—No deberías estar preguntándome a mí, sino a él —dijo Barry, sentado a la mesa de su cocina—. Si es una sorpresa, no modifiques la antigua y haz una nueva. Hasta podría intercambiarse.
Las palabras provenientes del teléfono se transformaron en ruido de fondo cuando Caitlin salió del baño. Dándose cuenta de que era la primera vez que la veía despierta desde la noche anterior, Barry sólo atinó a guiñarle un ojo.
—Sí, sigo aquí —le aseguró Barry a Cisco, enderezándose el celular contra la oreja—. Sí, Cisco, ya sé que no me toma más de diez segundos aparecer en el laboratorio para ayudarte a decidir si cerrar o no la máscara de Wally, pero no lo haré porque es estúpido —Le encogió los hombros a su acompañante, quien sacudió la cabeza con una risita—. ¿A quién le importa si creen que hay un tercer velocista? Sólo haz otra máscara, del mismo color, antes de que Wally haga una visita sorpresa desde Keystone. Adiós.
Como si no hubiera querido hacer ruido junto al teléfono, Caitlin recién comenzó a pasearse por el departamento de dos ambientes cuando Barry colgó la llamada, sosteniendo la toalla que la cubría. La experiencia le había enseñado que, por alguna extraña razón, algunas mujeres detestaban que el hombre con el que acababan de pasar la noche las mirara largamente, así que tomó ventaja de los pocos segundos en que ella se detuvo frente a la silla en que él había dejado su ropa. Por fin podía tenerla en frente sin tener que plantar un dique inconsciente entre sus ojos y sus pensamientos. Por fin podía admitir lo hermosa que era.
—Oh, claro. Tienes que cambiarte —recordó Barry, chasqueando los dedos ante la primera mirada de soslayo que Caitlin le lanzó.
—Barry, no es ne… —comenzó ella, antes de que una ventisca le echara el cabello mojado hacia atrás y el susodicho volviera aparecer frente a ella, sosteniendo una muda de ropa limpia— cesario que hagas eso. Gracias.
La sonrisa satisfecha de Barry se desvaneció al verla girarse hacia el baño, con la misma concentración que cuando la abordaba en su laboratorio y se turnaba de un mesón a otro sin ponerle atención.
Se aclaró la garganta ruidosamente.
—¿Está todo bien entre nosotros? —preguntó, sin rodeos.
Lo en seco que ella se detuvo y la lentitud con la que se giró sugirieron una respuesta negativa.
—Por supuesto —respondió, sin embargo. Si bien Caitlin tenía recargas infinitas de positivismo hasta en las situaciones más densas, su sonrisa no era convincente—. ¿Por qué no lo estaría?
—A-a-anoche… —tartamudeó Barry, alargando y contrayendo su sonrisa—. Te quedaste dormida y no tuvimos tiempo de hablar.
—No tengo idea de qué estás hablando.
Barry arqueó una ceja en desconcierto.
—Tú y yo. Anoche —insistió, pacientemente.
Caitlin se encogió de hombros con una sardónica expresión. Barry tuvo que recordarse que la misma chica acababa de salir de su ducha y, dado que él tuvo correr hasta su departamento para buscarle ropa, estaba seguro de que no había viajado en el tiempo sonámbulo y borrado el… bueno, el acto.
—Muy graciosa —rió, alcanzando una de sus manos y tanteando su temperatura corporal disimuladamente. Dos años después de obtener sus poderes, Caitlin ya tenía pleno control de ellos, pero seguían estando ligados a su estado emocional, y a veces funcionaban como indicador de días menos alegres o más rutinarios—. Todavía tengo algo de tiempo para invitarte a desayunar.
En un último intento de alterar el incómodo cuadro, Barry se inclinó ligeramente para alcanzar sus labios. Si bien Caitlin no se apartó enseguida, el que no hiciera ningún intento de correspondencia lo hizo frenar contra su frente. Estaban tan cerca que Barry pudo sentir el aliento frío de ella contra su labio superior, confirmando su teoría: el día no había empezado bien.
—Como dije… —puntualizó ella, agachando la cabeza para romper ese sutil contacto físico y escapar de la mirada de su interlocutor—. No tengo idea de qué estás hablando.
Barry dejó escapar un bufido.
—No hagas eso —pidió, con los primeros dejos de exasperación tiñendo su tono—. No conmigo.
—¿Hacer qué? —inquirió Caitlin, sin hacerse la tonta esta vez.
—Cerrarte. No es necesario.
Caitlin hundió el rostro en la camisa de Barry, para ahogar un ataque de frustración repentina.
—Quería que las cosas respiraran un poco —admitió, enderezándose para mirarlo—. Estar fuera de aquí antes de que te despertaras y pudieras poner esa cara.
—¿Qué cara? —exclamó Barry, molestándose al saber que había pretendido escabullirse.
