Hola! Cómo están?, Muchas gracias a todos los que han venido siguiéndome todo este tiempo, que se tomen el tiempo de leer mis historias significa mucho para mi. Espero este nuevo relato les guste tanto como los anteriores.
Prometo terminar todas las historias que dejé inconclusas ;) y apreciaría mucho que me dejaran reviews para saber si es de su agrado lo que voy escribiendo y cómo lo voy escribiendo. Ahora sí los dejo con "Seven deadly sins" y muchas sorpresas, a lo mejor… esta vez.. Kagome no se queda solo con uno ;)
"Sango chan", exclamó la joven sacerdotisa sentada frente a la fogata, abrazando sus piernas mientras contemplaba las llamas moverse de un lado a otro, casi como si danzaran entre ellas.
"No crees que Inuyasha se está tardando mucho?", agregó esta vez suspirando. Ya se cumplían casi tres horas desde que el hanyou anunció que iba a dar una pequeña vuelta para asegurarse de que los alrededores estuvieran libres de cualquier peligro.
La exterminadora no sabía que responder, sería posible que Kagome fuese tan inocente, o es que acaso no quería ver la realidad.
"Así parece Kagome chan, de seguro ya está por llegar", fue lo único que atinó a responderle, cuantas veces habían pasado por esto. Una y otra vez la misma excusa, y todas las veces su amiga se quedaba esperando hasta el amanecer, observando directamente a la nada, como si su espíritu se fuese extinguiendo poco a poco.
"Miroku sama, hasta cuándo va seguir Inuyasha con esto, que no se da cuenta lo que le está haciendo?", preguntó la taijya sentándose al lado del joven monje que se encontraba con la espalda apoyada en uno de los tantos árboles de tronco grueso que parecían cubrir los bosques.
"Las cosas siempre caen por su propio peso Sanguito", pronunció el joven observando de reojo a su amiga y luego al pequeño cachorro de kitsune sentado en su hombro derecho.
"Kagome sabe, Kagome sabe muy bien a que se va Inuyasha, pero su amor puede más", dijo el niño, sorprendiendo a los dos adultos al escuchar tales palabras salir de su boca. "No se hagan los tontos, esta bien que yo solo sea un cachorro, pero sé muy bien lo que sucede, puedo olerla desde lejos, su aroma a barro y huesos".
Los dos jóvenes se miraron el uno al otro. El niño tenía razón, simplemente no había vuelta que darle, esto se estaba repitiendo casi ínter diario desde que perdieron la pista de Naraku, y con cada día que pasaba, su compañera de viajes parecía quedar más y más sumida en la soledad y el desamor.
Ya casi no hablaba, su comportamiento siempre alegre y animoso parecía ser una ilusión del pasado. Su brillante sonrisa sin importar la situación se había convertido en un bonito recuerdo, Kagome parecía marchitarse poco a poco ante sus ojos y no había nada que ellos pudieran hacer.
(1)
La joven apretó sus piernas más fuerte contra su pecho, concentrando sus ojos en las flamas danzantes frente a ella.
A quien trataba de engañar ?. Era obvio donde estaba, pero simplemente su corazón se negaba a aceptarlo. Su corazón lo seguía perdonando. Mientras ella no lo viera con sus propios ojos no lo creería.
Siempre se decía eso a si misma cuando lo veía llegar de tan buen humor por las mañanas, sonriéndole y ofreciéndole algo de desayunar. Pero ya estaba demás, ya no había porque.
'Acéptalo Kagome, de una vez', escuchó a su conciencia murmurarle suavemente, pero sus sentimientos simplemente negaban a toda costa la razón, tal vez si lo observara conseguiría que su tonto corazón estuviera en paz por lo menos esta noche.
"Sango chan, voy a dar un paseo", exclamó en un murmullo mientras se paraba, sacudiendo la falda de su inseparable uniforme verde y estirándose un poco ya que había estado mucho tiempo en esa posición prácticamente encorvada.
La exterminadora casi inmediatamente se paró para seguirla tratando de postergar lo inevitable, pero fue detenida por el monje que la cogió de la mano, haciéndola regresar a su posición anterior, sentada a su lado. "Déjala ir, es la única manera de que esta situación termine".
(2)
Sango apoyó su cabeza en el hombro libre del monje, cubriendo su rostro con las manos y dando un hondo suspiro. Tenía que estar preparada para el retorno de la joven que después de tanto tiempo se había convertido en una especie de hermana menor para ella. "Shippou chan, es mejor que vayas a dormir de una vez".
El cachorro de kitsune entendió perfectamente el mensaje y sin decir ni una sola palabra se situó sobre la bolsa de dormir que había traído la joven del futuro, forzando sus ojos a permanecer cerrados. Mañana Kagome necesitaría todo el cariño que él le pudiera brindar.
(3)
Kagome caminó, adentrándose más en el bosque. Lo único que alumbraba su camino era la luz de la luna menguante que la miraba burlona desde el cielo. Con lo ida que su mente estaba ni siquiera podía darse cuenta por donde la estaban llevando sus pasos, pero una luz muy familiar captó su atención.
