ADVERTENCIA: El mundo de Canción de Hielo y Fuego pertenece a George R.R. Martin. Solo se me puede atribuir aquello no reconocible de la trama original. Pido perdón de antemano por si hay alguna incongruencia con la trama original (casas, nombres, etc.), solo George es capaz de ver un orden en todo ese caos ;)

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CAPÍTULO 1

Sansa se miró en el espejo, pero una desconocida le devolvió la mirada. Había pasado tanto tiempo en los caminos huyendo de sus enemigos que casi había olvidado como era su reflejo. Sus ojos lucían un poco menos azules, se dijo. O tal vez solo eran imaginaciones suyas. Habían pasado tantas cosas en el último año que ya no sabía si habían sido reales o producto de su malograda mente.

Pasó los dedos por la suave tela con la que la habían vestido sus doncellas. "No, las doncellas de la reina", rectificó. Tanto daba, no pensaba quedarse el tiempo suficiente como para aprenderse sus nombres.

Ladeó el rostro hacia un lado, luego hacia el otro. Estaba mucho más delgada que la última vez que había pisado Desembarco del rey. A Sansa le parecía que aquello había pasado eones atrás. Si se encontrara con la Sansa de ojos llorosos y mirada emocionada por visitar la capital de años atrás, probablemente le daría una bofetada. O quizás la apremiara a huir de los horrores que después se sucederían a lo largo de su desgraciada vida.

Unos golpes suaves en la puerta la sacaron de su ensimismamiento. Sin esperar a que quien fuera que iba a buscarla entrara, se levantó y abrió la puerta ella misma. Brienne de Tarth la esperaba, enfundada en una armadura gris. "Una armadura gris para una mujer gris; aunque no se puede decir que yo sea mucho más colorida", pensó Sansa sombríamente. La enorme mujer se inclinó ante ella como muestra de respeto, aunque falta de gracia. Muchas veces Sansa se había preguntado si los dioses –si es que existía alguno; Sansa hacía mucho que dudaba de ellos, tanto de los nuevos como de los viejos, y más aún de aquel dios de fuego- le habían quitado a Brienne la elegancia y la habían dotado en su lugar con habilidad con la espada. Parece ser que gracilidad y fiereza no era compatibles: su hermana Arya era otro ejemplo de ello. La muchachita siempre había aborrecido todo aquello que Sansa tanto amaba o al menos había amado una vez: coser, cantar, leer libros de caballeros. "Mi hermanita muerta", rectificó, apretando los labios. Llevaba años sin ver ni saber nada de Arya, tanto tiempo que había dejado morir la esperanza de verla otra vez, al menos en esta vida. Había oído que en Essos había gente que creía que, si rezabas lo suficiente y realizabas buenas obras, algún dios te dejaba reunirte con tus familiares en la otra vida.

Sansa abandonó su mazmorra-aposentos, seguida por Brienne. El día que llegaron a la capital, Brienne había hincado la rodilla ante la nueva reina para jurarle lealtad. Sansa, en cambio, se había limitado a pedir que la llevaran a la cárcel a la espera del juicio. O al patíbulo, si ese era su destino. Qué más daba. Había llegado el día. Sansa y su taciturna escolta recorrieron los pasillos de la antaño torre de la Mano que llevaban al patio principal del castillo. El único sonido que se oía era el de la armadura de lady Brienne al moverse. Aquello le recordó al Perro, acompañándola a su habitación por las noches. Protegiéndola de la gente que debía haberla amado. Pidiéndole una canción… ¿Qué habría sido de él? "Probablemente esté muerto como todos los demás", meditó Sansa, "como yo en unas horas, si tengo suerte".

Cuando traspasaron las puertas que daban al patio, Sansa tuvo que parpadear ante la luz brillante de la mañana. "En el sur no conocen el invierno ni la oscuridad". Si el juicio se hubiera celebrado en tiempos del rey Robert o de Joffrey, ahora estarían en la Sala del trono, pero la nueva reina prefería estar al aire libre, sin duda siguiendo sus costumbres salvajes de más allá del mar Angosto. Sansa lo prefería así. Allí no había paredes ni techo que se cernieran sobre ella. Brienne la guio hacia un estrado de madera que habían construido en el lado norte del patio, donde no hubiera sol ni calor que molestara a los presentes. No necesitaba girarse y mirar a Brienne para ver su mirada suplicante. Rendíos, le decían sus enormes ojos azules. La reina parece una mujer digna y justa, le había susurrado el día que habían llegado, juradle lealtad y seguro que os deja volver a vuestro hogar y vivir en paz. Sansa casi se había reído en su cara. ¿Qué hogar? Ya no quedaba sitio en el que se sintiera segura o amada.