—¡Esa cara, Barry! ¡La cara de hablemos-de-nuestros-sentimientos! La de perrito que nunca he sabido si haces a propósito o no.
—Caitlin, te estoy invitando a desayunar, no pidiéndote que te cases conmigo. No pretendía hablar de nada incómodo —"No todavía, al menos" lo interrumpió una vocecita su mente—, sólo que fuéramos a algún lado antes de ir STAR Labs, como hemos hecho miles de veces… como cualquier día normal.
"Hace un minuto intentaste besarla, Barry, piensa más rápido" se dijo, sintiéndose verbalmente impotente.
—Barry, mira a tu alrededor: esto no es como nuestra normalidad luce —Hizo énfasis en la mano que él todavía no le soltaba—. Lo que tú, Cisco y yo tenemos es especial porque hacemos todo el uno por el otro sin dudas, sin preguntas, sin malos entendidos… Somos una familia —Descansó con una pequeña y exasperada exhalación antes de proseguir—. No voy a estropear eso sólo porque ambos tenemos la misma inclinación a tomar malas decisiones cuando nos sentimos solos. Y tienes razón, no es necesario que me cierre contigo, así que aquí voy: no sé en qué estábamos pensando, pero todavía somos amigos. No quiero volver a hablar sobre lo que pasó, no quiero que me lleves a ningún lado o que inicies algún contacto físico que no tendría con un hermano. Lo que sí quiero es que, tan pronto salgamos por esa puerta, nos olvidemos lo suficientemente de esto como para no cruzar ninguna mirada sospechosa en STAR Labs. Nadie, nadie debe enterarse de esto.
—Cait —musitó Barry, en un sutil tono de protesta—. Tú dijiste que querías que las cosas "respiraran" … pero las estás estrangulando.
—Por favor —insistió.
Por más que Barry quiso llevarle la contra y parecer impertérrito, el tic en su mandíbula lo delataba. Podía sentir sus propios ojos tan dilatados por la decepción que en pocos segundos tuvo respuesta a la pregunta de Caitlin: no, no hacía esa cara de perrito a propósito ni podía esconderla.
¿Qué había esperado que pasara? Lo que debió haber hecho esa mañana era programar la alarma del celular para levantarse una hora más temprano, tomarse el tiempo de un ser humano promedio en la ducha y pensar en lo que le diría a la chica con la que, hasta la noche anterior, sólo había mantenido una muy cercana amistad.
Pero no. Había gastado cuatro de los cinco minutos que llevaba levantado discutiendo moda velocista con Cisco.
—Tienes razón —concedió Barry, tratando de separar los dientes al hablar—. No creo que sea justo decir que lo de anoche no fue positivo o divertido… —Se cortó al recibir una gélida mirada, en el sentido más literal de la palabra— pero tienes razón. Somos amigos.
—Buenos amigos —enfatizó Caitlin, algo más satisfecha con ese término de la oración—. Tú sabes que yo sé que eres un caballero, no tienes que probarme nada. No soy una adolescente, no estoy pensando en citas o en tomarnos de la mano. Estoy bien. Nada tiene que cambiar.
—Nada tiene que cambiar —recitó él, con la que creía que era la primera sonrisa falsa que alguna vez le había enseñado.
Barry sabía que Caitlin no estaba siendo egoísta o desconsiderada con sus sentimientos, sino que no tenía idea de que estos últimos existían. Para ella, él sólo estaba intentando no romper el vínculo emocional tan abruptamente. No obstante, su única evidencia para probar que eso no era cierto era la tensión que se instaló durante la hora y media que pasaron sentados en el sofá viendo Netflix, o tal vez la tonta excusa con la que excluyó a Cisco de la invitación a la noche de películas. Bastante más anterior a eso, estaban todas las veces en que posó los ojos en su amiga y colega, y se impidió que la frase "¿y si…?" se formara de manera legible en su cerebro, pero eso probablemente sonaría muy mal al intentar explicarlo. "Intenté que no me gustaras porque estaba saliendo con otras personas en ese entonces". Uhm, no.
Por más dolido que se sintiera por lo equivocada que estaba, Barry no tenía nada concreto que decirle u ofrecerle. Nada que no sonara genérico o exagerado. Por el momento sólo sabía que quería más y que, si Caitlin no hubiera hecho el primer movimiento la noche anterior, él lo habría hecho dos segundos después.
—Me toca preguntar: ¿estamos bien? —se aseguró Caitlin, en un tono amistoso que sonó mucho más a ella misma.
—Por supuesto que lo estamos —rió Barry, entre dientes, aceptando el trato que parecía más razonable en ese momento.
—Gracias… por invitarme a venir —Ella se puso de puntillas y le dio un beso rápido en la mejilla. Sus labios estaban tan fríos que el cálido abrazo en el que habían dormido ya parecía irreal—. Sé que intentabas que nos saliéramos un poco de la rutina… pero nos pasamos de la raya.
