Capítulo I

Brinco al vacío

Cada día era peor que el anterior. Hacía una semana que comenzaba a sentir que mi salud disminuía al pasar los días. Nunca tuve la mejor de todos los hermanos, era difícil para mi hacer esfuerzo físico y tenía constantemente alergias que me obligaban a usar mascarilla la mayor parte del tiempo (aunque en parte ayudaban a cubrir algunas veces mis risas ante desgracias ajenas), pero con el paso de los últimos días mi corazón se sentía realmente agitado y despertaba cada noche con la agonía de no poder respirar.

Me sentía cansado y sin muchas ganas de seguir jugando béisbol con Jyushimatsu, pero él realmente tenía demasiados ánimos esa tarde. Mi ojos caerían solos en cualquier momento, y mi cuerpo se derrumbaría sobre el suelo para poder descansar un poco más. Las pelotas en la cubeta parecían eternas y cada vez que Jyushimatsu tiraba una bola demasiado lejos, era yo quien tenía que ir por ella.

Tomé una bola y la lancé lo más fuerte que pude (que no fue mucho) y Jyushimatsu rió y dio un buen golpe con el bate, lanzando la pelota fuera del área verde del parque. Miré la dirección que había tomado y comencé a andar hasta ella. Era agradable pasar mis tardes con Jyushimatsu, no hacía muchas preguntas sobre lo que pensaba ni tampoco entendía cosas que yo decía sin pensar. Me hacía sentir feliz, su alegría era demasiado contagiosa y siempre estaba riendo, aunque su sonrisa me asustara algunas veces (debo admitirlo), era un buen hermano, y me gustaba jugar con él de vez en cuando al béisbol, aunque yo no pudiera hacerlo muy bien. De hecho, nada bien.

Tomé la pelota con mi mano y comencé a regresar con paso lento, bajé mi cubrebocas, dejándolo en mi barbilla y el viento del otoño recorrió mi cabello, dejándolo peor de lo que ya estaba. Traté de peinarlo un poco y en cuanto llegué de nuevo a mi lugar me preparé para seguir lanzando.

—¡Ichimatsu-niisan! —Jyushimatsu bajó el bate. —¡Dugout, dugout*! —Eso significaba que Jyushimatsu al fin necesitaba descansar un poco. Bajé mi brazo y tiré la bola en la cubeta, me agaché para recoger las que había dejado caer rato atrás mientras Jyushimatsu quitaba su camiseta y celebraba haciéndola girar en el aire.

No dije absolutamente nada en el trayecto de regreso a casa. Mi cuerpo pronto caería en un sueño profundo y necesitaba llegar pronto al futón o al sofá, incluso el suelo de la estancia sonaba muy cómodo en estos minutos. Solté un largo bostezo que traté de cubrir con mi mano y Jyushimatsu soltó unas carcajadas, giré un poco a verlo mientras limpiaba las lágrimas del sueño de mis ojos y noté que aún no llevaba su camiseta. Apoyó sus manos en su cadera y siguió sonriendo como de costumbre.

—Ichimatsu-niisan. ¡Hoy fue un gran día! —Asintió, apoyando así mismo lo que dijo. —Estoy muy feliz de que hayas venido conmigo. —Se lanzó contra mi y me levantó del suelo con un fuerte abrazo, empapándome el suéter de sudor. Le sonreí levemente, esperando que no me viera y me bajó. Siguió andando sin decir nada más, así que yo tampoco respondí ni dije nada más.

Quería toser. Toser como un anciano enfermo. Mi cuerpo se sacudió un poco pero contuve la tos dentro de mi garganta. La aclaré un poco para disimular y seguí andando, esperando que Jyushimatsu no preguntara, y no lo hizo. Me alegraba un poco por ello, por su inocencia.

Semanas atrás, mi sueño comenzó a ser más pesado y más grande. No paraba de querer dormir toda la tarde, aún incluso cuando el día anterior lo había hecho. Con el paso de los días, empecé a sentirme mucho más agotado y sin muchas ganas de salir o si quiera levantarme del futón. Choromatsu, como siempre, se había preocupado de que estuviera haciendo esfuerzo innecesario y agotara las pocas energías que normalmente tenía.

