Mi nombre es Ayumi Tanaka, de apellido no merecido, ya que no pertenezco a la familia Tanaka. Lo llevo por orden del Raikage, ya que si no fuera por él, mi "familia" (si es que así se los puede llamar) no me consideraría como un humano.

He crecido sin el consentimiento o el amor de una madre o un padre. La familia Tanaka me trata más como una criada que como a una integrante más. Paso día y noche atendiendo a sus cinco hijos hombres, cada uno con un año de diferencia, contando a partir de trece años. Siempre estoy de aquí para allá, sirviendo a los "señores" en todo lo que necesiten. Además de eso, soy asistente del actual Raikage (sinceramente no sabría decir exactamente cuál). Cada tanto hago algún que otro mandado a diferentes aldeas. Por ejemplo, hace dos meses, fui enviada a llevar un mensaje a Suna. O hace una semana, viaje al país del agua, Aldea oculta entre la Lluvia.

Hoy me encuentro en las afueras de la ciudad, mirando la aldea desde una montaña. Sostengo mi banda entre mis manos, la apretó con fuerza, marcando las huellas de mis dedos en el metal. Dejo que el viento se lleve mis lágrimas y con ellas el dolor de mi pasado, que me atormenta día a día. Esa mañana el Raikage me envió al bosque, al regresar, tome la mala decisión de cruzar por la calle principal. La gente me miraba, ojos, miles de ojos pegados en mí. Aun no comprendo la razón por la cual las personas de Kunogakure me desprecian tanto. ¿Acaso ellos saben algo que yo no sé?

Una presencia me quitó de mis pensamientos. Saqué un kunai y de un salto quedé frente a él. Suspire aliviada y lo guardé, no había peligro, era mi único amigo en el mundo, Usui Oneki.

-¿Por qué esta tan solita la favorita del Raikage? - pregunto burlón.

-Calla y vete a tontear a otro lado - eché.

-Oh, vamos, Ayumi. No te pongas malhumorada - hizo una sonrisa, mostrando su brillante y estúpida sonrisa.

-¿Te han dicho que eres irritante, Usui? - pregunté con indiferencia.

Me miro extrañado, normalmente yo no contestaba así, pero me daba igual. Había llegado en un mal momento y no deseaba que me molestaran. Me di vuelta, esperando a que se fuera, pero no lo hiso.

-¿Que estas esperando? - dije secando mis ojos - Largo de aquí.

-El Raikage quiere verte, es algo importante - me tomó del brazo y fuimos a la oficina de Lord Raikage - Aquí esta.

-Gracias, Usui, puedes irte - el peliblanco se quedó quieto, el Raikage le echó con la mano y se fue bufando - Ahora sí, Ayumi. Quería regalarte esto, por tu buen desempeño en el trabajo.

Extendió su mano ante mí, al abrirla, me dejo ver una cadena de plata. De ella colgaba una especie de pergamino de metal, que poseía el kanji "cielo".

-Es el pergamino del cielo, un símbolo muy valioso para Kunogakure - asentí con la cabeza, ya lo sabía - A partir de ahora es tuyo, quiero que lo lleve siempre y lo cuides con tu vida. Es una reliquia muy importante en le generación de los Raikages.

-Muchas gracias - le di un abrazo.

La verdad, yo no trataba al Raikage como los demás en la aldea. Lo veía como un abuelo, más que como una autoridad. Además, él fue el que cuido de mí desde pequeña, otorgándome el trabajo como su secretaria.

Estaba por decir algo, cuando el Raikage recibió una llamada importante. Dijo que se iría por un momento y que lo esperara allí. Me acerqué a su escritorio, como siempre lleno de papeles. Comencé a observarlos, por la dudas no los desordené. Me detuve en uno de ellos:

-"Estimado Lord Raikage: Es nuestro sumo orgullo confirmar el secuestro de la integrante del clan... - estaba borroso y no pude leer - del país del Fuego. En dos semanas estaremos en la aldea de nuevo. Equipo de Cazadores Especiales ANBU"

Lo soltó y se alejó del escritorio. El Raikage entró sonriendo y tomo asiento.

-¿Como que vengo del País del Fuego? - pregunte de una manera directa y fría.

-¿De dónde sacas esas cosas, Ayumi? - dijo serio.

-No se haga el tonto, esos papeles dicen todo lo contrario a lo que me dijeron desde niña - señale el folio en el escritorio - Ahora, explíqueme ¿Qué es eso?

Respiró y miro al piso. Me crucé de brazos esperando una respuesta, pero no la obtuve. Salí de allí y fui a las afueras de la ciudad.

Corrí, corrí y corrí. No deseaba regresar a ese lugar, ni por respuestas ni por nada. Las lágrimas brotaban de mi rostro, caían cual catarata a un río. Corrí, corrí. Durante días sin rumbo alguno.

Al pasar la semana de haberme ido encontré una casa donde vendían comida.

-Buenos días, jovencita - saludó una anciana.

-Buenos días - mi estómago gruñó - ¿Venden ramen por casualidad?

La anciana asintió y se giró a la cocina. Sacó un tazón y comenzó a preparar el ramen en una olla.

-Puedes tomar asiento por allá, querida - señaló a la vuelta del puesto, donde habían asientos.

Camine lentamente allí, me senté y cerré mis ojos. Hace mucho no había comido o bebido. Y eso no es nada común en mí, ya que acostumbro a comer más de seis platos por comida.