Capítulo 1: Dieciséis años
En la época de los "primeros hombres" el continente se hallaba habitado por personas sin demasiado conocimiento, solo comían para vivir y vivían para comer, se comportaban como animales y no merecían ser los amos del lugar donde se hallaban. Es así que fueron conquistados, sin mucho esfuerzo por los primeros hombres en llegar, llamados así por su gran capacidad de raciocinio y por inculcarles las grandes artes. Los primeros hombres forjaron sus reinos, a través de luchas por posesiones de tierras. El más fuerte merecía más que los otros. Entre todos ellos los reinos principales fueron 5: el reino de las rocas, ubicado en una zona llena de montañas y cuevas al noroeste del continente; el reino de la hoja, conocido por su verdosa y rica tierra, ubicado en la zona central del continente; el reino de las nubes en la zona noreste, que presenta también cadenas montañosas y es conocida por las muchas tormentas eléctricas que se encuentran presentes la mayor parte del año; el reino de la niebla, llamada así por la densa niebla característica de este lugar así como sus numerosos lagos, en la zona sureste; y finalmente el reino de la arena, una región desolada y seca, siendo casi en su totalidad un desierto de grandes extensiones donde las tormentas de arena ocurren con bastante frecuencia, al suroeste . Estos son los 5 grandes reinos, sin embargo existen otros más que se crearon con el pasar del tiempo gracias a las nuevas guerras, siendo reconocidos solo tres de ellos, el reino del fuego, ubicado junto a un volcán que constantemente hace erupción hacia todos los lugares menos el reino, ubicado al norte de todo; el reino del sonido, conocido por su exportación de arroz, al norte del reino de la hoja; y el país de la Luna, situado en una isla en forma de luna creciente, ubicado al sur.
Todos estos reinos fueron los que gobernaron el continente por miles de años, naciendo grandes figuras y héroes, donde sus historias fueron plasmadas en la literatura y enseñada a los niños de todos los reinos, grandes clanes surgieron, muchos de ellos llegando al poder por medio de engaños y usurpaciones, pero muchos otros llegaron honorablemente batallando, y otros se mantienen el linaje desde la conquista. Desde eso, 15 mil años pasaron, y ahora, en la época medieval, los reinos se mantienen.
Se decía que cuando alguien se paraba en lo alto de la torre sur, podía divisar todo el reino. Aunque no era cierto, si se veía gran parte y era una de las más grandes maravillas de la naturaleza. En la torre sur había un invernadero, donde años atrás la reina había traído la mas gran variedad de lirios de todos los reinos y los había sembrado ahí, ahora, marchitos, solo comparten su lugar junto al gran matorral que crece sin parar amenazando el techo del piso de abajo, donde se había decidido que lo cortarían definitivamente.
Desde ahí, el castaño de los ojos lunas observaba la gran fiesta que se celebraba en el patio principal del palacio, mientras sonreía ante las ocurrencias de su menor prima, Hanabi.
Era guapo, tremendamente guapo y llevaba un porte que era ya a su corta edad amenazante para muchos de sus allegados. Cerró los ojos para disfrutar la melodía de las gaitas lejanas. Le encantaba el ambiente. Volteó a mirar el lugar una vez más, no quedaban vestigios de la belleza que conservaba años atrás cuando la reina seguía con vida, y eso le daba un poco de pena. Recordó que él tampoco podía recordar ya a su madre, la cual murió mucho antes que la reina. Su padre jamás conservó una sola pintura o retrato, nada que lo ayudara, en ese aspecto Hinata tenía mucha suerte ya que el palacio se hallaba decorado de cientos de fotos de la reina.
Una risilla se escuchó tras la puerta subiendo las escaleras, se giró a esperar que el par de chicas se aparecieran.
- ¡Neji!
- ¡Neji! – repitió la otra. Cuando entraron al viejo reciento ya lleno de todo tipo de insectos, no lo divisaron, de pronto, la mayor de ellas saltó hasta el otro extremo a la vez que pegó un grito que juraría se escuchó en todo el palacio.
