Existió un tiempo donde los dioses caminaban por la tierra, hablaban con los humanos, jugaban con los niños y protegían los pueblos. Pero entonces, de repente, todos desaparecieron. No se volvió a saber de ellos y poco a poco se convirtieron en una leyenda que pocos recuerdan. Pero hay un detalle que todos respetan: jamás te enfrentes a un lobo negro.


Ninsao, la Ciudad del Más Allá. Todos los dioses sentían que el Señor de los Cielos estaba a punto de acabar su vida. Estaban reunidos esperando el momento, observando la puerta del gran palacio de mármol blanco. Las campanas de la catedral empezaron a tocar a medianoche y cuando el eco de la última seguía sonando en los oídos de todos, una de las hojas de la puerta se abrió y apareció un hombre de pelo negro y ojos verdes, el Guardián del Señor de los Cielos.

Se hizo el silencio. Los que estaban sentados se levantaron y fueron a la plaza para escuchar sus palabras.

-El Señor de los Cielos se ha fundido al fin con su amada Tierra. Que su alma y recuerdo perdure en nuestra memoria.

Miles de voces se alzaron como una sola para honrar al antiguo Señor de los Cielos.

-Que su alma y recuerdo perdure en nuestra memoria.

-A partir de ahora nos sumiremos en un sueño eterno hasta que su alma vuelva a la vida. Entonces decidiremos quiénes me acompañarán para protegerle mientras se prepara para tomar su lugar en el mundo.

Todos hicieron una reverencia mostrando su acuerdo y se fueron a sus hogares para sumirse en el sueño eterno. Todos salvo un joven alto y pelirrojo de ojos azules y una mujer de pelo castaño y suaves ojos marrones.

-¿Vas a quedarte despierto?

-Es mi deber como Guardián del Señor de los Cielos y de la Ciudad del Más Allá-un largo suspiro escapó de los labios del pelinegro y miró a sus amigos con tristeza-. Será mejor que os vayáis, debo lanzar el hechizo.

Ambos asintieron y se marcharon. El Guardián, por su parte, se revolvió el pelo negro y entró de nuevo en el palacio. Caminó por los grandes, vacíos y silenciosos pasillos hasta su propia Sala de Vigilancia, donde se encerraría durante el tiempo que durara el sueño eterno de sus compañeros. Esa era la condena por haber dejado que el Señor de los Cielos muriera. Y la aceptaría con gusto.

Se sentó en el cojín en el centro de la amplia sala de mármol negro con velas encendidas a su alrededor e inició el canto que dormiría a todos los habitantes de la ciudad. Pronto sintió sus conciencias adormilarse y suspiró.

Su vigilia de siglos en solitario acababa de empezar.


Este es un pequeño proyecto que se me ha ocurrido a las 23,20 de un viernes. Mi mente no da para más para un prólogo. Decidme qué os parece y dadme tiempo para escribir un par de capítulos antes de publicar. Tengo una ligera idea de como continuar, pero no es seguro así que tardaré un tiempo.

Espero leeros pronto,

Naraya