N/A: [Editado] Uff! Este fue mi primer Fanfic Publicado. Ya llovió x3 Y por primera vez quisiera verlo decente, al menos una manita de gato.

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I. Soñando

Kagome nunca había sido quisquillosa al elegir el lugar donde dormirían. Generalmente, las caminatas llegaban a atrofiarle los tobillos y el simple hecho de relajar su cuerpo en el suelo era el paraíso.

Era invierno. Aunque no era su estación preferida, la noche era apacible y disfrutar de ella no era nada despreciable. Odiaba el invierno. El frío excesivo le cortaba las manos, cerraba su garganta y, sobre todo, ponía de mal humor a Inuyasha.

Sentada cerca de la fogata que agonizaba, la muchacha intentaba mantener su concentración en el libro de Aritmética que reposaba en su regazo. Tantos números la aturdían. Decidió dejarlo por la paz.

Miró a los demás, disfrutando de un sueño apacible… ¡Cómo los envidiaba!

Desde hacía unas semanas, el sueño se había convertido en un lujo ilícito. Sus sentidos estaban atontados durante el día por la misma razón. Toda la noche se la pasaba en vela tratando inútilmente de conciliar un poco de cansancio. Nada pasaba. La noche seguía su paso, gélida y altiva por el bosque.

Se acurrucó cerca de Shippo, con todo el cuidado de no despertarlo. Quedó boca arriba y cada sonido comenzó a hacer eco en su oído. Ya fuese el viento, un grillo e incluso el mar indeciso, declamando versos sin rima a la madrugada.

Últimamente su ritmo cardíaco no es el habitual.

¿En serio? A veces pienso que está mejorando.

No del todo. Veremos que pasa.

Sabe que hay mejores alternativas para su hija.

–No quiero ni pensarlo.

Como su madre debe pensar en lo que es mejor para ella.

Pero…ella…

–¡Kagome!

La cabeza le daba vueltas… ¿Qué…?

–¡Kagome! Es medio día ¡¿Qué te sucede?

–Kagome-chan, ¿Te sientes mal?

–No luce precisamente bien, Kagome-sama.

Enfocó el cielo, el sol sobre ella. El aroma de la leña consumida le picaba la nariz. La mirada de Inuyasha cerniéndose sobre ella, la sobresaltó.

–Al menos discúlpate.

–¡No la presiones, Inuyasha!

Sentía saliva seca en su boca. Nunca había tomado, pero se sentía tan mal que podría asegurar que su sentir se acercaba a la resaca por las mañanas.

–No se preocupen. Estaré bien. Continuemos.

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Estaba aterrada.

Cómo había terminado ahí y cómo acabaría el asunto era un misterio desconcertante. Aferrada a la cintura del hanyô, Kagome sollozaba sin lágrimas.

Repasó la mañana.

Después de refrescarse para liberarse de la resaca, Kagome recibió severas reprimendas por parte de Inuyasha.

–Últimamente te haz vuelta un estorbo.—le había dicho.

Las palabras aún ensordecían su juicio. Si no lo conociera, habría huido como perro apaleado. Lloraría y se sentiría la mujer más inútil del planeta. Pero… soportando su actitud tanto tiempo, aquellos comentarios eran una muestra de aprecio: le prestaba atención. Entenderlo bastaba para sanar sus heridas.

Lo anterior, fue solo un juego tonto a comparación de la tormenta que se avecinaba. Fue cuestión de minutos para que, sucedido el atardecer, el día quedara condenado al fracaso. Primero voces amenazantes, después Kagura, una marioneta, un poco de sangre y un Viento Cortante…

Jamás lo había visto pelear de esa manera. Los recursos le faltaban; el aire le faltaba. A ella, la sola idea de dejarlo, le era indecente y traicionera.

–¡Márchate!—ordenó en un débil suspiro.

–No.—reprochó firme, con su voz testaruda acostumbrada.—No te voy a dejar. Lo sabes bien.

–Si te quedas… Ya no puedo protegerte.

–No me interesa.

¿Qué mejor, sino morir junto a quien se ama? Para ella, aquel privilegio era lo único que le quedaba.

Y luego, sin necesidad de decidir, el suelo desapareció. No pudo gritar. No pudo llorar. Lo único que pudo hacer fue escalar sin aire. Perdiendo el cielo, las estrellas; el tacto y la vista.

Escuchó a la lejanía la voz dulce de su sueño, discutiendo con la otra, más fría y sincera. La reconocía, la primera era su madre, inconfundible.

Cayó de sentón, o al menos eso sintió. Sus pulmones se negaba a recibir oxigeno. Sus brazos, inertes, caían sobre sabanas blancas. ¿Dónde estaba? Percibía personas cerca, un buró, una ventana. E incluso, si prestaba la suficiente atención, su propio esfuerzo por respirar. Fue como surgir de un abismo líquido.

–¡¿Kagome?

Lo primero que vio, fue a su madre llorando.