La cálida sonrisa que Caitlin exhibió le cayó a Barry como una patada en las costillas. Pudo sentir el peso de tres rupturas sobre sus hombros y, aunque esta última no fuera una oficial, le estaba costando mucho procesarla.
—Tengo que irme —declaró Barry, bruscamente. Estaba consciente de que le había dicho que disponía de un rato, pero ya todo le daba igual—. Deja cerrado cuando salgas.
Retrocedió cinco centímetros a súper velocidad y observó la habitación a su alrededor ir más lento. Con delicadeza, separó recién su mano de la de Caitlin, la cual desprendió un rayito de electricidad. Sonrió amargamente ante el descubrimiento, más aún al percibir cómo el enlace no se rompía, sino que jalaba de su palma, como si intentara regresarla a su zona de origen.
—Nada tiene que cambiar —bisbiseó, antes de abandonar la cocina-comedor.
De reojo, Barry vio a Caitlin dar un respingo por el shock que causó la rotura de la conexión, pero el único rastro que quedaba de él era el movimiento de las cortinas y las hojas del periódico de esa mañana.
Cuando eres un velocista, es muy raro tener percances en tus idas y venidas, ya que sólo te toma un segundo o dos desplazarte de un lado al otro. No obstante, esa mañana, Barry experimentó una de las cosas más normales que le habían pasado en los últimos meses: tropezó.
Para su fortuna, se había precipitado hasta el suelo en medio de uno de los tantos callejones por los que acortaba camino, así que nadie había visto a un desconocido emergiendo de entre los característicos relámpagos que Flash dejaba a su paso.
—¿Qué…? —se quejó, tratando de levantarse. Un horrible ardor se extendió por su pierna y se lo impidió—. Genial.
Si sus cálculos eran correctos, había arrastrado su rodilla medio metro por el pavimento. Pudo ver cómo la sangre, lo único que amortiguaba el roce entre su piel y la tela, oscurecía un área de su pantalón negro.
Decidido y aguantando el dolor, se subió el pantalón y lo que vio lo dejó perplejo: la enorme raspadura estaba comenzando ya a cerrarse, con movimientos perceptibles ahí donde la capa de sangre burbujeaba.
Si bien no tenía idea de con qué había tropezado o si estaba muy distraído, esta recientemente adquirida habilidad era algo de lo que no podía quejarse. Sin darle mayor importancia, retomó su camino hacia su lugar de trabajo.
La mañana transcurrió tortuosa y lenta en la CCPD. El único caso que Barry había recibido en todo el día era extra oficial: un metahumano que atravesaba muros y que ya pintaba como algo fácil de resolver.
Después terminar su almuerzo en una banca del parque, se apresuró de regreso a la estación. Al llegar ahí, subió directo a su laboratorio. Todo prometía continuar normal y aburrido hasta que, una vez arriba, un mal cálculo de distancia lo hizo estrellarse de frente contra el escritorio.
—¿Qué? ¿De nuevo? —jadeó, tomando una gran bocanada de aire que lo mareó. Sus manos vibraban contra la madera.
Al bajar la vista hacia sus muñecas para atenuar un repentino y abrumador dolor de cabeza, se fijó en su reloj digital: 3:05 PM.
¿Cómo?
Cada vez que viajaba al trabajo a súper velocidad, esperaba que sólo faltaran cinco segundos para su hora de ingreso, confiado de que nada en el camino lo importunaría lo suficiente para tardarse más que eso. Esta era la primera vez que llegaba tarde al trabajo en cuatro años y no tenía idea de cómo había sucedido. No había atrapado a ningún maleante por el camino, no se había detenido en Jitters ni tampoco había sufrido ningún otro atípico accidente como tropezar. Debió haber estado ahí a las tres en punto.
¿Y qué pasaba con esos síntomas? Al alzar la cabeza, notó que su corazón latía a un ritmo algo más acelerado (para él, obviamente) y que la fuerte presión en sus sienes aumentaba. Lo más raro de todo era que debería estar deseando sentarse y recuperarse de semejante descompensación.
Pero quería correr más.
Antes de darse cuenta, su cuerpo se había desplazado un metro hacia el otro extremo de su laboratorio. Su primer instinto fue agarrarse de la manilla de un estante, al ver que sus pies comenzaban a agitarse fuera de control.
Pese a no saber cómo explicar la reaparición de estos fenómenos, Barry los conocía muy bien: ya los había experimentado en el callejón al que daba la parte trasera del edificio en el que se encontraba, cuatro años antes. Era la Fuerza de la Velocidad enraizándose a su sistema.
Pero, ¿por qué una fuerza enraizada necesitaba volver a hacerlo? ¿Qué estuvo haciendo durante cinco minutos y por qué no lo recordaba?
