En una época antigua, en donde los reyes tenían el dominio de la vida de las personas, existió la triste historia, de una joven nacida como princesa y otra joven que siendo gitana, se ganaba la vida con su baile. Dos jóvenes, uno atado por obligación y deseando algo más, el otro libre lleno de amor y pasión.

LA PRINCESA

Se escuchaba el sonido del viento entre aquellos árboles secos, y ella disfrutaba sintiendo aquella sensación, el roce del viento, amaba esos momentos de los cuales no siempre podía disfrutar.

-¡Señorita Kagura!-, se escuchó venir una joven con ropa algo sucia debido a que había estado limpiando el cuarto del rey. –Su padre quiere verla- se dirigió a la joven que estaba sentada con su largo vestido de época colonial, sus ojos rojizos perdieron la calma que hace unos momentos tenía.

Se levantó de su lugar y junto con la joven sirvienta ando hacia el castillo, esperando que su padre no le diera alguna mala noticia, como solía ser.

Había estado implorando al cielo una solución, daba vueltas todas las noches por no encontrar alguna, y como si el Señor hubiera escuchado sus plegarias, llegó aquella carta, ofreciendo ayuda si otorgaba una alianza.

Esperaba a que su hija entendiera, y aunque no lo hiciera no tenía opción, tendría que hacerlo. Escuchó tocar la puerta y pronunció un firme "Adelante", la vio entrar, le pidió que se sentara y comenzó a hablar.

-Supongo que te habrás preguntado el por qué te llame-

-Solo esperó que no sea nada grave- respondió con la mirada baja

-Sabes que siendo una princesa tienes ciertas responsabilidades, así que seré directo…- hizo una breve pausa –te casarás con el heredero del reino Ámbar-

La joven abrió los ojos impresionada, aquello nunca se lo espero, se levantó del asiento y se dirigió hacia donde estaba su padre, lo miró directamente a los ojos.

-Sé que es difícil, pero debes entender que esto es un honor, no un castigo. Es tu deber por la posición en la que el cielo te puso-

Kagura lo entendía, su padre se lo había explicado de niña, aquel deber que tenía siendo princesa, teniendo las comodidades de las cuales los demás carecían, le había dicho que tenía que ser firme como el constante trayecto del río, pero ella se dio cuenta que el río nunca es firme.

Así que resignada, atada de manos, aceptó aquel destino.

LA GITANA

Ahí estaba de nuevo, rodeada de gente, siendo observada, algunos mirándola con deseo, otras con admiración y otros con mirada de indignación. Continuaba con su baile, a pesar de todo le gustaba hacerlo, era su trabajo, pero le gustaba en cierto modo, sentía que de esa manera recompensaba todo lo que no tenía y que ayudaba a su gente a comer.

Terminó su baile, la multitud le aplaudió, ella sonrió agradecida y la gente comenzó a dejar monedas en el pañuelo que había dejado en el suelo. Después la gente se disperso, tomó su dinero y se dirigió al lugar en el que ahora su gente acampaba.

Los niños la recibieron alegres, ella sonrió sinceramente, ellos valían el sacrificio de salir a las calles y bailar.

-Kikyô, ¿cómo te ha ido?- preguntó una anciana, con larga falda oscura y blusa blanca opaca por la tierra del terreno

-Muy bien, Kaede- dijo entregándole la tela con las monedas

-Excelente- dijo alegre –no sé si sea tu baile o el hecho de que eres una gitana distinta, de piel nívea, ojos color chocolate y largo cabello azabache, lo que hace que te vaya tan bien-

-Lo tomaré como un cumplido- dijo sonriéndole

-Prepárate, que de nuevo hemos de partir-

-¿Tan pronto?- preguntó la joven cansada

-Sí, tenemos que seguir, no podemos quedarnos ya más, aquí a los otros no les ha ido tan bien-

-Entiendo, iré a recoger mis cosas- comenzó a caminar hacia su carreta.

