La única cosa que tengo por seguro es que los sentimientos raramente son mutuos, así que cuando lo sean, deshazte de todo, olvida pertenencias y expectativas, olvida los juegos, los dos días después de cada mensaje, hacerse el difícil porque esto es todo lo que hay, esto es lo que el mundo entero está buscando y pese a que has llegado por casualidad, por accidente –toma un profundo respiro, da un paso hacia adelante, y corre; choquen como planetas en el sistema de un sol moribundo, abrácense mutuamente con ambos brazos y dejen que las reglas, las opiniones y el sentido común estallen a su alrededor. Porque esto es un amor de niños, y es todo tuyo.

-Beau Taplin


I

Purgatorio


Siete horas.

Siete agónicas horas.

Steve no se animaba a contar más atrás en el tiempo, a mirar más allá de su llegada a la sala de espera en hospital, porque las imágenes estaban todavía pulsando en el fondo de su mente —Danny cayéndose al suelo, luchando por respirar otra vez, la sangre de Danny en sus manos, los sonidos de su corazón titubeando en una máquina, la palidez en su rostro, Danny murmurando sobre Grace y Charlie— prometiendo derrumbarse sobre él en cualquier momento con todo el peso que le había negado por principio. Era un lujo que no podía permitirse por el momento, uno que no se daría frente a tantos testigos ineludibles y que quizá no se daría hasta llegar a la soledad de su hogar, esa oscuridad que ya le era más que familiar y que lo ayudaba a contener las heridas en lo más recóndito de sí mismo, en lo más hondo.

Con un poco de suerte, esa dosis traicionera que parecía escapársele a veces y que tantas otras yacía firmemente a su lado, aquel día se sumaría con todas las otras imágenes en sus pesadillas que habían sido moneda corriente en los últimos años para él, para Danny, para su Ohana. Se habían transformado en contrariedades soñadas que ya rozaban lo cómodo en su familiaridad y lo horroroso en su brutalidad cruda. Imaginar la pérdida de uno de los suyos —y la idea de perder a Danny, específicamente— era de las tantas experiencias de primera mano que lamentaba tener, pero que también albergaba un sentimiento diferente que ya se había metido bajo su piel y que lo empujaba a querer protegerlos a todos con más insistencia con cada alborada.

Steve podía lidiar con las pesadillas en la soledad de sus noches mientras que pudiese vivir otro día para evitar que se volviesen realidad.

Eric le había dicho que Rachel y los niños estaban en camino, que su viaje súbito había terminado y aunque quería sentirse mal por ella, que había planeado el viaje con antelación, solamente podía estar aliviado con la perspectiva de ver a los dos niños otra vez y tan pronto. A Danny le haría muy bien verlos, además, y siempre era un regalo ver a Danny y a los niños juntos en el libro de Steve. Adam le había dado una llamada a Chin, algo que siempre hacían en caso de accidentes y también lo había escuchado hablar con Kono en susurros entrecortados y promesas a medio hacer. Cuando pensaba en Adam Noshimuri y todas sus complicaciones, no podía decidir si era ironía o gracia salvadora su constancia en Five no podía arreglar sus problemas —ni los de Adam ni los de Kono— pero estaría atento por cualquier otra cosa que sí pudiera hacer mientras tanto.

La inacción nunca había sido opción viable.

—¿Quieren algo de la cafetería? —preguntó Jerry. Steve sacudió la cabeza y lo dejó ir, preguntándose si alguno de ellos había hablado con la novia de Danny.

Pese a todo lo que él era, no obstante, Steve estaba agradecido con las decisiones que no tenía que tomar en ese instante de silencio expectante —no tener que enfrentar a Clara Williams para decirle que su hijo estaba en el hospital, ni tener que explicarle a Rachel por qué sus hijos debían regresar a Hawai'i— porque no estaba seguro de poder pensar con la suficiente lucidez para cumplir con todas las cuestiones de su lista de pendientes. Lou no había conseguido nada del tirador y la idea, pese a que había sido arrojada al fondo de su cabeza como todo lo demás, estaba también acechando en sus pensamientos.

