¿Cómo debería sentirme? Sería cruel intentar eliminar mi culpa. Es vil jugar con las ilusiones ajenas. Haciéndote creer algo con lo que débilmente descubres su falsedad. Dime entonces… ¿cómo debería sentirme? ¿Se supone que debo cargar con esta hipócrita sonrisa sobre mi rostro, cuando mi cuerpo esta manchado de sangre impura? ¿Con sangre de otro humano?

Porque eso es, otro simple humano. Todos y cada uno de ellos con la misma asquerosa forma de pensar.

Buscando la anhelada felicidad por distintos caminos. Que estúpido se oye buscar algo que todos quieren. Eso es lo que me molesta. Eso es lo que realmente, me saca de mis casillas. Verdaderamente no importa que camino tomes, todos llevan al mismo lugar: La felicidad.

¿Qué es realmente? ¿Por qué todos la buscan? ¿Quién te garantiza que está al final del camino?. Nadie. Me pregunto si la buscan por satisfacción propia, o solo porque los demás la quieren también. Y por si fuera poco, me causan náuseas las palabras de aliento que se dicen para seguir adelante.

"Si te tropiezas, levántate y sigue caminando. El verdadero reto no es esquivar la piedra, sino poder levantarse cada vez que caigas."

¡Ja! Puras tonterías. Es hora de que abran los ojos y vean la triste realidad. Nadie tropieza con esas piedras, solo esperan encontrarlas para lanzarlas al camino del otro. Siempre es lo mismo. Esa egoísta tortura que viven cada día. Lo peor de todo esto, es que ninguno hace nada para evitarlo. Confiando unos en otros ignorándolo. Es una lucha. Una más entre todas. La supervivencia del mas fuerte. La perseverancia del mas débil.

Por eso decidí hacerlo. Porque necesitaba algo diferente. No me arrepiento de nada. Intenté por todos los medios de abrirles los ojos, ninguno quiso escucharme. Así que solo seguí mi forma de pensar. La asesiné sin ningún tipo de compasión. Me gustaba esa sonrisa sádica que adornaba mi rostro. Había empezado con el pez más grande.

Así es, la sangre que manchaba mi cuerpo era de ella. La Godaime Tsunade. Una de los tres Sannins. La maestra de muchos ninja-médicos de la aldea. Mi maestra. Se sentía exquisitamente satisfactoria aquella sensación. Comenzaría mi venganza. Eliminaría la orgullosa hipocresía en la que todos estaban condenados a vivir, poco a poco. Tan lenta y dolorosamente, que el Diablo pensará que desgarro sus venas para volver a quemar el infierno.

Huí. Mejor dicho, escapé. No tenía opción. Salí de Konoha, dejando todo a mi paso. No me importó. Cumpliría con mi objetivo.

No me sorprendió que ellos me llamaran. Por supuesto fui. Se enteraron de lo que hice, no necesitaron más. Cumplía con cualquier requisito que imponían.

— ¡Bienvenida! — exclamaron algunos. Mi cara no se inmutó. Hacía tiempo que había dejado de sonreír. Hacia ya mucho tiempo que había dejado de ser lo que era, cuando me di cuenta del mundo real.

— Te doy la bienvenida a Akatsuki. A partir de ahora, éste será tu hogar — ¿Hogar? Esa palabra me recordaba la mentira en la que viví durante quince años.

— Soy Sakura Haruno. Y desde hoy seré su compañera.

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