Bueno, pues terminé esta historia el primer día de vacaciones, pero no había terminado de releerlo, así que... ¡aquí está..!
Una idea curiosa, la verdad. Pues... siempre he pensado que quizás Perséfone sentía algo no del todo negativo sobre su hijastro y bueno, la idea prácticamente se entretejió sola, mientras trataba de terminar otras dos historias (que aún no publico porque aún no termino) sobre Nico.
Que me he dado cuenta de lo mucho que me trabo en n personaje... Mis primeros fanfics fueron del personaje de Naruto, Gaara y escribí como cuatro centrados en él. Luego murió Max de Cazadores de Sombras y escribí tres fanficcs, después Beckendorf y escribí tres fanfics. Luego me quedé pensando en Annabeth y escribí otros tres, y en lo que va de este mes escribí (empecé a escribir) tres historias con Nico, de las cuales ésta es la única oficialmente terminada.
Pues... eso es todo, como saben, los personajes no me pertenecen, espero que la idea no parezca demasiado extraña y, sobre todo, ¡espero que la disfruten!
¡Por favor, háganme saber qué opinan!
Controvento
Se despertó sobresaltada por un grito.
Abrió los ojos rápidamente, pero todo lo que podía ver era una oscuridad espesa, casi asfixiante.
–Claro –musitó. Era invierno, estaba en el Inframundo.
Lentamente, casi como si no quisieran hacerlo, sus ojos verdes se acostumbraron a la oscuridad reinante y pudo contornear los muebles de su habitación.
Se giró sobre la cama poco a poco, acomodándose de tal forma que su espalda estuviera recargada sobre la cabecera de la cama.
–¿También te despertó a ti? –preguntó Hades a su lado. Sólo entonces recordó que su esposo estaba ahí.
–Pues me da la impresión de que ya no estoy dormida –masculló sarcásticamente, aunque sin verdadero desprecio, más bien en un acto de inercia. Se volvió para mirar a Hades, acomodándose en par de mechones castaños tras sus orejas delicadamente. Su esposo, dios del Inframundo estaba acostado al lado suyo, sobre las sábanas negras, hojeando despreocupadamente un libro. Volteó hacia la esquina de la habitación, en donde se hallaban un sofá de color café oscuro y un pequeño librero.
Se quedaron en silencio, ignorando la presencia del otro, en esa cercanía que era distancia a un tiempo y a la que se habían acostumbrado con el paso de los siglos. Perséfone aguzó el oído, hasta que alcanzó a escuchar lo que parecían sollozos ahogados.
–Supongo que será tu hijo –murmuró, remarcando duramente quién de los dos era el progenitor del niño. Hades sólo asintió distraídamente, mientras su vista seguía fija en el libro que sostenía–. ¿Vas a quedarte aquí? –preguntó, en un tono acusativo.
–No esperarás que vaya con él, ¿verdad? –inquirió Hades, mientras levantaba la vista levemente, sólo para después volverla a posar en su libro.
Perséfone se encogió de hombros, frunciendo el ceño ligeramente en un gesto de preocupación. Nico di Angelo, único semidiós vivo de su esposo había llegado al Inframundo el día anterior, sin que ella le prestara realmente mucha atención hasta ese momento.
–Quizás deberías hacerlo –murmuró, escuchando más cuidadosamente los lastimosos gemidos que atravesaban las gruesas paredes del palacio.
–Puede arreglárselas solo –respondió Hades con calculado desinterés mientras cerraba el libro y alzaba la vista para establecer contacto visual con su esposa, que lo miraba con reprobación, sus labios contraídos en una fina línea. Quizás no fuera una experta, pero por cómo sonaban esos lamentos…
Hades le sostuvo la mirada, sus penetrantes ojos negros mirándola completamente vaciados de emoción, casi como si estuvieran retándola a contradecirlo.
Se quedaron en un silencio espeso, mirándose sin decir nada, hasta que Perséfone desvió la vista.
–Perséfone –siseó Hades–, no vengas ahora a actuar como la madrastra preocupada porque el papel no te queda.
