No tienes poder sobre mí.

Esa maldita frase había sido como un puñetazo de verdad. Él era el rey, el soberano, el mago, pero no tenía poder sobre ella. Le había ofrecido sus sueños y ella, estupida humana, los había rechazado.

Le ofreció su corazón y ella, estupida humana, lo había rechazado.

Y creció, seguía llamando a sus amigos del Laberinto, pero jamás a él. Y se casó, y dejo de llamar a sus amigos del Laberinto. Y el dejó de mirar.


Había pasado mucho tiempo desde que no dejaba su reino para volar libremente por el reino humano con su forma de lechuza.

-¡Vamos a cruzar el laberinto y rescatar a mi hermano! -gritó una niña en un parque, cosa que llamó su atención.

Se paró a ver que hacía, era increíble, estaba jugando a representar la historia que vivió la maldita humana en su reino. De vez en cuando los niños de alrededor pasaban corriendo y la empujaban, pero parecía no afectarle.

-¡Ey, una lechuza! -chilló uno de los niños- apuesto a que lleva a un mensaje para la loca esta, Lety Potter, para que se vaya a un colegio de frikis.

-Dejadla en paz -dijo la niña- es un animal, aunque seguramente sea menos animal que vosotros.

Los chicos tardaron unos instantes en comprender el insulto, y uno de ellos, vengativo, decidió tirarle a una piedra a la lechuza. Jareth no se lo podía creer, un simple mocoso se había atrevido a atacarle, estaba pensando en tomar su forma real y vengarse, cuando vio a la niña abalanzarse sobre el niño y comenzar a golpearlo hasta arrojarlo al suelo. Los demás chicos fueron a defender a su amigo y a golpear a la niña, hasta que un adulto los separó. Era la madre de la niña, que además la castigo. Se la llevaron regañándola del parque, aunque ella se despidió con su pequeña mano de la lechuza.

A Jareth le pareció totalmente injusto, el podía ser cruel, pero también justo. Voló discretamente siguiéndola hasta su casa. Después, regresó al parque y se ocupó discretamente de los niños, pues, como ya se ha dicho, podía ser muy cruel.

* * * * *

-Hola señor Jareth –saludó la niña a la lechuza.

Ya había pasado un año desde el incidente del parque y la chica se había acostumbrado a encontrarse con el animal, incluso le puso nombre. Ese día era un séptimo cumpleaños, sabía que dentro de casa habría muchos niños a los que no soportaba, todos sus parientes y, como no, su prima Emilie. Sabía que no era posible, pero pensaba que con tan solo cuatro años, su prima la odiaba. Ella no tenía la culpa de que sus cumpleaños fuesen el mismo día ni de ser vecinas y que las hiciesen pasar tanto tiempo juntas. Incluso fue ella quien le puso el molesto apodo de "Lety", su nombre era Violet Juno Landa, no Lety. Y mucho menos Lety Potter. A la lechuza le puso el nombre del personaje de su cuento favorito.

-Señor Jareth, mi madre me ha dicho que las lechuzas no comen tarta, pero… yo le traeré un poco a usted. Es mi mejor amigo, ¿sabes?

Jareth escapaba frecuentemente a ver a su autoproclamada amiga. Aunque nunca lo admitiría y diría que lo hacía por obligación, disfrutaba de la compañía de esa pequeña humana. Tenía los ojos verdes casi tan bonitos como los de Sarah. Un día decidió que la niña los tenía más hermosos. De hecho, se parecía bastante a Sarah, aunque tenía un pelo rubio cobrizo mucho más claro y caótico. Tomó la costumbre de hablarle en las noches y contarle su día, como a penas tenía amigos, las travesuras que le hacían y sus sueños. Hablaba mucho de ellos. Y las historias que se inventaba a conocía, hasta que un día conoció la verdad sobre la niña, y porque se parecía tanto a Sarah.

Le contó emocionada como iba a visitarla su abuela, que siempre le contaba historias maravillosas y nunca le censuraba, a diferencia de su madre, por su exceso de fantasía. Intrigado espió aquel encuentro para descubrir asombrado que la querida abuela de la pequeña Violet era su cosa preciosa, Sarah. Obviamente envejecida, pero era ella. Jareth decidió no volver a visitar a la niña, y así lo hizo hasta que la niña cumplió los doce años.

Mientras tanto, Sarah, una anciana de la que lo único de fantasía que le quedaba era contar cuentos a sus nietas, murió. Violet se vio privada de la única persona que la intentaba entenderla. Fue la que más amargamente lloró su muerte. Pero, por mucho que lo intentaron, jamás doblegaron su espíritu. Siguió jugando e inventándose mundos de fantasía y representado escenas de las mismas. Se hizo con muchos disfraces y poco a poco imponía elementos exóticos a su vestimenta aun con las protestas de su madre.

En el colegio le iba bien académicamente, aunque sus compañeros la trataban de friki a nerd y nunca se le acercaban demasiado, pero a ella no le importaba, pues si no la aceptaban como era no merecían la pena. Su cara opuesta era su prima, siempre popular y llena de amigos, aunque si de pequeña tenía la sospecha de que la odiaba ahora lo tenía como seguro, nunca lo entendió. No sospechaba que su mediocre prima envidiaba su evidente belleza y su capacidad de llamar la atención, y que por ello hacía todo lo posible por hacerla quedar siempre mal. Fuese como fuese. Sería la más nerd del colegio, pero a la mayoría de los chicos les gustaba secretamente, pues era la más bella.

Por aburrimiento y casi por inercia, Jareth visitó el mundo humano. Casi lo primero que vio fue a una preadolescente preciosa siendo insultada por otros chicos de su edad, no tardó nada en reconocer a Violet y, tan sólo por seguridad, la siguió hasta su casa. Allí la vio llorar tanto que deseó atar bocabajo a todos esos chicos para siempre en el Pantano del Hedor Eterno.

-Me gustaría que se fuesen todos –gimió entre lagrimas- ojala fuese todo tan sencillo como decir, "rey de los goblins, rey de los…"

Su padre llamó a la puerta justo en ese momento, para consolar a su hija, a él también le dolía verla así. Jareth decidió no quitarle el ojo de encima, no porque quisiera seguir viendo a la muchacha, o al menos se dijo a sí mismo eso, sino porque iba a llamarlo de un momento a otro.