LA CHICA PERFECTA
Disclaimer:
Rurouni Kenshin no es mío. Existe por obra y gracia del excelentísimo maestro de maestros… Nobuhiro Watsuki. Escribo esto porque tengo tiempo libre y una mente que busca diversión, sin fines de lucro.
Algo me han dicho
la tarde y la montaña
Ya lo he perdido.
Jorge Luis Borges - Diecisiete haikus
Capítulo 1
OLVIDO
La luna llena iluminaba tenuemente una típica noche de verano japonesa, dándole un cierto toque majestuoso y encantador. El viento mecía las hojas gentilmente, escuchándose únicamente en esa soledad, los murmullos de un pequeño aunque cuidado jardín.
Se adivinaba en la noche, la silueta de una esbelta y joven mujer. Una mano delicada, rozaba ligeramente las flores que abundaban. No estaba ya sola, puesto que detrás de ella, en el umbral de la casa a la cual pertenecía el jardín, se asomaba una pequeña y tímida figura.
— Mamá...— la llamó — mamá, no puedo dormir... — Aquella figurita dio unos pasos adelante, y la luz de luna la iluminó, mostrando a una niña de aproximadamente siete años que se tapaba los ojos, y sollozaba.
La joven mujer se paró de pronto, y se volvió. Con un ademán elegante y maternal, se agachó para tomar a la pequeña por su rostro, acariciándola con ternura. La niña era muy parecida a su madre, salvo por los ojos. Los ojos de Kaoru eran unos espléndidos ojos azules, que aunque vidriosos por las lágrimas, no escondían una luz vivísima que denotaba su alma inocente, pero decidida.
— Kaoru, mi niña — preguntó la dama — ¿Por qué estabas llorando?
— Tuve un sueño muy feo, mamá... caminaba sola en un lugar muy oscuro, muy frío... y sentía que alguien me estaba persiguiendo... — la pequeña se estremeció recordando su sueño y llorando nuevamente, se echó a los brazos de su madre — tenía mucho miedo, mamá...
La joven señora, comprensiva, le apartó algunos mechones que habían caído en el rostro de la niña. Sabía por qué su hija tenía esos sueños. La familia que antes fue tan numerosa, al recrudecerse la guerra, empezó a desintegrarse. Poco a poco, los miembros de aquella familia, desaparecían. Los tiempos no eran benévolos, y las personas vivían con miedo. Los hombres que eran útiles para la guerra, se habían marchado al campo de batalla, y muchos volvían muertos. Era incluso una bendición para sus familias que regresaran, puesto que la mayoría desaparecía y no volvía a saberse nada de ellos.
No eran tiempos pues, de criar a una niña. Pero aquella era el fruto de su amor, y debía protegerla. Incluso su esposo, tuvo que enlistarse, no sin antes dejar a su esposa y a su hija, con todas las medidas de seguridad posibles y con la promesa de regresar vivo para ellas, una vez acabara aquel horrendo conflicto.
La madre, suspiró pesarosa, y le besó en las mejillas. Kaoru la miró con esos ojos azules profundos, con un dejo de tristeza.
—Ven, Kaoru. Vayamos adentro. No hace frío, pero no es seguro que estemos mucho tiempo afuera — La niña asintió y se adentró en la casa. Dio unos pasos, y volteó su rostro para asegurarse que su madre la siguiera. Extrañada de no escuchar sus pasos cerca a ella, se volvió totalmente, y al no verla, se dirigió nuevamente al umbral.
Lo que vio, la dejó paralizada. No podía gritar.
Su madre estaba de pie, mientras un gigantesco hombre le jalaba de los cabellos. La joven señora, intentaba inútilmente de zafarse del agarre, pero era demasiado débil para aquél hombre, que era más grande y más fuerte que ella.
Súbitamente, en un rápido movimiento, el hombre sacó una larga katana que cargaba en su espalda, y sin más, le atravesó el cuello.
