Las armas, las letras y tu corazón
I
-¡Vamos, Yoriko: date prisa o me los comeré por ti!
-Señorita, se lo suplico: necesito aire...
La dama de compañía se sienta en una piedra, tratando de recuperar el aliento. La muchacha se le queda mirando, con cierto disgusto.
-Si me hicieras caso, no estarías tan cansada: deberías hacer más ejercicios. Estás tan delgada que vas a desaparecer...
-No se burle de mí, señorita Natsumi: Ud. tiene la misma contextura...
-Porque ejercito cada día con la esgrima: ¡desearía tanto que aprendieras para poder ensayar juntas!
-¡¿Está Ud. loca? Con lo despistada que soy, no dudaría un segundo que terminaría con una daga en el ojo...
-¡Eso sí que no!: tienes que estar conmigo hasta que muramos juntas...
La mujer se levanta un poco el kimono para poder humedecer los pies en la hermosa y azulina agua de la laguna: sólo por un instante. Hacía un calor infernal.
-¡Señorita Natsumi: no lo haga!
Natsumi se le queda mirando, con la ropa arremangada entre sus dedos.
-Y ahora, ¿qué te pasó?
-Señorita Natsumi, por favor: mire quién viene...
Natsumi levanta la mirada: iban, muy amenamente, una tropa de soldados que regresaban de la guerra. Caminaban en la cuesta del camino.
Todos reían y festejaban.
De pronto, escucharon unos gritos de allá abajo: Natsumi los saludaba alegremente.
Yoriko se coloca pálida al ver a la susodicha: empecinada en hacer tratos con gente que no era de su categoría, de su clase.
Peor aún: con hombres sedientos de una mujer.
-¡Señorita Natsumi, por favor!
-¡Ahg, Yoriko!: no seas tan prejuiciosa...
-¡Ud. no sea la despabilada! Vámonos de acá...
De pronto, un hombre de gran altura se les acerca, con una botella de licor en la mano.
-¡Muy buenas tardes, bellas doncellas!: ¿desean compañía?
Yoriko iba a refutar su propuesta, pero Natsumi se le antepone.
-Muy buenas tardes, buen soldado: felicito y alabo su labor en las líneas de combate.
-... Yo la felicito por sus buenas piernas, mi damita- le dice el hombre, a quien ya se les salían de órbita los ojos al ver las piernas semidesnudas y mojadas de Natsumi.
-¡Ja, ja, ja! Si las viera ágiles en combate, déjeme poner en duda su elogio...- sonrió perspicaz, tratando de animarle para una batalla.
-¡Ja, ja, ja, ja, ja!: ¡¿escucharon, muchachos?- todos sus compañeros lo acompañaron en la burla de las palabras de la mujer.
El hombre se le acerca hasta tenerla de frente: la toma del mentón, sin que Natsumi desviara la mirada.
-Escúchame bien, mocosita: dudo que vuestro rostro empolvado haya sufrido siquiera rasguño alguno, o que el barro se atreviera a posarse... ¿Sabéis el porqué?: porque no corresponde. Lo que corresponde es que Ud. chille como una quinceañera, y que yo tome lo que se me antoje de Ud.- el hombre va subiéndole la ropa, sin que Natsumi emita palabra ni quejido alguno...
-¡Mi dama!- iba a correr a salvarle, pero el brillo metálico la detuvo de un solo instante.
Ni dos segundos pasaron ante sus ojos: el tipo es tirado en el piso: Natsumi coloca fuertemente la pierna encima de su estómago, dirigiendo la espada hacia su cuello.
-¡No se pase de listo, soldado!: muy dama seré, pero no voy a permitir que me ponga un dedo encima...No le conviene meterse conmigo.
-Maldita ramera... ¡Ahg!- hunde la espada en la piel del cuello del hombre, sólo haciendo presión.
Los hombres intentan ayudarle, pero una carroza, a toda velocidad, llega al lugar, impidiendo el libre paso.
-¡Salga de allí, maldito engreído!- grita uno de los soldados.
De pronto, una sombra rápida mata al hombre.
Apenas y es visible un movimiento de capa: cuando éste toca tierra, ya se hallaba todo consumado.