Comenzó a guardar todas sus pertenencias, después de terminar fue al lago que estaba cerca, lavo sus manos y mojo su cara, se paró y miró su reflejo. Ahí estaba esa chica vestida con una falda roja oscura y larga, en su cintura una tela de color rojo de menor intensidad que la de su falda con unas cuentas que al bailar chocaban entre si creando un sonido cual cascabeles; una blusa blanca algo opaca, aquella blusa no cubría sus hombros por completo.

Sonrió para sí misma, para alguien de la realeza aquellas ropas serían harapos, nada fuera de lo normal, ella sabía quien era y eso era suficiente, era libre.

PAR DE JÓVENES PRINCIPES

Todo parecía estar tranquilo en el reino de Ámbar continuaba con sus actividades, de pronto se escucharon el relinchar de un par de caballos, los cascos sonaban con fuerza y con velocidad.

-¡Abran paso!- se oyó la voz de un joven de cabellera negra, y vestido con un traje elegante de aquella época; cabalgando a toda velocidad, seguido de otro joven vestido casi de similar manera, y su cabellera de color plateada.

-Y tú que no querías correr, eh, Naraku- dijo el platinado divertido

-No quería avergonzarte frente a todo el reino, Sesshomaru- dijo sonriendo burlonamente

-Tú nunca lo harías, eres demasiado lento- dijo acelerando el paso de su caballo, adelantándose a su compañero

-Arre- dijo tratando de que su caballo fuera más rápido, de pronto el joven platinado dio la vuelta en una calle, sorprendiéndolo y girando una calle después tratando de alcanzarlo, de pronto al regresar la mirada al frente un puesto de frutas estaba justo al frente, trató de esquivarlo pero arrojó al dueño a unas cajas, esperaba que aquello no le trajera problemas

-Creo que la carrera está a punto de acabar- dijo el platinado al ver el palacio justo adelante

-Vas a ser el segundo como siempre- respondió Naraku viéndose victorioso al haber alcanzado al platinado y llevarle cierta ventaja

Entraron al interior del muro del palacio, y como Naraku lo había dicho, llegó primero dejando a Sesshomaru molestó por ser de nuevo el segundo.

-Te dije que te iba a ganar- le dijo burlón

-Algún día yo te ganaré en algo- dijo indignado

-¡Mis señores!- un criado de la casa se acercó a los jóvenes con mucha urgencia

-¿Qué pasa?- preguntó el platinado

-Su señor padre desea verlos-. Naraku se tensó al escuchar eso, falta que aquel campesino del pueblo se haya quejado sobre su accidente.

-Iremos de inmediato- respondió Sesshomaru, comenzando la marcha

Entraron al palacio y subieron hasta la sala de reuniones donde su padre siempre los citaba, ambos se preguntaban que les diría esta ocasión, su falta de respeto hacia el pueblo, su irresponsabilidad o su terrible conducta.

Llegaron y vieron aquel señor, de estatura alta, su posición siempre era imponente, transmitía severidad en su mirada, su cabello negro era negro y largo al igual que el de su hijo mayor, su verdadero hijo.

-Naraku, ya es tiempo que tengas responsabilidades de verdad- hablo con tono rígido – Te casarás con la hija del reino Jade- le dijo señalándolo, sobresaltando al pelinegro de momento.

-Esto es muy repentino, ¿no crees padre?- habló Sesshomaru al notar lo callado que estaba su hermanastro

-Sesshomaru, tu hermano ya tiene la edad para tomar esta responsabilidad, es tiempo de que demuestre la madurez que espero tenga-. Estas palabras tocaron el orgullo de Naraku

-Estoy honrado de tener esta posición- respondió tratando de demostrar a su padre lo que quería ver

-Muy bien, tu futura esposa vendrá en unos cuantos días y la boda se celebrará un par de semanas después-

-Entiendo- hizo una reverencia y salió de aquel lugar. Sesshomaru imitó a su hermano y salió preocupado por la chica que sería la esposa de su hermano y también preocupado por su hermano.