Aclaración: Toda la historia está basada en una película de hace veinte años que se llama Dil Se (1998) del director Mani Ratnam. La protagonizan Shah Rukh Khan, Manisha Koirala y Preity Zinta. Está adaptada al contexto de Harry Potter, evidentemente. También, esta historia es un WI? ¿Qué hubiera pasado si Voldemort hubiera ganado la guerra y Harry Potter hubiera muerto? Enjoy.


Desde el corazón


1. Chaiyya Chaiyya

"Jinke sar ho ishq ki chhaaon

The one, whose head is in shadow of love

Paaon ke neeche jannat hogi

There will be heaven beneath his feet"

— Chaiyya Chaiyya, A. R. Rahman & Gulzar.


—Todos los trenes estaban atrasados en King Cross aquel día —sonó la voz en la radio— y llovía como si no hubiera mañana. Llovía demasiado, incluso para ser Londres.

El locutor hace un pequeño efecto con los labios para ejemplificar la lluvia, mueve algo que tiene a su alcance para conseguir el sonido del viento. Toda la producción se siente demasiado casera, pero ese es su propósito.

»La lluvia no perdonaba, empapaba a cualquiera. Y los trenes iban atrasados. Completamente atrasados.


King Cross, Londres, 2005.

Había olvidado la sombrilla y se estaba reclamando mentalmente por aquel olvido. Estaba completamente empapado porque se había aparecido a unas calles de King Cross. El día estaba mucho más lúgubre de lo normal. Londres no había tenido un buen año. Que va, Londres no tenía un buen año desde hacía demasiado tiempo. Los pocos días soleados habían desaparecido y el cielo siempre estaba grisáceo, como si estuviera mugriento; el ánimo general nunca era demasiado bueno. La población en general no sabía que pasaba algo, pero se intuía en el ambiente.

—¡Ey, detente! —le gritó alguien justo después de que se apareciera. Maldijo a su suerte mientras veía como otro mago con túnica azul marino y logo del ministerio de magia se le acercaba. Habían pasado muchos años desde que aquella túnica había significado «seguridad» o si quiera le había dado tranquilidad a alguien—. Necesitas licencia para aparecerte…

Terence rebuscó entre sus bolsos. Iba vestido a la manera muggle, especialmente porque iba a tomar un tren muggle. Podría haber ido simplemente a la oficina de trasladores, pero no le gustaba pisar el ministerio. Los alrededores siempre estaban llenos de magos sin varita, indigentes y en los interiores siempre podía uno ver pasar a los detenidos, encapuchados, como si no tuvieran identidad, preguntándose quienes serían. Le daban escalofríos.

—Aquí está. —Terence sacó un pedazo de pergamino de la bolsa—. Tengo permiso para aparecerme por todo Londres muggle —indicó—. Soy locutor. Trabajo para Radio Mágica. —Se estaba mojando completamente, quería llegar lo más pronto posible a King Cross—. Tengo que estar en Gales este fin de semana. Por el día de la Victoria —explicó—. Vamos a hacer un reportaje…

El mago que se le había acercado revisó el pergamino y apenas si pareció escuchar lo que Terence le estaba diciendo.

—Bien, está todo en regla —dijo, finalmente.

—Gracias —respondió Terence.

Prácticamente salió corriendo hasta King Cross. Podría perder el tren si no se apuraba. Llegó completamente empapado y chorreando. Era demasiado tarde. En casi toda la estación no había prácticamente ni un alma, sólo aquellas personas que tomarían los trenes nocturnos. Sólo que no había ni un solo tren. Terence suspiró y se dirigió al andén que decía el boleto.

Encontró a uno de los revisores dormido en uno de los bancos y se acercó para picarle el hombro con un dedo, intentando despertarlo. ¿Dónde estaba su tren? Ya debería estar en el andén.

—Disculpe, disculpe… —dijo.

El hombre despertó, bastante confundido. Lo miró con los ojos entornados antes de levantar la cabeza e intentar ponerse de pie.

—¿Sí?