Su cuerpo cae pesada y secamente al piso, ante la mirada preocupada y atónita de Natsumi.
Sólo quería asustar al soldado, pero la situación se va de sus manos.
Quita la espada del cuello del susodicho, quien corre del lugar lo antes posible.
Natsumi frunce la mirada: sabía de quién se trataba.
El hombre se incorpora: toma la espada y la saca crudamente de su pecho.
Sin misericordia alguna, de un puntapié tira por el barranco el cuerpo sin vida del soldado.
Cae a los pies de ella: Yoriko se oculta tras Natsumi.
-¡Tenéis que provocar disturbios en el camino!- se incorpora el hombre, con claras facciones de pertenecer a la realeza.
-... Era sólo una disputa: sabes que fue innecesario vuestro accionar...
-Soy el príncipe de estas tierras: descendiente de la más pura sangre... No permitiré que se me insulte.
-De la familia real de Nishimoto: el príncipe Kiohira Komatsuzaki.
Un joven de cabello negro: de ojos azul marino y regio porte. Facciones varoniles, pero con un oscuro tul en su mirada.
Miró a los soldados que recelaban sus actos: con un chasquido de dedos, uno de sus ayudantes le entrega una espada.
Todos ellos, ganosos, con gusto hubiesen clavado un cuchillo en la garganta aristócrata del engreído que había dado muerte a su compañero, pero un hueste no menor de soldados estaban cuidándole la espalda.
-¡Es suficiente, Kiohira: ninguno de estos hombres ha hecho sino enaltecer nuestro reino con su trabajo! Dejadles irse para descansar...
Mira hacia donde se encontraba la mujer, que envainaba su espada.
Sonríe, sarcástico: con un movimiento de manos, los soldados bajan las espadas.
-... Es por vuestra culpa: de no ser por vuestra porfía en hacer cosas que no le atañen y que ponen en peligro vuestra vida y la de vuestra dama de compañía.
-No es de vuestra incumbencia lo que haga o no con mi vida.
-... Por ahora: mientras sigas en el proceso de contraer nupcias. De lo contrario, tu familia cae en desgracia...- una sonrisa fría aparece en su rostro- y tú caes bajo mi poder...
-Mi señorita...- musita Yoriko, con lágrimas en los ojos.
-... Dejad de alardear de lo que no ocurrirá nunca: no voy a pertenecer a nadie...- responde Natsumi, apaciguando a la sirvienta.
-... Eso lo veremos- el príncipe endurece la mirada- No lograréis escaparos de mí.
El príncipe Komatsuzaki se aleja con su comitiva.
El carruaje se retira, ante las miradas de las dos mujeres.
De pronto, un caballo avanza hasta donde se encuentran ellas.
Era Benkei, sirviente de la familia Mitsuharu. Un jovencito veinteañero de aspecto menudo: de cabellos rojos y de mirada celeste.
-¡Ah, Benkei: qué bueno que viniste por nosotras!- Yoriko se le echa al muchacho a los brazos.
-Yoriko, mi señorita: los señores han preguntado por la tardanza de vosotras... Ud. sabe: su pretendiente ya está por llegar.
-¡Dios, es cierto! Estamos a jueves y todavía no he pensado en un plan para espantarlo: ¡Vamos, Yoriko: sécate esas lágrimas y vamos rápido a la mansión!
El muchacho mira de soslayo a la señorita: desde hacía ya tiempo, el jovencito había posado sus ojos en la hija menor de la familia Mitsuharu.
Era un tonto: a la muchacha no le interesaba en absoluto cuanto pretendiente se le mostrase, ¿cuándo podría imaginarse siquiera, que haría la excepción con un hombre de poca monta?
Le tiende la mano, para subirla a su propio caballo, pero ella se niega.
Toma las bridas de su caballo y se sube: Benkei lleva a Yoriko en su caballo y toman el recorrido a casa...
-¡Mi princesita hermosa: ¿por qué se ha tardado tanto?
El padre sale corriendo: aun con su cuerpo robusto parecía dotado de movimientos gráciles y ágiles.
Natsumi se abalanza hasta su padre y se le encarama del cuello.