—¡BARRY! —exclamó Joe, quien ya había arrojado la carpeta que llevaba en las manos y corría hacia él.
—¡Joe! —exclamó Barry, deslizándose hasta el suelo entre sacudidas—. ¡Ayúdame!
—¡Te tengo! —Su padre adoptivo se dejó caer de rodillas a su lado y extendió un brazo sobre sus piernas—. Te tengo.
Barry liberó una fuerte exhalación. Poco a poco fue sintiendo que la gravedad lo estabilizaba en el suelo y que todo a su alrededor volvía tomar forma. Alzó los ojos y sonrió a Joe.
—Gracias —murmuró—. Fue como si estuviera…
—¿Desapareciendo? —teorizó Joe, horrorizado.
—No… yéndome —Barry se soltó con seguridad de la manilla y se puso en pie, con ayuda del policía—. Mi sistema nervioso se está volviendo loco. Si no me hubieras sujetado, habría acabado en…
Joe se giró entre resoplidos de disgusto y alzó su pañuelo para secarse la frente. Pese a que ya acarreaba cuatro años de fenómenos extraños en su haber, cualquier cosa que amenazara la salud de Wally y Barry era algo que lo ponía automáticamente de malas.
—Voy a llamar a Cisco —informó, sacando su teléfono.
—Sí… ¡No! —se arrepintió Barry, arrebatándole el aparato.
—¿Por qué no? Te llevaré yo mismo a STAR Labs. En mi auto, con un cinturón de seguridad.
—Porque... está… ocupado con…
Barry se detuvo al ver que no tenía caso desligar a Cisco de la situación, porque era Caitlin quien lo examinaría de todos modos.
Una sensación de vacío se instaló en su estómago, como si se tratara de una pequeña singularidad, profundizando la angustia en cada giro. Como una extensión directa de esa sensación, un intrusivo pensamiento se instaló en su cerebro: STAR Labs.
—Tienes razón, tengo que ir —dijo, más para sí mismo que para su interlocutor—. STAR Labs, tengo que ir.
—Por supuesto que tengo razón —gruñó Joe—. ¿Está Caitlin ahí?
—Sí —aseguró Barry, parpadeando extrañado.
No lo sabía porque fuera una rutina obvia. La certeza que tenía era un poco más abrumadora que eso. Incluso venía con pequeños flashes de ella sentada en el córtex.
—Vamos al auto —ordenó el policía, sacándolo de su ensoñación y jalándolo del brazo para guiarlo hasta el estacionamiento.
Barry no había querido contradecir a Joe con lo de llevarlo él mismo al laboratorio, porque no sabía lo que podía pasarle en el camino, pero el viaje en auto no había hecho más que empeorar la situación. Al menos había conseguido convencerlo de no ingresar con él al edificio, porque no tenía planeado contarles a sus amigos sobre lo que le estaba pasando todavía. Era obvio que se trataba de algo fisiológico y eso le acarrearía al menos quince minutos a solas con Caitlin, a quien apenas estaba preparado para ver.
Mientras subía hacia el córtex en el ascensor, podía sentir sus manos vibrando al interior de sus bolsillos. Se le hizo raro que el vacío que sentía, esa pequeña singularidad dando giros en su estómago, fuera disminuyendo conforme se acercaba más y más a su destino, puesto que antes la había asociado con el miedo de ver a Caitlin y eso no hacía más que crecer. La frustración y disconformidad lo habían llevado a escapar rápidamente de la charla de esa mañana, y no había tenido ni siquiera un minuto para seguir procesando. Sólo sabía que, desde que Joe había sugerido STAR Labs, no podía dejar de imaginar a Caitlin sentada frente a una de las computadoras del córtex, con una mano en el ratón y la otra jalando distraídamente de su trenza. Concentrarse en eso lo había ayudado a no agitarse en el auto.
Barry salió del ascensor dando un largo suspiro y dos zancadas largas.
"Estoy bien" pensó, avanzando por el corto pasillo que separaba el ascensor del córtex en STAR Las.
Antes de cruzar la puerta, Barry vio que Cisco y Caitlin ya estaban girados en sus sillas.
—Hey, Barry. Ya sabes cuánto nos asusta que no hagas tu entrada en ráfaga —comentó Cisco, a modo de saludo—. ¿Todo bien?
—Todo bien —mintió él—. Joe quería hablar conmigo, así que me trajo hasta aquí a la manera antigua.
—Llegas temprano. ¿Hay alguna novedad? —inquirió Caitlin.
Cuando Barry se enfocó bien en su amiga para responderle, su corazón dio una voltereta y una tonta expresión de sorpresa cruzó su rostro, arruinando la afable que había ensayado en el camino: Caitlin se había peinado con una trenza ese día, igual que en la visión que había estado imaginando.
