitud, le acababa de dejar en completo ridículo.

El jefe sonrió.

— La familia Uchiha se caracteriza, entre otras cosas, por la fortuna que se hizo en tiempos pasados —explicó Hatake—. Entiendo. ¿Qué quieres como recompensa, entonces?

— Luego te lo diré, ahora no estoy para pensar —bostezó, indiferente ante el enfado del rubio.

— Naruto, por favor —le intentó tranquilizar Kakashi.

— Kakashi… —suplicó por enésima vez, mirándole con ojos de niño bueno.

— También hay otra cosa —ignoró al rubio—. Ambos vivirán en el departamento de la policía, para mejor comodidad.

— ¡¿Qué?! —se levantó, tirando la silla al suelo.

Sin saber porqué, se había sonrojado por pensar en vivir bajo el mismo techo con ese Sasuke…

— ¿Hay algo que sea de tu agrado en este trabajo, usuratonkachi? —le miró serio.

— ¡Tú, cierra la boca, ricachón! ¡Y no me llames así, teme! —le miró, con las cejas casi juntas. Volvió su atención a Kakashi—. Estoy a gusto en mi departamento, dattebayo. No quiero irme a otro lado, ttebayo.

— Lo siento, Naruto, pero así lo decía el contrato. ¿Es que no lo leíste?

El rubio permaneció en silencio.

— Eres un idiota —confirmó sus dudas el Uchiha.

— ¡¡Teme!! —chilló, malhumorado.

Será un trabajo entretenido —pensó el jefe de los policías—. Uno indiferente hacia la vida y el otro energético como él solo… suerte que puse esas cámaras en el departamento —sonrió, pervertido.

— ¡Kakashi, no permitas que el teme me digas esas cosas, ttebayo!

— ¿Ahora buscas protección en tu jefe, dobe? —sonrió de lado, superior y con burla.

— ¡Cállate, teme!

Naruto terminó de meter la última prenda de ropa en la maleta y cerró el cierre, antes de que todo salga disparado y tenga que guardar todo de nuevo por quinta vez. Largó una gran bocanada de aire, cansado.

— Los dos juntos para mayor comodidad y así nos mandan los informes a un solo lugar… —miró por la ventana—. Ese teme, ya me cae mal, dattebayo… ¿Dónde dejé el veneno para ratas? —entró a su cocina y abrió todas las puertas de las alacenas pero ya no había nada.

Sacó la conclusión que ya la había usado.

Se puso la mochila a la espalda y dio una última mirada a su departamento. No es un 'adiós' definitivo, es un simple 'hasta luego'. Su departamento siempre fue su rincón de esperanza y consuelo; no importaba cuánto tiempo tomara ese caso de asesinatos, volvería aunque sea como espíritu. Jamás dejaría que un extraño viviese en su verdadero hogar.

Por suerte, Kakashi entendió eso y no lo puso en alquiler.

— ¡Bien! —sonrió ampliamente, negado a mostrarse triste—. ¡Pórtate bien y no desordenes, dattebayo! —le habló al departamento antes de cerrar la puerta y trancarla con el seguro.

Guardó las llaves en su pantalón y bajó las escaleras, aún con su sonrisa en el rostro.

— ¡Zorrito, ¿te vas?! —le llamó burlón una mujer desde la ventana del edificio, una vez él haya salido a la calle.

— Si —contestó, siendo consiente que la persona no le ha escuchado.

En esa ciudad, no era querido desde que falló en uno de sus trabajos y un edificio se incendió, matando a más de 20 habitantes. Quitó ese pensamiento de su cabeza y comenzó a acelerar el paso inconscientemente. Cuando se dio cuenta, ya estaba corriendo hacia la nueva casa. Su barrio no se caracterizaba por ser los mejores y menos para él… no faltaba el idiota que quería burlarse de él y sus cicatrices en el rostro.

Dobló en la esquina y chocó contra alguien. El peso de su mochila le tiró para atrás y cayó sentado a la acera.

— Ay, ttebayo —se sobó el trasero, adolorido.

— Oh, miren qué tenemos aquí: al zorro —habló superior un hombre mayor. Sonrió, burlón.

— Oye, policía, ¿ahora de qué corres? ¿De los ladrones? —rió su compañero.

