Otaweek día 1: Motocicleta

Él no era un chico de muchas palabras o muchos amigos. Sus habilidades sociales se veían muy limitadas por los constantes cambios de país y el entrenamiento arduo que se autoexigía cada temporada, con sus limitaciones y los métodos poco convencionales que le servían de apoyo dada su nula habilidad para el ballet, además de ser un chico callado. No es que fuera tímido, simplemente no le parecía que tuviera algo que decir al resto, no era de decir lo primero que le viniera a la mente como Jean que siempre tenía la boca abierta para hacer conversación con él o Leo. Claro, porque Leo era un chico bastante amigable, de primer momento fue quién le agradó más cuando lo conoció a su llegada a América. Amistoso pero respetuoso con su espacio personal. Eso le agradaba.

Lástima que de Jean no pudiera decirse lo mismo… siempre con ese tono animado, buscando ser su amigo. A veces él se sentía francamente acosado, si no fuera por la insistencia de Leo y su propio entrenador sobre que Jean era así con todo el mundo Otabek ya habría corrido en dirección contraria o algo parecido.

Por eso y después de las interminables insistencias del canadiense, Otabek accedió a darse un tiempo libre y salir de paseo con chicos de su edad y ser, por primera vez, un joven de 16 años común y corriente. Y porque Leo iría, que era como el punto de equilibrio entre ambos. El motivo de la salida tan especial era que Jean se volvía a Canadá con sus padres, después de tratar con entrenadores nuevos en EEUU y que ninguno supiera manejar sus impulsos decidió volver a su tierra con la oferta de sus padres para ser ellos quienes lo entrenaran.

De cierta forma sentía un poco de envidia, es decir, porque podría hacer lo que más amaba y estar con sus seres amados al mismo tiempo. Él llevaba tres años fuera de casa y cada despedida siempre era dolorosa.

Después de un buen rato jugando boliche y con Jean habiendo pateado sus traseros seguido de Leo decidieron ir a comer hot dogs en un lugar bastante cerca del boliche y con un buen ambiente juvenil. La música y la decoración invitaban a los adolescentes a pasar las tardes entre hamburguesas, papas fritas y malteadas.

El suave movimiento que hicieron al sacudirlo fue lo que lo devolvió a la mesa donde estaba con Jean y Leo.

— Hey, tierra llamando a Otabek. – esa era la voz amable del latino que miraba curioso al pelinegro. — ¿Qué pasa? ¿No tienes hambre? – preguntó con esa mirada tan cándida, preocupado por el silencio del kazajo.

— No… yo… lo lamento. – negó con la cabeza y se sacudió las ideas. El propósito de esa salida era despejarse de las competencias y el entrenamiento un rato, así que iba a poner de su parte. Además, no se la había pasado tan mal en los bolos.

— Vamos, Otabek. Deberías sonreír de vez en cuando y relajarte. Siempre estás con esa cara. – se quejó el canadiense. Era más una de esas quejas infantiles que una real.

El sonido de unas risitas femeninas y coquetas rellenó el lugar, y con la discreción que JJ no conocía inmediatamente se volvió buscando aquel sonido tintineante, encontrándose con un grupo de chicas más o menos de su edad mirándolo y cuchicheando entre ellas. Bastante normal si lo pensaba, tres morenos de diferentes tonalidades ahí irrumpiendo en el paisaje americano.

El silbido interesado del canadiense no se hizo esperar, así como la risa avergonzada de Leo y el remedo de carraspeo que buscaba pasar desapercibido para Otabek. La habilidad con las chicas sin lugar a dudas era un fuerte para Jean.

Se pasaron la comida entre bromas que Jean empezaba e inevitablemente Leo seguía, embarrando en ellas ocasionalmente a Otabek para no dejarlo fuera de la diversión, y aunque no dijera nada, se reía con ellos o de ellos según el caso. La sonrisa apenas visible estaba ahí y el kazajo sentía que había hecho una buena elección al fin al decidir ir con ellos. Hacía tiempo que no se divertía tanto.