El resplandor de aquellas serpientes. De solo imaginarlo podía sentir como sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas y aquel familiar nudo en la garganta se iba formando.
Convenciéndose a si misma de que tenía que ir a ver, se sacó los zapatos para no hacer ningún sonido.
Caminó lentamente hacia donde la luz la llevaba, escuchando voces, sin poder entender muy bien lo que decían.
(4)
En ese momento la joven ya no podía controlar más sus reacciones. Sentía como su corazón pareciese estar palpitando tres veces más rápido de lo normal.
Agachándose para prácticamente gatear hasta un arbusto de tamaño razonable que la pudiese cubrir completamente, percibió a su paso los suspiros de aquella mujer que tantos malos ratos le había traído.
"Inuyasha me amas?", la escuchó preguntar, temiendo desde su posición la respuesta que daría el hanyou.
"Te amo más que a nadie mi Kikyou".
(5)
La pequeña miko sintió su corazón partirse a pedazos dentro de su pecho. Ya lo había escuchado, ya no tenía duda alguna, pero tenía que verlo, tenía que observarlo con sus propios ojos.
Seguramente para muchas personas parecería masoquista, lo cual era más que natural, a quien le gustaría ver a la persona que más ama en brazos de otro. Pero tenía que calmar su espíritu de una buena vez, así que apoyándose suavemente en las ramas del arbusto que la protegía de la vista de los amantes se levantó unos centímetros observando la escena que se explayaba ante sus ojos, los cuales se abrieron unos centímetros más de lo normal al ver al joven del cual se había enamorado, a la persona que a la cual le entregó su cariño incondicional acariciando el cuerpo semidesnudo de aquella con la que siempre la confundían, la mujer que siempre había sido e iba a ser mejor que ella en todos los aspectos existentes.
La expresión de amor incondicional en los ojos de Inuyasha al acariciar el pecho de la sacerdotisa, los pequeños sonidos de placer que ella hacía al estar sentada en el regazo del hanyou, sus rostros enmarcados por la silenciosa pasión que sentían el uno por el otro y el escenario tan perfecto que los rodeaba fueron suficientes como para destrozar los sentimientos de la miko.
Aún así no podía remover sus ojos de aquel cuadro perfecto de amor y ternura, no podía salir corriendo al escuchar la declaración de amor que proclamaba el joven que ella tanto amaba.
Pero las cosas entre ellos estaban comenzando a ponerse más íntimas y el poco respeto propio que le quedaba la hizo parase lentamente, caminando con mayor suavidad de lo que hizo al llegar al lugar.
Ahora sí las lágrimas caían libremente por su rostro, por fin aquellas saladas gotas de agua quemaban sus mejillas, creando brechas por donde pasaban. Aún así ningún sonido salía de sus labios y ella solo caminaba, regresando por el mismo sendero que la llevo hasta ese lugar, sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.
(6)
La taijya observó a lo lejos la silueta desmejorada de su compañera de aventuras acercarse lentamente. Corriendo a toda velocidad a su lado, la observó, cubriéndose con una mano los labios.
Jamás había visto a Kagome de esa manera. Parecía un ser sin alma, caminando pálida hacia ella, con lágrimas cayendo de sus sombríos ojos marrones. Estaba sosteniendo sus extraños zapatos en una de sus delgadas manos y cuando por fin la vio, los soltó ausentemente al piso.
Al ver a la muchacha de cabellos marrones la joven miko corrió prácticamente tirándose sobre ella, abrazándola con toda la fuerza que tenía en esos instantes.
Un quejido lleno de dolor abandonó sus labios, gritando con todas las fuerzas que tenía, llorando todo lo que no había llorado durante el tiempo que había pasado junto a Inuyasha, apoyándolo, amándolo en silencio, aguantando las humillaciones cuando la comparaba con la sacerdotisa no muerta, cuando la menospreciaba por no tener algunas habilidades al luchar. "DOUSHITE SANGO DOUSHITE", gritó con todas sus fuerzas.
La joven de mayor edad la abrazó y acarició su cabeza, sus propias lágrimas caían sobre el oscuro cabello de su amiga ante la impotencia de no poder hacer nada por la persona que tantas veces la había ayudado y aconsejado.
"Llora Kagome, llora todo lo que puedas, desahógate". Y así lo hizo, llorando en los brazos de su mejor amiga hasta quedarse dormida, siendo acostada momentos después al lado de pequeño kitsune con la ayuda del monje quien por primera vez no tuvo segundas intenciones para con una mujer.
Los dos la cubrieron con la parte superior de la bolsa de dormir ya que la noche se estaba poniendo fría. "Houshi sama", murmuró la exterminadora llorando en los brazos del muchacho de cabellos oscuros. El monje dio un suspiro, mañana iba a ser un día muy duro, así que tenía que estar preparado para las eventualidades del caso.
(7)
La mañana siguiente llegó y con ella los escasos rayos del sol alumbrando la tierra.