El rubio no respondió. Se limitó a sacarse la mochila de la espalda y así levantarse con mayor facilidad. Tomó de las manijas al bolso y, antes de poder alzarlo, el hombre mayor de unos treinta años le agarró de la muñeca con fuerza.

Hizo una mueca de dolor. Se vio forzado a soltar la mochila.

— Me encargaré de que no vuelvas a trabajar en esa estación de policías, zorrito. Solo traes muerte —le levantó la mano, separándolo del suelo unos centímetros hasta dejarle a la altura de su cara.

— Suéltame, ttebayo.

— 'Ttebayo', 'dattebayo', ¿qué demonios quiere decir eso? ¿Es idioma zorruno? —cuestionó sarcásticamente.

— ¿Qué tal si le hacemos aprender el idioma del humano? —se relamió los labios.

— Déjame, te digo —tomó la mano del agresor con la suya libre para que le liberase y así poderse ir. Ya no le agradaban esos juegos…

— ¿Con quién crees que hablas, zorro? —frunció el ceño.

Le tiró contra una pared con fuerza. Naruto gimió levemente; de la comisura de sus labios, salió un hilito de sangre. Miró con odio a ambos hombres mientras desparramaba la sangre con el dorso de su mano.

— Te haremos entender que nadie te quiere en esta ciudad —le acorralaron, impidiendo que la luz del sol llegase a su rostro.

— Les dijo que le dejaran —habló un muchacho a su costado, bastante serio.

El rubio conocía esa voz a la perfección; la había escuchado hace poco. Miró entre las piernas del hombre mayor y vio esos zapatos caros que siempre usaba. Sonrió levemente, agradecido por su repentina aparición.

Ambos hombres se giraron y miraron al tarado que les interrumpió.

El alma les cayó al suelo al encontrarse con esos ojos frívolos.

— ¿Quiéres que se los repita? —entrecerró más los ojos, terminando de aterrar a los acosadores.

— ¡N-n-no! Vámonos —se alejaron apresuradamente, casi corriendo.

Uzumaki respiró, aliviado. Aún tenía una mancha roja en la muñeca con forma de mano. Fue muy fuerte ese agarre, tendrá la marca por unas horas más. Miró a su salvador.

— Eres policía, Naruto, debes hacerte respetar —le reprochó su amigo.

— Lo siento, Gaara, me tomaron por sorpresa, dattebayo —sonrió, apenado.

Aceptó la mano que le extendió y se levantó de un brinco.

— Fue una suerte que hayas pasado por acá, ttebayo —se limpió el pantalón y la boca con la manga de su campera naranja.

— Te seguí —confesó tranquilamente.

Cuando estaba con ese rubio, su frialdad e indiferencia desaparecía, dejándole el paso a la amistad. Era una de las pocas personas que respetaba y ayudaba cuando podía.

— ¿Me seguiste? —se ruborizó—. ¿Por qué? —le miró.

— Porque corrías y no prestaste atención a mi llamado —caminó unos tres pasos hacia la calle y tomó la gran mochila—. ¿Qué llevas? ¿La casa entera? —por su fuerza, no le fue difícil levantarla pero imaginar que su amigo corría con eso en la espalda… Vaya, debía tener muchas ganas de irse para no quejarse ni tropezar.

— Algo por el estilo —bajó la cabeza.

— ¿Te vas? —no lo demostró, pero se llevó una gran sorpresa al escuchar esa respuesta.

¿Es que no era comida lo que guardaba allí?

— El trabajo me obliga, ttebayo —suspiró con cansancio—. Lo siento, Gaara, no quería decírtelo porque… porque…

— Porque no quieres aceptar el hecho que dejaste tu departamento solo —completó la oración tranquilamente.

Naruto asintió con la cabeza. Le agradaba ese pelirrojo, siempre sabía terminar su oración cuando él no encontraba las palabras correctas.

— ¿A dónde te mudas?

— A la casa de la policía, a veinte cuadras de acá —indicó con el dedo índice hacia el oeste.

— ¿La que usábamos para jugar al escondite hace años atrás? —su amigo era una caja de sorpresas.

— Esa misma —sonrió.

— Es enorme, ¿solo para ti?

— No.

— ¿Cómo? ¿Con quién vivirás? —frunció levemente el ceño—. Con Kakashi, ¿verdad?

