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Crónica de una separación anunciada
¿Es raro empezar una carta sin poner el nombre del destinatario? Siento que soy un ser tan extraño que ya no sé distinguir lo que es extraño de lo que no lo es. Antes nunca me importó, aunque tú solías molestarme con eso, ¿recuerdas? De hecho, creo que el hecho de que me molestaras hacía que me empeñara más en ser… diferente. Puedes llamarlo como quieras: loco, estrafalario, raro. Algunas cosas es mejor decirlas por su nombre, pero reconozco que en esa época no sabía que es mucho mejor ser directo en la vida. A los dieciséis no tenemos idea de nada, o al menos yo no la tenía; simplemente no sabía cómo llamar tu atención.
Podría decir que si me dieran la posibilidad de hacerlo todo de nuevo haría las cosas diferentes. ¿Pero sabes qué? No estoy tan seguro de que fuera cierto. Además, ¿no es ese uno de los clichés más grandes de la historia? ¿Cuántas personas no afirman a diario que, si pudieran volver el tiempo atrás, esta vez harían las cosas de la manera correcta? Hay algo que nadie considera cuando se habla de ese tema y es que la simple posibilidad de volver atrás no te garantiza que esta vez vaya a salir bien, y si me preguntas, como creo que lo harías si estuvieras aquí, solo hay una cosa de la que me arrepiento. Una cosa por la que cambiaría todo y tomaría el riesgo de que aun así no funcionara. ¿Adivinas cuál es? Solían gustarte las adivinanzas y mis juegos de palabras. Ya no sé si es así. Hace mucho que no sé de ti, francamente.
Pero bueno… supongo que las personas no cambian. No en lo esencial, al menos. Y si eso significa que sigues siendo curiosa y perspicaz, adivinarás que estoy evadiendo el verdadero tema de esta carta, ¿no es así?
Creo que sigo sin saber cómo ser directo, así que la única forma que encuentro de decirte lo que te quiero decir es la más simple, estúpida y obvia de la historia. Solo lo diré. Tal vez así me convenza de que es verdad.
Entonces, aquí va.
¿Estás lista?
Me divorcio.
Aparentemente, por más que me lo repita o lo escriba, sigo sin creérmelo. A veces me acuesto y al despertar pienso que encontraré a Kaede a mi lado y que, si me levanto y voy a la habitación de Taiki, él estará allí durmiendo.
Luego, cuando el sueño se va y recuerdo que estoy solo en el departamento, la verdad me deja atontado durante un buen rato. Ellos se fueron hace un par de semanas y en estos momentos estamos haciendo los trámites para separarnos oficialmente. Lo único que nos une es un estúpido documento que dice que estamos casados. Nunca imaginé que las palabras pudieran tener tan poco peso, hacerlo hubiera ido en contra de mis principios más arraigados.
Pero no te confundas. No estoy triste. No por el hecho de haber perdido a una fantástica mujer de la que no estoy enamorado, o no tan enamorado como se supone que deberías estar de la persona con la que te casas. Estoy triste por otras cosas, entre ellas por darme cuenta de que a pesar de mis casi treinta años sigo siendo el mismo niño de cuatro que hace tanto tiempo atrás se aferraba a su familia rota con la esperanza de que un día volviera a estar unida. Estoy triste porque ni siquiera era consciente de ello hasta que Kaede se fue. Después de todo, cualquiera pensaría que tras haber vivido una experiencia de este tipo debería saber un poco más de familias rotas y estar más preparado para esto. Desearía que el quiebre de mi familia me hubiera dado sabiduría para enfrentar esta situación, pero ya lo ves…no es así.