- ¡AAAAAAAAAAAAAAAAhhhhhhh! – cuando su corazón dejo de latir con fiereza, la odiosa risa del mayor de ellas resonó con violencia – ¡idiota!
- No puedo creer que seas tan ingenua – se mofó el castaño, era la tercera vez en esa semana que la asustaba a tal grado. De pronto su vista se movió de los ojos lunas de la chica de cabello corto a la figura que posaba a su lado recostada en la pared fría – Hinata.
- Neji – saludó su prima – te estuvimos buscando, Natsu tuvo razón al decir que estabas acá.
- No podría estar en otra parte, es su segunda alcoba – añadió la chica del cabello verdoso – no sé que le ve a ese sitio.
- No es de tu incumbencia – la muchacha abrió los ojos ofendida, pero cambió el gesto al ver el rastro de burla nuevamente en Neji, le gustaba molestarla – y en cuanto a ti prima – dijo esta vez mirando a la jovencita un poco más baja que él, que poseía un precioso cabello azulado – deberías estar abajo, es tu fiesta.
- No lo es si no estás en ella – le sonrió la muchacha – además, se está tornando aburrido, ya todos se han emborrachado y están discutiendo temas irrelevantes.
- Entonces deben ser muy importantes, verás que dentro de poco participaras y darás tu opinión en muchas de esas reuniones.
- Lo dudo mucho – le sacó la lengua a su primo – no en esta familia.
- Descuida, me encargaré que así sea – le respondió mirándola con ternura. Pasó desapercibida la incomodidad de la muchacha del cabello corto, quien tuvo que mirar a otro lado o saldría de ahí en ese momento.
A los minutos el trio inseparable se asomó al verdoso patio donde se llevaba a cabo la gran fiesta, el rey Hiashi había gastado gran cantidad de la fortuna de las arcas del reino para darle a su hija, y a su orgullo, la fiesta que merecía. No todos los días una jovencita del clan Hyuga cumplía los 17 años, y habían llamado a las familias más importantes y honorables de todo el reino.
El clan Hyuga había existido desde cientos de años atrás, cuando el país fue poblado por los primeros hombres. Era una raza característica que se distinguía de todos los demás, y que eran los únicos que poseían la habilidad de ver más allá de sus ojos. Sumado a este aspecto, sus características eran muy marcadas, todos llevaban el cabello largo y unos grandes ojos color luna, se decía que cuando se enfadaban tenían el poder de asesinar a sus enemigos mirándolos fijamente, todo el que se atrevía podía ver su propia muerte y esto los llevaba a la locura. Es así que se les veneró desde esos tiempos y fueron colocados como los gobernantes del reino. Para ello su raza no debía mezclarse y así decidieron mantener la pureza de la sangre de generación en generación casándose entre mismos hermanos. Poco importaba la diferencia de edad, los Hyuga tenían hijos en cantidad para de esta forma poder sacar entre ellos una pareja sucesora, o al menos así se llevaban las cosas en el trono. Durante años gobernaron con supremacía, se caracterizaban por su justicia y por ser "bendecidos" por las divinidades, todo lo que hacían siempre les favorecía. De ser un pequeño reino pronto se extendió a más lugares y llegó a ocupar gran parte. Su reino se le conoció como el reino de la Hoja, ya que les pertenecía la más grande variedad de plantas del mundo, así mismo actividades como la agricultura era símbolo de la región y habían hecho gran cantidad de dinero gracias a la exportación, siempre todo próspero, y su pueblo no podría ser más feliz de lo que era, siempre al mando de un Hyuga. El tiempo pasó y muchas de las cosas que se decía de ellos solo quedó como un mito, por ejemplo la habilidad de ver más allá de sus ojos, de paralizar a sus enemigos con la vista, incluso la bendición de los dioses cuando perdieron una que otra batalla, pero lo que siempre perduró fue la costumbre de desposarse entre ellos. Su sangre jamás debía ser mezclada o sería considerado alta traición a su pueblo. Era una ley para ellos.
Hinata esa tarde lucía hermosa, llevaba un vestido de seda con detalles nada más ni nada menos que con hilos de oro, y su cabello se hallaba adornado de flores, recogido en una larga trenza azulada. Muchos de los jóvenes presentes no le podían sacarle los ojos de encima.