Volvería a concentrarse en esas cosas una vez que Danny estuviese bien, eso haría.

Siempre pensaba más claramente una vez que estaba seguro que todo estuviese bien con su equipo. La certeza que Danny no iría a ninguna parte, que estaría bien y sano y vivo, le ayudaría para aliviar los nudos invisibles y aplacar los temores oscuros y opacos que escondía en lo más profundo junto al núcleo de sus tormentos apilados.

Era protector de su equipo, sin duda, y lo era más con su compañero.

No era una cuestión de favoritismos, en absoluto, pero necesitaba asegurarse que podía enviar a Danny a casa cada vez que algo sucedía. Para Grace en primer momento, y luego para Grace y Charlie —y Eric, de alguna forma. Quizá incluso para Melissa... Amber. Quería enviar a Danny a casa. Con las personas que él amaba, sin importar quiénes fuesen. Con aquellos que lo amaban. Algunos estaban lejos, muy lejos, pero igualmente angustiados. Y muchas de esas personas estaban allí con él, esperando. Con los rostros agotados y grises, silentes en la angustia y sosteniéndose sin palabras.

Steve estaba agradecido por la gente que tenía, su gente.

Era casi un ritual cuando alguno de ellos resultaba herido —generalmente eran Danny o él (Steve realmente debía hacer algo por su equipo, se los debía) pero todos habían pasado por alguna experiencia similar en los últimos años— y no podía dejar de pensar que el silencio era pesado y terrible cada vez.

—¿Vamos a hablar de esa monstruosidad de corte de pelo? —preguntó Kamekona, de repente.

Fue un alivio escuchar la voz de alguien más —una voz fuera de su cabeza, en especial— y reconoció la evocación de normalidad con alivio aún cuando él era el centro de todas las burlas.

Se sentía... bien.

Superficial, pero necesario en tantos niveles que Steve no podía protestar sinceramente.

—No les hagas caso, jefe, creo que es bonito.

—Gracias, Jerry.

El médico que le había hablado a través de un cristal —el hombre que le había dicho que debía abrir el pecho de Danny para ayudarlo a respirar— se acercó a ellos con un semblante lúgubre que Steve no le había visto durante todo el incidente y enfrió cualquier alivio que había amanecido en la habitación con la mirada cenicienta que había en sus ojos. Steve se sintió tenso ante la expresión que era familiar a la vez, una expresión que hablaba de algo sombrío e impensable e insoportable, algo tan alejado de Danny Williams —tan lleno de vida y energía y movimiento— que le dejó la garganta llena de arena.

—¿Doc? —preguntó, sabiendo que muchas de las miradas estaban cayendo en él aún mientras todos se acercaban a la puerta, al encuentro con el médico. La voz sonaba hueca incluso en sus propios oídos.

—Lo siento mucho, Comandante. El detective Williams-

.


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No había sido fácil dar marcha atrás, lejos de Grace, Rachel y Stan y la familia feliz y perfecta del cuento de hadas al que nunca podría pertenecer. Su hija había sonreído mientras entraba a la casa de la mano de su padrastro y él había sentido que se le rompía un poco más el corazón al verlos en esa pequeña burbuja. La verdad era que Stanley Edwards era un buen hombre y aún así no podía perdonarle que hiciera lo que Danny luchó por hacer durante diez años y que valiera muy poco a los ojos de Rachel. Supuso que tenía sentido que ella eligiera a alguien como él para el lugar de esposo. Un hombre seguro y educado, amable y bueno con la niña de otro. Cariñoso, inclusive. Con la decencia suficiente para no caer en malos pasos.

Sí, Stanley Edwards era un buen hombre y Danny no lo odiaba tanto como quería odiar su imagen y su idea.