"No tengo ni siquiera un secador de pelo en casa. No es como si tuviera otra forma de peinarse. Ya actúa normal" se dijo, a toda velocidad.
—Hey —la saludó, estirando la mano para solicitar un saludo formal.
Caitlin arqueó las cejas al verlo retractarse de lo que acababa de hacer y regresar la mano a su espalda.
"ESO NO ES NORMAL" se gritó por interno.
—Caitlin —murmuró, con el más incómodo de los asentimientos.
—Sí, esa es Caitlin. Te la presenté hace cuatro años, Barry —comentó Cisco, poniéndose de pie y colocándole una mano en el hombro—. ¿Estás seguro de que te sientes bien?
—Sí, seguro —Barry volvió a esconder las manos en los bolsillos de sus pantalones, al percibir que volvían a vibrar—. Es sólo que no dormí bien… —Su mirada volvió a cruzarse con la de Caitlin y, al analizar bien el contenido de su última frase y verla tensar ligeramente los labios, añadió—. ¡QUIERO DECIR…!
Se llevó las manos a la cabeza, haciendo su más característico gesto de desesperación extrema. Fue entonces que Caitlin, quien no perdió los nervios ni por un segundo, saltó a su rescate.
—Barry, te dije que no abusaras de la cafeína en cápsulas que te di —lo regañó, alzándole las cejas casi imperceptiblemente—. La mitad de una equivale a una taza de café en una persona normal, ¿recuerdas? Tomar dos perjudica el sueño a largo plazo, altera las funciones cognitivas…
—¿La mitad? Oh, wow, no entendí eso la primera vez —respondió Barry, captando mejor el mensaje cuando ella chocó la punta de su zapato con el suyo—. Es que estoy trabajando en un montón de casos sin resolver en la CCPD, con esto de que por aquí no tenemos mucho qué hacer estos días…
Caitlin le dirigió una sonrisa condescendiente, como intentando indicarle que no había necesidad de sobre explicar las cosas. Barry, a su vez, le sonrió admirado. Si no fuera porque volvería estropear todo, también le habría comentado lo bonita que se veía.
—Este lugar siente como un episodio de Fight of The Living Dead—comentó Cisco, mirando alrededor y sin percatarse del intercambio silencioso entre sus dos amigos—. Creo que nunca habíamos pasado tanto tiempo sin que Barry hiciera enfadar a un velocista asesino o un metahumano se descarrilara. Estoy subiendo de peso —agregó, palpándose la barriga.
—Cisco, por última vez: te hice un chequeo hace dos días. Estás igual que siempre —intervino Caitlin.
—¿Igual de gordo?
Barry se carcajeó hasta que sintió una variación de sus punzantes dolores de cabeza, esta vez en la nuca. Intentando disimular, se recargó de espaldas contra la orilla del mesón, en medio de sus dos amigos.
—¿Alguien quiere entrenar? —preguntó, con voz aguda casi desesperada.
Tal vez el esfuerzo físico impediría que sus miembros volvieran a intentar propulsarlo fuera del laboratorio. No tenía sentido preocupar a nadie todavía.
—No, gracias —dijo Cisco, para decepción de Barry—. Hice un pequeño viaje interdimensional ayer y estoy algo cansado.
—¿Tierra 38 de nuevo? —inquirió Barry, con exasperación—. Cisco, estoy seguro de que Kara sigue con ese novio suyo. Y ella es igual de amable con todos, no te está insinuando nada.
—Oye, oye. Bájate del pony —Él aludido retrocedió con una mano en el pecho, tratando de lucir monumentalmente ofendido—. Estaba visitando a Winn.
—La última vez que estuve por allá, él también estaba viendo a alguien.
—Pero qué chistosito andas. ¿Por qué no te vas a correr en círculos a ese cuarto que tienen?
—No es por desmerecer todo lo que trabajamos en eso, pero es muy aburrido hacerlo solo —Barry se giró hacia Caitlin, todavía sin saber del todo cómo dirigirse a ella casualmente—. ¿Qué dices, Caitlin?
Ella meneó la cabeza de un lado hacia el otro, enseñándole una sonrisa rápida que le hizo temblar las rodillas.
—Nope. No disfruto parchar daño hecho por mí —contestó, con el mismo argumento que llevaba usando desde la primera vez que habían entrenado sus poderes los tres juntos—. Y estoy… un poco ocupada.
—Eso veo —bufó Barry, observándola ordenar archivos en la computadora—¿Quién dice que me alcanzarás esta vez?
—Siempre lo hago.
Barry rodó los ojos. No podía gastar más tiempo insistiéndoles. El dolor de cabeza se estaba extendiendo y la fuerza de la velocidad bullía en su interior. Si no corría de inmediato, no sabía lo que iba a pasar.
—Hablando del Cuarto de Velocidad, tenemos que arreglar el interruptor de la puerta —le recordó Barry a Cisco—. La abriré desde aquí. Con permiso —le pidió a Caitlin, inclinándose sobre la computadora que ella estaba usando.