— Con… Uchiha… Sasuke —se encogió.

— ¡¿Ése?! —no se molestó en ocultar su enfado—. Pensé que se había perdido por ahí, Naruto, ¿qué hace en la ciudad de vuelta?

— Detectives… —escupió con fastidio.

— ¿Qué clase de caso te dieron? —se acercó más a su amigo para hablar en voz baja y así solo escucharse entre ambos. No quería que los curiosos se metieran en donde nadie los llamaba.

— Ahora soy detective. Tengo que encontrar al asesino de las cincuenta muertes —se acercó hasta quedar a pocos centímetros de su amigo.

— ¡Eso es un caso de rango Superior! —estalló, enfurecido con ese Hatake.

— ¡Baja la voz, dattebayo! —le tomó de la ropa y le tapó la boca—. Y lo sé. Pero me pusieron a Uchiha como compañero y no hubo forma, Kakashi se negó a cambiar de idea para dejarme el cargo solo.

— Pues, me parece perfecto —se sacó el bozal algo brusco.

Frunció más la frente.

— Nadie asegura que el asesino cambie de opinión y decida matarte por querer buscarle. Es peligroso, nadie puede pensar como el condenado ese y siempre están un paso atrás. ¿Pero por qué con el detective Uchiha? Hay otros detectives más aplicados…

— ¿Y yo qué voy a saber, ttebayo? Cuando llegué, había desaparecido. Lo encontraron durmiendo en los baños…

— ¡Ese idiota de Hatake Kakashi! —se apartó y le tendió la mochila—. Como sea, me estas diciendo demasiado y no me puedo meter en esos temas —respiró profundamente, para volver a su rostro serio.

— Igual, gracias, Gaara. Prometo venir a visitarlos —tomó el bolso y lo tiró sobre su espalda.

— Tu departamento estará en donde lo has dejado para cuando vuelvas —se cruzó de brazos. Uzumaki no tenía remedio, hacía años que trataba a su casa como a una persona.

— Toma, cuídalo por mí —se tiró las llaves—. ¡Es sensible, no le rompas nada, dattebayo! —con un movimiento de mano sobre su hombro, se alejó de allí a trote.

El pelirrojo permaneció en su lugar y miró el par de llaves que ahora reposaba en sus manos. Naruto nunca le confió el departamento… ¿Qué le estaría pasado por esa rubia cabeza?

— Vuelve, ¿entendido? —le habló a la nada y se alejó hacia su nueva casa temporal.

Jadeando, llegó a la casa que le dio Kakashi. La recordaba más grande, tal vez porque su tamaño corporal era más pequeño hacía años… Se encogió de hombros. Sigue igual de bonita y eso importaba. Empujó la reja con el hombro pero lo único que consiguió fue resbalar; se sostuvo a tiempo antes de caer al suelo.

— ¿Qué le pasa a esta puerta, dattebayo? —murmuró y miró a través de la cerradura—. ¡Tiene llave, dattebayo!

Se sacó la mochila de la espalda y la dejó aún costado. Se arremangó y comentó a tirar de las rejas, forzando a la cerradura. No corrió veinte cuadras para quedarse en la puerta, esperando a la nada.

Perdió la cuenta del tiempo, pero sus manos rojas le indicaban que hacía rato que tiraba sin tener resultados positivos. Miró con odio a la puerta.

Sintió un tirón de su campera y sus pies pendieron en el aire.

— ¿Qué crees que haces, dobe? —giró el rostro y se encontró a centímetros del serio rostro pálido de Sasuke.

Se sonrojó.

— ¡Tú, teme, bájame! —pataleó.

El morocho le apartó, rodando los ojos. ¿Qué clase de compañero le pusieron? Le miró de reojo. Tanta niñez en un ser de diecisiete años no podía ser posible… Sonrió de lado.

— Se abre con las llaves, usuratonkachi —le soltó, tirándole al suelo.

Con su única mano libre (en la otra habían bolsas con comida), sacó las llaves correspondientes de la campera y abrió la reja. Pasó, dejando al rubio enfurecido en el suelo. Tomó otra llave y abrió la puerta de la casa, dejando ver un enorme living, hermoso y lujoso, lleno de muebles y alfombras. Naruto permaneció mirando esa belleza.

