Algo más que buenos amigos
Jill se miraba en el espejo un poco dubitativa. Llevaba puesta una blusa de color amarillo pálido junto con unos vaqueros de color negro aunque, lo cierto era que no sabía qué ropa ponerse.
Chris le había preguntado ese mismo día, si quería ir al cine con él y después a cenar en la pizzería de «Alexandros y Argus». Ella aceptó encantada la propuesta de Chris, pensando que, en un principio, era una invitación muy inocente que un amigo hacía a otro puesto que solo eran eso, dos buenos amigos. Pero ahora, delante del espejo, todo le parecía distinto.
Si de verdad se puede considerar una cita –pensó en varias ocasiones–. Bueno, él es bastante guapo, hay que reconocerlo, pero no creo que yo sea su tipo… además más vale que no me haga ilusiones, y no saque conclusiones precipitadas…
Entonces alguien llamó a la puerta, sacándola de aquellos pensamientos de manera brusca. Jill notó que su corazón comenzaba a latir más deprisa de lo normal y que, de repente, se sentía muy, pero que muy nerviosa.
Debe de ser él –pensó–. Bueno Jill no te pongas nerviosa, solo es Chris, tu compañero.
Se acercó a la puerta, miró por la mirilla y vio que Chris iba más guapo de lo que ella se hubiera imaginado nunca: se había afeitado, y se había peinado (todo un logro dado que siempre se olvidaba de hacerlo), e, incluso Jill diría que había usado un poco de gomina, algo que en él no era muy normal. Abrió la puerta, y le dedico una sonrisa.
—Hola, Jill –saludó Chris, un poco nervioso–. Estás… estás muy guapa.
—Muchas… muchas gracias –Jill se sonrojó un poco–. Tú también lo estás.
— ¿Estás lista para irnos?
—Sí, claro, vámonos.
—Ah, antes de que se me olvide. Esto es para ti –dijo, dándole un pequeño objeto envuelto en papel de regalo. Chris sonrió con timidez–. Feliz cumpleaños.
—Oh, Chris –susurró ella, sorprendida–. No tenias por qué hacerlo –añadió, cogiendo el pequeño paquete con manos temblorosas.
—Es una tontería –mustió, desviando la mirada, mientras veía como Jill lo desenvolvía con cuidado.
—Chris –murmuró ella, con voz apagada por la emoción, cuando terminó de desenvolverlo–. Me encanta, de verdad.
—Si mi memoria no me falla, no tenías ninguna foto del grupo y el otro día estuve viendo fotos en el portátil y encontré esta –respondió él, rascándose la nuca–. Es del día en que fuimos al campo todos juntos. Pensé que te gustaría tenerla…
—Sí, me encanta –se acercó a él con un titubeo y lo abrazó tiernamente–. Muchísimas gracias.
—No hay de qué –contestó él, desviando nuevamente un poco la vista–. Deberíamos irnos, la película empieza a las nueve.
—Bien –asintió Jill, aún sonriendo–. ¿Cuál me vas a llevar a ver? ¿La última de Bruce Willis?
Él sonrió antes de soltar una carcajada.
—No, claro que no –meneó la cabeza sin dejar de sonreír–. ¿Te gustaría ir a ver «Crepúsculo»? He visto que has estado leyendo el libro y pensé que te gustaría verla. Para que veas que me fijo en los detalles, ¿eh?
—Sí, todo un observador nato –rió ella–. Me gustaría muchísimo ir a verla.
¡Dios! Esto tiene que ser una cita seguro. A Chris no le gustan mucho las películas románticas, y esta respira romanticismo por los cuatro costados –se dijo a sí misma Jill.
Después de que terminara la película, fueron dando un paseo hasta la pizzería de los dos hermanos italianos, situada no muy lejos del cine. Cuando entraron al local, Chris la condujo a una mesa que estaba al final del establecimiento, ideal para el momento puesto que en ella se podía tener mucha intimidad. Aunque, eso no era muy difícil de lograr, el establecimiento no estaba muy lleno, tan solo había dos mesas más ocupadas. En una de ellas había un matrimonio con un niño pequeño, y en la otra había un grupo de adolescentes riéndose de todo y de todos.
— ¿Te ha gustado la película? –le preguntó a Jill.
—Claro, me ha encantado, y ¿a ti? –preguntó, tratando de no reírse. Ver a Chris, adorador de las películas con una media de veinte disparos por minuto, metido en una sala llena de chicas y chicos amantes de las películas románticas, era una buena manera de que le entrara un ataque de risa.
—Sí, ha estado bien. Oye, voy a pedir la pizza, tu favorita era la barbacoa ¿no?
—Sí –sonrió ella–. ¿Vas a pedir mi favorita por ser mi cumpleaños?
— ¡Claro! ¿Por quién me has tomado? –respondió él, fingiendo estar ofendido mientras caminaba hacia el mostrador.
Después de unos cinco minutos, Chris volvió otra vez a la mesa que él y Jill ocupaban, y dejó encima de ella una bandeja con la pizza que le gustaba a Jill.
