Disclaimer: Fairy Tail pertenece a maldita perra de Mahima, cuyo nombre actualmente es tabú para mí —y no pienso perdonarla—.

Notas: Historia a por partes. Son varios cuentos inter-conectados que forman un todo. Cada cuento contiene personajes diferentes, aunque se cruzan en algunas partes. Es una idea a la que le tenía ganas de hace tiempo y pues aquí está.

La imagen de portada corresponde a "Que viene el Coco" de Goya, de donde también proviene el titulo. Dicho titulo y portada se deben más que nada a que toda historia se centra en alguna temática escabrosa con un niño como implicado principal, motivo también de que los nombres de las historias sean de personajes comunes de algún folclore que se usan para asustar a los niños —El hombre del saco, Lamia, Huesos Sangrientos, Baba Yagá, Krampus y Boogeyman—.

Hay historias con una correlación fuerte entre sí e historias que no se tocan en nada. De la misma forma las historias no van en orden cronológico. Algunas historias, también, serán más largas que otras —El hombre del saco, por ejemplo, es corta—. Es todo.

Advertencias: Abuso, violación, secuestro y maltrato infantil.

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Que viene el Coco.


Primera historia.

El hombre del saco. Parte I


Ella es como el botón de invierno, una belleza a punto de nacer, a punto de surgir. Una flor corriendo por el jardín, saltando, jugando, viviendo. Lucy avanza sin detenerse a través del parque, oyendo un suave «no te alejes» de su madre. Pero es que los niños no saben de peligros ni de monstruos. Lucy juega bajo las flores de los arboles, símbolo de la llegada de la primavera al caminar por la calle, ante miradas divertidas, atentas, algunas despectivas y algunas, las menos, predadoras. Pero es que los niños no saben de peligros ni de monstruos. Lucy lee un libro en compañía de Levy a la entrada de su casa, alegre y tranquila, con el depredador a la vuelta de la esquina. Pero es que los niños no saben de peligros ni de monstruos. Por eso Lucy nunca lo ve, por eso avanza por las calles coloridas de la seguridad rutinaria, del parque al que va siempre, de la acera de su casa, del jardín, del colegio, del mundo. Lucy camina segura de que los monstruos no existen —eso le ha dicho papá cuando ha despertado por otra pesadilla más—. Pero existen, solo que no son un espectro negro dentro del sótano o del armario, son más reales.

Frente a la acera de su casa, leyendo un libro en compañía de Levy porta la sonrisa tranquila de quien tiene la seguridad junto a ella, la casa a sus espaldas, papá y mamá a unos pasos (y el monstruo doblando la esquina). Levy pasa otra página y Lucy se ordena el cabello que la brisa primaveral le despeina, enreda sus dedos por sus hebras doradas de niña inocente, de fruta sin morder, con sus ojos brillando en interés y el vestido rosa al viento. En el cuento hay princesas y dragones y lobos, pero los buenos vencen a los malos.

Los buenos siempre vencen a los malos.

—Hola.

Alza la mirada del libro a los ojos fríos (rojos) del hombre (monstruo) frente a ella. Les sonríe como los padres les sonríen a los niños antes de dormir, transmitiendo calma. Lucy le mira con curiosidad, nunca antes le ha visto; Levy, con intriga.

—¿Podría pedirles un favor? —inquiere él, arrodillándose ante ellas.

Hay miradas confusas y sonrisas tenues.

—He perdido a mi gato. ¿Me ayudan a encontrarlo?

Podrían, es un hecho, podrían haber dicho que no.

—¿Estaban leyendo? —dice al ver el libro aún abierto—. Lamento interrumpirlas; ¿La historia interminable?

Podrían, eso duele más adelante. Levy, que cierra el libro. Levy, que se levanta con una sonrisa amigable. Levy, que dice que sí. Después de todo le gustan los gatos, siempre le han gustado —oh, pero eso él ya lo sabía—.

Es que ha señalado el libro con sus manos (garras) con interés y ha llamado la atención de ella al mencionar conocerlo, leerlo. Después de todo siempre le han gustado mucho los libros —pero, por supuesto, eso él también lo sabía—.

—Claro, señor, ¿dónde lo vio por última vez?

Lucy mira a su amiga, al hombre, a su amiga una vez más y entonces finalmente se levanta, sonriendo (mamá y papá han dicho que hay que ser amables con las personas). Le sonríe al señor frente a ellas y hay una mirada de deleite en el rostro adulto, una que los niños no notan (ah, pero mamá y papá también han dicho que no se habla con extraños). Él señala el parque y atraviesan los tres juntos la calle que los separa de este, el parque de todos los días donde nunca les ha ocurrido nada —la seguridad de la rutina—, caminando a través de los árboles que arrojan pétalos de sus ramas, dando la bienvenida a la primavera.

—¿Por dónde? —pregunta Levy y él sonríe.

No es una sonrisa amable ni carismática, pero los niños no notan esas cosas.

Hace un gesto con la mano, señalando el total del espectro verde que compone el lugar.

—Alguna parte de por aquí —dice, casi es espectral (monstruosa) la forma en que habla y se mueve—. Por entre los árboles, si nos separamos de seguro lo encontramos más rápido —Se inclina, es casi dulce al hacerlo y al susurrarle—. Luego pueden seguir leyendo, mientras más rápido lo encontremos más pronto se salvará Fantasía y la Emperatriz.

Levy asiente, enérgica, y se pierde rápidamente entre los árboles con emoción. Pronto podrán volver a leer juntas.

Pero luego solo hay una niña y un libro.

—¿Señor? ¿Lucy?

Luego se hará tarde, luego los padres de Lucy harán preguntas y ella solo podrá decir que no los encuentra, plural. Luego vendrá la policía y más, cada vez más preguntas, pero no su amiga, nunca su amiga.

—¿Cómo era él?

Luego tendrá miedo de haber hecho algo malo cuando le pregunten qué les dijo, qué hicieron cuando se acercó a ellas.

«Le dije que sí».

—Tenía el pelo largo.

—¿Y qué más?

«Y un gato, y sabía de libros, y lucía amable; de verdad lucía amable».

—La cara pintada.

—¿La cara pintada? —Levy habrá de asentir, asustada, conmocionada. Culpable—. ¿Les dijo algo?

Y entonces, entonces mentirá.

He perdido a mi gato. ¿Me ayudan a encontrarlo?

Claro, señor, ¿dónde lo vio por última vez?

—No, nada, solo estaba ahí.

Y entonces ya nunca más sabrá de Lucy.

Al cumplir los quince, Levy aún no habrá terminado La historia interminable —nunca lo hará—, saltará ante un maullido, no volverá a confiar en alguien y llorará algunas noches con la culpa atorada en la garganta.

Porque podría haber dicho no, pero le dijo que sí.


Es todo. Nos leemos.