Tiempo después, un lunes por la noche para ser precisos, desperté con mi corazón explotando dentro de mi pecho. Latía tan rápido que comencé a llorar y a morder la sábana con la que me cubría. Y aunque traté de no hacer mucho ruido aquella noche, terminé levantando a Karamatsu y a los demás. Trataron de calmarme, pensando que había tenido un pésimo sueño, y se quedaron ahí hasta que pude volver a sentir mi corazón a la normalidad. Esa noche amanecí en la mitad del futón rodeado por ellos. Y aunque no quiero tenerlos cerca para no afectarlos con mi negatividad, me sentí tan aliviado por no encontrarme solo en aquella noche tan difícil.

Los días después de aquel lunes fueron iguales, pasaba al menos dos o tres veces por semana, pero conforme pasaron las semanas, se fueron convirtiendo en algo de todas las noches. A veces mi corazón latía tan lento que sentía que caería muerto en el suelo, pero no había sucedido ni una sola vez. Contenía siempre el dolor en silencio, sería incómodo molestar a los otros.

Jyushimatsu dio un grito y corrió hacia la casa y lanzarse a los brazos del estúpido de Karamatsu. Solté un quejido, sintiéndome esta vez abandonado y seguí mi camino hasta entrar a la casa ignorando a los dos en la entrada. Deslicé la puerta, y le sonreí a mamá que me miró en cuanto llegué. Quité mis sandalias y seguí mi camino hasta la habitación, encontrándome con Todomatsu en el suelo.

—Bienvenido, Ichimatsu-niisan. —Soltó sin voltear a verme. Estaba absorto en el teléfono. Bajé un poco mi cabeza como un saludo y dejé la cubeta con pelotas en el suelo. Caminé hasta donde estaba Todomatsu y me acosté a su lado, él aprovechó el momento y se acomodó dejando su cabeza en mi estómago. Cerré mis ojos y caí.

Sólo pasaron unos minutos cuando Osomatsu entró haciendo un gran escándalo y azotando la puerta de la habitación. Me sobresalté, con miedo de que mi corazón comenzara a latir como todas las noches y traté de pensar en cosas que me calmaran. Gatos, patas de gatos, aquella chica de la revista con el traje de un tigre, el león del zoológico, gatos, té, baño caliente, Nyanko, los gatos del barrio ruso. Fue suficiente. Abrí mis ojos en dirección a Osomatsu.

—¡Todomatsu, Ichimatsu! —Sonrió y decidimos ignorarlo y regresar a lo que hacíamos. Volví a cerrar mis ojos y sentí como me levantaba de la sudadera. —¡Despierta, Ichimatchu~! —Me habló con aquella voz empalagosa. Siempre la hacía cuando hablaba conmigo. —¡Todomatsu, levántate! —Me levantó lo suficiente para dejarme caer sobre la cabeza de Todomatsu. Los dos soltamos un grito de dolor y me hice a un lado para sobar mi espalda.

—¡Osomatsu-niisan! —Gritó Todomatsu. —¡Déjanos en paz! ¿Por qué siempre tienes que hacer tanto ruido? ¡Eres una molestia!

—¿¡Yo una molestia!? —Osomatsu se hizo el indignado. —¡Falacias! ¡Tengo buenas noticias para todos!

—¿De qué se trata ahora? —Choromatsu entró sin mucho interés y se lanzó al sofá, leyendo una revista de trabajo.

—¡He ganado un viaje! —Sonrió y todos alzamos la vista un poco interesados.

—¿A dónde, Osomatsu-niisan? ¿¡A dónde, a dónde!? —Jyushimatsu entró y se trepó en la espalda del mayor. Karamatsu entró tras de él y se recargó en una pose estúpida.

—¡A Shikoku! —Sonrió y todos nos levantamos incrédulos. —He ganado en un concurso que ofreció un anciano en una tienda por comprar una caja de gomitas azucaradas.

—¿Y de dónde sacaste dinero para comprar gomitas azucaradas? —Choromatsu le miró sospechoso, cruzándose de brazos. Giramos la vista de nuevo a Osomatsu y el simplemente sonrió.