Ante tal afirmación, la Reina del Inframundo volvió a levantar la mirada, sus ojos verdes tan fríos y endurecidos como piedras preciosas.
–A ti el papel de padre tampoco –murmuró, su voz aterciopelada y suave, pero ocultando una amenaza implícita–. Además, lo que yo haga no te incumbe –concluyó, desviando la mirada nuevamente.
Hades casi le sonrío con burla, con una chispa de diversión sarcástica en los ojos.
–Si eso piensas, Perséfone, querida –respondió, sonriéndole con sorna–, puedes ir tú con él ahora mismo.
Perséfone abrió la boca para argumentar algo pero volvió a cerrarla inmediatamente, optando por llevarse una expresión ofendida al rostro.
–¿Ves? –le dijo Hades fríamente–. Tú tampoco vas a hacerlo, así que cierra la boca de una buena vez –cuando terminó, todo rastro de humor en su voz había desaparecido. Sin más, dejó caer el libro pesadamente sobre la mesita de noche situada de su lado de la cama y le dio la espalda a su esposa, volviendo a posicionarse para dormir e ignorarla completamente.
Durante más de diez segundos todo lo que Perséfone pudo hacer fue sostener el gesto de indignación en su hermoso rostro, aunque su esposo ya ni siquiera lo veía.
Finalmente, articuló un sonido de frustración en la parte trasera de su garganta que más bien parecía un berrinche infantil antes de imitar a su marido y volver a acostarse, con el ceño fruncido y los labios apretados.
No pudo volver a conciliar el sueño, sencillamente. Los sollozos ahogados continuaron probablemente durante más de una hora, clavándose en su mente, pero aun después de que se hubieran detenido ella seguía mirando la apretada oscuridad que la rodeaba, sin casi haber cambiado de posición sobre el incómodo colchón.
Al día siguiente, Perséfone fingió no haberse dado cuenta de nada, sólo alternando miradas reprobatorias a Hades y otras de lástima a Nico cuando se los cruzaba, aunque ninguno se dio cuenta de ello.
Fue hasta tarde en la noche –aunque, realmente, en el infierno era algo difícil saber si era de día o de noche porque siempre estaba igual de oscuro y frío–, que Hades se dio cuenta del cambio de actitud de su esposa.
Estaba inclinado sobre el buró negro, justo a su lado de la cama, a punto de apagar la lámpara que, dicho sea de paso, alumbraba muy tenuemente comparándola con la oscuridad reinante. Al otro lado de la habitación, Perséfone, sentada sobre el sillón café oscuro leía tranquila y despreocupadamente, a pesar de que a esa hora ella generalmente ya estaba acostada.
Se sentó sobre la cama y volteó sobre su hombro para mirar a su mujer, que siguió sumergida en su lectura. Las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa burlesca que no alcanzó del todo sus ojos negros, pues ellos se mantuvieron estoicos completamente.
–No me digas que vas a esperarlo, Perséfone –musitó con sarcasmo.
Lentamente, Perséfone elevó sus ojos, mirándolo por encima del libro abierto. Sus esculturales facciones aparecían vaciadas de emoción, como una estatua de mármol blanco.
–¿Planeas detenerme, Hades? –inquirió, apenas moviendo los labios.
El dios negó, casi con fastidio, y bufó. De verdad, entre todas las cosas que esperaba de Perséfone…
Le dio la espalda y volvió a ocuparse de sus propios asuntos, escuchando de cuando en cuando cómo Perséfone daba vuelta a la página del libro. Finalmente, ignorando a su esposa, se acostó a dormir.
Perséfone no tuvo que esperar demasiado. Había avanzado cosa de veinte páginas cuando escuchó un grito idéntico al de la noche anterior, si bien esta vez le había parecido más fuerte, aunque quizás sólo se debiera que había estado despierta y esperando justamente ese sonido.
Lentamente, casi con pereza, cerró el libro y se puso en pie, acomodando mechones castaños tras sus orejas y arreglando los pliegues de su ropa antes de dirigirse a la puerta con pasos pausados, su túnica rojo fuego creando leves remolinos alrededor de ella con cada movimiento suyo. Caminaba tan agraciadamente que casi parecía que avanzaba flotando, deslizándose ligeramente sobre el mármol negro del piso.