¿Viviría allí?

— Entra de una vez, haré la comi- —una ráfaga pasó por su costado, dejándole estático en su lugar. Su pelo se movió hasta quedar contra su rostro, estorbándole la vista. Se quitó el cabello y miró hacia la esquina opuesta del living, en donde había una escalera caracol que les llevaba a los otros dos pisos: uno de dormitorios y, el superior de todos, para los juegos.

— ¡Elijo este cuarto, dattebayo! —escuchó al rubio en el primer piso, bastante eufórico.

Sasuke cerró la puerta lentamente, intentando reprimir una sonrisa. Disfrutará ese trabajo…

— ¡El cuarto del final del pasillo es mío! —avisó seriamente, caminando hacia la cocina.

— ¡¿Por qué?! ¡Es el más grande, ttebayo! ¡Es mío!

Dejó las bolsas sobre la mesa. Cerró los ojos, llenando los pulmones pausadamente, recuperando la compostura.

Salió de la cocina y subió las escaleras. Se detuvo en el umbral del cuarto, su cuarto.

— Soy el primero en llegar por el mediodía, arreglo la casa yo solo porque el niñato decidió llegar al atardecer y compré la comida para tú comieras. ¿Qué derecho tienes para elegir el cuarto más grande? —frunció el ceño, mostrándole temible. Aunque internamente se entretenía de ver ese puchero infantil en el rostro de Uzumaki.

— Dejé mi departamento por el trabajo —respondió rápidamente y le indicó con el dedo índice—. ¡Largo de mi cuarto, dattebayo!

— Tú, dobe… —apretó los puños, con un tic en el ojo.

— Ya abrí la mochila, no hay forma de volver a meter la ropa. Perdiste, ttebayo —sonrió, superior.

— ¡Mi ropa ya está en el armario!

— Pues, tómala y ponla en otro lugar, ttebayo —abrazó su mochila.

— Hazlo tú.

— Es tu ropa, no la tocaré.

— Toma tu ropa y elije otro dormitorio, dobe —cada vez le costaba más reprimir sus ganas de agarrarle y sacarlo a patadas.

— No —le sacó la lengua, tirando la piel de debajo de su ojo hacia abajo.

Eso fue la gota que rebalsó el vaso.

Con la sien latiéndole al ritmo de su corazón, ingresó al cuarto a grandes zancadas, moviendo sus brazos de adelante hacia atrás con los puños bien aferrados.

— Oye, ¿qué crees que haces, dattebayo? No, ¡no toques ahí! ¡Ay, Sasuke-teme, saca tu mano de ahí! No te atreverías… ¡No, ttebayo! ¡Bájame!

Un bulto de ropa cayó fuera del dormitorio y la puerta de cerró de un portazo, dejando a ambos afuera. La cabeza de Naruto se asomó fuera de toda esa ropa y miró enfurecido al detective.

— Pronto estará la comida —se acomodó la remera y bajó por la escalera, nuevamente hacia la cocina para empezar a preparar la cena.

El rubio, de un salto, salió de la montaña y tomó el picaporte. Claro, la cerró con llave.

— ¡¡Sasuke-teme!! —chilló, enfurecido.

El morocho prendió la radio de la cocina, poniéndola al máximo, y comenzó a cortar verdura.

Luego de una cena, poco pacífica, Naruto tuvo que lavar los trastos mientras Uchiha seguía viendo la carpeta que le dio Kakashi con la información de todas las víctimas. Al no ir a ver el cuerpo al edificio, Sasuke tomó una decidió más dura (especialmente para el estómago de ese tarado rubio).

— Dobe, tú comprarás el plato que me revoleaste —le recordó entrando a la cocina.

Naruto guardó los trastos en la alacena y colgó el repasador en su gancho, aún costado de la heladera.

— Tú me provocaste, dattebayo —intentó justificarse.

Se sintió tan relajado cuando tomó ese plato y lo lanzó hacia el detective… La comida se dispersó por todo el lugar y el morocho esquivó la vajilla, provocando que los trozos se mezclaran en el suelo.

— Debemos ir a la morgue —comentó secamente. Se sentó en un banco, recargándose contra el lavaplatos.

Miró fijamente la reacción del otro. Tal como lo esperaba: palideció.

