Advertencia: todos los personajes son propiedad de George R.R. Martin. Petición realizada por Ludmi (Micah Valyria), hecho con amor y cariño. Y aunque no sea muy bueno, espero te guste.

Calm after storm

#1

Había corrido, pero no lo suficiente. Sus pisadas se perdían en la nieve, difusas, borrosas. Sus jadeos se disipaban en el viento que azotaba su cabello, haciéndolo volar, azul contra negro.

Podía imaginarla, huyendo, perseguida por sus perras, tratando de escapar de lo inevitable. Ella le pertenecía, los dioses podían dar fe de ello, Hediondo se la había entregado; no podía irse, era de su propiedad.

Su jauría ladraba, dementes, apasionadas, entre la espesor del bosque, sobre el manto níveo que cubría el mundo, abandonándolos a su suerte. Azuzó a su montura para darles alcance, para disfrutar de su rostro vulnerable, de aquellos ojos brillantes a punto de estallar en lágrimas. El sólo recuerdo de su cuerpo le hacía enloquecer, llenando de deseo cada parte de su mente. Era cautivadora, hermosa, tan frágil, tan delicada. Su piel de porcelana se mezclaba con la nieve, pálida, casi cubriéndola, tratando de protegerla.

Sus ojos de mar le buscaban, suplicantes y orgullosas. No iba a quebrarse, no iba a doblegarse a él, a su voluntad, aunque las perras lamieran el escarlata que fluía, cálido, disipándose como la bruma en la mañana temprana. Podía sentir la sangre escapar de entre sus labios, deleitándole más, agrandado su sonrisa perversa de medio lado, haciendo resplandecer con anhelo sus pupilas de hielo. Y un miedo primitivo agitó su cuerpo, latiendo desde su corazón acelerado, loco y desesperado.

Estaba a sus pies, tirada sobre la nieve, desnuda, a su merced. Deliciosamente expuesta, con el cabello de fuego diseminado sobre el suelo, hilos de cobre que se entretejían en un fondo blanco, ininterrumpido e inmaculado, sólo bañado por pequeñas motas de un carmín intenso que brollaban de sus piernas lastimadas, rasgadas, mancilladas. Lucía tan pura olvidada bajo la nieve que dolía, con aquellos ojos infinitos fijos en él, rogando su ayuda, pidiendo en silencio terminar. Y no podía permitirlo, no debía perderla, dejarla escapar. Era suya, se lo había demostrado, lo había escrito en su piel, en cada centímetro de ella había grabado su nombre a fuego y sangre, hasta hacerla enloquecer, retorcerse entre las sábanas manchadas. Le pertenecía, en cuerpo y alma y verla sufriendo le hacía recordar los votos, las vanas promesas pronunciadas ante el arciano, cuyos ojos furiosos le habían atravesado, cuchillos en la oscuridad.

Apartó a las perras bruscamente, alejándolas de su presa, de su recompensa, mientras ladraban furiosas. Tendió su mano hacia ella y la ayudó a levantarse. Estrechó su menudo cuerpo entre sus brazos, sintiendo el frío que emanaba de su piel azulada. Su cabello acariciaba su rostro, mariposas aleteando en arrullo, delicadamente, como susurrando un secreto. Y su aliento fluía con el suyo, creando un vahó, pequeña nube pálida que el viento despejaba, haciéndolo desaparecer. Y con su corazón bajo su palma y sus ojos extraviados en aquel mar en calma, supo que algo había cambiado.

Pero las cicatrices aún siguen tatuadas en su interior, atormentándola en noches de sueños tenebrosos y grotescos. Sus gritos aún resuenan entre las paredes de Fuerte Terror, desvaneciéndose ya en el tiempo, pero persistiendo en su tormentoso lamento.