—El tren a Cardiff —dijo Terence— ya debería estar aquí. ¿No sabe…?

—¡Viene con retraso! Vienen con retraso —respondió el revisor—. ¿Cuál es su tren? ¿El de las once o el de la una?

—El de la una.

—Bueno, el de las once todavía no llega. Son retrasos de más o menos tres horas —le dijo—. Puede sentarse a esperar.

Terence resopló. Parecía que acabaría durmiendo en la estación. Se alejó del revisor hasta encontrar otro banco donde sentarse. Sacó un paquete de cigarrillos y la varita para prender uno, procurando que nadie viera cómo lo iba a hacer. Nunca tenía cerillos y debería de tenernos para casos como aquel. Sin embargo, fue imposible, toda la cajetilla se había mojado.


—Y ahí estaba yo, intentando prender un cigarrillo. Ah, los vicios muggles. Ese es un vicio que vale la pena, déjenme decirles. Pero volvamos a King Cross. El piso estaba mojado de toda la gente que había pasado por sus andenes chorreando las gotas de la lluvia. Fuera se oían los truenos y se alcanzaban a ver los rayos de la tormenta eléctica.

El locutor hizo, con su boca, el sonido de un estrepitoso trueno.

»Fue entonces, cuando noté, que, en el otro extremo de la banca, se había sentado alguien…


King Cross, Londres, 2005.

Terence había metido sus cosas en una valija pequeña, pero la figura que se había sentado a penas a escasos metros de él llevaba una maleta bastante grande que estaba empapada y parecía haber arrastrado buena parte del camino. Terence no alcanzaba a verle la cara, puesto que se había cubierto con su ropa. Lo único que le llamó la atención a Terence de todo aquello, y lo que lo hizo acercarse, fue precisamente que aquella persona se estaba cubriendo con una túnica que tenía una insignia bordada de El Profeta.

—Disculpe —dijo al acercarse—. Amigo. Disculpe

La figura no volteó en ningún momento.

»¿Tiene cigarrillos? Los míos se mojaron. —Levantó su cajetilla completamente mojada, aunque la persona ni siquiera se volteó a verlos—. La verdad es que con este frío siempre me dan ganas de fumar. Y con este clima tan horrible. Además parece que estaremos aquí un buen rato, los trenes a Gales están todos retrasados. Voy a Cardiff…

No tenía necesidad en realidad de ponerse a contarle su vida a un desconocido cualquiera, pero la desolación de King Cross no lo ponía de bien humor. Lo hacía sentir un poco desamparado, como el ambiente en general. La persona desconocida, sin embargo, ni siquiera lo miró hasta que entró una ráfaga de aire que casi le arranca la túnica con la que se protegía el cuerpo y la cabeza y el cabello y Terence Higgs pudo ver por primera vez a quien le estaba hablando

—¡Ay! —se quejó ella, agarrando a túnica como pudo, para volverse a cubrir.

Era una mujer de cabello oscuro, medio rizado —más bien encrespado—, sin sonrisa y ojos muy profundos. Su piel era color marrón.

—¡Disculpa! ¡No sabía que eras una mujer! —dijo Terence. Así, sentada como estaba con los pies sobre la banca, hecha un ovillo y con el cabello escondido bajo la capucha de la túnica, era imposible de distinguir—. ¡Disculpa! —Se quedó mirándola. No era lo que Terence llamaba una mujer convencional, pero le pareció muy bella. Sus labios temblaban un poco de frío y sus manos aferraban la túnica para cubrirse lo más posible. Tenía unos ojos oscuros muy profundos que parecían ver más allá de lo que cualquier ser humano pudiera ver. Su cabello encrespado enmarcada su rostro, completamente despeinado—. Soy Terence —se presentó él—. Terence Higgs. Trabajo para Radio Mágica —le contó—. Disculpa que te haga la plática, pero sólo estamos nosotros dos aquí y… —Se encogió de hombros—. ¿Trabajas para el profeta? —No hubo respuesta, la mujer apenas si se le quedó viendo con una mirada enigmática, pero no dijo nada.