Lo que más siento de todo es separarme del pequeño Taiki. Y más teniendo él solo cuatro años, la misma edad que tenía yo cuando mis padres se separaron. Cuando intento consolarme a mí mismo pienso que al menos él no tiene un hermano mayor del que ser separado como lo fui yo. No, el solo me perderá a mí, porque esa cosa del derecho a visitas y a mantener una relación directa y regular con el padre es una estupidez. Lo veré cada quince días por un fin de semana, ¿y luego qué? El tiempo empezará a pasar y nos iremos distanciando cada vez más. Es la crónica de una separación anunciada.*
Kaede dice que es mi culpa. Supongo que de eso se trata, de culparnos entre nosotros y buscar excusas, lo que sea para no admitir la verdad, que ambos fracasamos en este proyecto de vida juntos, porque oye, he descubierto que puede ser tan frustrante o hasta peor que fracasar en la universidad o en el trabajo. Un tema así, que solo debería tratarse del corazón, ineludiblemente se convierte en una especie de proyecto que hay que sacar adelante, o tal vez sea solo yo y el momento en el que mi matrimonio se convirtió en un proyecto para mí y dejó de ser un acto de amor fue lo que lo sepultó.
No lo sé. A esta altura no me interesa mucho quién tiene la culpa, aunque seguiré sosteniendo que la culpa fue de los dos. Mía por no quererla lo suficiente y de ella por conformarse con menos de lo que se merece. De ambos, por quedarnos atascados en este matrimonio sin sentido por tanto tiempo.
Ya he hablado mucho de mí. ¿Cómo estás tú? Digo, suponiendo que de verdad envíe esta carta.
Ahora que lo pienso, no le he dicho a nadie que me separo, ni siquiera a Yamato, por lo mismo te pediría que guardaras el secreto. Sé que te cuesta, o antes lo hacía, pero no estoy preparado todavía para escuchar el "te lo dije" que sé que mi hermano dirá apenas lo sepa. Es irónico, ¿sabes? Que él, que nunca ha sabido mucho de sentimientos, supiera que mi matrimonio se terminaría antes que yo. Supongo que sabe más de lo que creí o de lo que él mismo es capaz de admitir. O quizá solo sea que desde afuera todo se ve más claro.
Presiento que va siendo hora de que me despida, no puedo sostener este monólogo escrito por mucho tiempo más sin extrañar tu voz, pero antes necesito decirte una última cosa.
Si pudiera elegir de nuevo, lo haría bien esta vez. Si pudiera elegir de nuevo, te elegiría a ti, Hikari. Sería valiente y lucharía por ti a pesar del riesgo de perder a mi mejor amiga.
¿Es muy tarde? ¿Es muy egoísta que te diga esto? Sé que tú tienes tu vida y no tengo ningún derecho a inmiscuirme en ella. Me lo dijiste la última vez que nos vimos, que si me iba no podía volver luego a desordenarte los papeles, que ya lo había hecho antes… y ahora te estoy escribiendo esta carta. Supongo que no la enviaré después de todo. O tal vez lo haga. Tal vez solo la abandone en una banca cualquiera y deje que, si el destino nos quiere juntos, la lleve hasta tus manos.
Me imagino que las posibilidades no están a nuestro favor, pero hubo veces en el pasado en que no lo estuvieron y aun así triunfamos. Tantas veces… ¿qué tal un último intento? ¿Una última vez por los viejos tiempos?
Probablemente no resulte, pero prefiero intentarlo de todos modos. Intentarlo y saber que no funcionó a saber que no funcionó porque nunca tuve el coraje de intentarlo.
Así que ya lo sabes. Si un día te encuentras esta carta en un parque o una paloma la lleva hasta tu ventana, solo te pido que la leas, aunque pensándolo bien probablemente debí decirlo al principio.
Confiaré, entonces, en que tu curiosidad te deje llegar hasta el final.
Siempre tuyo
Takeru
Francia, noviembre 2021
Notas finales:
*Crónica de una separación anunciada, como título y en cuanto la alusión que hace Takeru en su carta, es una referencia al libro "Crónica de una muerte anunciada" del escritor Gabriel García Márquez, pero este fic no guarda relación alguna con dicha obra.