— ¿Por… por qué, ttebayo?

— Tenemos que ver ese cuerpo del que nos habló Kakashi, ¿olvidas? —alzó una ceja.

—… Si… ¡No! ¿Cuándo piensas ir? —le dio la espalda y miró el cielo nocturno.

— En media hora… y te llevaré conmigo.

Uzumaki se atragantó con su propia saliva.

— ¿Es que te impresionan los muertos, dobe? —sonrió, socarrón.

— N-no. Claro que no, teme. Es solo que… me comí una mosca —no se atrevió a girar para mirarle.

Sasuke hizo una mueca de asco.

— Como sea, prepárate —se levantó y caminó para salir de la cocina.

— ¡Espera!

Se detuvo. Esperó en silencio en el umbral.

— Yo… hum… —se giró.

El morocho sonrió.

— La morgue queda a quilómetros de aquí, ¿cómo piensas ir?

Sasuke suspiró. Y él que esperaba que le confesara que le aterraban los cuerpos muertos…

— En mi auto, claro. A no ser que quieras correr… —y con ese comentario irónico, salió del lugar.

— Es insoportable… ¿Qué haría Gaara en mi lugar? —habló para sí mismo, volviendo su atención al cielo—. Él me sacaría de aquí, estoy seguro…

Uchiha detuvo su andar bruscamente, con los ojos bien abiertos.

¿Quién demonios es ese Gaara? —miró gélidamente la puerta de la cocina sobre su hombro.

Chistó. Ya lo averiguará, ahora debía verificar su auto.

Ambos bajaron del Ford Ka azulado y miraron el enorme edificio gris. Cerraron las puertas y caminaron a la par hacia la puerta en donde les esperaba un guardia bastante malhumorado (no tuvo más opción que quedarse allí parado, cuidando a los muertos. Qué fastidio). Les miró de arriba abajo. Le llamó la atención del traje anaranjado del rubio, ¿quería llamar tanto la atención? (llevaba la misma ropa que en la serie).

— Sasuke Uchiha y Naruto Uzumaki, venimos a ver el cuerpo de la mujer que asesinaron esta mañana, a quince cuadras de la estación de policías —sacó su identificación del bolsillo interno de la campera.

Se la mostró unos dos segundos para luego volver a ocultarla.

El rubio miró al morocho, asombrado. ¿Cómo sabía su apellido? Solo lo escuchó una vez. ¿Tanta memoria tenía?

— Los detectives de Konoha, pasen —se apartó a regañadientes—. Pronto —les apresuró al verles caminar tan pacíficamente.

Sasuke le fulminó con la mirada.

— Su trabajo consiste en cuidar… no en apresurar. Procure limitarte a sus obligaciones y déjennos caminar como queramos —dejó pasar primero al policía para luego pasar él y dejar a un muy fastidiado guardia.

— Mocoso.

Los pasillos eran iluminados por lámparas blancas de techo, las paredes se encontraban pintadas de gris y el piso era de cemento. No importa dónde mirasen, siempre era lo mismo.

— ¿Por qué viniste con ese disfraz, dobe? Vamos a ver a un muerto, no a un festival —le miró de soslayo, con las manos dentro de las bolsas de su pantalón.

— El resto de la ropa ya la había guardado, dattebayo —entrelazó sus dedos detrás de su nuca, dándole poca importancia al tema.

Sasuke sonrió de lado. Bajaron al subsuelo y allí les esperó un hombre mayor con túnica blanca. Les sonrió, bastante amigable.

— Bienvenidos, jóvenes Uchiha y Uzumaki.

— Mh —fue la simple respuesta del morocho.

— Buenas noches. Disculpe la hora, dattebayo —dijo, sonrosado, el rubio, rascándole la nuca.

— No te preocupes. Los muertos no duermen. Pasen, pasen —abrió dos puertas de acero e ingresó al lugar en donde reposaban todos los cuerpos.

Naruto permaneció en su lugar, pensando en esa respuesta. Palideció nuevamente. Sasuke le tomó del brazo y le obligó a entrar a su lado.

— Si te impresionan los muertos, no hubieras aceptado el trabajo —susurró a su oído.

Uzumaki se estremeció. ¿Por qué se habrá sonrojado? Su voz era tan sensual, provocativa, que cualquiera que le escuchase se derretía… ¡Menos él!