—Has tardado poco –señaló ella, sorprendida.
—Sí, bueno –él se encogió de hombros–. Como el local está medio vacío y las pocas personas que están ahí ya estaban servidas, han tardado poco en atenderme y en preparar la pizza. Voy un momento al servicio sino te importa –añadió a renglón tendido.
—No tienes que pedirme permiso para ir al baño, Chris –rió ella–. Que ya tienes tus añitos…
Él se rió por lo bajo mientras se alejaba de ella.
Confirmado, está MUY raro –se dijo para sus adentros–. No se ha molestado por ninguna de mis bromas cuando lo normal es que salte con cada una. Si está noche no me cuenta qué le pasa tendré que preguntarle yo misma. Y no voy a dejarle que me salga con evasivas…
La cena transcurrió tranquila. Chris le estuvo contando algunos chistes y estuvieron hablando de algunos temas como, por ejemplo sobre el padre de Jill, al que le habían dado la condicional hacía un par de meses, y que ahora vivía en una casita de un barrio bastante tranquilo.
Después de la cena, Chris acompaño a Jill hasta la casa de ella, dando un tranquilo paseo. La noche había refrescado y a Jill se le había olvidado llevarse una chaqueta o algo parecido. Inesperadamente, Chris se quitó la cazadora de color beige y se la colocó a Jill sobre los hombros. A ésta no le extrañó que él hiciera eso, siempre había sido así de amable.
En el fondo es todo un caballero –pensó Jill, sonriendo mentalmente.
—Gracias –le dijo, con una gran sonrisa mientras metía sus brazos por las mangas de la cazadora y olía, disimuladamente, el olor de Chris–. ¿Te lo has pasado bien esta noche?
—Sí, bastante bien –parecía sorprendido con eso–, y… creo que… tal vez… deberíamos repetirlo otro día, si te parece bien –tartamudeó Chris, muy tímido.
¡No puedo más! Voy a tener que decírselo ya –empezó a pensar Chris–. Pero, ¿y si me dice que no? ¿Y si me dice que hay otro hombre?
—Claro, me encantaría volver a repetirlo –asintió ella–. Pero, antes de que se me olvide, ¿puedes contestarme a una pregunta?
—Sí –respondió él, confuso y dubitativo.
— ¿Por qué llevas días tan raro? ¿Te pasa algo, o hay algo que te preocupa? A mí me lo puedes contar, somos buenos amigos y nunca te he fallado –dijo Jill, mirándole a sus grandes ojos color verde.
—Yo… a mí no me pasa nada –se apresuró a decir, desviando rápidamente la mirada.
Estupendo, Redfield, te enfrentas a hordas de zombis y no pues decirle algo tan sencillo… eres un gallina, ¿lo sabías? –Se dijo a sí mismo, con sarcasmo–. ¡Díselo de una vez! No pasará nada malo…
—Chris, sé que te pasa algo –insistió ella–. Venga, cuéntamelo, por favor. Te sentirás mejor –le puso una mano en el hombro, con suavidad–. Llevas días muy raro –volvió a repetirle–, y siempre me da la sensación de que quieres contarme algo y no lo haces. Mírame, Chris –le pidió ella, cogiéndolo del brazo y haciendo que se detuviera.
—Verás, Jill, yo… –empezó a decir, mirándola a la cara–. Esto es algo complicado para mí –suspiró.
—No te preocupes –susurró ella, con dulzura–. Te escucharé.
—Jill, yo… yo –volvió a empezar–… yo… estoy enamorado de ti desde hace tiempo –soltó de un tirón y volvió a desviar la mirada, sonrojándose.
Seguro que se reirá de mí –gruñó mentalmente, Chris–. O se lo contará a todo el mundo… Pero, ¿en qué narices piensas, Chris? ¡Jill no es de esas! Ella es tu mejor amiga, joder.
—Chris… yo… –ahora era Jill quién estaba nerviosa y se trababa con las palabras–. Veras yo…
Madre mía, ¡me lo acaba de confesar! Dios, Jill, di algo, ¡lo que sea! A ti el también te gusta y si no le dices algo, él pensara que no es así. Y si él ha reunido el valor suficiente para decírtelo, haz tú lo mismo… –le decía su mente
—Yo… yo… –aunque lo intentara, Jill no lograba continuar con las palabras.
¡Al diablo la letra! –pensó Jill.
Se acercó a él y cogió su rostro con las manos, con suavidad y dulzura; sorprendiéndole. Sin darle tiempo a Chris para reponerse, unió sus labios a los de él en un torpe beso que a Chris lo cogió totalmente desprevenido. Ambos cerraron los ojos, dejando que los sentimientos hablaran solos ya que ninguno de los dos sabía qué decir en esos momentos.
Después de un rato besándose, Jill despegó sus labios de los de él, pero Chris no dejó que se alejara mucho, la cogió de la cintura y la atrajo hacia él, ella le rodeó el cuello con sus brazos, y volvió a atraer su rostro hacia el de ella, besándola de nuevo, disfrutando de las sensaciones que ella despertaba en él.
