En el bosque, algo en la oscuridad
Por M. Mayor

Tenía ganas de caminar bajo las estrellas,
en el bosque tan oscuro y profundo.
Ni un mito ni un cuento de hadas
podrían evitarme entrar en el laberinto.
Pero podía sentir unos ojos sobre mí,
escondidos en las sombras, viendo siempre.

Darkness, Blackmore's Night.

~OQ~

1

La marcha de los caballos se escuchaba en todo el bosque y por encima los gritos de los soldados.

—¡Recorran el área! ¡No nos iremos hasta encontrarla! —gritó el capitán.

Enseguida, y a la orden, un grupo de soldados se desplegó alrededor del bosque. Comenzaba a amanecer y el sol pronto haría visibles las sombras.

—¡Hay pisadas al otro lado del río, capitán! —gritó uno de los soldados.

—¿Qué esperan? ¡En marcha!

En cuanto el capitán lo indicó, todos los soldados y los caballos cruzaron el río hasta perderse en lo más profundo del bosque.

Regina se abrazaba a Robin, temblando. Ambos estaban encima de una de las ramas altas de un árbol, el espeso follaje los cubría; sin embargo, al menor movimiento, hubiesen quedado descubiertos.

Robin echó un vistazo para cerciorarse de que el peligro ya había pasado. Los soldados ya no estaban a la vista.

—Se han ido —dijo Robin casi en un susurro.

Regina dejó escapar un suspiro, en sus ojos había miedo. Con cuidado, Robin descendió del árbol y ayudó a Regina a hacerlo también. En cuanto estuvieron en tierra firme, ella se abrazó a él. Robin le correspondió, acariciando su espalda para reconfortarla.

—Tranquila, todo estará bien.

—Robin, él quiere asesinarme —decía Regina con la voz cortada.

—Eso no voy a permitirlo —respondió Robin con firmeza mirándola a los ojos—. Vamos, continuaremos el camino y entonces todo esto será solamente un mal sueño.

Regina asintió. La mirada de Robin la consolaba, su amor la fortalecía. Él la tomó de la mano y continuaron su camino en dirección contraria al paso de los soldados.

Hacía un par de semanas que se encontraban huyendo del reino. El rey Leopold había enviado a su guardia real a buscar a su esposa, la reina, quien había escapado con el famoso ladrón proscrito: Robin Hood.

En el pueblo todo mundo hablaba de ello. El rey había caído en vergüenza cuando Regina huyó del reino. Los rumores corrieron muy rápido y se hablaba de que la reina se encontró con el ladrón una noche en la taberna y desde entonces le había sido infiel al rey, hasta que finalmente escaparon.

Todo era cierto. Regina fue llevada por un hada verde hasta la taberna donde conoció a Robin Hood. Al inicio, la joven reina se sintió nerviosa e intimidada por el hombre que le sonreía. Sin embargo, conforme la noche transcurrió tuvo una sensación reconfortante. De pronto, todo aquello del polvo de hada tuvo sentido. Incluso si no hubiese sido conducida por éste, estaba segura de que se hubiese enamorado igual de aquel hombre. Y cuando algunos días después se enteró de que era el legendario ladrón de los bosques, a Regina no le importó demasiado.

Y ahora estaban ahí, conduciéndose entre la maleza y los árboles, huyendo de los soldados del rey. Ambos prófugos y sin remordimiento.

—Conozco un lugar donde tengo amigos que pueden ayudarnos —decía Robin esbozando una sonrisa—. Tienen un campamento no muy lejos de aquí.

—¿Conoces todo el bosque? —preguntó Regina, un poco más tranquila.

—Casi todo —respondió Robin—. Pero ten por seguro que esos soldados se encontraran con el estercolero más grande del reino.

Regina soltó una risa. Robin se detuvo, sonriendo también, y la atrajo hacia sí.

—Eso es, extrañaba ver esa sonrisa —dijo él acariciando su espeso cabello oscuro.

—Esto es muy difícil, Robin.

—Lo sé, lo sabíamos desde antes. Pero estamos juntos, eso es lo que importa. Debemos ser fuertes.