La joven con los ojos desorbitados, profirió un quejido, mientras aquél monstruo sacaba el acero de su cuello. Su mirada casi apagada se centró en Kaoru, su niña, y el último hálito de su alma salió de su cuerpo, mientras susurraba mentalmente el nombre de su esposo y su hija. Una lágrima se deslizó por su rostro perfecto, de impotencia por no poder proteger a su hija hasta el final.
Pero Kaoru no vió nada de eso. Ella solo vio como su madre caía pesadamente al piso, después que aquél le atravesara con la katana. Las flores preferidas de su madre, que crecían cercanas, se tiñeron de sangre.
La niña no sabía que hacer. El hombre viendo por última vez, con una mueca de aburrimiento el cuerpo inerte de la señora, dirigió su mirada hacia ella. Una desagradable chispa de malignidad de adivinó en sus perversos ojos, mientras se dirigía lentamente hacia la petrificada niña.
—Vaya, vaya, linda. ¿Qué haces despierta a esta hora? — Levantó su katana ensangrentada y la sacudió. — ¿No sabes que los niños deben irse a dormir temprano? ¿O quizás...? — una sonrisa terrible se dibujó en su rostros, mientras sus ojos se hacían pequeños —¿Quizás quieres acompañar a tu madre al más allá?
Por instinto, Kaoru retrocedió intentando ocultarse en la oscuridad de su casa. El hombre meneó la cabeza negativamente, divertido.
— No pequeña. Aun si corres no podrás escaparte. Es una lástima que hayas visto todo esto, pero necesitamos algunas provisiones y tu casa estaba de camino... Lo llamaría... — el hombre inclinó dubitativo su cabeza y después chasqueó los dedos—un golpe de mala suerte para ustedes.
La niña no podía más. La muerte se veía muy cercana. Vio el rostro de su madre, pálido por la muerte. Ella pronto estaría con ella. Sintió como un vacío enorme oprimía muy fuerte su corazón, ahogándola en la oscuridad. No oyó que otros hombres se unían al primero, evitando que la matara. Entre todos lo convencieron que ella no representaba ningún peligro y sería más provechosa vendida como esclava que muerta.
Pero Kaoru, no escuchó nada de esto. Su cuerpo desmayado fue levantado sin esfuerzo y sacado de su casa, su dojo, lejos de su madre.
— ¿Estás bien?
El rostro de un niño fue lo primero que vio la pequeña Kaoru al abrir los ojos. Cuando intentó incorporarse, cayó pesadamente. Se dio cuenta que unas cuerdas estaban a su alrededor, impidiéndole la movilidad. Forcejeó un poco, pero al notar como se ceñían y al no poder deshacerse de ellas, fijó su atención en el niño que estaba junto a ella.
Este se veía muy delgado, casi esquelético, y aunque tenía un bonito rostro, se encontraba marcado por golpes, muchos de los cuales parecían recientes. Por alguna razón, Kaoru dedujo que aquel niño no era malo, por lo tanto podía compartir su pena y abandonándose a su sufrimiento empezó a sollozar amargamente. Le dolían las cuerdas que la ataban, tenía frío y rigidez en las piernas por el tiempo que había permanecido en esa posición. Pero lo que más dolía era su pecho. La muerte de su querida madre, le estaba destrozando el alma y su corazón. Quería olvidar todo, quería eliminar su dolor, quería gritar su angustia, pero antes que ella empezara, el chico le tapó la boca, mirando a los hombres que dormían cerca y a ella simultáneamente.
— No por favor, no… los despertarás…— susurró el pequeño.
— ¿Quién eres tú? ¿Quiénes son ellos? — preguntó ella, intentado limpiarse el rostro con las rodillas. Sus labios temblaban... tenía mucho miedo.
— Son mis hermanastros…
— ¿Por qué...? ¿Por qué...? — quiso continuar, pero no podía. El rostro de su madre muerta, la perseguía, la obsesionaba. Pero aun así, no podía seguir.