»No sé cuándo pase el diluvio. ¿Vas a Cardiff también? Yo voy en el tren de la una, espero que no tarde… —comentó—. ¿Tienes cigarrillos? —volvió a insistir—. Los míos quedaron arruinados por la lluvia… —Se cayó de repente al notar que ella ni siquiera le estaba haciendo caso. Sólo lo miraba a momentos, con esa mirada profunda, pero por el resto del tiempo ignoraba su existencia. Terence suspiró, preguntándose qué haría si se hubiera encontrado a esa chica bonita en otro lugar. Probablemente intentar invitarle un café en vez de hacerle plática como un tipo raro en una estación de tren en plena madrugada, porque dudaba que eso se viera normal—. ¿Necesitas algo? —preguntó—. Lo que sea. Déjame hacer algo por ti —insistió—. Te estás muriendo de frío y… yo estoy aquí… ¿quieres algo? —insistió.

Parecía que la mujer no iba a responder, que ella y Terence se quedarían allí, en silencio, esperando sus trenes —o su tren, si es que iban en el mismo—. Pero de pronto oyó su voz. Tenía una voz bonita, clara, dulce, que contrastaba con el aspecto misterioso y cerrado.

—Un té —pidió—. Un té, por favor.


—¡Un té! ¡El amor de mi vida decidió pedirme un té! —comentó el locutor, exagerando la situación al máximo—. Nunca antes nadie me había pedido un té de aquella manera, con aquella voz tan dulce. Y es que ella era muy bella, aun con todo aquel frío, con la lluvia, con la túnica que la cubría completamente y sólo me dejaba apreciar el óvalo de su cara.

»Quería llevarle aquel té y que charláramos un rato. Si los dos veníamos a Cardiff, en el mismo tren, podríamos seguir platicando y hacernos amigos. Ay, ella era tan bella que, aunque acabara de verla por primera vez, corrí a llevarle un té.


King Cross, Londres, 2005.

Terence encontró un sólo puesto de comida abierto en toda la estación. O más que abierto, tenía la luz prendida, aun cuando su dueño estaba durmiendo con la cabeza recargada en el mostrador. Parecía que nunca había demasiados clientes a aquella hora.

—¡Ey! ¡Ey! ¡Despierta! —exclamó Terence, zarandéandolo. ¿Qué todo el personal de King Cross estaba dormido a aquella hora? Parecía que las únicas almas despiertas eran él, la chica y otros más perdidos entre los andenes esperando todos los trenes retrasados—. ¡Necesito un té!

—¿Qué? —preguntó el vendendor.

—Un té —lo apresuró Terence—. Vamos, rápido, lo más rápido que puedas. Es un té para una chica linda —siguió apresurándolo mientras el pobre hombre se movía demasiado lentamente para poner la tetera a recalentar y sacaba dos bolsitas de té. En otras circunstancias, Terence sería mucho más quisquilloso sobre el té, pero en ese momento no tenía tiempo de ponerse especial—. Es mi única oportunidad de preguntarle su nombre, intentar hacerle plática…

El vendedor lo ignoraba mientras servía el agua caliente en dos vasos desechables. No parecía en lo absoluto interesado en la vida de sus clientes. Le puso uno de los vasos enfrente.

—Ahí está el azúcar —le señaló un vote.

A lo lejos se oyó el sonido de un tren que entrada en la estación. Terence estaba tapando los dos vasos cuando oyó la campana del tren. Sacó el poco dinero muggle que llevaba a cuestas para pagar por los dos tés.

—Tenga —dijo, dándole el dinero, tomando los dos—. Espero que no sea su tren —murmuro—. Espero que no sea su tren. Ni siquiera le había preguntado si iba a Cardiff en el de las once, que ya llevaba bastantes horas de retraso o en el de la una.

—Gracias —fue lo último que oyó del vendedor de té.