—Me encontré algunas carteras por ahí. ¡El punto es...! —Siguió antes de que pudiéramos repudiarle. —¡Que tengo cuatro pases para la zona turística del lugar!

—¿¡Eh!? ¿Sólo cuatro?

—Sí. —Sonrió. —Así que necesitamos convencer a papá de que nos dé dinero para otros dos.

—Por alguna razón siento que tu definición de convencer es muy diferente a la real. —Siguió repudiándolo Choromatsu.

—Es sólo tomar prestado por medio de engaños. —Se encogió de hombros. —Te aseguro que nos darán el sí si eso significa que saldremos de casa por unos días.

—Tiene razón.

—¿¡Todomatsu!?

—Bueno, yo quiero ir. —Le miró con mala cara. —Podría tomar buenas fotos en ese lugar. —Comenzó a teclear en su teléfono completamente feliz.

—¿A caso vives de las apariencias?

—¡Yo también estoy de acuerdo! —Karamatsu sacó detrás de él un traje de baño brillante con su rostro plasmado en el centro, esta vez, los lentes de sol de su imagen también brillaban y tenían un bordado con forma de corazón. —Podré utilizar my new swimwear. —Sacudió su cabello con un aire cool, que sólo demostraba su sucia hipocresía.

—¿Disculpa? —Todomatsu miró a Choromatsu.

—Bien, retiro mis palabras. —Soltó Choromatsu. Ya estaba cansado, me fui arrastrando los pies hasta el sofá y me senté al lado de Choromatsu, comenzando a bostezar de nuevo. —Entonces, ¿cuándo será el viaje?

—En dos semanas. —Sonrió Osomatsu y tomó a Jyushimatsu y Karamatsu entre sus brazos. —¡Adoren a su Oniisan!

—¡Te adoramos, te adoramos, Osomatsu-niisan! —Soltó Jyushimatsu mientras reía y restregaba la mejilla con Osomatsu. Karamatsu puso una pose extraña y Todomatsu se levantó para abrazarlo. Choromatsu y yo fuimos los únicos en mirarnos a la cara y no adular a Osomatsu. Solté otro bostezo entre toda la celebración y me recargué en el respaldo del sillón. Buscando dormir un poco al menos antes de cenar. O quizás, pasaría de la cena. Estaba demasiado cansado, me dolían las extremidades y sentía que la cabeza me dolería en cuestión de segundos.

—¿Estás cansado? —Giré mi cabeza hacia Choromatsu, quien me sonreía levemente. Me limité a asentir y a volver a cerrar mis ojos. No podía más, necesitaba dormir. Dormir un mes entero, quizás un año. La mano de Choromatsu me pasó por la cabeza, y sentí como se levantó del sillón. —Preparemos el futón para cuando regresemos de cenar, hay que ir a asearnos.

—¡Sí! —Soltaron todos y comenzaron a ordenar el futón.

No tenía ganas de ir a bañarme, no podía dar un paso más, pero seguro que los demás se quejarían de mi olor a sudor y calle que desprendía y no me dejarían dormir en la habitación. Me levanté y busqué fuerzas para seguir viviendo un poco más ese día.

. . . . .

Me levanté corriendo del futón, abrí la puerta del baño con un portazo y comencé a vomitar en el lavamanos. Mi estómago vació toda la cena que mamá había preparado para mí, e incluso aun cuando terminé de sacar todo lo que tenía en mi estómago, sentía mucho asco. Abrí el grifo para limpiar mi boca y enjuagar un poco mi garganta, me daba vueltas la cabeza.

Levanté la vista para verme en el espejo; las enormes ojeras adornaban mis ojos y mi cabello era un chiste para las revistas de moda. Di un largo suspiro y caminé hasta el escusado para sentarme sobre la tapa. Pasé mis manos por mi rostro tratando de aclarar un poco mi cabeza. Me sentía fatal, no tenía si quieras las fuerzas para hablar. Me dolía completamente todo el cuerpo. Mierda, quería morirme. Odiaba estar enfermo.

Me levanté y di una patada contra la pared provocando un ruido sordo, y dolió como el infierno, pero fue suficiente para deshacerme de mi frustración. Salí del baño dirigiéndome a la cocina y abrí con fuerza el cajón de los medicamentos. Me senté en el suelo y comencé a leer los títulos de las cajas sólo con ayuda de la luz de la luna que entraba por la ventana para alumbrarme.

