Por una vez, Richard Castle agradeció estar solo en casa. Había sido un día horrible y lo que menos necesitaba era tener alrededor a una hija preocupada o a una madre tratando de sonsacarle qué, además de lo evidente, lo tenía tan desazonado.

Se acercó a la nevera dispuesto a encontrar algo que llevarse a la boca. No es que tuviese demasiada hambre, pero necesitaba algo con lo que distraerse. Escribir, por supuesto, había sido su manera de desahogarse durante años, pero necesitaba algo más.

Con una botella de agua en una mano y un plato de lasaña recalentada en la otra, se dirigió al estudio. No es que le gustase especialmente comer allí, es más, prefería mantenerlo lo más limpio posible pero no estaba de ánimo para andarse con exquisiteces.

Frustrado, esa era la palabra que su mente de escritor repetía una y otra vez. No estaba acostumbrado a que las cosas no saliesen como quería y mucho menos a autodestruirse viendo algo que le hacían daño día tras día. Sin embargo, era incapaz de alejarse de ella. Necesitaba saber que estaba bien. Su bienestar se había convertido en algo demasiado importante en su vida. No es que su persona fuese mucho para impedir que algo malo le ocurriese, pero el estar allí para ella, el poder estar a su lado y ayudarla en los malos momentos, era algo que no podía evitar. Una necesidad casi enfermiza.

Y sufría. Por tenerla y no tenerla. Por estar allí pero no estarlo al mismo tiempo. Porque él era quien intentaba hacerla reír día tras día pero era otro quien podía darle la mano. O quien se iba con ella a casa.

Ese mismo día sin ir más lejos. O ese par de días. Habían sido horribles. Demasiadas veces al borde de la muerte para tan pocas horas. Suficientes para hacerle darse cuenta de lo que más le aterraba en esos momentos era perderla sin haber podido decirle antes todo lo que su corazón sentía por ella. Pero no, cada vez que lo intentaba Josh aparecía, en la ambulancia, en la comisaría, para hacerle darse cuenta de que ya había alguien ocupando ese lugar, alguien a quien Beckett parecía querer definitivamente en su vida.

Se levantó pesadamente de la silla y se dirigió al mueble bar. Tomó una botella cualquiera, poco preocupado del contenido. Lo único que necesitaba era un anestésico que nublase su corazón y enturbiase sus sentimientos durante unas pocas horas, las suficientes para reconstruir su fachada ante su familia y ante ella.

Encendió el portátil. Lo más probable es que terminase desechando todo lo que escribiese aquel día pero pese a todo no podía evitar la necesidad de desahogarse en los personajes de Rook y Heat, que ya tenían una relación mucho más profunda de la que, según se estaba dando cuenta, jamás tendría él con Beckett.

Una acalora discusión, sus dedos tecleando furiosamente avivados por el calor de la bebida. Había tomado alcohol, no lo suficiente como para hacerle perder el rumbo pero sí para hacerle entremezclar realidad y ficción. Sin venir a cuento, se vio transformando una discusión que Beckett y él habían tenido hacía días atrás a causa de su antiguo amigo y mentor en algo igualmente personal entre Nikki y Rook. Con la ligera diferencia de que ellos iban a acabar enredados entre mantas y sábanas haciendo que toda esa tensión se diluyese entre suspiros y gemidos.

Llegó un momento en que ya no solo sentía calor en la garganta, sino también en alguna otra parte del cuerpo mucho más sensibilizada. Podía estar plasmando las palabras, podían ser Jameson y Nikki quienes se besaran, pero nadie podía impedir que en su cabeza fuese él a quien Beckett empujase sobre la cama.

Desabrochó el botón de sus vaqueros tratando de crear algo más de espacio para su creciente erección. Pasó suavemente la mano por el bulto sobre el áspero tejido del pantalón, sintiendo un latigazo de deseo, cerrando los ojos para imaginarse que era otra mano mucho más pequeña que la suya la que realizaba ese mismo movimiento. No en esos momentos, pues quería acabar la escena, pero estaba seguro de tener las suficientes imágenes en su mente como para poder aliviar tanta tensión unos minutos más tarde.

Alguien llamó a la puerta.

Castle maldijo por lo bajo, volviendo a abrocharse el botón del pantalón e intentando ocultar su excitación. Fuera quien fuese, y teniendo en cuenta que tanto su madre como Alexis no volverían en unos días, se ocuparía de despacharlo lo antes posible.

No se molestó en mirar siquiera por la mirilla. Abrió directamente. Gran error.

Beckett. Guapa como nunca. O como siempre. Y sin embargo con un halo de tristeza en la mirada que resquebrajaba cualquier intento de mantenerse alejado de ella.