Sabía que no debía haber ignorado a su instinto inicial cuando Rachel comenzó a llamarlo a destiempo después del incidente en su casa que había aflorado nuevos recuerdos. Pese a que habían estado en mejores términos desde antes de la Navidad, fue solo después que Danny se dio cuenta de hacia dónde estaba yendo la situación y no había luchado contra ella con la fuerza suficiente. A principios de años, cuando Rachel lo llamó para decirle que podía ir a ver a Grace y lo invitó a tomar una copa, a brindar por los comienzos, no debió haber cedido. Danny debió haber hecho la resolución de que ese año sería un mejor ex esposo pero falló antes de empezar cuando Rachel le dijo que Stan no había pasado las fiestas con ella, que estaban teniendo problemas en su matrimonio y que estaba sola. Definitivamente había fallado cuando no se alejó antes del beso ni después, cuando el calor entre ellos había encendido las cenizas.

Steve había tenido razón en muchas cosas el día de hoy, mientras empujaba a Danny lejos de una crisis nerviosa a través de una llamada telefónica. Él había querido que Stanley fuese culpable. Había querido que fuese culpable porque eso abriría una puerta para que Rachel volviese con él otra vez, para que tuviese a su esposa y a su hija de nuevo como en esa ilusión compartida. Para que pudiese aferrarse a esa vida que tanto anhelaba.

Danny no era tan buena persona como quería ser.

—Hey, compañero —la voz de Steven sonó con claridad atronadora en el silencio del auto y Danny no encontró su voz para contestar al principio—. Sólo quería decirte que terminamos por el día. La testigo declaró y estoy enviado a Chin y a Kono a casa. Estoy seguro que ellos te llenarán con lo que pasó hoy cuando te vean.

—Apuesto que lo harán —se encontró diciendo. A Chin y a Kono siempre le divertían sus reacciones ante las locuras de McGarrett y él no podía dejar de pensar que era el único cuerdo en ese grupo—. Espero que no hayas empezado una campaña para que se parezcan más a ti. Kono está en camino a eso.

Steven bufó al otro lado.

—Kono está aprendiendo cosas de nosotros tres —dijo, y sonaba tan orgulloso que Danny no dijo nada—. No te cortes a ti mismo, Danno.

—La locura ninja definitivamente viene de tu lado.

Eso le valió algo parecido a una risa.

—Es bueno escucharte mejor, compañero. Aunque suenas-

—No tengo un tono, Steven—lo cortó. Si tuviera uno, su pareja estaría escuchando lo angustiado que estaba por dentro. El pensamiento resultó tan inquietante que le quitó las palabras de la boca por más tiempo de lo que hubiese deseado.

Steven hizo una pausa en respuesta y Danny empezó a creer que realmente estaba diciendo demasiado sin decir una palabra.

—¿Quieres venir más tarde? —preguntó, al final. Era un ofrecimiento esperable viniendo de Steven, especialmente considerando todos los sucesos fue día, pero a Danny lo tomó por sorpresa de todos modos—. Creo que los dos necesitamos una cerveza.

Solitario y amargado como estaba, estuvo tentado a decir que sí.

—No sería una buena compañía, Steve.

—¿Y eso es diferente a cualquier otro día porque...?

Danny sintió una sonrisa escapársele. —Eres gracioso.

—Un poco, sí —respondió Steve y podía imaginar la sonrisa en su cara pese a que no lo tenía enfrente—, ¿Y bien? ¿Me vas a decir que no, Danno?

Tamborileó los dedos en el volante al detenerse en un semáforo.

Había sido un día duro pero Danny estaba seguro que pasar una noche en compañía de Steven lo haría sentir mucho mejor que otro día en su apartamento deplorable. También sabía que esa idea era peligrosa en muchos sentidos porque, como le había sucedido con Rachel, su primer instinto le decía que debía mantener alguna distancia entre ellos.

Y con muy buena razón.

Desde que había conocido a Steven McGarrett su vida era aún más complicada de lo que había sido nunca —aún cuando Danny era un imán para los peligros según Rachel— por lo que mantenerse en ese camino solo lo conduciría a la decepción. Steve era una de las personas más conflictivas que había conocido en toda su vida, y tan admirable como era su nobleza y su enorme corazón escondido detrás de una postura militar, era también peligroso para las personas a su alrededor. Caer en la órbita de Steve estaba amenazando con ser tan fácil como había sido volver a caer en la cama con Rachel pese a saberla casada y comprometida a otro hombre.