Corrió de regreso al andén en donde había dejado sus cosas y a la chica, salpicándose con los charcos que se habían hecho en el suelo de King Cross y los dos tés en la mano, casi quemándole porque había olvidado agarrar un cartón para no sentir tanto calor en las manos. Quería preguntarle a la chica como se llamaba, decirle que quizá podrían ir juntos si ella no tenía más compañía, que era más seguro viajar de noche con algo de compañía. Quería contarle que iba a Cardiff a hacer un reportaje sobre el día de la victoria y quería preguntarle a qué iba a Cardiff ella. Hacía tiempo que él no tenía ningún impulso de aquel tipo con ninguna chica; con nadie, en realidad. En aquellos tiempos, hacer amigos en el mundo mágico no era exactamente algo fácil.

Sin embargo, cuando llegó a la estación, sólo alcanzó a ver a la chica subir al tren de las once, que estaba llegando a una, mientras alguien le ayudaba a subir su pesada maleta.

—¡Tu té! —gritó, corriendo para alcanzar el tren que empezaba a ponerse en movimiento—. ¡Tu té!

La chica se le había escapado. Apenas si pudo verla desde la ventana, sentada en uno de los compartimientos con otros dos hombres que, seguramente le habían ayudado a subir sus cosas al tren. Le hizo una señal de adiós y se quedó viéndola, allí, parado, con dos tés en la mano y las manos calientes, sin saber qué hacer, entre los charcos de King Cross. Ella fingió no verlo, ni siquiera volteó un poco sus ojos en su dirección mientras el tren se marchaba.

Se quedó allí, pensando que podría haberle preguntado su nombre. Que nunca la volvería a ver. Se quedó allí, mojado de pies a cabeza, esperando el tren de la una.


—Y así fue —finalizó el locutor—. Una noche de lluvia en King Cross. —Volvió a hacer el sonido de los truenos con la boca—. Una chica y un té. —Suspiró. Usualmente contaba historias así al principio de sus programas. Casi nunca eran ciertas. Se las inventaba. Historias de gente que se encontraba por casualidad—. ¿Estás allí, chica misteriosa?

Una mujer se acercó a apagar el radio. No podía oírlo más.


Cardiff, 2005.

Llegó a Cardiff con casi cinco horas de retraso, prácticamente sin dormir. Se había hecho un ovillo en el tren, pero no había conseguido conciliar el sueño completamente. No dejaba de pensar en la mirada de aquella chica. Era tan profunda y tan afilada, parecía de esas miradas que matan. Ojalá le hubiera preguntado su nombre y le hubiera dado el té con una sonrisa. Ojalá. Pero había perdido su oportunidad y Cardiff no era especialmente una ciudad demasiado pequeña como para encontrarla demasiado rápido.

A la bajada del tren, lo estaba esperando una mujer que llevaba del brazo a dos niños y una túnica en exceso vistosa. Era de esa clase de brujas que eran incapaces de disimular que eran muggles y que atraían miradas de toda la gente. La había visto un par de veces en fotografías, se encargaba de las emisiones de Radio Mágica en Cardiff y al parecer era bastante buena en su trabajo.

—¡Higgs! ¡Higgs! —Lo llamó en cuanto lo vio—. Qué bueno que llegaste, cuando nos dijeron que los trenes estaban retrasados no sabíamos a qué hora llegarías exactamente. Llevamos un par de horas en la estación.

—Señora Selwyn —saludó Terence—. Siento el retraso.

—No es tu culpa, no es tu culpa. —Ella le quitó hierro al asunto—. Te diría que te hubiera resultado más fácil llegar con un traslador del ministerio, pero desde que piden mil y un trámites en el ministerio para poder usar uno, creo que incluso el tren muggle fue más rápido. —Uno de los niños intentó jalarla, pero ella lo mantuvo en su lugar—. Vamos, por aquí. Traemos un carro especial de la emisora —le dijo—. Lo dejaré que se acomode primero y luego le enseñaré el estudio.

—Claro —asintió Terence—. La verdad es que no sé por qué me han enviado a hacer este reportaje especial…

La señora Selwyn se encogió de hombros, indicándole el camino, llevando a sus dos hijos, uno a cada lado.

