Disclaimer: South Park pertenece a Trey Parker y Matt Stone.
Advertencia: pareja Tweek/Bebe, futuro Tweek/Craig (pareja principal). Mención y escenas de muerte, desmembramiento, sangre, violación y otros asuntos de que pueden incomodar a gente susceptible. Craig aún no aparece.
En el centro de la villa bárbara prevalecía ante la mirada de todos un viejo árbol, más grande que cualquier otro. Sus ramas, gruesas como troncos, hendían el aire sobre los techos de los hogares, y las raíces, incluso más gruesas y firmes, se escondían tempranamente en la tierra húmeda. Un antiguo hechizo permitía que su enormidad no tuviera sombra, dejando que la vida hallara la existencia debajo. La corteza, irregular y áspera, era de un color parecido a la tierra mojada. Las hojas, que crecían en la temporada de los soñadores, eran de bordes ondulados y ápice blanco, con un tamaño general tan grande como el cráneo de una pantera adulta.
Roger, el cocinero, comentó una vez, mientras le servía comida al grupo, que nadie se atrevería a dañar el viejo árbol, hacerlo era desafiar directamente a Ga y Jheremya, buscar evitar el cielo enfureciéndolos. A pesar de que Ezna la criadora lo hizo callar antes de que siguiera, a Tweek le dio tanto miedo la historia que evitó acercarse al viejo árbol hasta que finalmente sus compañeros lo llevaron a rastras.
¿Quién lo plantó ahí? ¿quién puso en su forma rígida la magia? Bebe siempre hacía tantas preguntas que lo confundía, y aunque intentó evitarlas, al final siempre volvían a su cabeza con tal claridad como si las estuviera escuchando salir de la boca de ella. Al resto de sus compañeros no parecía preocuparle tanto, sin embargo. Mike era uno de esos.
—Me cuesta creerlo ¿no te da curiosidad? ¿ni un poco?—preguntó Bebe.
—¿Por qué tendría?
—Porque no tiene sentido.
—Mientras siga protegiéndonos, la verdad es que no me interesa —respondió Mike, dibujando con el extremo de palo en la tierra una escena que pretendía ser una matanza de lobos de pelaje amarillo— ¿no estás conmigo, Tweek? Bebe a veces habla demasiado.
Como no estaba acostumbrado a que le preguntaran su opinión, Tweek se asustó, evidenciándolo con un pequeño salto, y tardó en responder.
—¿Eh?
—Vamos, solo di que estás de acuerdo.
—Oye, no lo empujes a contestar.
—Y tu no empujes a que te empuje.
—Eh... chicos.
—¡No si te empujo primero!
Bebe le pateó el dibujo, borrando la mitad. Molesto, Mike frunció el ceño y empujó con brusquedad a Bebe antes de que terminara por borrarlo por completo. Le pidió a Tweek que sostuviera la rama y se acercó amenazadoramente a Bebe. Una de las criadoras jóvenes llegó a detenerlos y separarlos no sin que antes recibieran una reprimenda. Aún más molesta que antes, Bebe le quitó el palo a Tweek, se lo lanzó a Mike, y lo arrastró lejos del grupo que seguía concentrado en sus asuntos. No dejó que Tweek abandonara su lado en todo el día.
Como niños no supieron de la historia del viejo árbol hasta que la edad fue la necesaria. Necesitaban dejar de ser cuidados por las criadoras para que esa parte de fuera escuchada por ellos, y relatada por un dios, ya sea guerrero, cazador o explorador. En aquel momento dejarían de ser críos a los ojos de las deidades y los bárbaros, porque sus cuerpos serían lo suficientemente desarrollados para contener los vestigios de una magia que maduraría con el tiempo, y de esta manera soportar los duros entrenamientos y aprendizajes.
Mike no estaba ansioso el día en que lograron superar ese obstáculo, a diferencia de Bebe, a pesar de que seguía teniendo tantas preguntas contra esa regla. No tenía sentido; ¿por qué guardar la historia como un secreto hasta cierta edad? ¿acaso los bárbaros adultos querían sentirse superiores? Tweek decidió en esa ocasión en especial, pensar que exageraba, porque después de todo Bebe siempre se quejaba, y si él se preocupaba por cada recoveco de su forma de pensar, terminaría por no encontrar un momento de paz.
Por lo menos, eso intentó decirse a sí mismo.
Después del amanecer en el que dejaron de ser críos, el cuentacuentos, sentado en el suelo y rodeado por los bárbaros de la generación de Tweek, relató los sucesos que desembocaron en la existencia del viejo árbol.