No encontraba ningún medicamento que fuera para el dolor o las náuseas y comencé a ponerme nervioso, mis manos temblaban y comencé a sudar, apenas me di cuenta que estaba presionando mis dientes con demasiada fuerza y la cabeza me daba vueltas. Comencé a llorar de la frustración sin hacer mucho ruido y seguí buscando.

—¿Estás bien? —Me sobresalté y giré mi cuerpo para encontrarme con papá. Me miraba desde la entrada de la cocina, puse mala cara y seguí buscando. Asentí con la cabeza ante su pregunta y desee con todas mis fuerzas que simplemente se fuera. Pero no. Entró a la cocina y buscó un vaso en la alacena y se sirvió agua del refrigerador. Seguí leyendo los títulos, pero tenía que hacerlo incluso más de tres veces porque no podía concentrarme. El cuerpo de papá apareció repentinamente a mi lado y se sentó en el suelo junto a mí, me le quedé viendo mientras él comenzaba a buscar también. —Te escuché vomitar desde la habitación, ¿estás enfermo? —Siguió buscando. Lo miré unos segundos antes de bajar mi vista y negué con la cabeza, seguí mirando entre las cajas. —Si te sientes mal, no tienes por qué dudar en pedirme dinero para un doctor. Soy tu padre después de todo. —Soltó.

Cuando encontré el medicamento de dolor, lo aparté y lo escondí en mi pijama, y papá terminó encontrando las pastillas de las náuseas hasta el fondo del cajón. No agradecí, sólo me incliné un poco, esperando que lo entendiera, no tenía muchas ganas de hablar. De hecho, todo el día no había dicho ni una sola palabra. Se levantó del suelo y revolvió mi cabello caminando de nuevo a la salida.

Puse la caja de las pastillas a un lado de mí y comencé a guardar las demás. Tomando cada caja en mi mano recordaba como en años anteriores había pensado que sería una buena idea ingerirlas, pero nunca me consideré tan valiente como realmente lanzarme al agujero negro de la muerte. Era normal que la depresión me afectara, tan normal que ya consideraba tenerla el resto de mi vida. Había aprendido a controlarla, y aunque a veces las cosas se salieran de control, siempre encontraba la forma de regresar a la realidad.

Nunca había hecho algo que realmente afectara mi salud, a excepción de los cortes que hice alguna vez en mis brazos, que terminé dejando por el miedo a que los demás pudieran verlos cuando comenzamos a ir a los baños públicos en años anteriores. Me levanté del suelo y me serví un vaso de agua para tomar los dos medicamentos de una sola sentada. Mi estómago se sintió vacío e incómodo, volví a servirme agua una y otra vez hasta que sentí que algo lo llenara. Dejé el vaso en el lavaplatos y regresé a mi habitación siendo lo más silencioso posible.

. . . . .

—¡Ichimatsu, Ichimatsu, Ichimatsu! —Osomatsu me movía de un lado a otro mientras estaba debajo de mis cobijas, abrí un poco mis ojos y me levanté un poco, sentía un poco rara mi cara. —Heh, Ichimatsu, ¿quieres ir a apostarle a los caballos conmigo? —Alzó la cobija mientras que rascaba su nariz a su manera. Voltee a verlo mientras comenzaba a tallar uno de mis ojos, se quedó perplejo ante algo. Seguro que estaba más despeinado ese día.

—¿Qué? —Mi voz salió ronca y muy baja.

—Deja a Ichimatsu en paz, Osomatsu-niisan. —Dijo Choromatsu desde algún lado de la habitación.

—¿Ichimatsu?

—¿¡Qué!? —Volví a preguntar irritado de que hablara como un idiota. Antes de que pudiera acostarme de nuevo miré el futón, tenía una mancha oscura y húmeda. —Tsk, ¿qué hiciste Osomatsu-niisan? —Toqué la mancha y cuando levanté mi mano, tenía un tono rojizo. Mi corazón se detuvo unos segundos y toqué mi rostro hasta notar que mi nariz sangraba. —Ah... —Solté y me cubrí la cara. Tenía que decir algo, lo que fuera. —Heh, tuve un sueño muy placentero.