— Porque son malos. Les gusta ver sufrir a la gente… y… —el niño paró por un momento, para luego decir, angustiado — les gusta mucho más hacerme sufrir.
Algo de la actitud de aquél niño que aunque se notaba había sufrido muchos maltratos, caló en ella. Hizo mentalmente un paralelo entre su vida y la del niño. Ella hasta hace poco, gozaba de amor, protección. No sabía de la maldad humada. Él, quizá, toda su vida expuesto al dolor, a la miseria, a la desesperación. Pero no lloraba. Él no conocía la seguridad que ofrece los brazos de un padre, ni la calidez en los besos de una madre.
Kaoru a pesar de sus heridas y de su dolor, lo miró con simpatía. El niño al ver que era observado cálidamente, bajó su cabeza avergonzado. La chiquilla, sonriendo con tristeza, le preguntó:
— Niñito, ¿Cuál es tu nombre?
— Soujirou. ¿Y el tuyo?
— Kaoru.
— Señorita Kaoru — repitió el niño —... Es un bonito nombre para una bonita niña.
Kaoru sonrió aun más. No estaba sola. Al menos por esa noche y hasta poder salir, tenía a un aliado con ella.
Los hermanastros de Soujirou, demostraron ser una verdadera escoria humana. No sólo por tratarlos inhumanamente, golpeándolos sin razón y riéndose de su sufrimiento, mientras los llenaban de mucho trabajo y retribuyendo a cambio poca comida. Kaoru notó que ellos estaban acostumbrados a esa clase de vida. Robar y asesinar no representaba cargo de conciencia alguno. Ella observó con dolor, como algunas de las pertenencias de su familia, como las espadas de su padre y el kimono favorito de su madre, fueron vendido por algunas monedas en el mercado, cuando aquellos hombres se quedaron sin fondos. Se tragaba las lágrimas,furiosa y angustiada, mientras corría a ayudar a "Souji", como cariñosamente llamaba a su amigo, con los costales de harina. Debían terminar todo aquella noche, si no el hermano mayor, les azotaría a los dos hasta dejarlos sangrando.
La actividad continua no le permitía tener un duelo prudente por su madre.
Su madre…
Mamá…
Te extraño mucho mamá.
Yo los odio, los odio de verdad. Por su culpa, tú no estás conmigo.
Te necesito, mamá, quiero ir contigo...
Ella había muerto a manos de ellos, unos vulgares asaltantes. Y murió por no poder defenderse, por los prejuicios de aquel tiempo, que veían con malos ojos ver una mujer empuñando la espada. Kaoru tampoco podía defenderse, por ser una mujer.
Si supiera kendo, tal vez hubiera sido diferente.
— Señorita Kaoru — la llamó el pequeño Seta, mirando cautelosamente a su alrededor. Él no se atrevía a hablarle de día, cuando sus hermanos estaban despiertos. Pero en la noche conversaba con la niña durante largas horas. Él había demostrado que era un extraordinario escucha y un buen camarada. Él fue el que le propuso que no llorara nunca y que intentara el conservar un sonrisa en su rostro. Al menos, eso le había mantenido vivo durante todo ese tiempo. Kaoru dudaba que fuera una buena idea, pero cuando la puso en práctica se dio cuenta que era más fácil y que ciertamente, le golpeaban menos. Quizá porque no era tan divertido.
— Souji... ¿Qué pasa?
— Estamos cerca de mi casa. Debes irte ahora — Kaoru abrió los ojos. ¡Vamos, es su oportunidad! — dijo un poco más alto — Kaoru se tensó. ¿Y Soujirou?... No podría... Movió negativamente la cabeza.
— ¡No — no pudo terminar la frase porque Seta le tapó la boca con su manita.
— Más bajo... se despertarán.
— Souji...
—¡Vete ya! — dijo sacando un puñal de entre sus ropas y amenazándole, intentó golpearla con el arma. Ella esquivó el golpe y corrió un poco. Sin embargo, antes de perderse entre la hierba le dijo, quitándole el instrumento de las manos:
— Volveremos a vernos. Tengo una cuenta que arreglar con ellos. No los perdonaré.
