NdA: Este fic responde una tabla propuesta por la comunidad de livejournal Crack!&Roll. Se trata de hacer 10 drabbles sobre una pareja crack y cada drabble debe girar en torno a uno de los diez mandamientos.

Los mandamientos se pueden ordenar como queramos, según le venga bien al fic, y lo que yo he intentado hacer es que Ginny los incumpla todos por culpa de Cho. Aunque serán diez capítulos, sólo uno de ellos ocupa más de folio y medio en word. Todos serán cortitos.


El diablo viste de Ravenclaw

#3 Santificarás las fiestas

Lo que el jefe dice va a misa. Y no hay vuelta de hoja. Da igual que sea festivo o que todo el mundo mágico lo esté celebrando. Él quiere esos informes de un día para otro y entonces tú te jodes y vas a trabajar aunque debas tener el día libre y tus amigos ya lo estén festejando.

Es un día grande porque se celebra la desaparición de Voldemort. Hay gente en la calle, fiestas privadas, verbenas para toda la familia. Confetis. Fuegos artificiales. Niños pesados que tiran de la manga de su madre porque son demasiado pequeños y quieren ver a los payasos que actúan por todas partes. Pero Ginny Weasley no lo está celebrando. Ella está en la décima planta del Ministerio de Magia, rodeada de papeles, asqueada porque, una vez más, va a fallar a Harry.

Desde que empezó aquel trabajo ha perdido la cuenta de las veces que ha tenido que excusarse. "Es mi jefe, por favor no te enfades". Y como hay días que ni siquiera consiguen verse, Harry tiene ganas de estrangularla. Pero Ginny ha decidido seguir los consejos que le dio un día su padre.

-Cariño, no es un mal hombre –afirmó cuando ya habían pasado dos meses de intenso trabajo. –Sólo te está poniendo a prueba. Si te exige tanto es porque sabe que vales.

Porque sabe que vales…

…y sabe también que es tonta y complaciente y Ginny está segura de que debería aprender a decir "no" porque a su jefe siempre le dice que "sí".

A veces piensa que le gustaría ser limitada. O hacérselo, pues el resultado sería el mismo. Al menos así no tendría que estar trabajando el día en que su novio es el protagonista de toda la fiesta nacional. Por eso van mal las cosas entre ellos. Porque Ginny no puede estar ni si quiera cuando Harry tiene que dar un discurso delante de todos esos magos encantados de haberse conocido. Son gente importante, claro. Magos de largas barbas, enormes papadas y barrigas, que por nada del mundo perderían la oportunidad de darle a su novio una nueva palmadita en la espalda. "Bien hecho, muchacho, nos has salvado".

Vale que es lo mismo todos los años: recordar a los abatidos. Llorar por los perdidos. Celebrar que por fin reina la paz en el mundo mágico. Curar las heridas y apoyar a los que la guerra ha destrozado. Pero aún así le gustaría celebrarlo. Por Harry, por ella, pero sobre todo para salvar una relación que empezó cuando el fantasma de la postguerra extendía sus afiladas garras.

Eran las siete de la tarde cuando Ginny revisó el último de los documentos. Movió la varita para subrayar una frase especialmente importante y luego cerró la carpeta de golpe. Estaba agotada. De verdad que sí. Lo único que quería era irse a casa, pero le había prometido a Harry que se encontraría con ellos cuando terminara. Arrastró la silla hacia atrás y el ruido de las patas chirriando contra el suelo le dio escalofríos. Suspiró y se levantó para apagar la luz de una oficina desierta, pues en todo el día ella había sido la única que la había ocupado. Ginny tenía un andar cansado, derrotada como estaba de tantas horas de trabajo. Arrastró los pies cuando se dirigió al ascensor con la cabeza gacha. Al alcanzarlo, apretó el botón de llamada y esperó hasta que llegó a la décima planta.

Cuando las puertas se abrieron, entró en el aparato y pulsó el botón del vestíbulo. Estaba tan ansiosa que empezó a hacer planes mentales para llegar a tiempo a la gran cita. "Ir a casa, ducharme, ponerme el vestido que me regaló Harry por mi cumpleaños, salir corriendo hacia el auditorio…", comprobó la hora en su reloj, "dios santo… es muy tarde".