—Es la situación tensa, ¿sabes? —comentó Selwyn—. Todo el mundo lo siente en Cardiff, parece que algo se está cocinando.

—Dicen que el cuartel del Frente Mágico de Liberación está aquí… —aventuró Terence.

—¡Sh! —lo calló la señora Selwyn—. Eso no se dice aquí. Meterse con la Orden del Fénix o con el Ejército de Dumbledore está bien —le dijo— siempre y cuando sea evidente que no reciben apoyo. Pero están casi desmantelados, ya a casi nadie le interesan, la mayoría de los líderes están en prisión. En cambio, el Frente… está ganando adeptos. Quieren callarlo a como dé lugar.

Por supuesto que hablar del Frente Mágico de Liberación era algo engorroso e incómodo. A nadie le gustaba. La gente encontraba más fácil identificarse con el Ejército de Dumbledore o la Orden del Fénix, que decían pelear por la justicia, la libertad, contra el mal gobierno de los mortífagos. Pero Terence siempre había pensado que tenían falta de estrategia. Se limitaban a defenderse porque no tenían otra manera de sobrevivir. Después del día de la Victoria, cuando murió Harry Potter, aquella figura mítica de la que ambos grupos se habían colgado para crear un héroe de guerra, todo se había venido abajo. No habían podido reestructurarse y el poder había vuelto al Ministerio de Magia, mortífagos a cargo.

Habían perseguido a todos los líderes y le habían dado una opción al resto de la gente: «o con el Ministerio o con los rebeldes». La mayoría de la gente había elegido aquello que le aseguraba su subsistencia. Terence incluido. Todo había marchado tal como el ministerio esperaba hasta que había aparecido el Frente Mágico de Liberación. Ellos atacaban, nadie conocía sus identidades, eran todo lo que, en años, ni el Ejército de Dumbledore ni la Orden del Fénix habían sido: una ofensiva.

—Me gustaría entrevistarlos —aventuró Terence.

—Eso sólo te traerá problemas —le advirtió la señora Selwyn—, te recomiendo que no lo hagas.

—Tengo un contacto.

La señora Selwyn resopló.

—La juventud de hoy en día, la juventud de hoy en día… —se quejó—. No te metas en problemas, Higgs. No es bueno eso de meterse con el Frente. —Habían salido de la estación y caminaban por el estacionamiento, hasta llegar a un carro viejo y destartalado—. Te aseguro que por dentro está mejor. Lo acondicionó mi marido. —Sacó la varita y le abrió la puerta del copiloto.

Tenía razón, por dentro estaba mucho mejor y hasta parecía un carro moderno. Al menos sí era mucho más amplio de lo que parecía.

»Nos costó demasiado conseguir el permiso para tenerlo —explicó la señora Selwyn, después de haber conseguido que sus dos hijos se subieran al asiento trasero y de sentarse ella misma en el delantero—. Ya sabes que el ministerio desconfía de todo lo que sea muggle. Pero nosotros sólo queremos aprovechar las ventajas. —Apuntó con la varita a la llave y el carro se encendió—. En fin. ¿Me decías que tenías con contacto?

—Sí.

—Con el Frente.

—Sí —confirmó Terence.

—Muy bien. —Ella asintió como dando la impresión de que más bien quería decir «todo mal»—. Si lo haces, si vas —explicó— y grabas una entrevista, hay una sola manera de que yo acepte que eso se transmita al aire y de que el Ministerio no te mande a Azkaban, así que pon mucha atención. —Se había puesto seria de repente y por primera vez Terence pudo apreciar por qué había llegado a ser la directora de las emisiones en Radio Mágica en Cardiff—. No los hagas ver bien. De preferencia, haz ver bien al ministerio. No hagas ver bien al Frente; además, no es tan difícil. Matan inocentes. Con las pociones esas.

Se quedó callada. Terence iba pensando que el ministerio también a veces mataba inocentes. Pero no dijo nada. No tenía caso. Él quería entrevistar al Frente, quería entrevistar a los revolucionarios, quería preguntarles que buscaban, en el séptimo aniversario de la Victoria.