-¡Papá, qué bueno verte!
-Ah, mi bizcochito: estaba muy preocupado por ti. Yoriko y Ud. tenían órdenes explícitas de llegar aquí a una hora decente...
-Vamos, no te enojes conmigo- le contesta Natsumi, con una sonrisa de treinta y dos dientes.
-¡Ah, princesita: cómo le diré que estoy enojado si me pones esa miradita tan linda!
-Eiji, querido: no mimes tanto a Natsumi. Esta jovencita tiene que casarse de una vez...- se acerca Mehoko, la madre de Natsumi.
-Estoy obligado a desposar a mi pequeña princesa, ¡no es justo!
-Nuestra "pequeña princesa" ya tiene veinticuatro años: es hora de que se despose...- va la mujer y abre una caja, dejando ver la hermosa prenda matrimonial- ¡...Y me deje, de una vez por todas, verle en este hermoso vestido de novia!
Los dos se quedaron mirándole...
Era así la cosa: Mehoro, su madre, estaba obsesionada con la idea de desposar a todo el mundo. Como su hija mayor, Miyuki, ya contrajo nupcias con el consejero del rey, el señor Nakayima, su única entretención era el traerle, cada sacro jueves, un pretendiente valedero de la mano de su hija.
Lamentablemente, y a cabeza gacha, tenían que aceptar, con resignación, que la mujer lo hiciera: no por darle en el gusto, no por darles razones y diversiones a la familia cada jueves...
Ya no les quedaba tiempo.
El rey, influenciado por las palabras de su primogénito, decretó una orden para la noble familia de Mitsuharu.
Un mes: un mes para que la menor contrajera matrimonio... De lo contrario, la familia entera sufriría al ver a la muchacha convertida en una de las tantas concubinas del príncipe: toda su honra se vería hecha pedazos.
Ese era el karma de su padre, la angustia de su madre...
... Y la negación de Natsumi.
Así era la situación: la muchacha se negaba a contraer matrimonio, a pesar de saber las terribles consecuencias que conllevaría el no hacerle caso a un decreto del rey. No podía hacerlo.
La madre la ayuda a arreglarse, como siempre: coloca unas orquídeas en sus cabellos, pero Natsumi las bota de un manotazo.
-No son necesarias, Mehoro...- Natsumi terminaba por arreglarse: le llamaba por su nombre, pero era por costumbre. Amaba a su padre y a su madre, pero su temple no era igual al de su progenitora.
-Hija mía: es sólo para perfumar tus cabellos...
-¡No necesito un jardín colgante en mi cabeza!- Natsumi le increpa, perdiendo los estribos.
Las flores caen al piso. La mujer se cubre delicadamente la boca con la mano, con lágrimas en los ojos.
Natsumi está al cúlmine de su paciencia: pocas veces se le veía así, gritando, rezongando.
Apoya su sien en su mano: sabe que había cometido un error.
-Lo siento, Mehoro: ven acá- la toma de los hombros y la insta a llorar entre sus brazos.
Necesitaba desfogarse de algún modo, pero no podía: sus padres estaban atacados de los nervios, su dama de compañía lloraba apenas y le nombraban el tema.
Estaba arrinconada.
Toma las flores del piso y las coloca en sus manos.
-Tómalas: haz lo que tú sabes...
Se sienta enfrente del espejo, intentando acostumbrarse a la imagen que devolvía el espejo.
Estaba toda maquillada, toda arreglada: como muñeca.
Cierra los ojos, cansada de la burda realidad que le esperaba.
Se sienta en su futón, esperando al "convidado de piedra".
Sus padres se sientan frente a ella, con más nervios que nunca: intentaban ver en sus gestos algún cambio: algo que les hiciese pensar que su actitud no sería la misma...
Que no se convertiría la "actitud" por "acritud"...
Sonido de campanas vaticinaba la llegada del pretendiente.
Los padres sonreían; Natsumi se pegaba con la palma en su rostro.
El hombre logró sobrevivir a la famosísima reputación que se llevaba Natsumi con sus K.O. a cada pretendiente que intentaba pedir su mano.
-¡Maravillosos los ojos que miran esta bella mansión!