Estuvo ahí antes de que la villa, y mucho antes que Jheremya y Ga dejaran sus aposentos en el infinito para bajar a la tierra. Su edad era inestimable. Establecido junto a las montañas, en la unión de las tres faldas áridas y hostiles, el árbol se atrevió a salir de la semilla y dar un primer vistazo al mundo. Se encontró con una tierra caliente y la falta de agua y otros seres vivos. Creyó que su tiempo sería efímero, pero incluso si estaba sediento, incluso si sus raíces no hallaban nutrientes, se negó a morir. Se negaba a dejar este mundo que no deseaba su presencia. Fue entonces, estando al borde de la desesperación, cuando Jar se fijó en su esfuerzo, y en las tierras vacías y en la falta de animales. La visión era tan triste y el árbol tan perseverante, que Jar se conmovió y le propuso al árbol un intercambio. Le entregaría la eternidad y la inmortalidad a cambio de que lo ayudara a repoblar aquellas tierras infértiles, porque él no tenía poder sobre los no vivos, así que no podría cambiar su aspecto sin ayuda. El árbol aceptó, ¿qué otra cosa podía hacer? Y de esa manera, con el pasar de los años, el árbol tuvo hijos, y sus hijos tuvieron más hijos, y la vida perseveró en el norte de Zaron.
Y fue tanta la vida que se dio ahí, tan repentina y tan hostil, que ningún humano o elfo pudo hacerse con ella y obtenerla como propia. Fue la deidad Ga, tercer hijo de Jar, enojado por el egoísmo de su padre al no querer compartir aquellas tierras, quien cambió la homogeneidad de seres no inteligentes. Ayudado por Jheremya, crearon a los bárbaros, y le cedieron la entrada a los paisajes hostiles, reforzados con magia y sabiduría. Una batalla entre bárbaros y bestias había comenzado.
Bebe no creía que esa fuera la plena verdad; ¿por qué a una deidad le importaría un pedazo de tierra? ¿por qué se fijaría en un árbol? ¿para qué crear una especie mortal y débil, cuándo podrías hacerlos invencibles y fuertes? Tweek no tenía las respuestas.
Los bárbaros vivían en pequeños grupos, en complejos de hogares catalogados como villas. En el norte de Zaron existían muchas de estas, extendiéndose a lo largo de toda la verde geografía. Las villas rara vez lograban tener un gran tamaño, pero si llegaba la ocasión de que alguna llegaba a crecer demasiado, algunos individuos abandonaban la tribu para integrarse a otra, o crear una propia. Así se lograba mantener el orden, y las raciones de alimento, limpieza, y justicia se mantenían en orden.
La villa en la que nació Tweek se hallaba escondida entre las faldas de tres enormes montañas, dentro de un valle tan largo y ancho que se tardaba diez amaneceres en llegar de un extremo a otro viajando en caballo. En la villa, la mayoría de los hogares eran tiendas de campañas confeccionadas con piel de oso cavernoso, la cual, al ser fácil de encantar, ayudaba a mantener el calor y los sonidos encerrados en el interior. Existían dos construcciones que no se asemejaban al resto, dos chozas de madera que servían para almacenar comida para los habitantes y hierbas medicinales para las sanadoras.
Al igual que en otras villas, existía un límite que los separaba del bosque, y que solo los bárbaros catalogados como dioses podían cruzar. Las largas marcas azules en su cuerpo permitían que la magia de la barrera les abriera paso al exterior. El resto de los bárbaros y niños tenían que estar junto a ellos si querían atravesarla.
Cazadores, guardianes o exploradores; comúnmente conocidos como dioses por el resto de la tribu, era el grupo armamentista entrenado que había logrado recibir los más altos honores, los que decidieron poner su vida en riesgo constante a favor de la protección y alimentación de la villa. No era fácil llegar a ese puesto. Primero que todo, para aspirar a ser uno de ellos, se tenía que cumplir dieciocho años , y después, cumplir con las tres pruebas. Una vez pasado esos obstáculos, el jefe ocuparía su poder para bendecirlos en el nombre de Ga y Jheremya, y trazos azules aparecerían sobre sus pieles. Gracias a estos serían diferenciados de otros bárbaros, y del mismo modo, tratados de manera más cordial y respetuosa. Los trazos de la valentía y la lealtad nunca eran iguales a los de otro bárbaro.
Los que no elegían ese camino o no lograban terminar las pruebas, tenían que elegir cualquier otra ocupación que implicara quedarse en la villa. Criadores, sanadores, cocineros, albéitar, herreros, sastres, etc. No era importante la ocupación cuando se trataba de asistir a la ceremonia de de la fertilidad, más lo que prevalecía como regla de exclusión era la edad; se necesitaban de bárbaros jóvenes y fuertes, no de ancianos o ancianas. Así los críos no morían luego de nacer.