De la misma elegante manera salió de su habitación y se dirigió a la de su hijastro, suspirando suavemente antes de llamar a la puerta con sus nudillos, tratando de no imprimirle demasiada fuerza al gesto.
Tan pronto tocó la puerta, los lamentos del interior se detuvieron súbitamente, para después reanudarse, aunque en un volumen más bajo.
Se mordió el labio inferior mientras volvía a tocar, esperando una respuesta durante algunos segundos, pero cuando no la recibió, dirigió su mano derecha a la manija de la puerta.
–Nico, voy a entrar –advirtió suavemente antes de abrir la puerta. Tan pronto lo hizo la golpeó una oscuridad aún más espesa que la que había fuera del cuarto. Hizo una mueca de disgusto, refrenando las ganas de retroceder y se obligó a avanzar.
Segundos después, cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad fue capaz de contornear los muebles de la habitación.
El cuarto estaba amueblado austeramente, como el suyo propio, con una cama matrimonial al centro, a cuyos lados estaban colocados dos burós de madera de ébano; frente a ella, un tocador con cajones y un espejo. No había ventanas, lo que sólo contribuía a acentuar el peso de la negrura, y las paredes de la habitación, como las de todo el castillo eran de mármol negro, cosa que realzaba el ambiente de frialdad que ya de por sí existía en el Inframundo.
Sobre la cama, cuyas colchas y sábanas eran de un gris espeso se hallaba su hijastro. Tenía las rodillas abrazadas al pecho, con el rostro escondido entre los brazos descubiertos, que por su palidez casi daban la impresión de brillar. Su espalda temblaba bajo el impulso de violentos sollozos que intentaba acallar mientras murmuraba cosas inteligibles entre dientes, pero todo lo que conseguía era dar la impresión de estarse ahogando.
Nuevamente estuvo tentada a darse media vuelta y retroceder ante la imagen que veía, pero se forzó a entrar y a cerrar la puerta tras de sí.
Con lentitud, casi sin hacer ningún ruido se dirigió al tocador y se encargó de encender una pequeña lámpara que apenas era suficiente para medio iluminar el cuarto.
En la misma silenciosa manera se acercó a la cama. Lentamente, se sentó sobre el colchón y después de titubear un poco, colocó suavemente su mano izquierda sobre el hombro de Nico, que no hizo sino deshacerse del roce, encogiéndose aún más entre sus piernas dobladas.
Carraspeó levemente antes de volver a tocarlo.
–Soy yo, Nico –dijo, su voz no más alta que un murmullo.
Al sonido de su voz vio claramente cómo su hijastro se tensaba, aferrándose a sí mismo con más fuerza aún.
–¿Pe-Perséone? –tartamudeó con una voz casi inaudible. Ella asintió, gesto inútil porque él no podía verla.
Algo dentro de ella se estremeció. No era que sintiera cariño por el semidiós, o que le inspirara amor, era… lástima, pena.
Poco a poco, Nico levantó el rostro, en el que Perséfone fue capaz de ver un leve atisbo de confusión, como si hubiera esperado que fuera alguien más quien estuviera ahí en ese momento, aunque más que nada, había terror puro, miedo total, como si creyera que súbitamente la diosa se metamorfoseara en un monstruo y se lanzara a atacarlo.
Sus ojos oscuros, casi negros estaban bordeados de rojo y enmarcados por unas profundas ojeras; se mordía levemente e labio inferior y se dio cuenta de que temblaba mientras se abrazaba a sí mismo, aunque Perséfone no estaba segura de si lo hacía en un intento por mantenerle el poco calor corporal que tenía o tratando de dejar de temblar.
Volvió a sentir esa sensación de vacío en el pecho, como si un hilo se tensara súbitamente ante la sola vista, tan lamentable, de su hijastro.
Carraspeó levemente, tratando de deshacerse de ese frío que súbitamente se había instalado en su pecho.