Natsumi queda mirando al hombre, con una cara de espanto a más no poder al verle que apenas y cabía en la puerta.
Mira rápidamente a la madre, quien se excusa, musitando:
-Fue el único al que me faltaba pedirle: me cargó unas bolsitas...
El "ropero humano"- porque no se podía decir otra cosa de él- se iba a abalanzar hacia ella, pero rápida y suspicazmente le tiende la mano.
-¿Un gusto en verle?- sonrió forzadamente Natsumi, con algo de temor.
-Bellísima, extraordinaria... Una hermosura original, sin duda alguna- el hombre le toma la mano, depositándole allí un beso.
-Eh: lo mismo digo... Muy original- le contestó, aludiendo a su porte.
-Mi señor, ¿nos haría el favor de hacernos saber de vuestro nombre?
El hombre estalló en carcajada, haciendo que los muebles y cristalería rebotaran de un golpe.
-Mi queridísima señora: ¿es que acaso no se lo dije cuando nos conocimos y me ofreció la mano de su hija?
-¡Ja, ja, ja, ja!: es que con tanto pretendiente fallido, ¡¿quién no va a perderse?
Las dos mujeres quedan mirando al padre.
Todo queda en silencio.
De pronto, la carcajada del hombre borra la densa capa de tensión del lugar. A regañadientes, Natsumi, Mehoro y Eiji comienzan a reír.
-¡Ja, ja, ja! No lo dudo, señor: esta muchachita sería capaz de tentar al diablo...
-Si ya ha tentado al príncipe, que es peor que un diablo...- piensa Yoriko en voz alta.
-¡Yoriko!- le increpa Mehoro.
-En ello, concuerdo con la damita: ese príncipe no ha hecho sino barbaridades desde que retornó de su viaje con los colonos occidentales. Además de prudente, es bastante hermosa, por lo demás. ¿Estaría dispuesta a desposarla con uno de mis hijos?
Yoriko mira, con desesperación, hacia los patrones: teniendo, como patrón, al monstruo del padre... Natsumi coloca una mano afable en su hombro.
-Lamentablemente, mi señor, por muy bella y querida que sea Yoriko en nuestra casa, ella es mi dama de honor: no es parte de la descendencia...
-Lástima muchacha: ¡en fin!, no creas que vas a quedar soltera con ese rostro tan bello...
Yoriko esboza una aterrada sonrisa.
Buena salvada: Natsumi le mira, con el ceño fruncido.
-¡Eso no significa que vuestra merced opaque su belleza!- de un instante a otro, un enorme ramillete de rosas aparece frente a sus ojos- Una flor, para la más bellísima de las flores...
-Un caballero de los que ya no existen...- musita Mehoro, cerca de su hija, al oído...
-Por supuesto, Meho: dudo que, alguna vez, vayan a crear a tamaño espécimen...- respondió solapadamente Natsumi- Un detallista innato, mi señor-
-¡Bussho Higoshi a su servicio, mi queridísima!-
-Natsumi Mitsuharu: un gusto conocerle...- le corresponde a un apretón de manos.
-¡Vaya, vaya, vaya!: una mujer enérgica y de buen porte.
-¿Sorprendido, mi señor?
-Agradado a toda prueba, señora Mitsuharu: la dama está hecha para ser una mujer de gran arraigo y fortaleza, no como las flores marchitas de las muchachas de la corte...
-Bueno, ¡bueno!: déjennos solos...
Los padres miran, con horror, cómo la menor de sus hijas conducía al hombre a la "cámara de tortura" (sala de estar).
-Yoriko: acompáñalos.
-Sí, mi señora.
Yoriko apresura el paso, tratando de no llegar tarde.
El matrimonio cruza los dedos: ahora o nunca.
Dos horas después...
-No lo creo: es que me parece casi increíble. ¿No será otra treta más suya?
-Tal vez, mi amor: es una probabilidad... Si embargo, no podemos hacer más sino esperar: esto debe solucionarse de una vez por todas...
-Santo cielo, ¡Santo cielo!- exclama la mujer, que anda caminando de un lugar a otro- Esta niña terminará volviéndome totalmente loca...