— Cierra la boca, teme, no me impresionan los muertos —se zafó del agarre y apresuró el paso, para así, alejarlo.

No, no, error. No tuvo que haber hecho eso, ya que ahora se encontraba solo en frente del hombre de la bata con el cuerpo de la muerta en medio (ésta se encontraba cubierto con una tela). Las manos le sudaron; el solo hecho se imaginarse las condiciones de ese cuerpo le aterraba. ¡Era policía, no podía intimidarse por un cuerpo, maldita sea!

— ¿Esperamos a su amigo? —cuestionó, tomando la tela por donde sobresalían un par de cabellos.

— No —respondió rápidamente, con el orgullo en alto.

El anciano se encogió de hombros.

— Espero que no haya comido nada —y tiró de la tela.

— ¡Ah! —dio un brinco para atrás y se aferró con fuerza a la primera viga que encontró.

— Dobe —protestó el morocho al sentir una bolsa naranja colgar de su cuerpo.

Le dolía el hombro izquierdo: en donde Naruto clavaba sus uñas. Su posición no era exactamente cómoda: Naruto se aferraba de su hombro izquierdo con las manos y de su cintura con sus piernas. Un leve rubor inundó sus mejillas. Pasó sus manos alrededor de esa estrecha cintura.

— Bájate —tiró de él y le dejó caer al suelo, mostrando un semblante serio.

— Ay, ttebayo —se sobó el trasero—. Sasuke… —murmuró, enojado—. ¿Por qué me tiras, dattebayo?

— Porque tú te me tiraste encima primero —le ignoró y se acercó a la camilla, en donde el doctor les miraba entretenido—. ¿Esta es la mujer?

Bajó la mirada. La mujer esa fue torturada, notoriamente violada, y dejada de lado hasta que muera desangrada; ni siquiera la mataron ellos, dejaron que agonice quién sabe cuánto tiempo. Frunció levemente el ceño. Se encontraba desnuda, veía claramente todos sus cortes: dos en el pecho, bastantes profundos, su ombligo fue traspasado por algo bastante grueso, sus piernas se encontraban quemadas, no tenía los dedos, y sus pezones fueron cortados.

Una abominación. Y lo que más le llamó la atención: su rostro se encontraba intacto.

— Los dedos y los pezones los tenemos en un jarrón por allá. ¿Los quiere ver?

— ¿Cómo se lla-? —detuvo su pregunta abruptamente.

Giró el rostro hacia su compañero.

— Naruto, ¿quiéres venir aquí? —alzó una ceja.

El rubio miraba entretenido otros objetos, lejos de la camilla. Le miró cuando le llamó.

— No, ttebayo, no quiero —negó con la cabeza.

— Disculpe —le dijo al doctor.

Caminó a grandes zancadas hacia Uzumaki y le tomó de la nuca de la campera.

— Lo mismo que te hice en el cuarto lo puedo hacer aquí, coopera y trabaja, usuratonkachi —a jalones, lo dejó sentado aún lado del cuerpo—. No mires si no quieres, pero tampoco deambules por ahí.

Naruto se cruzó de brazos y cerró los ojos. No podía ver los cuerpos muertos, no tenía una razón en especial, pero su estómago se revolvía como un tornado. Vio por una milésima de segundo a esa mujer y… lo primero que cruzó por su cabeza fue: '¡Sasuke-teme, ven pronto!', antes de saltar y aferrarse a ese cuerpo atlético.

— ¿Su compañero tiene un trauma, por casualidad? —habló bajito el doctor.

— ¿Cómo se llama la señorita? Dime sus datos —ignoró la pregunta. No tenía respuesta…

— Tiene diecisiete años, sus padres salieron de viaje de negocios hacía unas semanas y ella vivía sola en su casa. El resto de la familia vive en La Arena, deberían de estar viniendo a reconocer el cuerpo —Sasuke miró de reojo hacia su derecha, intrigado por las reacciones de ese zorro.

¿Temblaba? Uzumaki se sostenía las orejas con ambas manos, sus rodillas tocaban su pecho y su rostro lo tenía oculto. Sintió una punzada en el pecho. Se sintió arrepentido de haberle obligado ir a ese lugar, hubiese sido mejor que se quedase en la casa…

— ¿Joven Uchiha? —le trajo de vuelta el adulto.