Llegó el momento de la gran pieza y los músicos empezaron a tocar una de las más bellas y emblemáticas melodías. Al frente, Neji Hyuga se puso de pié y, sin ser el asombro de todos se acercó a su prima. El rostro de Hinata no podía ser de otro color más que rojo vivo, odiaba cuando era el centro de atención en algún lado. Neji la invitaba a bailar esa pieza y al parecer nadie más iba a hacerlo, todos querían observar a la joven pareja. A pesar de la gran vergüenza y de la timidez que poseía, nada podía hacer, era la princesa y esa pieza era para ella.
Con delicadeza extendió su mano con la palma hacia abajo, para esperar que su primo se la besase. Una vez sucedido esto se levantó y lo acompaño al centro de la pista. Cerró los ojos y deseó concentrarse, de todas maneras era una experta en la danza, había sido educada en todas las artes y esa precisamente era una en la que destacaba.
A un lado, Hiashi Hyuga se llenaba más su copa de vino. Era un día importante para su familia. Hinata cumplía los 16 años y eso solo significaba una cosa, estaba lista para ser desposada. Observó por un largo tiempo a su hija, que sonreía con complicidad a su sobrino en la pista. Hinata, su Hinata ya no era una niña, y eso era bueno, podía ser de gran ayuda para salvar su reino, aunque signifique traicionar una de las más antiguas leyes. Y es que precisamente su gobierno no fue del todo bueno para el pueblo, que lo consideraban solo un ser que había contribuido a llevarlos a la decadencia por los despilfarros que tenía, por el poco liderazgo que poseía y por ser nadie comprado con su menor hermano. Y eso le hervía la sangre. Odiaba cuando lo comparaban con Hizashi. Sin embargo pese a todo, a los encuentros que había tenido con un par de aldeanos atrevidos y a ese atentado que presenció un par de meses antes, se podía decir que en su vida todo iba tranquilo, desde hace unos años nada había perturbado su alegría, hasta esa mañana cuando recibió la carta.
Al sur del reino de la hoja se hallaba la franja celestial, un lugar demasiado rico tanto en flora como en recursos mineros, pero no le pertenecía a ningún reino y eso no era del todo bueno. Cuando Hiashi puso los ojos en él no fue el único que lo hizo ya que Orochimaru, el gobernante del vecino reino del sonido también ambicionaba en poseerlo. Fueron 7 largos años de intensas luchas por quien iba a tomar el lugar, ninguno deseaba dar su brazo a torcer. Aunque el reino de la hoja ya poseía una gran flora, recursos mineros era poco de lo que tenía y en los planes ambiciosos de Hiashi estaba ser los nuevos exportadores de ello: oro, plata, diamantes, todo eso estaba en los sueños del rey Hyuga. Solo veía dinero y más lujos en su vida. Muchos hombres murieron, gran parte de ellos del clan Hyuga, pero no los más importantes para Hiashi. Pese a ello eran guerreros fuertes y sin esto el reino de la hoja perdía la batalla. Cada vez había más derrotas y el rey ya se hallaba contra la pared, debía aceptar que había fracasado. Pero esto no podía permitirlo y sin encontrar otra salida contactó con el reino más cercano y poderoso que tenía, el reino de la Luna.
El reino de la luna era gobernado por Toneri Otsutsuki, un ambicioso rey albino que poseía un millar de hombres de combate. Solía aliarse a otros reinos al final de las guerras, cuando ya estaban por ser derrotados y aceptarían cualquier cosa por no ser derrotados; pero muchos de ellos los rechazaban por las recompensas que pedía a cambio. Hiashi no se confiaba de este hombre, pero no halló otro camino, su ambición era más grande que su raciocinio.