El conductor designado era Leo, porque ninguno de los otros tenía licencia de conducir, el auto era de su padre y luego de Otabek era el más prudente. Su tarea además de conducir era llevar a cada uno a sus respectivos departamentos para volver luego a su casa, y el primero en la lista era el asiático.

Lo normal habría sido dejar a Otabek afuera, en la puerta de entrada, no meterse al estacionamiento como si planearan quedarse. Eso descolocó un poco al muchacho, pero con lo educado que era prefirió callar antes que incomodar a sus compañeros considerando lo bien que lo habían pasado hace unos momentos.

— Gracias, Leo. Pero no era necesario… - la frase se quedó inconclusa cuando Jean bajó del auto como si fuera un resorte, con una pila inagotable.

— ¡Vamos Leo! – gritó, caminando rápidamente al fondo del bendito estacionamiento. El latino sólo atinó a rodar la mirada y reírse por lo impaciente que JJ podía llegar a ser.

— Ven, Otabek. Vamos. – hizo un ademán con la cabeza para pedirle que lo siguiera al salir también del auto. Por su parte el otro no sabía qué demonios pasaba, porque honestamente parecía que se había perdido una parte de una conversación crucial, pero movido por la curiosidad se animó a salir también, siguiendo en silencio pero con una gran duda al castaño. Y cuando vio el motivo su rostro dijo más de lo que él podía con palabras.

— No puedo. – esas fueron sus únicas palabras. Estaba pasmado, muy sorprendido por aquello ¿A quién demonios se le ocurría regalar una motocicleta como esa a un simple compañero de pista? — No, en serio. No puedo.

La mirada achocolatada pasaba de la motocicleta a Leo y luego a JJ para volver al fin a la máquina. La sonrisa del canadiense era amplia y resplandeciente, por su parte Leo le dedicó una mirada algo avergonzada pero insistente.

— ¡No juegues, hombre! – insistió el ojiazul, acercándose a Otabek. — Has trabajado en ella por meses ¡Claro que puedes!

Y ahí estaba el tono dramático que tan bien le salía.

Es cierto, Otabek había pasado más de 6 meses trabajando en esa motocicleta, armándola casi desde cero cuando el papá de Leo la recuperó del deshuesadero. "Si logras que funcione es tuya, muchacho.", esas fueron las palabras del buen hombre que había cedido su garaje y herramientas al extranjero para que pusiera manos a la obra. Y probablemente habría comenzado a recorrer las calles de Washington con ella de no ser porque el motor estaba deshecho y necesitaba uno nuevo. La parte más cara de toda la reparación.

— Te lo mereces. – esta vez fue Leo quién habló, dándole un apretón en el hombro, incitándolo a tomar al fin el regalo que ambos le ofrendaban. A Leo le gustaba pensar que había logrado convertirse en amigo del kazajo.

La confianza de Jean para pasar su brazo por los hombros de Otabek era única, como si fueran un par de amigos de toda la vida y casi lo arrastró consigo a estar más cerca de la motocicleta. — ¡Tienes prohibido despreciar este regalo! Leo y yo compramos el motor porque esta belleza no podía quedarse guardada por la eternidad. Y su padre lo puso. – explicó, volteándose a verlo con una sonrisa enorme y llena de sinceridad.

— No debieron… - a pesar de la negativa, terminó cediendo para avanzar y pasar las manos por el asiento de cuero y el manubrio. Pulida, montada y completa se veía más hermosa de lo que había esperado.

Al final, Leo y JJ sonrieron complacidos al ver que su regalo había sido aceptado por fin. — Lo que si no vamos a perdonarte es que no lleves pronto a alguna chica a pasear en ella, eh Otabek.

La broma le trajo a JJ un codazo divertido por parte del castaño.