Existían razones por lo cuales sus generaciones se separan en periodos de cuatro ciclos de cuatro temporadas. La primera prueba se había adaptado especialmente a eso. También era nombrada como la 'fiesta de la fertilización', los bárbaros mayores se emocionaban con la idea de participar, aunque Tweek no encontraba una razón específica para tanta emoción. Por lo menos no hasta que Mike se lo explicó. Ellos no podrían presenciar una hasta que tuvieran la edad correcta, pero por mientras, Mike y Kelly le llenaban de los rumores que dejaban esparcidos los recién salidos. Algo sobre un baile y tiendas de campañas pequeñas, y muchas bárbaras. Esa parte Tweek no la entendería plenamente hasta más tarde.
Según recordaba, mantener un crecimiento no variable era otra razón para la creación de las generaciones. Sobrepoblación significaba también la necesidad de más comida, y por consecuencia, la necesidad de más cazadores, y más guerreros que ayudaran a esos cazadores si es que no eran suficientes. Cada generación no podía poseer más de diez individuos. En lo que dependía de su generación, al principio fueron cinco hembra y tres machos, pero después solo eran cuatro hembras. No muy dispareja.
Los niños bárbaros eran separados de sus progenitores luego de nacer, puesto que se veía como una debilidad que crecieran en un ambiente cómodo, que crearan lazos familiares, y por consecuencia, de egoísmo. La misma regla regía para cualquier relación amorosa. Eran cuidados hasta los ocho años por criadoras y criadores desconocidos, los que les enseñaban a leer, a hablar y a escribir. Después, eran llevados a una tienda de campaña, más grande que la anterior, y se les dejaba dormir en una habitación común junto con los bárbaros de la generación anterior. Se les asignaba a cada uno de ellos dioses retirados, conocidos como cuidadores, para que les enseñaran a pelear y estrategias de combate en un prado de entrenamiento.
La primera prueba no era algo que se pudiera enseñar, pero las otras dos sí. Una vez pasadas todas, la decisión quedaba en manos de cada uno; ser un dios, o no serlo. Quedarse para siempre en la villa, o poder dejarla. Proteger o servir.
Sobrevivir en el norte de Zaron no era fácil, pero lo lograban. Vivir en tierras hostiles y de climas tan drásticos y cambiantes resultada, de cierta manera, en una barrera física y geológica que los humanos y los elfos preferían en su mayoría evitar. Y no era que jamás algunos de ellos cruzara las montañas o se adentrara el bosque, porque lo hacían, y dependiendo de la villa en la que caían eran donde solían pasar la noche. Sus motivos y razones para arriesgarse de esa manera no era un tema de importancia para ellos, porque mientras no fuera porque buscaban alguna manera de quitarle sus tierras, los bárbaros preferían mantenerse al margen. Por razones como esa, cada lado era ignorante, hasta cierto punto, de lo que ocurría con el otro. Así por lo menos se los contó la criadora de las historias. Bebe, que siempre estaba interesada en todo lo que tuviera una tendencia humana, quiso saber más, pero para ya entonces Kelly y Karen estaban aburridas y aterradas y Michael dormía acomodado sobre su cama. Mike hizo un par de bromas que terminaron por hacer olvidar a la criadora la petición de Bebe.
Ese día Tweek miró el límite más tiempo de lo normal.
El amanecer anterior a que cumplieran los ocho años, Bebe arrastró a Tweek junto al límite más lejano de la villa y él supuso que la ausencia de Mike era debido a la pelea de hace unos días. Bebe aún tenía la piel amoratada.
Nadie podía escucharlos y verlos. Tweek temblaba de miedo, ¿y si la barrera mágica caía esa noche y un oso pardo los mataba a todos? Bebe lo tomó de la mano para que dejara de chillar, y lo invitó a sentarse.
—¿¡Por qué estamos aquí!?
—Quería pasar un rato a solas contigo.
—¿¡Conmigo!? ¿¡por qué!?
—Porque eres mi mejor amigo, tonto.
Bebe se inclinó y apoyó su rubia cabellera sobre el hombro de Tweek. El chico no supo precisar si el salto de su corazón fue por la cercanía o por el movimiento de las ramas de un arbusto al otro lado de la barrera. Las hojas del árbol, al igual que antorchas, irradiaban la noche y sus figuras juntas detrás de la choza de madera donde se almacenaba la comida. Otro tipo de magia que Tweek no entendía.
—¿Recuerdas el relato de la semana anterior? La que contó el dios sin brazo —preguntó de repente Bebe, rompiendo con el silencio. Tweek asintió—. Hay una parte de la historia en la que aún no puedo dejar de pensar.
—¿La de los humanos que les cortaban la cabeza? —se estremeció—. Oh Ga, aún tengo pesadillas.