-No te exasperes tanto: el chico que he elegido es a prueba de toda situación riesgosa. Tengo plena confianza en él: tú misma lo has escogido...
-¡No es el chico el que me preocupa en estos instantes!... ¡Uf, es esa niña que no deja de causarnos dolores de cabeza!... Y-y, ¡Y ya deja ese puerco asado tranquilo!
-Es que tengo demasiada hambre: con los nervios, el estómago me exige algo que digerir.
Mehoro se da una palmada en la cara.
Su marido era un hombre intachable y muy correcto, pero ¡por Dios que necesitaba algo de protocolo y buenas costumbres!
El hombre le sonríe: le ofrece una pata del porcino.
La mujer está por espetarle, pero es tanta la tensión que termina cediendo.
-¡Pásamelo para acá!- la mujer toma la pata y la muerde con rabia.
Su marido, por primera vez, estaba en razón: sólo les quedaba hincarse de rodillas... y esperar.
-Sois un encanto, damisela: vuestra originalidad me tiene cautivado, os lo aseguro...
-Sí, sí... (¡Claro, cómo no va a estar contento si se ha comido medio elefante enfrente de mis ojos!) Me siento igual que Ud.
El hombre era macizo y alto: tal vez un buen guerrero, pero sus modales eran demasiado empalagosos.
Natsumi frunce el ceño...
Yoriko se muerde las uñas, totalmente descolocada ante los gestos de su protegida...
-"Oh, no: ahí se viene..."- pensó Yoriko, al conocer las muecas que hacía al sentir que no le agradaba el sujeto.
-"Bien, Natsumi: este tipo está desechado. Hora del plan "A"..."
Natsumi se levanta de su lugar: de la nada, el hombre se para frente a ella, con el rostro enrojecido...
Le toma las manos. Natsumi le acepta, algo reacia a su contacto...
-Sabe, mi señorita: nunca me he sentido más en casa que con Ud.
-Me agrada saberlo, mi caballero: a mí me sucede lo mismo...- miente descaradamente Natsumi, esbozando una macabra sonrisa- Es más: quisiera entregarle algo...
El tipo está con el corazón a mil por hora.
Intuía a lo que se estaba refiriendo...
-Mi hermosísima dama: nunca pensé que encontraría tal deferencia en vos... Los rumores...-
Natsumi toma su abanico, tapando cierto azoro en sus mejillas (falso, por supuesto).
-¡Ay, mi caballero! Las personas suelen ser algo traicioneras: los rumores sólo son eso, rumores...
-Lo he comprobado en este mismo instante...
-Oh, mi señor...-Natsumi le acaricia los brazos, haciendo que el pobre sujeto quede totalmente "en los cielos"- Ud. es un hombre muy fornido y atlético: quisiera saber, en verdad, cuan viril puede ser...
Natsumi se le acerca con determinación: el hombre está con el alma en un hilo.
De pronto, silencio...
Yoriko comienza a contar...
Tres, dos...Uno...
-¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
Yoriko agacha la cabeza, rendida.
El número cien ha sido derrotado...
-¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!- Natsumi se revuelve en su cama, totalmente contraída por la risa.
Yoriko le mira desde un rincón, con el rostro total y absolutamente enrojecido de la vergüenza.
-Ud. no va a aprender nunca, ¿eh?
-¡Ah, Yoriko: qué aguafiestas!... ¡Vamos: celebra conmigo! Ésta ha sido mi victoria número cien...
-¡Señorita Natsumi, ¿cómo puede ser tan insensible? ¡Ese hombre va a hablar de Ud. hasta que se le acalambre la lengua!: ¡¿cómo es posible que le haya, que le haya?- de nuevo, su rostro se enrojece: no sacaba nada con retarla.
Era así: tal cual como la veía...
Esa era su niña adorada: su protegida...
-Lo sé, lo sé: fue la experiencia más asquerosa que he tenido... Pero ¿qué le iba a hacer? El hombre no se rendía con nada, y todos los hombres tienen lo mismo en las piernas: bastó un apretón para que perdiera todo el color. ¡Ja, ja, ja, ja!...