–No voy a hacerte daño –aseguró, aplicando un poco de fuerza al agarre que sostenía alrededor del hombro del muchacho.
Nico no hizo ningún movimiento para asegurarle que la había escuchado, más bien pareció que a voz de Perséfone sólo añadió más fuerza a sus sollozos y otra nota de pánico a sus ya aterrados ojos.
Reprimió una mueca de desagrado, aunque no dirigida a su hijastro sino a la dramática situación en la que lo veía y al mero hecho de que ella no sabía qué hacer.
Siendo honesta, no había ido ahí porque le interesara el niño, bueno, no demasiado; la verdadera razón por la que lo había hecho era simple y llanamente para llevarle la contraria a Hades.
Sin embargo, ahora que estaba junto a su hijastro, sus ojos vedes enfocados en los de él, que devolvían una mirada de completo terror y súplica… sí sentía algo.
Era lástima, lástima mezclada con pena y un deseo de protegerlo que le era del todo desconocido y que estaba bastante segura no había estado ahí antes de que cruzara la puerta y su hijastro la mirara a los ojos.
–No te haré daño –repitió, su voz menos forzada que la vez anterior–. Tranquilo.
Lentamente, casi como si quisiera advertirle lo que haría a continuación, deslizó su mano por los delgados hombros del muchacho, para después jalar de él suavemente y atraerlo a su pecho, rodeándolo con los brazos casi protectoramente.
Él ni siquiera intentó alejarse, sino que casi pareció que se inclinaba hacia Perséfone, buscando el contacto, anhelando la calidez que proveía la cercanía física, vagamente notando el dulce olor a flores de la diosa, a pesar de que era pleno invierno y hacía casi seis meses que estaba encerrada en el Inframundo.
La recorrió un escalofrío tan pronto lo tocó. Estaba helado; tan frío como el mármol que los rodeaba o tan frío como un… cadáver. Tragó saliva lentamente.
Por primera vez se dio cuenta de lo delgado que era. Vistiendo como solía, con varias capas de ropa holgada y oscura, con esa mirada entre furibunda y amenazadora en sus ojos parecía mayor, más imponente. Sin embargo, en ese momento… en ese momento sólo parecía un niño de… un momento… ¿qué edad tenía?, ¿diez, doce años? Sí, eso debía ser… bueno, quizás…
Fuera como fuera, no parecía sino un niño aterrado y bastante bajo de peso.
Rodeado por los delgados brazos de Perséfone, tan pronto se acercó a ella, Nico reanudó su llanto, que había quedado congelado al ver aparecer a la diosa.
Lentamente, casi como si no se atreviera a hacerlo, se recargó contra el hombro derecho de su madrastra, ocultando su rostro en la curva de su cuello, ahogando sus sollozos contra la clara piel de la diosa.
Perséfone se estremeció nuevamente, sintiendo un sabor amargo en la boca. Era compasión. Había entrado ahí para retar a su marido, pero ahora no podía irse dejando a su hijastro de esa forma.
Poco a poco, empezó a trazar círculos en la espalda del muchacho, en un gesto que pretendía tranquilizarlo, mientras que deslizaba su otra mano por el ensortijado cabello negro del chico.
No sabía qué hacer, pensó nuevamente. Eso se sacaba por impulsiva, meterse en líos de los que luego no sabía salir.
Suspiró levemente, mientras sentía el cuerpo de su hijastro temblar, presa de violentos sollozos. Quería detener esos horribles espasmos. De verdad, de verdad quería hacerlo. Quería conseguir que su hijastro, a quien a diferencia de Hera no le guardaba rencor por el mero hecho de existir, detuviera ese llanto tan cargado de amargura y soledad. Curioso que ella estuviera diciendo eso, cuando era justamente así como se sentía usualmente cuando estaba en el Inframundo.
Aunque, claro, aun con esa recién descubierta determinación no podía hacer nada porque sencillamente no sabía qué hacer. Estaba en blanco. Bueno, quizás fuera más correcto decir que estaba en negro por el lugar donde se encontraba aunque, realmente daba lo mismo.