—Tengo que hacer unos recados primero —dijo, y se aseguró de pensar en cosas que debía hacer para que no sonase tan vacío como él sentía la frase—. Este fin de semana es para Grace.

—Bien —Steven sonaba... más desencantado de lo esperado. Probablemente Danny estaba proyectando cosas en Steve como solía hacer cuando algo no encajaba en su comportamiento—. Si cambias de opinión, compañero...

—Te lo haré saber —hizo otra pausa—. Gracias, babe.

—Cuando quieras, Danno. Te lo dije, ¿no? No estás solo en esta isla.

Sonaba siempre tan malditamente cálido y afectuoso cuando usaba ese apodo.

Era una de las razones por las que lo dejaba salirse con la suya, cuando la otra persona en el mundo que lo llamaba así compartía su sangre. Otro motivo, posiblemente, era la sonrisa que acompañaba las palabras y que era tan fácil de imaginar cómo dolorosa.

Entre Steven y Rachel, Danny ya sabía cuál era más peligroso para él. Mejor diablo conocido...

.


.

Había un sitio en toda esa isla en el que Danny se sentía... bien. No alcanzaba el estado rebosante de bienestar que hablaban en las meditaciones ni era un lugar en el que pudiese estar completamente feliz pero estaba bien.

Más que eso. Realmente se sentía en calma. Pacífico.

Era un sitio que había encontrado cuando había tocado fondo y sentía que no podía hacer pie en aguas turbulentas, un lugar que le decía que todavía había cosas hermosas y que él era un dramático empedernido. Fue su lugar favorito en la isla y fue su lugar de reposo y descanso. Y jamás, jamás le había dicho eso a alguien que viviera en Hawái.

No tenía especial atractivo a otros ojos, tampoco. Era un sitio que poco tenía de turístico, por lo que era raro encontrar a otras personas allí.

Y por ello fue una sorpresa, al aparcar, distinguir una silueta sentada en el borde del muro —definitivamente un hombre, pudo apreciar, por el perfil de rasgos duros y las líneas de su porte—, una sorpresa tan curiosa como la repentina neblina que llegaba al lugar en oleadas y que había entumecido sus músculos mientras se bajaba del auto. Parecía un escenario salido de una película de ciencia ficción, de esas que tanto le gustaba ver con su hermana Stella.

A pesar que el sentido común le estaba diciendo —con una voz muy parecida a Steven en su más sarcástico— que estaba haciendo exactamente lo que él siempre reprochaba, algo más profundo le decía que no debía irse del lugar sin fijarse quién era el intruso, sin averiguar qué estaba haciendo allí. Su mano izquierda flotó en la culata de su arma mientras se adelantaba, una costumbre conquistada durante años más que una necesidad inmediata, pero no se esforzó en sacarla de su escondite.

La niebla parecía emanar de la figura sentada y se atenuó cuando el hombre dio un salto súbito en su sitio al oírlo, como si el Camaro no hubiese sido lo suficientemente ruidoso para sacarlo del trance en el que había estado. Tenía muchas preguntas en la punta de la lengua pero a esa escasa lejanía pudo distinguir un temblor atravesando todo el cuerpo del hombre y de repente se preguntó si estaba a punto de saltar.

Danny tenía buenos instintos, sí, y quizá se sentía un poco a la defensiva por haber encontrado a alguien más en ese punto escondido que sentía suyo. Tenía que saber, de cualquier forma.

—¿Disculpe? ¿Se encuentra bien? —preguntó, a distancia prudencial—. ¿Señor?

Los dedos de Danny se tensaron sobre su arma cuando la figura se movió rápidamente y Danny se encontró parpadeando cuando unos ojos desorbitados y muy familiares se encontraron con los suyos.

El silencio fue corto e intolerable.

—¿Danno?

Steven estaba temblando, su rostro tan vulnerable y abierto como lo había visto nunca.