Es así que el pacto fue firmado y Hiashi, con su puño y letra aceptó algo que a oídos de todos sería la más grande traición que el ojiluna cometía, prometer a Hinata, su primogénita y heredera al trono a un forastero. A un Otsutsuki, su hijo. Secretamente lo hizo, y en menos de un mes 40 000 soldados marcharon a la franja celestial y pusieron fin a la gran guerra de 7 años en la que los reinos de la hoja y del sonido se enfrentaban. Hiashi tomó posesión del lugar y además disfrutó del asesinato de su gran adversario, cosa que le ayudó a no solo contentarse con eso sino en ir más allá y luchar contra el debilitado reino, poseyéndolo de igual modo. Sus tierras se triplicaron, y ahora no solo exportaba flora y minerales, sino se hizo a cargo del gran mercado de armas que le pertenecía al sonido. Pero como en todas las guerras, lo siguiente era caos e incertidumbre, y no sabiendo cómo manejar la nueva administración de su reino decidió dejar las cosas como estaban en el reino aledaño, colocando a su hermano menor Hizashi como el nuevo gobernante del sonido, y poseyendo el mismo Hiashi la ansiada franja. De todos modos, y aunque temiera que no haya tomado la mejor decisión al colocar a su allegado, Hizashi quedó en menor grado de poderío, solo era un Lord en aquel lugar que le pertenecía ahora al reino de la Hoja, gobernado legítimamente por el rey Hiashi, el según pensó "más poderoso".
Todo quedó ahí, Hinata en ese entonces tenía solo 4 años y era una niña. Su destino había quedado firmado en ese pacto y al cumplir la mayoría de edad debía ser desposada al menor hijo del Otsutsuki, también llamado Toneri, que apenas le superaba la edad por unos meses. Grave pecado se repetía el Hyuga mientras dormía pero las cosas ya estaban hechas. Él le dijo a su reino que el trato fue la libre y gratuita dote anual de vegetales que los de la hoja debían darle al reino de la Luna, eso era todo, así había quedado el trato. Todo era apariencias para Hiashi aunque por dentro bien sabía que mal había hecho en entregarles a su preciada legítima, y aunque era su hija solo veía una cosa: en cuanto ella se marcharía, recibiría el repudio total de su pueblo y lo matarían, colocando en la cima a su hermano. No lo permitiría.
Pasaron 12 años de aparente paz y tranqyilidad en el reino. La gente aunque engañada era feliz con lo que tenía, oro, plata, riquezas y mucha comida, y auqnue el reino no poseía hombres de batalla ya, poco les importaba, sabían que habían vuelto a tener la bendición de los dioses y eso los tenía tranquilos. Disfrutaban el saber el naciente amor que los futuros y jóvenes reyes tenían, la princesa Hinata y su primo Neji, y aunque les fue duro aceptar en un principio que no eran hermanos los futuros reyes, ya lo habían entendido, no podían pedir nada más, el rey no podía tener más hijos ya que la reina tristemente había fallecido – en circunstancias extrañas – y la esposa del cuarto en sucesión al trono, Hizashi, de igual modo, muchos años atrás. La familia Hyuga debía seguir gobernando para que todo siga en paz y debían aceptarlo, primos, de igual forma eran de la misma sangre y era lo mismo.
Hinata y Neji Hyuga se querían verdaderamente, además vivían juntos, desde que Hizashi se mudó con su Hijo a la ahora aldea del sonido, Hinata pasó de vivir un par de meses en la Hoja y el resto con su querido primo, desde niños y en la más pura inocencia jugaban juntos, comían juntos y hasta dormían juntos. Siempre bajo ese intenso lazo de hermandad que los unía desde su nacimiento. Pero el tiempo pasaba y Hinata dejaba de ser niña, sabía lo que significaba ser la futura reina y de las tradiciones de su familia, se lo habían dicho desde muy niña. Es así que Hinata nunca se atrevió a mirar a otros hombres, ya que sabía que su destino estaba junto a Neji y, aunque Neji si había tenido uno que otro amor con otras aldeanas, si aceptaba que su lado era junto a Hinata.
Doce años de intensa paz se venían abajo, cuando esa mañana, la mañana en que Hinata cumplía sus dieciséis años una carta llegó al palacio, lacrada con el símbolo de lo que parecía ser una flor de varias puntas dentro de una esfera. El clan Otsutsuki.