Súbitamente, encontró la respuesta. Se encontró cantando, con las palabras en la boca sin siquiera planearlo, en un idioma que no le era del todo desconocido pero que no había utilizado en un largo rato, quizás un par de siglos.
Io non credo nei miracoli,
(Yo no creo en los milagros)
meglio che ti liberi
(mejor que te liberes),
meglio che ti guardi dentro
(mejor que mires dentro de ti).
Su voz era suave, quizás algo aguda, como una soprano. Tenía un timbre bastante particular, como si hubiera estafo acostumbrada a cantar pero hiciera bastante desde la última vez que lo había hecho.
Questa vita lascia i lividi
(Esta vida deja moretones),
questa mette i brividi
(ésta pone los pelos de punta),
certe volte è più un combattimento
(a veces es más un combate).
C'è quel vuoto che non sai,
(Hay ese vacío que no sabes),
che poi non dici mai,
(que luego no dices nunca),
che brucia nelle vene come se
(que quema en las venas como si)
Il mondo è contro te
(el mundo está contra tuya)
e tu non sai il perché,
(y tú no sabes el por qué),
lo so me lo ricordo bene
(yo lo sé, lo recuerdo bien).
Había aprendido italiano en la Época del Renacimiento, cuando el Olimpo había estado en Italia, pero eso no terminaba de aclarar el porqué estaba cantando en ese idioma; o llanamente el porqué estaba cantando. Siguió haciéndolo de cualquier forma, su aterciopelada voz contrastando con la fuerza de las palabras que decía.
lo sono qui
(Yo estoy aquí)
Per ascoltare un sogno
(para escuchar un sueño)
Non parlerò
(No hablaré)
Se non ne avrai bisogno
(si no lo necesitas)
Ma ci sarò
(Pero estaré)
Perché così mi sento
(porque así me siento)
Accanto a te viaggiando controvento
(a tu lado, viajando a contraviento).
Poco a poco, siguiendo el lento compás de su voz los sollozos de Nico fueron acallándose, hasta que finalmente sólo eran espasmos que recorrían su cuerpo mientras inhalaba violentamente.
Para él, justo como para Perséfone, había sido un largo rato desde la última vez que había escuchado el italiano, aunque no se dio cuenta de inmediato de que la diosa estaba cantando en su idioma materno, pues inicialmente sólo se centró en la dulce voz de Perséfone.
Risolverò
(Reparamos)
Magari poco o niente
(tal vez poco o nada)
Ma ci sarò
(Pero estaré)
E questo è l'importante
(y esto es lo importante)
Acqua sarò, che spegnerà un momento
(Agua seré que apagará un momento)
Accanto a te viaggiando controvento.
(a tu lado, viajando a contraviento.)
Continuó cantando, su voz apenas más alta que un leve susurró, con su mano derecha girando en pequeños círculos en la espalda de su hijastro, que poco a poco dejaba de ser aquejada por violentas inhalaciones que se convirtieron en bruscos suspiros.
Tanto il tempo solo lui lo sa,
(Tanto tiempo, solo él lo sabe,)
quando e come finirà
(cuando y como terminará)
La tua sofferenza e il tuo lamento
(tu sufrimiento y tu lamento.)
C'è quel vuoto che non sai
(Hay ese vacío que no sabes,)
che poi non dici mai
(que luego no dices nunca,)
Che brucia nelle vene come se
(que quema en las venas como sí)
Il mondo è contro te
(el mundo está en contra tuya)
e tu non sai il perché
(y tú no sabes el porqué),
Lo so me lo ricordo bene
(yo lo sé, lo recuerdo bien).
Lentamente, casi como si temiera hacerlo, Nico abrazó la cintura de Perséfone, primero de forma titubeante y después casi aferrándose a ella.
Perséfone se congeló, sus manos aún sobre la espalda del muchacho, pero detenidas, sus músculos tensados y su canción interrumpida, con el aliento atascado en sus labios entreabiertos.