—¿Steve? ¿Qué demonios? Acabo de hablar contigo y estabas en-

Unas manos enormes se aferraron a sus hombros y se tensó, sin saber cómo reaccionar o lo que Steven pretendía, hasta que se encontró totalmente atrapado por unos brazos musculosos. Por un largo minuto, se quedó inmóvil —esa reacción era nueva, para los dos— y muchas preguntas corrían por su mente sin detenerse por un segundo. Steven lo estaba abrazando como si su vida dependiera de ello, tan fuerte que podía dejarlo sin aire en cualquier momento pero tan malditamente tímido a la vez.

Pareciera que estaba aferrándose a él a la vez que estaba haciéndose la idea que iba a desaparecer si lo soltaba.

—Danny, Danny, Danny.

Su voz ahogada le hacía cosquillas en el cuello.

—Steve. —La vacilación poco tenía que ver con la cercanía y se encontró dudando antes de seguir—. No puedo respirar.

Fue suficiente.

Steven se apartó como si lo quemara su contacto y los brazos cayeron de sus hombros mientras daba un paso hacia atrás con tanta velocidad que Danny podría haberse sentido rechazado si él no hubiese pedido el espacio.

La lejanía brusca le permitió el primer vistazo claro al rostro de su compañero y se dio cuenta, con una sacudida dolorosa en su estómago, que había líneas profundas de cansancio en esa cara familiar, ojeras oscuras bajo los párpados y una sombra constante en que Danny asociaba con pena y dolor y furia entrelazados en duelo.

Era la mirada que tendría alguien que estaba profundamente destrozado.

No podía ser Steve McGarrett.

No podía ser su Steve.

La comprensión pareció amanecer en él al mismo tiempo que lo hizo en Danny. Sus ojos se abrieron con una sorpresa dolorosa.

—No eres... no eres...

Danny extendió los brazos para alcanzarlo pero, a diferencia de la vez anterior, Steve retrocedió. Parecía un animal aterrorizado —con los ojos muy abiertos y la respiración inestable— y Danny se congeló a medio camino, sin estar seguro de lo que estaba sucediendo.

Steve se quedó mirándolo durante una eternidad.

—No te vayas —dijo Danny, repentinamente. Las palabras sabían dolorosas en su lengua, llenas de un terror desconocido, y sus dedos tenían un hormigueo familiar para alcanzar a Steven—. Por favor.

Si le daba la oportunidad podría salir corriendo. Y hacerse daño.

No obstante, como antes, Steven se quedó completamente inmóvil al escucharlo. Fue tan sorprendente como inquietante y Danny sintió que los nudos en su estómago se deshacían para rehacerse otra vez en la actitud poco natural de su compañero.

—¿Puedo acercarme o vas a salir corriendo? —preguntó Danny.

Steve parpadeó. Su expresión se tornó sombría por un momento y luego algo crudo y doloroso afloró en el fondo de sus ojos hasta que ya no quedó ninguna emoción en él.

—No voy a salir corriendo. Soy un SEAL de la marina —sonaba demasiado casual para ser casual, pero al menos la emoción cruda se había desvanecido de sus ojos. Había una fina máscara que Danny había aprendido a asociar a la indiferencia forzada—. Y he visto muchas cosas de ti, Danny, y nunca pensé en salir corriendo. Eras quien lo hacía.

—¿Disculpa? —preguntó, ofendido en la ligera acusación.

Por supuesto que Steven saltaría al ataque después de la confusión, Danny no estaba seguro por qué eso lo sorprendía.

Los ojos de Steve se fijaron en el Camaro con una expresión decididamente cálida y luego regresaron a Danny sin perder ni un ápice de esa suavidad inusual. No fue una ilusión el hecho que Steve se quedó prendado de su corbata ni tampoco lo fue el más desnudo atisbo de sonrisa en los labios resecos.

—Sólo usaste esas corbatas durante un año, Danno. Nuestro primer año. Sabes que las odiaba.

Fue una prueba absoluta que su compañero estaba loco —cosa que Danny sospechaba fuertemente desde el pasado septiembre, cuando lo había conocido.

—¿De qué estás hablando, Steven?

—Entiendo lo que es esto, ¿sabes? —Danny no sabía cómo definir la cara de Steve, lo que era un pensamiento inquietante en su existencia—. Lo que merezco. Es mi purgatorio.