Cuando Barry iba a enderezarse, su brazo rozó accidentalmente el de Caitlin. Él se percató del contacto milésimas de segundo antes de que ocurriera, y de cómo se formaba un núcleo latiente en su pecho. Un descomunal golpe de corriente se extendió por sus músculos y viajó hasta la computadora, generando un cortocircuito que la frió al instante.
La doctora retrocedió con su silla.
—¿Qué sucedió? —preguntó, observando la pantalla trizada y parpadeante.
—No lo sé —contestó Barry, echándose hacia atrás.
No sólo se refería a la millonésima vez que había dañado equipo del laboratorio, sino también a un nuevo proceso sucediendo en su interior. Después de ese shock, el dolor de cabeza había desaparecido y su cuerpo ya no lo urgía por moverse. Barry respiró profundo y se giró hacia Caitlin. Joe había logrado contenerlo antes, pero algo más había pasado ante el contacto con ella. La electricidad se había aislado de su cuerpo, como si él fuera un artefacto electrónico que acababan de desenchufar.
Barry se llevó las manos a la cara y notó una gran cantidad de sudor desprendiéndose de sus poros.
—¿Barry? —dudó Caitlin, poniéndose de pie y colocándole una palma en la frente —. ¡Estás ardiendo! —se horrorizó, bajando la mano a su mejilla y colocando la otra en la opuesta.
—Estoy bien —la tranquilizó él. Se sintió dividido entre los nervios de ese contacto físico y el alivio que le generaron sus manos frías—. No pasa nada, estoy bien.
—No, no lo estás. Siempre estás algo más caliente, que los demás, pero ahora…
—Es verdad, luces listo para filmar una película de Nosferatu —terció Cisco, tomándolo de la muñeca—. Chamuscaste los puños de tu camisa.
Caitlin intentó empujar a Barry hacia la salida de córtex, pero él se fijó en su sitio.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Llevándote a mi oficina, necesito tomarte la presión y hacerte un electrocardiograma —respondió ella, avanzando dos centímetros con él con cada empujón.
Genial. Quedarse a solas con ella era precisamente lo que había querido evitar.
—Vayan, intentaré extraer la data exclusiva de esta cosa —avisó Cisco—. Avísenme si me necesitan.
Al ver que no tenía sentido negar que algo andaba mal, Barry se dejó escoltar por Caitlin hacia la salida del córtex y luego guiar por el pasillo hasta su oficina.
Cuando entraron, ella lo sentó de un empujón en la camilla y fue hasta un mesón a conectar todos los cables del electrocardiograma.
—¡Manos frías, manos frías! —se quejó Barry, cuando ella fue a desabotonarle la camisa—. Ya no me siento tan acalorado, no es necesario que uses tus poderes.
—No los estoy usando —respondió ella, sentándose a su lado y acercando el carrito con el electrocardiógrafo—. Lo siento, debería ir por un café.
En cuanto Caitlin terminó de repartir los electrodos por su torso, Barry se dejó llevar por un impulso y aprisionó una de sus manos con la suya. Que sus amigos supieran que algo andaba mal lo había hecho sentir mejor pero, al mismo tiempo, lo estaba azotando una casi olvidada sensación de vulnerabilidad. Una que no había sentido desde la última vez que vio a su madre sentada junto en el costado de su cama, tantos años atrás. Una que le permitía mostrarse enfermo, triste o desolado… y sentirse a salvo haciéndolo.
Ahí estaba el porqué de la poca importancia que le había dado a sus síntomas: sabía que Caitlin no dejaría que nada malo le pasara. Y, aunque esto siempre había sido así, nunca se había sentido tan seguro de ello como ese día.
Nada tiene que cambiar… já, sí claro.
—En serio quería hablar contigo —admitió Barry. Eso no era exactamente lo que quería decir, pero no había forma literal de explicarle lo necesitado de su compañía que se sentía. No había durado ni medio minuto intentando evitar el contacto tan directo.
—Hablamos esta mañana —le recordó Caitlin, riendo. Pese a que ella no intentó apartarse e incluso estrechó sus dedos, a Barry le decepcionó no notar ni un dejo de incomodidad o nerviosismo—. Tu frecuencia cardíaca y tu metabolismo parecen estar más acelerados de lo que normalmente están —le explicó, observando la pantalla del aparato—. Mira esos picos, es como si te hubieras recuperado de un tremendo esfuerzo físico sin haber hecho nada. ¿Ha habido alguna otra anormalidad además de esta?
—Sí, esta mañana, cuando llegué a la CCPD —Barry distinguió los primeros signos de desaprobación en el rostro de Caitlin—. Perdí el control… me tropecé y fui a parar directo al pavimento… y…
—¡¿Eso es sangre?! —chilló ella, cuyos ojos ya se habían deslizado hasta sus piernas al oír la palabra "tropezar".