-¡Es una señorita de sociedad: debe comportarse como tal!
-Mi padre no se comporta como uno de los estirados de la corte y, sin embargo, es un hombre muy correcto y generoso: de no ser como él, seguramente me volvería loca...
-Mi niña Natsumi...- Yoriko se sienta a los pies de la cama- La oportunidad que se le ha entregado es única: tiene la gracia de ser favorecida entre las demás mujeres de este reino, al provenir de buena cuna, se le da la oportunidad de desposarse después de haber fallecido su pretendiente. Bien sabe las desgracias que acarrea el ser viuda...
-No me desagradaría...- musitó Natsumi, con la cara algo descompuesta.
-No se ponga así, mi damita: pronto va a encontrar consuelo...
-¿Consuelo, dices: el tener que desposarme sin mayor opinión que la de mis padres y de los emperadores? Ahg, dios, ¡Dios!- Natsumi se sienta en su cama: toma la imagen de su velador y se la lleva al pecho- Si tan sólo nos hubiéramos casado...
-Es lamentable, mi damita, pero los designios de la vida le depararon esta vida... Debe encontrar el camino correcto.
-... Nada será correcto, Yoriko: nada lo será si debo contraer nupcias con otro que no sea él. Mi caballero: mi real caballero...
Yoriko sólo se atreve a mirarle: cada vez que hablaba de su caballero, una fortaleza de acero se cernía entre ellas, impidiéndole ayudarle como hubiese querido...
Pero el tiempo apremia: sólo faltaba una semana antes de que se cumpliera el decreto real.
Si Natsumi no desistía de su tozudez, todo se iría por la borda.
-Yoriko, ¿preparaste las cosas para mañana?
-Sí, mi damita: todo está dispuesto... Los señores dieron el permiso.
-Bien, bien... Déjame sola, por favor.
Yoriko se retira de la habitación, a sabiendas de lo que quería decir.
Natsumi se tiende en la cama, con la imagen en su pecho.
Mira el techo, intentando encontrar lógica alguna al tormento incesante que la seguía, como si la mala suerte se cerniera bajo su cabeza.
No le importaba: no le importaba en absoluto el tener que pasar a ser posesión del príncipe, pero ¡por Dios, que iba a dar su buena lucha!
De correr por su cuenta, jamás volvería a dar el "sí" a ningún hombre.
Celibato total, por el hombre que ocupa y ocupará por siempre su corazón...
Al día siguiente...
A regañadientes, los padres aceptan la petición de su hija.
Aún con la herida en su corazón, comprenden que el único alivio en esa mente atrofiada e injustamente apresada entre decretos reales, es el de estar un tanto en el cementerio.
Llorarle en silencio, pues, bajo la pétrea mirada del rey Komatsuzaki, el luto de ella era innecesario y producto de una perniciosa tozudez que conllevaría a su desgracia.
No lo entiende: sólo lo observa en un trono lleno de conjeturas y normas reales... Una mujer noble, que vive y se alimenta de ilusiones y libros de caballería, en vez de servir como corresponde a un hombre y ocupar el papel al que estuvo hecha para llenar...
Para llenar: como cualquier tapadura ordinaria...
No lo comprende, pues nunca ha sentido la partida de alguien querido.
No lo comprende, pues, cuando la persona a la que amas muere, sólo desaparece físicamente: ronda cada resquicio de tus cosas, huele en tus ropas..., hasta se disfraza en otras personas, que sólo te llevan a amarrarte a su presencia.
Creer que sigue con vida: afán de sentirle vivo una vez más.
Ese segundo lleno de esperanzas e ilusiones fallidas, pues, te pasas la vida entera amargada por conseguirlo: sólo por un momento.
Sube a la superficie de la tina: necesitaba volver a respirar.
El agua, a su punto de ebullición máxima, no consigue sustituir el otro dolor de su mente.
Ya entregada a la idea de tener que soportar la potente presencia de él durante el transcurso del día, sale de la tina y se seca el cuerpo.
Entra a su pieza, buscando el traje de luto.
Mira, con melancolía, el vaivén de las hojas en el viento: el vitral que daba vista al camino...
A ese indolente y resquebrajador camino.