—¿!Ah!? —Osomatsu reaccionó incrédulo. —¡Sucio! ¿¡Con quién has soñado!? —Me senté correctamente sobre el futón, dejando que la sábana cayera de mi cabeza y comencé a bostezar.

—¿Eh? —Karamatsu se asomó por mi lado. —¿Qué es eso? ¡Ichimatsu, tu nariz está sangrando!

—¡Ha-ha!~ ¿Soñaste con bichos, Ichimatsu-niisan? —Jyushimatsu se sentó a mi lado con su enorme sonrisa. Sólo asentí y me levanté un poco deprisa.

—Iré por algo para limpiar. —En cuanto salí de la habitación sentí como si pudiera respirar después de haber sido ahogado por horas. Me recargué sobre la pared y aferré mi mano a mi pijama sobre mi pecho. No recordaba ni un sueño de ese tipo, pasé mi manga por mi rostro y limpié mi nariz todo lo que pude. Bajé hasta el baño y cerré con un portazo. Miré mi rostro en el espejo, manchado de sangre seca.

Hice un gesto de asco y abrí el grifo para comenzar a lavar mi cara. Sentía mi estómago adolorido y muy vacío, pero no quería comer. Sabía que si lo hacía terminaría vomitando de nuevo. Levanté mi rostro notando que las ojeras de mis ojos seguían ahí. Podía ver que estaba adelgazando un poco, aunque eso era un poco bueno para mí, pasaba tanto tiempo sin hacer actividad física que había engordado bastante en los últimos meses. Acomodé un poco mi cabello, sin dejarlo perfecto como los demás, lavé mis dientes y salí de ahí para regresar a la habitación. Subí las escaleras y cuando entré ya no estaba el futón en el suelo.

—Karamatsu fue a lavarlo. —Habló Choromatsu mientras acomodaba las almohadas en el armario. —¿Estás bien? Esa era mucha sangre. —Me limité a asentir y él continuó con lo que hacía. Abrí el armario para sacar una camiseta y unos pantalones. —Ichimatsu, ¿puedo preguntarte algo? —Giré mi vista hacia él. Acomodó la última almohada y cerró la puerta del armario. —Quiero saber si estás bien... hablando de tu salud.

—Sí... —Respondí sin pensarlo mucho. Choromatsu me miró rascó su nuca y soltó un suspiro.

—Anoche te escuché vomitar.

—¿A caso vomitar es algo anormal? Tsk. —Quité mi pijama. —Me cayó mal la cena o la comida, eso es todo.

—Es anormal cuando lo haces por más de una semana... —Seguí quitándome la pijama y le miré de reojo, si no era cuidadoso, lo descubriría. —Si te sientes mal, sólo...

—Estoy bien. —Solté. —Si, no he comido muy bien. He estado comprando nueva comida para los gatos de los callejones y necesito probarla antes de dárselos. No quiero que enfermen de sus estómagos. No podría llevarlos a la veterinaria a todos. —Me puse la camiseta limpia y bajé para ponerme mis pantalones. —¿Estás feliz con esa respuesta? —Le miré.

—...un poco. —Me sonrió y se cruzó de brazos. —Pero deberías de dejar de comer esa comida. Está hecha para gatos, y tú no eres uno. —Pero cómo desearía serlo.

. . . . .

Acaricié la cabeza del gato mientras dejaba que su ronroneo me dejara llevar. Hacía minutos atrás ya había vomitado el poco desayuno que ingerí en el basurero del callejón, y tuve que ayudarme de mi dedo y mi campanilla para poder dejar salir todo de una vez. Me sentía mareado y demasiado hambriento. Realmente quería comer algo que me llenara el estómago. Mis tripas hicieron un ruido muy fuerte y uno de los gatos maulló.

Me levanté por fin del suelo sucio y sacudí mis pantalones. Miré un rato a los gatos que restregaban sus cabezas contra mis piernas, pero tenía que irme pronto. La tarde se estaba acercando y tenía que volver pronto a casa. Sentí un impulso de toser y comencé a hacerlo. No podía a parar, mi cuerpo se sacudió con fuerza y mi cabeza dolió. Seguí tosiendo hasta que mi garganta dolía, me sujeté de un bote de basura y cubrí mi boca con una de mis manos.