Se pararon a diez pasos del primer escalón. Sansa entrelazó los dedos y se quedó allí de pie. No imitó a Brienne cuando se inclinó ante su jurado.

-Gracias, lady Brienne –dijo una voz suave, pero firme-. Podéis retiraros.

Sansa vio de reojo como Brienne abrió la boca, pero apretó los labios y se situó a un lado del patio. Sin duda iba a decir algo en defensa de su señora, pero sabía que el destino de la Stark estaba en sus manos y solo en sus manos.

Miró a la muchacha de su edad sentada en una silla de respaldo alto. Era hermosa, sin duda: pelo rubio, casi blanco y ojos de un violeta que no pertenece a este mundo. No en vano se decía que los Targaryen eran dioses. "Tonterías", se dijo Sansa. Todos los hombres mueren y los Targaryen, como hombres que eran, habían muerto todos. Todos menos uno. Aquella muchacha, como ella misma, era el último vestigio de una gran casa. ¿De qué servía la sangre noble si no quedaba nadie para perpetuarla? Después de todo, no se diferenciaban tanto. Las dos eran las últimas descendientes de casas otrora importantes, una era reina, la otra estuvo a punto de serlo.

Se quedaron así unos segundos. Unos ojos azules clavados en unos ojos violeta, probándose, midiéndose. Una voz grave y profunda interrumpió el escrutinio.

-Majestad, tenéis ante vos a lady Sansa Stark, hija de Ned Stark, guardián de Invernalia, Protector del Norte, traidor a vuestro padre. Se levantó contra su rey, aliándose con el Usurpador Robert Baratheon.

Sansa soportó con estoicidad toda la presentación. Había entonado tantas veces la cancioncilla de que su padre era un traidor que ya no le molestaba. Le parecía hasta divertido. Su pobre padre, el hombre más noble que había conocido, acusado dos veces de lo mismo. "¿Se considera traición si traicionas al rey que había robado el trono al rey anterior?", meditó.

Miró al hombre que había hablado. Su señor padre lo había nombrado alguna vez: Jorah Mormont. Sansa recordaba haber oído que había sido acusado de traficar con esclavos y condenado a vestir el negro, pero había huido antes de que eso pasara. Curioso. Un hombre que había eludido su merecido destino, ahora al servicio de una reina cuyo ejército estaba formado por esclavos. "Qué vueltas da la vida", pensó Sansa con sarcasmo.

Sansa aprovechó aquella pausa para observar con más detenimiento a los seguidores de la reina, si es que se los podía llamar así. No cabía duda de que formaban un grupo variopinto: había una muchacha morena situada detrás de la reina, probablemente una antigua esclava, dos hombres con rasgos típicos de los pueblos salvajes de las tierras del otro lado del mar, con el pelo largo trenzado y lleno de campanillas, y cuatro soldados con armaduras al completo, en posición de ataque. La muchacha había oído que aquellos soldados no sentían el dolor, y que los habían entrenado para matar y morir por el amo que los poseyera. Ser fiel hasta la muerte había conducido a la muerte a Ned Stark. "Nadie es merecedor de que se muera por él. La gente piensa que sí, pero no es cierto". También se encontraba allí un caballero que formaba más parte de las leyendas que del mundo real: Barristan el Bravo. El hombre parecía haber envejecido cien años, pero su mirada dejaba entrever la fuerza de uno cincuenta años más joven. Sansa se alegraba de alguna manera de que estuviera allí. Su padre siempre lo había admirado. Y su padre no era hombre de vender barato su respeto.

Permaneció allí de pie por más de una hora. Fue interrogada sobre los Lannister, sobre su huida, sobre su familia y sobre los Bolton. Respondió con sinceridad. No ganaba nada con mentiras. Así tal vez toda aquella pantomima terminara pronto y la mataran de una vez. Habló de como lord Baelish la había dejado en manos del hijo bastardo de Roose Bolton. Les contó cómo Ramsay desolló viva a la criada que intentó ayudarla. Cómo Brienne había ido a rescatarla, su encuentro con Meñique. Les relató cómo se encontró con su madre, convertida en una de los Otros, y como esta le cortó la garganta a Meñique por haber vendido a su marido a los Lannister. También les contó cómo le había clavado un cuchillo en el corazón a su marido Ramsay para escapar el día que la Batalla de Fuego y Hielo había tenido lugar, cuando Daenerys apareció con sus dragones para enfrentarse a los Otros.

Lo único que se calló fue cuánto disfrutó hundiendo el cuchillo de untar mantequilla en el pecho de su esposo. El cuchillo no tenía punta, ni siquiera estaba afilado, pero Sansa guardaba tanto odio en su interior que el cuchillo cortó y desgarró como si fuera la mejor de las espadas. Tampoco vio necesidad de contarles cómo había llorado como una niña en los brazos fríos como la muerte de su madre y le había suplicado que no la abandonara de nuevo. No, aquello podía morir con ella.