— Ni yo tampoco — respondió el niño
Seis años pasaron con rapidez. Seta cumplía ese día trece años, sin que nadie celebrase nada. Pero a él le tenía sin cuidado todo lo que pasase en aquella maldita casa. Ese día iba a ser el día de su liberación y dejaría atrás a aquellos que se habían encargado de malograrle su vida… Pero no se iría sin antes vengarse. Esa era la enseñanza del señor Shishio, al cual acababa de conocer hace unos días. A pesar de lo horrible de su aspecto, le había tratado mejor de lo que le trató alguien jamás. Le había demostrado que era posible vivir libremente. Esa noche, Soujirou estaba decidido a todo. Con aterradora serenidad, pensaba en las palabras del señor Shishio, mientras arrastraba una pesada espada por el suelo.
—Si eres fuerte vives, si eres débil... mueres — decía una y otra vez esas palabras como un mantra.
El haber cumplido a medias parte de sus deberes, hizo que sus hermanos se enfurecieran. El interior de la casa parecía un avispero.
—¡Oye mocoso! ¡Has puesto mal los sacos de arroz! — se escuchó un grito desde el interior de la casa.
Soujiro, suspiró largamente, procurando mantenerse tranquilo. Al poco rato, vio salir de la casa, la alta figura de su hermano, que traía un grueso látigo.
—¡Pequeño malnacido! ¡Dónde estás! ¡Juro que esta vez tu espalda no será suficiente para soportar el castigo!.
El niño temeroso ante los deseos de su alma, se escondió junto con su espada en el sótano. Pero su hermanastro ya lo había visto, y también se arrastró hacia donde estaba él.
—¡Pequeño insolente! ¿Te crees acaso que escondiéndote voy a anular tu castigo? ¡Te mataré, maldito!
Ante aquellas palabras, el chico quedó estático por un momento. El hombre, pensando que era por el miedo, sonrió malignamente y alargó una mano para sacarlo del lugar. Soujiro reaccionó de inmediato.
— ¡Si eres fuerte vives! ¡Si eres débil... –gritó blandiendo la espada y cortando rápidamente la cabeza de su hermanastro en un acto reflejo – mueres!.
La cabeza de su hermastro rodó y sus ojos acusadores, lo miraban. El rostro tenía esa horrible mueca de aquellos que mueren repentinamente. El niño suspiró sofocado. Afuera de su escondite, se escuchaban gritos de alegría.
— ¡Lo mató! — repetían alegremente, al ver la sangre extenderse por el suelo, los hermanos del difunto, pensando que éste había matado al pequeño.
Sin embargo, pronto se dieron cuenta de la verdad. No era su hermano el que salía de allí.
Era Soujiro, que salía del sótano con el filo de la espada llena de sangre. Se paró frente a ellos, desafiante, pero sin levantar la vista. Una sonrisa lúgubre, adornaba su bonito rostro. Sus hermanastros, lo miraron estupefactos, sin saber en un principio que hacer. Sin embargo, se recuperaron pronto de la impresión, y los hombres desenvainaron sus espadas enfurecidos, dispuestos a asesinarlo.
— ¡Venganza! ¡Muere maldito engendro!– gritó uno de ellos, acercándose por la espalda, sin darle tiempo a defenderse. Soujirou, en un momento sintió como la sombra de la muerte se cernía sobre él. Quizás sería mejor así. Había vivido poco, pero había cobrado su venganza.
— 'Tal vez morir no sea tan malo' — pensó, mientras miraba sin pena como el acero se acercaba a sus ojos.
Grande fue su sorpresa al ver que la katana desviaba la dirección y volaba lejos de él.
—¡Tú eres el que morirás, idiota! — gritó una voz, desde las alturas. Todos los ojos distinguieron vieron un destello y después el cuerpo cercenado del hermanastro. El cuerpo permaneció de pie un momento y cayó al suelo.