Hace un año y medio, que Natsumi se sentaba en ese lugar.
Frente al vitral pasaban los días, pero no aminoraban sus ganas ni sus esperanzas de verlo con vida: el vitral que mandó a construir, para ser la primera en saberse conocedora de la noticia de su llegada.
Pero lo único que llegó por ese camino fueron destructores de sus esperanzas...
Golpes en la puerta: Natsumi abre los ojos, dejando correr las lágrimas.
Sabe perfectamente que no podía llorar enfrente de nadie, así que debía tomar coraje y seguir adelante.
Era una procesión larga, pero su ayuno seguía inmaculado.
Nada que fuese físico haría mella en su deseo de honrarle como correspondía.
Yo no te quiero ver pasar las tardes
Conservando entre tus manos el calor
De una taza que se enfría
Mientras las horas se hacen días
Esperándole
Ni quiero ver tu rostro reflejado
En el cristal de la ventana
A la que estás siempre pegada
Mientras miras confundirse
Las gotas de la lluvia
Con las que empañan tu mirada
Ya no estará allí sentado
No volverá a estar al otro lado de la mesa
Donde aún guardas esa silla en su rincón
Por favor levántate y camina
Vete a casa y de una vez olvida
Que las horas se hacen días
Que su silla está vacía
Y que todos tus recuerdos
Te acercan más a él
¿No lo ves?
Yo no te quiero ver pasar las tardes
Conservando entre tus manos el calor
De una taza que se enfría
Mientras las horas se hacen días
Esperándole
Ni quiero ver tu rostro reflejado
En el cristal de la ventana
A la que estás siempre pegada
Mientras miras confundirse
Las gotas de la lluvia
Con las que empañan tu mirada
Por favor levántate y camina
Vete a casa y de una vez olvida
Que las horas se hacen días
Que su silla está vacía
Y que todos tus recuerdos
Te acercan más a él.
Yo no te quiero ver pasar las tardes
Conservando entre tus manos el calor.
"Levántate y olvida", Miguel Bosé.
-Mi señor: los honores fúnebres están listos. Sólo necesitamos de su presencia...
-De acuerdo: decidles que estoy en camino.
El sirviente realiza una leve inclinación de cabeza.
El consejero lo mira alejarse.
-Se ve notoriamente descompuesto...
-Es de entender: casi treinta años de servicio con mi padre. No dudo que su partida ha dejado un enorme vacío en la vida de sus empleados...
-...Que ahora son vuestros, mi señor Tokairin- objeta el consejero, mientras observa al joven heredero terminar de vestirse- El hecho de vuestra notoria indulgencia frente a la persistencia de vuestros sirvientes en mantener viva la potestad de vuestro padre, no hace sino que tomen más participación que las que realmente les corresponde...
-Mi estimado Awashima: creo que enalteces problemas que están fuera de discusión. Mientras estén sirviendo lealmente, poco o nada debo reprocharles...
El hombre mueve la cabeza: el joven comandante no iba a ceder.
Awashima era un hombre de treinta y cinco años: contextura de guerrero, pero con los gestos demarcados de una profunda interiorización en los libros, lo dotaban de una sabiduría que al joven le resultaba imposible de no tomar en cuenta.
De cabellos frondosos, lisos y blancos, sujetaba su cabellera con una cinta casi al final del cabello: llevaba una túnica grisácea, que lo dotaba de un aura de sapiencia casi inconfundible.
De edad media, el hombre era famoso en el reino por haberle prestado auxilio a grandes gobernantes del lugar.
Sin embargo, se quedó con el joven muchacho a causa de la repentina muerte del sostenedor de esa mansión y del apellido: la pérdida de su padre, capitán del ejército de Nishimoto.
El señor Eto Kachou: más conocido por "el capitán Kachou".
-Mi joven comandante Tokairin: Ud. lleva tanto mérito como el de su padre. Es justo y necesario que ejerza como dueño de la descendencia de una vez...
-Mi mérito no es derrocador de los méritos que me preceden como hijo de mi padre: además- termina por envainar su espada- No será bajo mi protección que los sirvientes deban aprender, a punta de hierro candente, lo que sólo se gana con respeto y cariño.