—Ya está curada, es lo que intentaba decirte: algo como esto habría tomado media hora, pero curó en treinta segundos —Riéndose de lo escandalizada que estaba, Barry se subió él mismo el pantalón para enseñarle una delgada cicatriz rosa—. Nada extraño volvió a pasar hasta después de mi hora de almuerzo: cuando regresé al laboratorio, en lo único que podía pensar era en moverme y correr, y apenas podía controlar mis poderes y mi cuerpo. Me tardé cinco minutos en regresar del parque y no recuerdo haberme detenido en ningún lado. Estaba cansado y, aun así, apenas podía detenerme.
—Si esto empezó en la mañana, ¿por qué no me llamaste? —Ajá, ahí estaba el regaño por la cantidad de horas que había dejado transcurrir—. ¿Por qué no regresaste a tu departamento o viniste para acá de inmediato?
Barry cuadró los hombros.
—Quería darte algo de espacio —dijo, pasándole la responsabilidad.
—¡Barry! —exclamó Caitlin, arrancándole los electrodos con más fuerza e indignación de la necesaria. Él se quejó del tirón de los adhesivos contra los pocos vellos en su pecho—. ¡Habíamos quedado en que estábamos bien! Sea lo que sea que pase entre nosotros, si tu fisiología se comporta extraño, me lo tienes que decir.
—Relájate. La peor parte ya pasó, ¿ok? Fue cuando Joe frenó mis casi convulsiones —Caitlin se cubrió la cara con la palma, como rogando al cielo por paciencia—. No estoy ayudando —Ella negó con la cabeza, resoplando con tedio. Barry apenas pudo ocultar lo mucho que le estaba gustando la atención—. Estás muy sobreprotectora hoy, ¿qué pasa?
—Oh, no. No me vengas con eso. Nada particular ha cambiado, ¿recuerdas?
—Sé que ese fue el acuerdo, pero hay detalles que no puedo ignorar. Uno de ellos es el que ahora sepas cómo luzco desnudo… tal vez eso hace que me percibas más vulnerable.
Barry tensó los dientes, sabiendo que era una teoría absurda, pero quería desafiarla a hablar del tema y a compartir su apreciación de él. De lo único que realmente se avergonzaba era de su delgadez, pero eso ya era suficiente para cuestionarse su atractivo. Fuera de su traje de Flash, las chicas con las que lo rodeaban no lucían a su alcance.
—Buen intento, pero esta es mi preocupación habitual —aseguró Caitlin, a quien ni se le movió el pelo con las suposiciones de Barry—. Además, anoche no vi nada que no hubiera visto en los nueve meses que estuviste en coma. ¿Qué? —A Barry casi se le cayó el mentón hasta el pecho con esa revelación—. ¿En serio creíste que alguna enfermera habría querido trabajar para nosotros?
—¿Tú…? Oh, no. ¡¿Tú?! —exclamó Barry, espantado—. ¿Tú me…? ¿Todo? —Caitlin asintió, con la boca convertida en una línea—. Oh, cielos, eso es asqueroso. ¿Cómo me has mirado a la cara todos estos años o pudiste tener sexo conmigo después de eso?
—¡BAJA LA VOZ! —Barry se llevó las manos a la boca inútilmente ante la llamada de atención—. ¿Cisco? ¿Harry? —llamó Caitlin, al aire. No hubo respuesta—. Okay, esa cosa no estaba encendida. Barry, déjalo ir. Soy una doctora… y tú eres un forense que ha estado en la morgue y sabe que he hecho cosas peores.
—¿Que tener sexo conmigo?
—Que atender a un comatoso.
—Ya sé, era broma… y lamento no haberte agradecido antes por esto, pero… gracias.
—¿Por qué? ¿Por el sexo? —inquirió ella, bajando la voz en la última oración. Barry alzó una ceja—. ¿Qué? ¿No puedo hacer una broma yo también?
Barry no pudo contener la carcajada y Caitlin se encogió de hombros, complacida. Todo esto, él y ella, era muy fácil. Barry se imaginó lo bien que saldría una primera cita juntos, porque no había existido nadie con quien se sintiera tan cómodo hablando de algo incómodo. Ante la pregunta de por qué ella se empeñaba en cerrarle la puerta, Barry se tuvo que recordar que desear a alguien no era la receta mágica para que te deseara de vuelta.
—Eso deberíamos considerarlo como mi forma de devolverte el favor —continuó él, preguntándose si había ido o no demasiado lejos con ese contraataque, pero Caitlin le siguió el juego.
—¿Ah sí? ¿Así le vas a pagar a todos a los que debas de ahora en adelante? —rió.
—No.… no a todos.