— Nombre —volvió a mirarle con su semblante serio.

— Haruno Sakura.

— Bien —observó un instante más ese cuerpo desnudo y maltratado—. ¿Nos permitiría un momento a solas? Necesito hablar con mi compañero y sacar fotos.

— Si, seguro —asintió y salió del lugar.

El ruido de las puertas cerrarse retumbó por las paredes. Ninguno de los dos detectives se movió de su lugar. Uzumaki esperaba algún comentario burlón por parte de ese idiota ante su actitud de niño débil…

— Naruto.

— ¿Q-qué? —recuperaba la compostura lentamente.

El morocho tomó una libreta de la camilla y le miró la primera hoja. Eran los datos completos de la victima.

— Ve a un rincón y lee esto. Yo sacaré un par de fotos —sin mirarle le extendió el expedientes.

El rubio se levantó, dándole la espalda a la camilla y asintió con la cabeza. Tomó la carpeta y se alejó.

Uchiha sacó su cámara digital del pantalón y tomó bastantes fotografías, las suficientes de todas las heridas y el rostro. Miró atentamente esos ojos muertos que le miraban…

El flash iluminó todo el cuerpo.

Naruto, por su parte, leía la fecha de nacimiento y los entretenimientos de Sakura. No veía ninguna anormalidad, nada raro para ser una simple adolescente.

— Teme, ¿tienes bolígrafo?

— En cinco minutos volvemos, dobe, apúrate a hacer lo que quieras hacer —le tiró la lapicera sobre su hombro.

El rubio la tomó sin dificultad y anotó todo lo posible en la palma y el dorso de su mano. Nada le atraía la atención, todo era normal. ¿Qué similitud tenía con las otras víctimas? Tal vez sea físicamente… para eso estaba Sasuke, que él se encargue de los rasgos físicos, pensó frunciendo levemente el ceño.

¿Por qué aceptó el trabajo? Por dinero, por nada más. Internamente (y muy internamente) agradecía a Kakashi por ponerle un compañero, él ya hubiese devuelto todo lo que comió en el día.

Estrujó con fuerza la lapicera, cerrando los ojos con fuerza. No podía caer tan bajo al recordar todos los sucesos pasados que le dejaron con ese trauma hacia los muertos… ¡Eso solo le perjudicaba el presente! Maldición, condenado pasado…

Ya con toda la información necesaria, ambos policías salieron de la morgue. Caminaron hacia el coche en silencio. Naruto respiró el aire libre, con una gran sonrisa.

— Ya quiero dormir, dattebayo —estiró los brazos hacia atrás, acomodando sus hombros.

— ¿Qué encontraste? —Uchiha se detuvo aún costado de la puerta del conductor y abrió los pestillos.

Ambos ingresaron al vehículo y manejaron hacia la nueva casa.

— Nada interesante, ttebayo. Solía hacer muchos deportes y sus notas escolares eran normales. Sus padres y ella se mudaron aquí por trabajo hacía dos años, dejando al resto de la familia en la ciudad de La Arena —leía su mano.

— ¿Qué deportes?

— Jockey, volley, atletismo, natación y… ¿qué dice ahí, ttebayo? —acercó la mano a sus ojos, intentando traducir su propia letra.

— Dobe… —suspiró, deteniéndose en el semáforo en rojo.

— ¡Cállate, teme! … Y tenis —logró descifrar el acertijo.

— Ya veo… —entrecerró los ojos, mirando hacia delante.

Las próximas siete cuadras se encontraban a oscuras. Algún corte de luz, tal vez. Subió las ventanillas y apagó las luces delanteras y traseras. Podía guiarse fácilmente por la oscuridad, pero no quería llamar la atención de posibles ladrones.

Uzumaki le miró, extrañado.

— Chocarás si no prendes alguna luz, dattebayo.

— No pasará eso —puso primera y arrancó.

— ¿Y si algún chico se te cruza? —miró hacia delante, pero no alcanzaba a ver nada. Era la boca del lobo…

— Dobe… confía en mí, no chocaré nada ni nadie —le miró, girando levemente el rostro.