Estaba muerto.
—Los idiotas como tú deben morir más lentamente. Has tenido mucha suerte.
El pequeño Soujirou se volteó. Esa no era la voz del señor Shishio. Juraba que...
Kaoru estaba allí, al lado suyo, con un traje de kendoka, haciéndola ver diferente. El cabello estaba amarrado a una alta coleta y una espada ensangrentada yacía en su mano. Soujirou sonrió, recordando a su amiga de niñez y compañera de penurias.
Rápidamente dejó de hacerlo.
Aquella chica no era la dulce Kaoru que conoció. Más bien parecía un demonio con ojos fríos e impersonales, que rápidamente mató sin remordimiento a dos hombres más que osaron atacar.
—Te dije que arreglaría las cuentas — le dijo con una voz bastante fría, la pequeña kendoka. Seta se le acercó prudentemente. Ella asintió sin mirarlo. Ambos escanearon rápidamente el lugar y se pusieron rápidamente en posición de ataque.
—Terminemos con esto — dijeron ambos, empuñando firmemente las ensangrentadas espadas.
Japón.
Año 1878
Una joven de cabellos negros y ojos azules corría desesperada, dentro de lo que parecía un gran laberinto, sin poder dar con la salida. Atrás de ella, una sombra la perseguía ágilmente, usando las sombras a su alrededor para esconderse.
—A pesar de lo mucho que lo intentes, de lo mucho que quieras escapar...Yo siempre te encontraré — decía sonriendo torcidamente una joven de cabellos negros y ojos celestes, casi blancos, apareciendo y desapareciendo constantemente.
— ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mi? — preguntó Kaoru parando en seco, volteándose en todas las direcciones, tratando de atrapar a la escurridiza sombra.
— ¿Yo? — aquello reía perversamente — ¿De verdad lo quieres saber? —
Kaoru a pesar del miedo que la invadía, gritó al vacío.
— ¡Quiero saberlo! ¡Quién eres tú!
Casi de inmediato, sintió como unos fríos y delgados brazos la rodeaban. El espectro, susurró muy quedo cerca a su oído.
— YO SOY TÚ… Y TÚ ERES YO. — Aquella cosa, permaneció un tiempo así, y después se deslizó hasta separarse totalmente de ella.
Kaoru se volteó y reparó en un enorme espejo atrás suyo. Allí estaba reflejada una chica muy parecida a ella. Sin embargo, esa imagen era mucho más horrible. Una luz fatal iluminaba sus ojos.
La pelinegra retrocedió asustada.
Pero el reflejo se limitó a sonreír perversamente.
En una noche fresca de primavera, una jovencita de casi 19 años, caminaba nerviosamente sobre el frío piso de su dormitorio. Sus negros cabellos lucían desordenados, sus azules ojos parecían preocupados y su piel estaba bañada por el sudor.
— Estaba allí — pensó mesándose los cabellos — Me persigue… ¡Esa cosa me persigue!
— Otra vez... Otra vez esa maldita pesadilla ha vuelto… ¿por qué?
— O quizás solo fue un mal sueño. Si, si. Sólo ha sido un sueño horrible… Quizá deba volver a...dormir...
Pero por más que se repitiera una y otra vez lo mismo no podía dejar de pensar en la joven que había visto en el espejo. Su preocupación, la cegó al punto de no llegar a divisar una extraña sombra que parecía caminar delante de su cuarto y situarse sigilosamente, tras ella.
El amanecer siempre era un bello espectáculo en el dojo Kamiya. Debido a que Kenshin, se levantaba muy temprano para hacer el desayuno, era usualmente él quien llegaba a ver como el sol hacia su aparición en el horizonte, aunque a veces se le reunía Yahiko o Kaoru.