Ante esa actitud implícita de rechazo el cuerpo de Nico también se tensó mientras intentaba retirar sus manos de la cadera de Perséfone, temiendo haber ofendido a la diosa, a quien el gesto la había tomado completamente por sorpresa, pero si debía admitirlo… no le resultaba del todo indeseado… Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Perséfone exhaló lentamente, para después inhalar profundamente y reanudar cantando justo en donde se había interrumpido.
lo sono qui
(Yo estoy aquí)
Per ascoltare un sogno
(para escuchar un sueño)
Non parlerò
(No hablaré)
Se non ne avrai bisogno
(si no lo necesitas)
Ma ci sarò
(Pero estaré)
Perché cosi mi sento
(porque así me siento,)
Accanto a te viaggiando controvento
(a tu lado, viajando a contraviento.)
Poco a poco, como si quisiera evitar asustar a su hijastro, Perséfone reanudó sus caricias, pasando lentamente sus manos por el cabello del chico y formando círculos en su espalda de nueva cuenta.
Casi escuchó cómo Nico suspiraba con alivio cuando estuvo seguro de que no lo rechazaría. Perséfone se estremeció con lástima nuevamente, sorprendida ante cómo un gesto de apoyo que a ella le parecía tan insignificante había provocado esa reacción en su hijastro, pero siguió cantando, tratando de imprimirle a su voz todo lo que sentía.
Risolverò
(Reparamos)
Magari poco o niente
(tal vez poco o nada)
Ma ci sarò
(Pero estaré)
E questo è l'importante
(y esto es lo importante)
Acqua sarò, che spegnerà un momento
(Agua seré que apagará un momento)
Accanto a te viaggiando controvento.
(a tu lado, viajando a contraviento.)
Accanto a te viaggiando controvento.
(a tu lado, viajando a contraviento.)
Bajó la voz y se inclinó hacia su hijastro, su voz apenas un delgado murmullo.
Acqua sarò che spegnerà un momento
(Agua seré que apagará un momento,)
Accanto a te viaggiando controvento
(a tu lado, viajando a contraviento.)
Terminó, aunque siguió tarareando la suave melodía de la canción durante un rato más hasta que, finalmente, habló.
–Tranquilo –susurró, repitiendo lo que ya había dicho anteriormente pero sin que a ninguno de los dos les importara demasiado–. No van a hacerte daño –prometió, sin ella misma darse cuenta del mensaje implícito que sus palabras llevaban: "no voy a permitirlo".
Nico asintió contra su pecho; ya no lloraba, aferrado a su madrastra, que por primera vez desde que la conocía le había hablado con una voz que no estaba cargada de sarcasmo.
Se quedaron así largo rato, con Perséfone silenciosamente prometiéndole apoyo.
Finalmente, después de lo que pudo haber sido una hora o sólo diez minutos, Nico volvió a abandonarse al sueño, con los brazos de Perséfone alrededor suyo.
La diosa no se movió durante un rato más, hasta que, al final, decidió levantarse.
Con todo el cuidado que pudo se desprendió de los brazos de Nico, que la rodeaban con fuerza. Siendo como era la diosa de la primavera, estaba acostumbrada a manipular flores, no haber podido tratar con un niño dormido sin despertarlo habría sido una vergüenza, pero aun así se sonrió cuando se vio de pie y con Nico aún dormido apaciblemente.
Lo miró detenidamente, quizás por primera vez.
Habría sido atractivo, si no fuera por esas pronunciadas ojeras y por la mortal palidez en sus facciones. Tenía unos ojos bastante lindos, honestamente, de un café tan oscuro que casi parecía negro, con pestañas largas y espesas. Unos ojos idénticos a los de su padre, pensó. Sonrió, aunque la verdad estaba tentada a bufar con algo cercano al sarcasmo. Hacía un par de milenios también había pensado que Hades era atractivo.
Se quedó mirando a su hijastro un poco más, con una suave sonrisa aún en los labios.
"Hijastro". Qué extraña palabra. Es decir, empezaba como "hijo", un lazo que según su madre, Deméter, era el más fuerte que podía existir y, sin embargo, terminaba sin haber dicho eso; con algo que sugería que ni se trataba de un hijo ni se trataba de un desconocido.