Aunque los ojos de Regina se humedecieron, asintió con una sonrisa. Robin volvió a tomar su mano y continuaron caminando por el bosque.

~OQ~

La tienda de su abuelo no era lo que había pensado. Henry pasaba la tarde entera encerando el piso y sacándole brillo a los muebles. Cuando se aburría se colocaba los audífonos para escuchar música mientras limpiaba los vidrios de las vitrinas. Algunas veces, Belle aparecía por allí y le llevaba bocadillos y una taza de chocolate. Solían hablar de libros durante horas, mientras Mr. Gold los veía de reojo, aparentando un gesto adusto cuando en realidad, en el fondo, le gustaba que ambos se llevaran tan bien.

Cuando tocaba cerrar la tienda, Henry se despedía de ambos y se dirigía a casa, con Regina. Muchas veces decepcionado de sí mismo, pues no lograba hallar alguna pista que fuera importante para la Operación Mangosta. Quería ayudar a su madre, en verdad deseaba poder hacerlo. Estaba convencido que, en cuanto encontraran al autor del libro, las cosas cambiarían significativamente para ella. Algunas veces pensaba que, quizá, en la tienda de Mr. Gold no había nada más que artilugios mágicos y objetos extraños.

Después de la maldición de la Reina de las Nieves, había mucho que restaurar en el pueblo, entre todas esas cosas la reputación de Mr. Gold. Henry era el único (además de Belle), en aquel momento, que entraba en la tienda. Nadie quería saber nada del anticuario, de Rumpelstiltskin, quien había demostrado ser el de siempre. Sin embargo, Henry quería creer que su abuelo solamente había tomado malas decisiones. Pese a que Regina se había opuesto a que su hijo regresara a trabajar a la tienda de Gold, no había podido hacer mucho contra ello. Sabía lo importante que era para el chico llevar a cabo la Operación Mangosta, pero, sobre todo, relacionarse con algo que le recordara a Neil, su padre.

Regina finalmente había desertado de la Operación Mangosta, pero no se lo dijo a Henry. El plan seguía siendo el plan, los mantenía en complicidad. Sin embargo, ella ya tenía lo que deseaba. Robin la amaba y ahora estaba concentrada en construir una vida mejor, por ella, por ambos. Lo cual incluía también a sus hijos. No sabía si quería ya un final feliz, porque aquello ya era la felicidad misma.

Henry había prometido que saldría de la tienda de Mr. Gold en cuanto cayera el atardecer. Regina quería tenerlo puntualmente para la cena. Así que el chico se apresuró, limpió los estantes que su abuelo le había indicado y luego se dirigió al armario para guardar el abrillantador de muebles. Cuando estaba a punto de cerrar las puertas del armario algo salió rodando del interior. Henry se preocupó creyendo que fuese un objeto que se pudiese romper, sin embargo se sintió aliviado cuando vio que sólo era un pergamino enrollado con un listón. Lo levantó del suelo rápidamente para colocarlo en el interior del armario de nuevo, sin embargo, en cuanto lo tocó, el listón que ataba al rollo de papel lanzó un destelló. Henry soltó el pergamino por inercia, asustado, y luego se quedó mirándolo con curiosidad. No era la primera vez que se enfrentaba a los objetos mágicos de la tienda. Con cuidado volvió a tomar el pergamino y lo sostuvo entre sus manos. El listón volvió a brillar y, de pronto, el nudo se desató por sí solo. Henry no estaba seguro de lo que debía hacer. ¿La magia le estaba permitiendo leer el contenido? Entonces escuchó la voz de su madre en su cabeza: "ten cuidado, en la tienda de Gold hay cosas que pertenecen a la magia oscura". Sin embargo, Henry no era ningún tonto, estaba seguro de que su abuelo no dejaría nada peligroso a su alcance.

De pronto, la campana de la tienda se escuchó y la voz de Belle sobresaltó a Henry. Éste no pudo hacer otra cosa más que esconder el pergamino en su bolsillo y cerrar el armario de prisa.

—¿Henry? —preguntó Belle asomándose en la parte trasera de la tienda.