Su nerviosismo aumentó aún más cuando el ascensor se detuvo en el noveno piso. Ginny maldijo entonces a cada uno de los santos mágicos del santoral, porque era desesperante aguardar el ritmo renqueante que siempre tenía aquel dichoso aparato.

Las puertas se deslizaron hacia los lados y una cara conocida hizo ademán de entrar. La persona en cuestión estaba mirando al suelo, por lo que no vio a la pelirroja hasta que levantó la mirada, tras colocar en su regazo unas carpetas con el sello del Ministerio.

-Ah, hola –la saludó secamente, enarcando las cejas, con la sorpresa dibujada en su cara. –Pensaba que no había nadie.

Ginny decidió ser cortés. Saludó pero sin demasiadas ganas.

-Hola, Cho.

Fue amable pero distante. Esas dos hacía tiempo que se cruzaban por los pasillos del Ministerio pero lo único que habían intercambiado eran dardos en sus palabras. El pasado es un lastre muy pesado, algunas tardan en olvidarlo…

Impaciente, la pelirroja estiró una mano para alcanzar el cuadro de mandos del ascensor y presionó el cero compulsivamente. Lo pulsó hasta tres veces, aporreándolo con enfado hasta que las puertas se cerraron.

Finalmente el ascensor se movió y las dos se quedaron en silencio. Ginny pensó que era muy desagradable estar con Cho encerrada en aquel aparato. Se sentía incómoda con su presencia y estaba deseando bajar para perderla de vista.

La Ravenclaw reacomodó las carpetas en su regazo y le lanzó una mirada disimulada a la pelirroja. Sus ojos estaban cargados de enfado, pero ella tampoco dijo nada. Lo único que escucharon durante aquel corto trayecto fue el sonido de una mosca zumbando.

Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

Cho intentó ahuyentar a la mosca, pero se detuvo cuando escuchó aquel fuerte ruido sordo seguido de un golpe seco. Los cuerpos de las dos muchachas rebotaron levemente y luz de emergencia del ascensor se encendió.

-¿Qué ha pasado?

Ginny no se molestó en responder, sino que fue directamente hacia las puertas del aparato. Las palpó con sus dos manos y empezó a dar pequeños puñetazos al metal.

-¡Se ha parado! –exclamó con desesperación.

Lo intentaron con el botón de emergencia. Luego con sus varitas, haciendo que saltaran chispas moradas del extremo de ambas. Pero ni el olojomora ni todos los hechizos que conocían fueron capaces de hacer que las puertas del ascensor se abrieran o que éste se moviera. Así que, finalmente, hicieron lo que habría hecho cualquier muggle de pro en una situación semejante:

-¡Ayuda!

-¡Estamos encerradas!

-¿Hay alguien ahí? ¡Señor Burrows! –suplicó Ginny, todavía aporreando las puertas por si el bedel de guardia estaba merodeando por aquella planta y era capaz de ponerlo en marcha.

Cho miró a Ginny, y arqueó una ceja con recelo. Depositó las carpetas en el suelo y luego se sentó cerca de ellas. La pelirroja siguió sus movimientos con incredulidad.

¿Qué estaba haciendo?

-Será mejor que te sientes –le sugirió Cho al ver que la miraba con extrañeza. –Hoy no hay nadie en el Ministerio, están todos fuera. Esto va para largo.

Eran ya las siete y cuarto. Ni la escoba más rápida del mundo podría haber hecho que Ginny llegara a tiempo. Desesperada, pegó su espalda a las puertas del ascensor y se dejó caer sobre el piso, hasta que quedó allí sentada.

-¡Mierda! –exclamó, con los dedos enterrados en su melena. Tenía la cabeza entre las manos, y permaneció callada un buen rato. Hasta las siete y veinte, cuando ese temperamento suyo como una olla a presión llegó a su clímax y Ginny Weasley estalló.

-¡Odio a Voldemort! –maldijo en un despotrique sin fin- ¡Odio a mi jefe!¡Odio este trabajo! ¿Y sabes qué? –dijo, clavando una mirada furiosa en la Ravenclaw.

¿Que a mí también me odias? pensó Cho.

-¡Que al festivo le pueden dar por saco!