"Astro". La famosa palabra empezaba con "hijo" y termina con "astro". Como si... como si quisiera hacer referencia a que... a que eran hijos pero no propios, como si fueran hijos que el destino había dado, como cuando decían que se podía leer el futuro en las estrellas, en los "astros".
Se sorprendió ante su propio pensamiento, mientras negaba suavemente con la cabeza. En el nombre del Olimpo, no podía estar pensando semejantes cosas.
Aun así, cuando regresó a sus cavilaciones, sus pensamientos giraban en torno al mismo tema.
Debía haber otra razón para ese nombre; quizás incluso otro nombre.
Pues... estaba "hijo postizo". Hizo una mueca de asco. Eso sonaba como decir "me puse unas uñas postizas" o "traigo puestas unas pestañas postizas"; como algo que se puede poner y quitar, no como para referirse a un hijo.
Un momento.., ¿qué había dicho?
"Hijo". Había dejado de buscar sinónimos para "hijastro" y se había quedado con una palabra cuyo significado era completamente distinto, y mucho, mucho más poderoso.
Realmente, ¿por qué no había tenido hijos? Bueno, lo cierto es que había tenido hijos. Dos para ser exactos, aunque uno había resucitado después de que los titanes lo comieran, pero no podía decir que los apreciara demasiado por dos razones: ella no había querido tenerlos.
En ambas ocasiones, su propio padre, Zeus, la había seducido para después encontrarse con que estaba embarazada.
Pero ella se refería a algo distinto. Realmente no pensaba en ésas dos criaturas como hijos suyos, ella estaba hablando de una relación como a la que Deméter se refería cuando hablaba de ella. Algo irrompible, algo que se basara en el cariño, no en los lazos de sangre.
Alto ahí.., ¿acaso acababa de decir "no en los lazos de sangre"? ¿Eso quería decir que acababa de llamar a Nico hijo suyo?
Abrió la boca, sorprendida, dispuesta a objetar eso, a apuntar que eso no era lo que había querido decir, sin embargo se vio forzada a cerrar la boca abruptamente cuando se dio cuenta de que... eso era realmente lo que había pensado.
Lentamente elevó su mano izquierda para acariciar la mejilla derecha de su hijastro. Sonrió, el cariño reflejado en sus pupilas verdes.
Se levantó silenciosamente y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella, aún esbozando un toque de dulzura en el rostro.
Después de todo, parecía que había sido justo la infidelidad de Hades para con ella la que la había llevado a tener el hijo que anhelaba, el hijo que merecía el nombre, incluso si no llevaba su sangre. Vaya ironía pensó mientras recorría el camino de vuelta a su habitación, sonriendo.
N. A.
Bueno, la canción se llama Controvento, de Arisa. Es muy, muy linda, les recomiendo un montón que la escuchen. Además, quiero agregar, fue toda una Odisea encontrar la bendita canción. Primero quería la poesía Doña Primavera, de Gabriela Mistral, pero me di cuenta de que no venía al caso. Luego intenté con canciones de cuna, pero tampoco quedaban; finalmente, me metí a un sitio donde ponía "canciones de cuna italianas", o sea, el destino quiso que me encontrara con esa página, de tal forma que se me metió en la cabeza que fuera italiana la canción, aunque nuevamente no llegué a ningún lado con canciones y rimas infantiles porque... sólo no.
Estaba a punto de resignarme a escribir una propia, cuando decidí intentarlo por última vez y buscar "canciones italianas" como tal, prometiéndome que si no encontraba lo que estaba buscando ahí, escribiría algo yo.
La primera canción, fue Controvento. Tan pronto leí la letra me di cuenta de que era la canción. Sin embargo, ya antes había encontrado una letra que me gustaba. La prueba de fuego era escucharla. La prueba de fuego era conseguir que me imaginara a Perséfone cantándola sin que pareciera OOC, con la voz, la intensidad... Esta canción fue sencillamente perfecta.
Bueno, eso es todo por el momento, por favor, díganme qué opinan y.. pregunta: ¿creen que debería continuarlo? Es decir, tengo una idea vaga, pero no estoy del todo segura, ¿qué opinan?