—Aquí estoy —respondió Henry, aparentando normalidad.

—¿Qué haces todavía aquí? Ve a casa, tu mamá va a molestarse si no te enviamos a la hora acordada —dijo Belle con un gesto de preocupación.

—Estaba por irme, sólo guardé el brillo para muebles —respondió el muchacho tomando su saco del perchero.

—Bien, ¿nos vemos el lunes? —preguntó la muchacha con una sonrisa.

—Sí —asintió Henry distraídamente.

Belle notó la pesadumbre del muchacho.

—Oye, Henry, sé que Rumpel no ha demostrado ser mejor de lo que debería —comenzó a decir Belle—, pero debes saber que le importas.

—Lo sé —sonrió Henry, guardándose las manos en los bolsillos del saco y saliendo de la tienda con el pergamino mágico.

~OQ~

Regina y Robin caminaron durante un par de horas. Cuando finalmente Robin halló el sitio que habían estado buscando.

—Es aquí —murmuró él.

Sin embargo, Regina no podía distinguir el campamento que él le había prometido, sólo había un montículo de rocas enormes delante de ellos. Robin sonrió ante la confusión de la reina.

—Sólo espera.

Robin se aproximó a las rocas y dio un par de golpecitos sobre ellas. Segundos después se escuchó un silbido, Robin respondió con otro silbido y el montículo de piedras comenzó a apartarse con pesadez. Regina miró con sorpresa que aquello no era más que un engaño, un aparente pasadizo secreto.

En cuanto las pesadas rocas se apartaron, un hombre corpulento, de barba descuidada y cabello desordenado exclamó con gusto y estrechó a Robin en cuanto lo vio.

—¡El hijo pródigo vuelve a casa!

—¡Pequeño John! —exclamó Robin con alegría—. ¡Tu barriga ha crecido tanto como tu barba!

El corpulento hombre soltó una risa grave y no se detuvo hasta que reparó en Regina. Robin tomó la mano de la joven reina y sonrió:

—John, ella es Regina. Regina, él es John, el más pequeño de nosotros, aunque no lo parezca.

—Encantada —dijo Regina con timidez.

—El gusto es mío, milady —dijo el Pequeño John haciendo una reverencia—. Bienvenida al bosque de Sherwood.

~OQ~

La mesa estaba servida, sólo hacía falta la tarta de manzana que estaba en el horno. Regina se quitó el delantal y esperó pacientemente.

—Eso huele muy bien —dijo de pronto la voz de Robin detrás de ella.

—Y espera a probarlo.

—¿De qué estamos hablando, milady? —preguntó Robin rodeando a Regina con sus brazos.

—De la tarta, por supuesto, ¿qué otra cosa más? —respondió Regina con una sonrisa cómplice.

—No lo sé, pero podemos averiguarlo —dijo Robin con una mirada sugerente, besando el cuello de ella.

—Por mucho que me gustaría hacer esto, cariño, recuerda que Roland está en la sala y que Henry no tardará en llegar.

De pronto la puerta de la casa se abrió, haciendo el ruido estruendoso de siempre.

—¡Mamá, Robin, Roland! ¡Ya llegué!

—Te lo dije —susurró Regina a Robin.

Éste sonrió con pesimismo y se separó de ella. Regina se asomó por el umbral y vio a Henry corriendo escaleras arriba con la mochila sobre la espalda.

—¡Henry, ten cuidado! Un día de estos vas a romperte algo —dijo Regina más preocupada que molesta.

El chico no hizo mucho caso. Entró en su habitación y lanzó la mochila sin importancia. Luego sacó de su bolsillo el pergamino que había conseguido en la tienda. Se sentía un poco culpable de haberlo hurtado, pero pensaba que sólo era un préstamo y que lo devolvería al día siguiente, en cuanto descubriera de qué se trataba.

—¡La cena está lista!

Henry dejó el pergamino sobre su mesita de noche. Resolvería el misterio más tarde. Salió de la habitación y no se dio cuenta de que el papel se desenrollaba, mostrando la pintura de una joven reina besando a un ladrón.

~OQ~