Kenshin peinó su rojo cabello, recogiéndolo en una coleta baja. Se sacó rápidamente la yukata dejando al descubierto un cuerpo delgado pero recio, producto del continuo entrenamiento y de toda una vida peleando con la espada. Cogió el hakama y el gi que estaban cuidadosamente doblados sobre su almohada y se los puso. Una vez que estuvo cambiado, salió hacia el baño para asearse. Al cabo de unos minutos, regresó nuevamente a su cuarto, arregló su futón y salió al patio.
La brisa fresca, envolvió el cuerpo del pelirrojo. Levantó sus brazos y los estiró, bostezando. Sonrió y se dio unos golpecitos en las mejillas para espabilarse.
— Hoy será un día muy bonito. Tal vez sea mejor cocinar algo fresco…
El pelirrojo dejó de hablar al ver a Kaoru paseando por el patio del dojo. Aunque no era común que la chica se levantara tan temprano, Kenshin no mostró extrañeza, y sonriendo ampliamente se acercó a la kendoka.
— Buenos días, señorita Kaoru. — saludó él.
— Buenos días... — respondió la muchacha.
A pesar la simple respuesta, el joven presintió de inmediato que algo andaba bastante mal. No era tanto esa voz fría de la chica, lo que alertó de inmediato al pelirrojo, sino aquellos ojos celestes, casi blancos, que en ese momento se posaban en él.
— ¿Señorita Kaoru? ¿Se encuentra bien?
Kaoru pareció despertar de un letargo y rápidamente cambió la expresión de su rostro, ofreciendo una pequeña sonrisa.
— Por supuesto, Kenshin. Lo siento, no dormí muy bien anoche. — respondió la joven de manera apresurada, dando la vuelta en dirección contraria. — Perdón nuevamente, pero debo alistarme ya, hoy tengo que dar clases.
Kenshin la observó con atenta seriedad. Su instinto de espadachín había percibido un ki muy extraño al encontrarse con Kaoru. Sin embargo, al preguntarle a la joven sobre su estado el ki desapareció. No estaba seguro si aquello provenía de Kaoru, por lo que decidió pensar que era solo su imaginación, y olvidar aquel episodio.
Kaoru regresó a su cuarto, sin muchas ganas de ir al dojo Maekawa. Le preocupaba mucho ese sueño que había tenido y que desde cuatro noches no la dejaba dormir. Recordaba como antes del fallecimiento de su padre, soñaba con bastante frecuencia lo mismo. Pero las responsabilidades que imponía el dojo, hacía alejar las pesadillas nocturnas, o si las tenía no les daba importancia. Después, el asunto del falso Battousai, la llegada de Kenshin y las peleas que siguieron, llevaron sus preocupaciones al olvido.
Pero ahora, justo ahora que creía había llegado de una época de paz, volvían aquellos fantasmas otra vez, atormentando su vida. Pero no podía decir nada a nadie… Kenshin aún estaba recuperándose de la pelea con Enishi, física y psíquicamente…No debía preocuparlo.
—No puedo permitir que él cargue con otra pena más. Un día más, sonreiré como una buena , como si no pasara nada. Debo seguir siendo aquella joven perfecta, para protegerlos a todos... de mí misma...
CONTINUARÁ…
¡Hola a todos! Muchas gracias por leer hasta aquí. Como ya se habrán dado cuenta, este fic, tiene como protagonista principal a Kaoru. Este personaje siempre me ha parecido muy fascinante, sobre todo su pasado, que parece como envuelto en una nebulosa. Cuando leí el manga, me pregunté porque Kaoru no querría saber el pasado de nadie, (bueno, claro esa chica no quiere husmear en la vida de las personas…), pero también pensé que era porque ella también ocultaba algo que no deseaba que se descubriese. En fin, eso sirvió de base para inspirarme en este fic, que espero, haya sido de su agrado. Subiré un nuevo episodio tan pronto como pueda. No creo que este fic tenga muchos capítulos, después de todo a pesar que me gustan los fic largos, creo que sería difícil para mi escribir uno de 10 o más capítulos… Y por último ¡Gracias nuevamente por leer!