Cerré fuerte mis ojos y sentí que me ahogaba. Comencé a vomitar de pronto, era asqueroso. Los gatos corrieron instantáneamente lejos y seguí expulsando líquido de mi boca. Mierda, mierda. Esto estaba mal. Dejé de toser y miré el suelo lleno de mi vomito. Las nauseas provocaron que sintiera que vomitaría, pero ya no había nada que expulsar. Lancé un quejido y miré mis manos, una completamente sucia por haber agarrado el basurero y la otra con pequeñas manchas rojas. Sangre. La miré lleno de miedo, no me había cortado, no me dolía la garganta a un extremo de haberla desgarrado.

Salí del callejón a toda prisa, colocándome un cubrebocas y entré a un restaurante de comida rápida corriendo directamente al baño. Empujé la puerta y bajé el cubrebocas para encontrarme con mi boca un poco ensangrentada. Abrí el grifo para lavar mis manos y las llené de jabón para limpiarlas con fuerza.

—Oye, ¿estás bien? —Preguntó un chico desde la entrada. Me giré a verlo y asentí.

—Sí,... ah, sí. —Giré y seguí limpiando mis manos hasta que quedaran sin mancha. Me miré en el espejo. Si esa mañana me veía pésimo, esta vez daba la apariencia de alguien que estaba a punto de desaparecer. Mis mejillas estaban sonrojadas y mis ojos llorosos.

— ¿Estás seguro? Te vez muy mal... —El chico se acercó y puso una mano en mi hombro, pero le di un golpe y retrocedí.

—Estoy bien... —Solté. —Di—disculpa... —Evité su mirada. —Sólo tuve un pequeño accidente. —Regresé al lavamanos y enjuagué mi boca con agua y limpié todo lo que pude de mi rostro.

—¿Necesitas ir a un hospital? —Siguió. —De verdad no te ves nada bien, ¿estás seguro de estar bien?

—Sí... —Me aparté del lavamanos y le miré. Tenía puesto el uniforme del restaurante, un empleado del lugar. —Lo siento, si es necesario que compre algo, lo haré...

—No... no te preocupes. Ten cuidado.

Asentí, nos quedamos viendo durante unos segundos y el bajó su mirada. Y me propuse a salir y él se hizo a un lado para dejarme pasar. Salí a toda prisa, algunas personas se me quedaron viendo cuando pasé a la puerta, pero intenté no pensar en ello, aunque... probablemente hayan visto la manera en la que entré. Seguro pensaban que estaba loco, lunático, enfermo...

Corrí a través de un callejón, esquivando basureros y tuberías que rodeaban las paredes. Giré por uno de ellos, los ladridos de un perro que se lanzó hacia una de las rejas me hizo destinar y tropezar. Miré como ladraba, escupiendo saliva y empujando la reja con sus patas gruesas. ¿Por qué corres? Estás enfermo, ¿y eso qué? Lancé un quejido y me levanté pateando la reja, haciendo que el perro ladrara mucho más fuerte.

. . . . .

Entré a casa sin muchas ganas, ignorando los gritos de mis hermanos en la sala de estar. Me dirigí hasta el baño y me encerré ahí, muriéndome de hambre y con ganas de llorar y de tirarme sobre la cama. No quería encontrarme con los demás, no tenía muchos ánimos de jugar o soportar charlas estúpidas. Me asomé asegurando que mis hermanos no anduvieran por ahí y caminé hasta la habitación de mamá.

Toqué la puerta y la deslicé esperando no encontrarla ahí. Victorioso, entré y encendí el abanico del techo. Y me lancé sobre la cama para quedarme dormido. Mi estomago resonó en la habitación y dolió hasta que presioné un poco con mi mano. Abracé una de las almohadas, sin energías. Escuché que Osomatsu gritaba en el piso de abajo y Choromatsu le respondía también a gritos. Dejándome llevar por el sueño y el dulce olor de lavanda de las cobijas, me dejé caer dormido.