Asomó una pequeñísima sonrisa; no de burla, no de sorna, una sonrisa tranquilizadora, que le inundaba los sentidos de paz.

Naruto se ruborizó levemente. Agachó la cabeza, mareado. ¿Confiar en él? Le acababa de conocer… ¿Dónde había escuchado esa frase? Rápidamente, se puso el cinturón de seguridad.

Sasuke puso los ojos en blanco.

Ya en su casa, guardaron el vehículo en la cochera y lo cerraron con alarma.

— ¿Maté a alguien? —se burló el mayor, caminando hacia la puerta que le llevaba a la cocina.

— ¡Estuviste a punto de atropellar a un cachorro, dattebayo! —le acusó con el dedo.

Entre sus brazos traía a un perrito marrón claro, de no más de dos meses. Sus orejas eran largas, muy parecido a los Bretones Españoles, tal vez… su madre hubiese sido una Bretón Español y su padre de otra raza. No importaba, era hermoso. El animal dormía cómodamente en su campera acolchonada.

Naruto ingresó a la cocina y prendió la luz. Miró al animal. Sonrió enternecido. Con la luz, se le veía mejor.

— ¡Es hermoso, ttebayo! ¿Nos lo podemos quedar, Sasuke? ¿Si, si? —le miró, suplicante.

El morocho no podía resistirse a esa mirada. No había animal ni persona que se comparase con la ternura de ese zorro-humano.

— Claro que no. Suficiente tengo contigo —se cruzó de brazos, recargando la cadera contra el lavaplatos.

— ¡Vamos, Sasuke! Yo lo cuidaré y me encargaré de él; ¡lo prometo!

— ¿Sabes lo que implica un animal? Estamos trabajo, usuratonkachi.

— ¿Es mi culpa que tú estuvieras a punto de atropellarlo, teme, dattebayo?

Si —respondió en su fuero interno.

— Se merece un poco de hospitalidad. ¡Vamos, Sasuke! —abrazó al cachorro, protectoramente, procurando no despertarle.

El morocho largó un largo suspiro.

— Si te ordeno que lo saques a la calle, lo guardarás en tu cuarto, ¿verdad?

— ¡Si, ttebayo! —sonrió ampliamente, tomando ese comentario como una aceptación—. ¿Cómo lo llamaré? Debe tener un nombre… Veamos, dattebayo —pensó y pensó pero ningún nombre se le venía a la cabeza. Frunció la frente, esforzándose en hacer aparecer algún buen nombre.

— Kyuubi —soltó Uchiha, apartándose de la mesada.

— ¿Kyuubi? —miró a su compañero y luego a su nueva mascota—. Si, ttebayo, me gusta. De ahora en adelante, serás Kyuubi —sonrió de forma gatuna, sonrojado por la hermosura que traía en brazos.

Sasuke le miró atentamente, esforzándose por no cambiar su semblante sereno.

Claramente, desde que entró al despacho del jefe ese, percibió que Naruto no le reconoció. Aún sentía ese dolor en el pecho por eso… ¿Tan poco le importó que no le recordaba?

Bajó la vista al suelo, dolido.

— ¿Sasuke?

Oh, rayos.

— Vete a dormir, dobe. Mañana te levantaré a las seis de la mañana. Tenemos muchas cosas que hacer —giró sobre su propio eje y salió del lugar para subir las escaleras y entrar a su cuarto, encerrándose al instante.

— ¡¿Seis?! ¡Si ahora son las dos! ¡No dormiré solo cuatro horas, ttebayo! —por sus gritos, el cachorro abrió pesadamente sus ojos negros como la noche.

Gimió antes de abrir enormemente la boca en un amplio bostezo que contagió al policía.

— Tres horas con cincuenta y nueve minutos… y va restándose los segundos —escuchó a duras penas.

Gruñó.

— Vamos, Kyuubi. Te mostraré tu nueva cama —sonrió.

Uchiha se tiró boca arriba sobre esa gran cama, aún vestido. Fijó sus orbes azabaches en el techo, interesado en algún punto específico. Naruto no le reconocía, no le recordaba, ¿qué podía hacer ahora?

Únicamente aceptó ese tonto trabajo por el zorrito…

— Naruto, ¿qué te pasó? —cubrió sus ojos con el brazo, reprimiendo los sollozos.