"Pero… nos prometieron regresar a casa".

Pensó Ethan al momento en el que fue llevado a las instalaciones de la fuerza armada que fue a rescatarle tanto a él como a Mía en Dulvey. Los recuerdos eran vívidos sobre aquel día, y tenía la esperanza de suprimirlos tan pronto como le fuera posible, de olvidarse de todo, de empezar de cero, de abrir una nueva puerta.

Mía lucía hermosa, pero fatal. Lucía hermosa en el brillo del sudor, sin embargo, el propio de la cara se había desvanecido, como si una tormenta de oscuridad hubiese rodeado sus ojos y hubiera apagado su alma, a pesar de la certeza de un regreso a casa. Eso no era una buena señal.

Al menos no para Ethan.

Estaban ya lo suficientemente cerca para poder tomarse de las manos, para poder acercarla y tal vez, con un poco de seducción, conseguir las respuestas que le pidió durante toda aquella odisea. Pero ni siquiera se pudieron rozar cuando uno de los oficiales les separó abruptamente.

-Por aquí –indicó a Ethan, quien, extrañado obviamente, le dijo que quería estar con su esposa –por aquí –exclamó de nuevo, ahora con un empujón fuerte que le dejó perplejo y sin más opciones que hacerle caso al oficial al mando. Volteó los ojos y siguió su caminata.

Hasta que, justo enfrente de una puerta oxidada y un cuarto apestoso, el oficial le dio una patada por la espalda que le empujó hasta la otra pared para proceder a cerrar la puerta.

-¿¡Qué es esto!? –exclamó Ethan con enojo y miedo. Detrás de la pared escuchaba una voz femenina pedir ayuda.

"Mía".

-¡No! ¡No! ¡Déjenme! ¡No! –los gritos se acabaron con el cerrar abrupto y desnaturalizado de la puerta que, seguramente, era exactamente igual a la suya, dejando a un Ethan preocupado y herido en la moral.

Se acercó a zancadas a la puerta y golpeó fuertemente contra el metal. Exigía su libertad y la de su esposa.

Abrieron la puerta y entonces tomaron a Ethan de los brazos y los hombros.

-Tienes algo que nos interesa –exclamó un joven laboratorista de parecido sorprendente con Chris Redfield, quien se acercaba lentamente hacia él y le examinaba de arriba abajo, no dejaba de poner especial atención en la mano izquierda, la que estaba torpemente cosida al resto de su muñón.

-Vete al carajo –dijo Ethan en voz baja, un guardia le golpeó en el estómago hasta que le sacó absolutamente todo el aire, dejándole inconsciente.

Se lo llevaron a rastras hacia una cámara de Gessell.

-Bienvenido a Umbrella –susurró el laboratorista y sonrió con malicia, cerrando la puerta para evitar que los almacenes de su querido virus intentaran escapar.