Cuando hubo terminado, se quedó en silencio, expectante. Ser Jorah la miraba sin dejar entrever ninguna emoción. La muchacha no parecía ser del agrado del caballero. "Bien", pensó Sansa desafiante, "uno menos al que tengo que agradar". A ver qué piensan los demás. Sansa había aprendido que muy pocas personas eran capaces de ocultar sus sentimientos. Estos siempre afloraban en el rostro. La doncella de la reina parecía conmocionada y la miraba con expresión triste. Sansa se había acostumbrado a que la miraran así mucho tiempo atrás, sin embargo no esperaba ver la pena en ojos de quien la consideraba una traidora. En cambio, la expresión de ser Barristan le pareció graciosa. El anciano caballero abría la boca, como queriendo manifestarse, pero no podía hacerlo, puesto que su reina no le había dado permiso, por lo que se mordía el labio, acallando sus pensamientos. "¿Qué querrá decir? ¿Pretende ayudarme o poner la última piedra sobre mi sepulcro de piedra?" Desechó ese pensamiento con rapidez; era poco probable que la dejaran descansar con sus ancestros. Invernalia estaba muy lejos. Probablemente acabaría quemada en una fosa. Aquello parecía hasta correcto. "El fuego es lo único capaz de derretir el hielo de los Stark".

-¿Tenéis algo que alegar en vuestra defensa, lady Sansa? –inquirió la reina.

Sansa no tenía pensado decir nada. No tenía ninguna defensa preparada, a pesar de que había tenido tiempo de sobra, pero la rabia la dominó. "¿Por qué tengo que justificarme por algo que no he hecho? ¿Por qué tengo que avergonzarme de lo que hizo mi padre? Él fue mejor que la mitad de los que se llamaban a sí mismos grandes caballeros".

-Con todo el respeto, alteza, considero que todo esto es innecesario. No puedo justificar, aunque quisiera, las acciones de los miembros de mi familia. Mi padre y mi hermano eran hombres nobles que tuvieron que soportar un gran peso sobre sus hombros. Un peso que terminó aplastándolos. Nunca he dudado de la nobleza de sus acciones, y sé que todo lo que hicieron fue en beneficio de su familia y su pueblo –Sansa cuadró los hombros y levantó el mentón, esperando las consecuencias de su discurso.

"Fría como el hielo, se dijo, impenetrable como el Muro". Las réplicas no tardaron en llegar.

-Vuestra familia traicionó a la legítima heredera al trono –respondió airado ser Jorah.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

-¿Ah, sí? –inquirió Sansa fríamente. No dejes que te sientan-. ¿Mis hermanos pequeños, Rickon y Bran, son unos traidores? No sabía que niños de ocho y cinco años eran capaces de urdir planes tan perversos. Tampoco sabía que mi hermana Arya había formado parte de la batalla, teniendo en cuenta que ninguno de nosotros había nacido. Tampoco habían llegado a este mundo mi hermano Robb y mi hermano Jon, y sin embargo se nos acusa de usurpar un trono. ¿Curioso, no es así? –Sansa entrecerró los ojos. Ser Jorah se estaba poniendo rojo de ira. "Que se enfade", pensó con diversión-. A mi padre le cortaron la cabeza, a mi madre la garganta. A mi hermano Robb… -se le llenaron los ojos de lágrimas pensando en el destino tan horrible que habían tenido su hermano y su esposa-. A Robb lo mataron y le cosieron la cabeza de su lobo a la suya propia -oyó una exclamación de horror, pero las lágrimas contenidas por tanto tiempo no le dejaban ver nada- y a su esposa le clavaron un cuchillo en el vientre, cuando aún llevaba dentro a mi sobrino. El resto de mis hermanos están desaparecidos, probablemente muertos. Yo tuve que soportar durante años las humillaciones de un rey, y luego las humillaciones del hombre que había jurado con sus votos cuidarme y protegerme -. Cerró los puños con fuerza y parpadeó, apartando de sus ojos las lágrimas-. Así que disculpadme si creo que los Stark ya hemos pagado con creces nuestra traición –soltó, remarcando la última palabra con desdén.

Oyó a uno de los guerreros con campanillas hablar un idioma que desconocía, pero no hacía falta, por su tono sabía que estaban pidiendo su cabeza. Muchos reyes habían matado a sus súbditos por expresarse libremente en un tono mucho más respetuoso que el que ella había empleado.