El hanyou se encontraba caminando de regreso, a unos metros del campamento que había dejado la noche anterior. Había pasado otra noche en los brazos de su amor de hace más de cincuenta años.
No lo podía evitar, aunque ya no la amara no podía evitar caer bajo los encantos de la sacerdotisa que hace tantos años había poseído su corazón. No podía evitar ceder ante su llamado.
Pero aunque su cuerpo fuera preso de ella, su instinto y alma no lo eran, ya que lo que todas las noches estrujaba entre sus brazos era la sombra de lo que una vez fue la mujer que amo; sin embargo, eso era suficiente para calmar su confundido corazón que parecía no decidirse entre las dos mujeres que lo ocupaban.
Además mientras ellas no se dieran cuenta él podía permanecer al lado de las dos. Pensaba el hanyou con una sonrisa mientras llegaba finalmente al campamento.
(8)
"Están listos para irse?", se le escuchó decir en un tono muy animado, cruzando los brazos sobre su pecho como era su costumbre, pero no recibió respuesta alguna, por lo que comenzó a irritarse, la paciencia no era una de sus virtudes.
La joven se encontraba acomodando sus cosas dentro de su inseparable mochila amarilla cuando escuchó la voz del hanyou detrás de ella. Sintió casi inmediatamente uno de los más horribles escalofríos que había percibido en su vida recorrer su cuerpo, pero tenía que ser fuerte, él no debía darse cuenta que ella lo sabía todo. Con un día de descanso todo estaría bien.
"Ohayoo Inuyasha", le dijo con un intento fallido de sonrisa, lo cual el hanyou notó al instante al ver su rostro demacrado, sus ojos rojos completamente hinchados observándolo algo nublados.
"Kagome te ..", intentó preguntar, pero la muchacha simplemente sonrió. "Discúlpame por favor pero no me siento muy bien, necesito ir a casa solo por este día. Te prometo que en la noche regresare".
El mitad bestia estaba a punto de comenzar con una de sus acostumbradas peleas, no le gustaba absolutamente nada tener a la joven miko lejos de él y mucho menos ahora que no tenían ninguna pista de Naraku, pero la mirada amenazante de Sango lo detuvo justo antes de comenzar.
"Llévate a Kirara Kagome chan, nosotros te estaremos esperando en la aldea de la anciana Kaede", le dijo con una sonrisa y la muchacha le agradeció, observando como la gata de fuego se transformaba frente a ella, subiéndose a su lomo sin dar ninguna explicación.
"Entonces nos vemos en la noche muchachos", fue lo único que dijo para desaparecer de ahí en instantes.
(9)
"Y ahora a esta que le pasa?", preguntó el hanyou rascándose la cabeza mientras la exterminadora cargando su inseparable hiraikotsu en su espalda cerraba sus delgadas manos en fuertes puños, tentada a responderle exactamente lo que le pasaba a su amiga, pero fue detenida nuevamente por el monje quien simplemente movió la cabeza de lado a lado. Si Kagome no había dicho nada era por algo y las únicas personas que podían solucionar ese problema eran ellos dos.
"Seguramente esta cansada, ya es casi una semana que caminamos sin descanso", exclamó el houshi sacudiendo sus ropas.
"Bueno entonces vamos a la aldea de la anciana que sin Kagome es lo mismo que nada, es la única que puede ver los fragmentos después de todo", agregó el hanyou comenzando a caminar.
Los demás lo siguieron en el más absoluto silencio, pero el más pequeño del grupo simplemente no se podía quedar con la palabra en la boca, no después de la manera en la que escuchó llorar toda la noche a su okaa san adoptiva.
"Que increíble Inuyasha, es la primera vez que estas de buen humor cuando Kagome se va, y mira tú, hasta se te ha dado por regresar a la aldea de Kaede baa chan", dijo el kitsune con un tono de sutil sarcasmo, observando como las peludas orejas del hibrido se movían sobre su cabeza, escuchando un leve gruñido delante de él.
"Que te importa mocoso", le respondió el hanyou cruzando los brazos sobre su pecho y metiendo las manos dentro de las mangas de su ahori rojo sin darle más vueltas a la frase del niño.
Lo que en esos instantes ocupaba su mente era el estado de la joven sacerdotisa que siempre lo acompañaba. No se veía nada bien, parecía que hubiera estado… 'Llorando' agregó mentalmente al recordar lo hinchados que estaban sus ojos, además estaba muy pálida y eso era algo que antes no había notado y su voz, su voz sonaba tan triste.
'Qué le puede estar pasando', se preguntó a sí mismo genuinamente preocupado, sin siquiera imaginarse que el estado de la pequeña miko era producto de sus engaños y acciones; después de todo para el joven Inuyasha todo estaba bajo control y ella jamás se daría cuenta de que veía a Kikyou a sus espaldas.
'Seguramente esta enferma', volvió a decir en su mente tranquilizando a su subconsciente que de alguna manera le advertía que algo no estaba nada bien, pero testarudo como siempre el joven inuhanyou se negaba a escuchar.