La corta respuesta quedó flotando en el aire, porque Barry no supo cómo continuar. En lugar de eso, echó sus piernas hacia un costado de la camilla y se inclinó hacia Caitlin.
Ella, con una cordialidad que Barry seguro le agradecería más tarde, giró su cabeza cuando él acercó la suya. El beso fue a parar a su fría mejilla.
—Estás desprendiendo mucha estática —comentó Caitlin, separando el rostro de Barry del suyo y deslizando el pulgar por sus labios para examinárselos—. ¿Tienes alguna idea de lo que le hiciste a esa computadora?
Si bien el inocente roce le cortó la respiración, a esa placentera sensación le siguió el impulso de abandonar la habitación y agujerear una pared a puñetazos. Era cierto que ese no había sido un movimiento estratégico, pero ella tampoco tenía derecho a tratarlo así, como si su tacto ahora no le causara nada. ¿En serio no sentía ni una pizca de atracción por él, pese a haber tomado la iniciativa la noche anterior? ¿Por qué lo había besado? ¿Ya sabía que se iba a arrepentir? Lo peor era que, aún con el enojo que sentía, Barry se preocupó más por ella que por sí mismo. No quería que pensara que lo único que quería era divertirse. Tenía que decirle que lo que había pasado significaba algo para él, sin mayores declaraciones. Simplemente ver qué ocurría a partir de esa abreviada confesión.
Tragándose el bochorno, se apresuró a continuar el hilo de normalidad que Caitlin había iniciado.
—Eh… —dudó, antes de elaborar una respuesta a la última pregunta. Barry sabía que la computadora en sí no había tenido nada que ver con lo ocurrido, pero no era necesario compartir ese detalle para describir la situación general—. No lo sé, inmediatamente después de que liberé esa descarga me empecé a sentir mejor. Cuando entré al córtex me dolía la cabeza y sentía que, si no corría, dejaría un agujero en la pared.
Caitlin asintió ante cada uno de los detalles, le quitó un electrodo olvidado del costado y le indicó que podía volver a ponerse la camisa. Acto seguido, le echó otro vistazo al electrocardiograma.
—Por supuesto —concluyó, ante la mirada de desconcierto de su paciente—. No estabas tan equivocado con lo de buscar algo de ejercicio: es la energía que genera la fuerza de la velocidad la que está causando esto, ¡está acumulada! —Chasqueó los dedos y señaló el electrocardiógrafo, cuya pantalla se había puesto a titilar después de desconectar a Barry—. Los últimos tres años los dedicamos a entrenarte para que fueras más rápido, pero últimamente las cosas han estado tan tranquilas que ya no gastas lo que produces. La computadora sirvió como un pararrayos, aisló parte de la energía y por eso te sientes mejor. Ese shock eléctrico equivalió a correr una maratón.
—¿Dedujiste todo eso de un electrocardiograma? —preguntó Barry, gratamente sorprendido.
—¿He encontrado metahumanos a partir de partículas en tu traje y te impresionas con esto?
Barry sólo se rió al ver que ella también lo hacía. Pese a que quizás no convenía seguir tentando a la suerte, quería presionar un poco más, aunque eso significara actuar impaciente e imprudentemente. Tenía que hacerle ver que iba en serio antes de que alguien lo hiciera antes que él.
Tenía que ser lo suficientemente rápido esta vez.
—Tú eres… increíble —comentó, mirándola más embobado que nunca—. No sé para qué me molesté en estudiar ciencias forenses específicamente: tú puedes hacer todo lo que yo hago. Debería ser más agradecido por tenerte… a ti y a Cisco.
Barry supo que había cometido un error cuando un brillo furioso surcó el rostro de su amiga y sintió la necesidad de añadir a Cisco a la oración. Caitlin Snow podía aguantar dos intentos de acercamiento de su torpe amigo Barry Allen, pero no que elogiaran sus habilidades profesionales sólo para coquetear. Y claro, él no la había elogiado lo suficiente durante cuatro años como para que esto no fuera notorio.
Qué idiota. Debió haberle dicho que no habría sabido a dónde ir con esos problemas si ella no estuviera en su vida, especificar que la necesitaba a ella y no a la doctora. Así de fácil.
Pero no, tuvo que irse por las ramas.
—Ya es suficiente. Para —le ordenó Caitlin, duramente.
—¿Qué cosa… específicamente? —preguntó Barry, resignado.
—¡Tú sabes muy bien qué! Te di la salida fácil de la situación, ¿por qué insistes en… ? ¡AH!
Caitlin saltó de su silla y, antes de que Barry pudiera preguntar qué pasaba, ella señaló el compartimiento inferior de la mesita del electrocardiógrafo, donde el espejo frontal de Caitlin (que solía amarrarse a la frente para examinarles la garganta) estaba reflejando una figura que no estaba en la habitación con ellos.
—¿Me extrañaron? —dijo el conocido, cuando un destello iluminó su rostro.