-El cariño sea para las mujeres, mi señor: Ud. comanda a grandes ejércitos de soldados. Sus sirvientes están para hacerle menor la carga.
-Los sirvientes viven para servir, pero también deben vivir: lamento interrumpir nuestra conversación platónica, pero es menester el que llegue a la ceremonia en buena hora.
El joven dispensa a los demás sirvientes.
Camina presuroso, pero con paso firme por el corredor de la mansión: a su lado, el consejero Awashima le relata las últimas eventualidades acerca de la batalla que se lidia en las fronteras del reino de Nishimoto.
Los sirvientes le ven subir al semental de su padre.
Las nubes abren un poco el cielo, dejando caer una luz reflectora de la fuerte mirada del comandante.
Todos asienten: "Un hombre valedero de honor".
Su consejero toma otro caballo, de gran blancura, y se coloca como escolta de él... Cosa casi innecesaria, pues el joven desprendía tanto arraigo y fortaleza que sólo con su mirada espantaría a todos los ladronzuelos.
-Bien... Andando.
Natsumi iba con un vestido de negro: un velo transparente, pero de color negro, cubría la tristeza de su alma.
El caballo la conducía lentamente al lugar.
Yoriko iba al lado de ella, con tristeza por no poder ayudar en el dolor de su ama...
Sólo ofrecía su presencia.
-No gimotees, Yoriko: ve con la cabeza derecha... Vamos a recordar a un buen hombre, así que el honor que podemos prestarle es el ir con la vista en alto.
La joven asiente, limpiándose las lágrimas de los ojos.
Llegan a la necrópolis.
Muchas personas van a ver al comandante: caído en combate hace un año atrás.
El príncipe y el rey Komatsuzaki estaban presentes para hacer los honores correspondientes.
De pronto, dos caballos corren a toda prisa hasta el lugar.
Las mujeres nobles suspiran al verle llegar.
El joven comandante, Shouji Tokairin, hace acto de presencia.
De porte gallardo, el muchacho camina hasta llegar a la tumba de su padre.
-Sólo mira qué porte, qué mirada azulina y penetrante: es todo un prospecto de marido.
-Y esa tristeza tan solapada frente a tremenda pérdida: un acto viril a toda duda...
El joven se presenta: se arrodilla frente al rey, a presentarle los correspondientes honores.
-Sus majestades de Komatsuzaki: es un honor inmenso el que estén presentes ante un momento tan difícil...
-Levantaos, comandante en jefe de todo mi poderío militar: es nuestro el honor de poder presenciar el tributo a un hombre que entregó tanta gloria a mi reino...- el rey le incorpora, saludándole amablemente.
-Sin duda, vuestro padre debe de estar orgulloso: su hijo no hace sino enaltecer el apellido de la familia- agrega el príncipe Kiohira, quien le ofrece la mano al comandante.
-Se lo agradezco enormemente, su majestad: sólo vuestras presencias atenúan el dolor de su partida.
Después de estar con los monarcas, va saludando a cada uno de los presentes...
Creyó haber terminado, cuando aparecen dos personas más para integrarse a la comitiva en recuerdo de su padre.
-Mi damita: parece que nos estaban esperando...
-Así veo... Por lo menos, algo de atención frente a todo este estrago de gente...
Natsumi baja, y ayuda a Yoriko a descender.
El comandante va hacia ellas, a buscarlas para saludarles y dar la correspondiente bienvenida.
Natsumi, al ver a una persona acercarse a ellas, se levanta el velo de su rostro.
Tokairin queda en una sola pieza: la mujer que se presentaba frente a sus ojos era bellísima.
De un solo flechazo, el comandante quedó prendido de ella.
Natsumi comenzó a respirar desaforadamente...
-"Ese rostro... Ese rostro... Kachou..."
Caminó unos pasos hacia atrás: era imposible de creer.
Retrocede ante la mirada preocupada del joven y de todos los que estaban presentes.
La sirvienta le preguntaba algo, pero no escuchaba en absoluto.
Los pies dejan de sostenerle: de un instante a otro, la mujer cae desmayada al piso.
Continuará...