La reina levantó una mano, pidiendo silencio. Fuego y hielo se miraron. Cuando la reina fue a abrir la boca, Sansa supo que, para bien o para mal, su suerte estaba echada.

-Lady Brienne, si sois tan bondadosa de acompañar a lady Sansa a sus aposentos –indicó la joven con cabellos de plata.

A Sansa el desconcierto la dejó clavada en su sitio. No entendía qué pasaba. ¿Acaso estaban tan ocupados que no podían ejecutarla en aquel mismo momento? Igual querían hacerla esperar adrede, para que le entrara miedo a la muerte. Estaban muy equivocados si pensaban que iba a claudicar. Si hubiera aparecido ser Meryn vestido de bufón y le hubiera propinado una bofetada no se hubiera sorprendido tanto como por lo que la reina dijo a continuación:

-Ah y… Lady Sansa, si sois tan amable, mañana empezarán los juicios y los juramentos de lealtad –a Sansa no le gustó la sonrisa enigmática que le dedicó-. Me gustaría que asistierais. Y no olvidéis traer con vos esa franqueza que habéis empleado hoy –Sansa ya se estaba dando la vuelta cuando una última frase la hizo detenerse-. Por cierto, creo que encontraréis algo que os gustará en vuestra habitación.

Sansa sonrió amargamente.

-No hay nada en este mundo que tenga la capacidad de producirme gozo –dijo a media voz, más para ella que para los demás-, majestad –añadió. Su madre le había enseñado a dirigirse a los demás con el respeto que merecía su cargo. Más de una vez se había ganado burlas por ello. Eres una dama, Sansa, nunca lo olvides, le había dicho Catelyn una vez, y nunca dejes que los demás lo olviden.

Aun así, no hizo una reverencia al irse.

Sansa regresó a su alcoba tan callada que no se la oía ni respirar. Solo la voz de Brienne la hizo regresar. La rubia se acercó a ella. Sansa era más alta que la mayoría de las mujeres, pero Brienne le sacaba una cabeza, por lo que tenía que agachar la cabeza para hablarle en tono más confidencial.

-Ya os dije que sería una reina sabia, mi señora.

"¿Sabia? Lo único que conseguirá con su indulgencia es un puñal clavado en el pecho mientras duerme", era lo que Sansa hubiera querido decirle, peor en vez de eso esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Al menos tenía que concederle que no la había condenado a muerte, como ella había predicho.

Se despidieron delante de la puerta de Sansa. Era aún media mañana, pero Sansa se sentía como si fuera medianoche. Necesitaba descansar un momento, sentía la cabeza a punto de explotar… Abrió la puerta, pero se quedó parada al ver a un muchacho en su habitación. Vestía unos pantalones y un jubón que en otro tiempo debieron ser de color marrón, pero estaban tan desgastados que eran de un tono entre beige y gris sucio. Su pelo estaba enmarañado, cortado de forma desigual por encima de las orejas y no mucho más limpio que las ropas que llevaba. El chico también se quedó mirándola, con la boca abierta.

-¿Sansa? –preguntó, incrédulo.

Sansa se quedó mirando aquel rostro. Tenía una voz demasiado aguda para ser un chico, pensó con vaguedad. Hasta que vio sus ojos. Cayó de rodillas, llevándose una mano a la boca.

No podía ser.

Solo dos personas de su familia habían heredado los ojos de su padre: su hermanastro Jon y…Arya. Antes de que pudiera volver a respirar ya tenía encima aquel cuerpo menudo. Sansa la sujetó por los brazos y la apartó para verla mejor. "Seguro que estoy soñando", se dijo, "un sueño cruel, pero un sueño al fin y al cabo…" El rostro que se parecía al de su hermana la miraba con las mejillas empapadas por las lágrimas.

-No puedes ser mi hermanita… -murmuró Sansa- Arya está muerta…

Su hermana frunció el ceño.

-Claro que no, estúpida, ¿cómo voy a estar muerta si estoy aquí?

Al escucharla hablar, Sansa la acercó para sí, abrazándola fuerte. Se le escapó una carcajada. Solo su hermana sería capaz de hablar de aquella forma tan irreverente. Las lágrimas de su hermana pequeña le mojaban el vestido, pero le daba igual. Se habían reencontrado. A pesar de todo, allí estaban, juntas.

"Que le den al vestido", pensó.

Después de la sorpresa inicial, Sansa cogió a su hermana de las manos y se sentaron en la enorme cama de dosel de la mayor de las Stark. Arya empezó a relatar su travesía a partir de la decapitación de su padre hasta su reencuentro en Desembarco del Rey.

En todo el tiempo no se soltaron de las manos.


Bueeeeno, sé que solo es el primer capítulo, pero espero que hayáis disfrutado! :)