Bebe se carcajeó.
—No —musitó—, me refiero a la parte de las parejas, sobre casarse y todo eso.
Oh, recordaba a qué se refería. Los bárbaros no solían implicarse en cosas de complejidad amorosa como 'tener pareja' o estar por un largo periodo de tiempo con una sola persona, a diferencia de los humanos o los elfos. Para ellos, una vez engendrado un niño, la idea de estar limitado a una sola persona y depender de si esta se hallaba cerca para liberar las frustraciones no era común. Lo común era dormir con cualquiera que estuviera disponible y también quisiera pasar un buen rato —en palabras de la criadora—. Obviamente existía alguna que otra excepción, pero los motivos siempre estaban enlazados con Ga o Jheremya.
No colocó sus pensamientos en palabras, así que Bebe siguió parloteando.
—Yo quiero algo así.
—¿Con sangre y muerte? —se espantó Tweek.
—Con alguien que me cuide, me de piedras hermosas y me traiga comida cuando despierte.
—Ah.
¿Qué decir ante una confesión de la necesidad de costumbres humanas? Tweek había estado más preocupado de las vísceras y las muertes que de la parte del romance, por lo que no tenía una opinión.
La mano de Bebe que estaba sobre la suya le dio un pequeño apretón.
—Seremos tu y yo, hasta el último de nuestros días —dijo, y Tweek no pudo evitar notar el ligero cambio que se dio en el ambiente. Sus músculos se tensaron—. Serás mío y luego me convertiré en sanadora y viviremos juntos.
Tweek sintió el rostro caliente.
—Ughh... ¿está prohibido?
—Eso no importará.
—Uhmm.
Bebe inclinó la cabeza y lo miró con brillantes ojos azules que reflejaron la luz de las hojas sobre sus cabezas.
—¿Me aceptarías?
La hermosura física de Bebe era desmedida. De todos de la generación, era la más habilidosa y fuerte. A pesar de su corta edad, parecía entender más del mundo que el resto de sus compañeros. Sus pensamientos solían ser a veces demasiado problemáticos con respecto a las reglas que debían seguir y Tweek no estaba seguro si quería inmiscuirse en una relación tan peligrosa, en algo que sonaba como cosas que hacían los adultos.
Pero no quería decepcionar a Bebe.
—Bueno.
La sonrisa de Bebe fue resplandeciente.
—Entonces hagamos una promesa.
—¿¡Por qué quieres hacer algo tan peligroso!?
—No una promesa mágica, tonto, me refiero a una promesa normal. Como la del cuento.
Tweek observó los pantalones marrones de Bebe —la única ropa que usaban las bárbaras de su edad mientras aún no les llegara la pubertad— en silencio por una corta cantidad de tiempo.
—Quiero ser cazador —soltó. Espero que ella le preguntara por qué, pero el momento nunca llegó.
Bebe inclinó la cabeza extrañada.
—Creí que le tenías miedo a las bestias.
—Quiero llevar comida a tu cama todos los días, sin falta —le dijo. Aunque no era del todo el motivo.
La sonrisa infantil de Bebe cuando comprendió el significado de sus palabras estaba llena de hoyuelos y luces en la imaginación de Tweek. Ella deslizó lentamente su mano por el brazo de Tweek hasta alcanzar la zona cerca de su corazón.
—Esta es mi promesa —murmuró—: prometo curar tus heridas.
—Yo, eh, uhm... —nervioso, se mordió la mejilla y respiró profundo— ¿prometo mantener tu estómago lleno?
A pesar de que sus palabras habían salido como una pregunta, Bebe sonrió complacida.
Las promesas normales eran fáciles de romper. Mike se reiría de ellos si supiera lo que habían hecho.
El deseo de ser cazador no se acopló con absoluta comodidad a los anhelos de su cuerpo adolescente. Sentía cierta reticencia a la idea de levantarse tempranamente todos los amaneceres, y comenzar un día de entrenamiento y luchas dolorosas. Pelear contra el sueño era una lucha que usualmente solía perder. Richard, su cuidador, era un dios que se retiró porque perdió una pierna por el ataque de un oso cavernoso al carro del que estaba a cargo. Un gran grupo de exploradores transportaba alimento para auxiliar a una villa cercana que en el invierno su reserva había logrado acabarse, cuando el oso cavernosos los atacó. Salió de sopetón entre dos arbustos grandes, saltando directamente sobre el caballo de Richard, dislocándole el cuello y matándolo al instante. El animal cayó muerto sobre la pierna de su cuidador, quien bajo el peso excesivo y el dolor de los huesos rotos, no pudo defenderse. Sus compañeros tuvieron que distraer a la bestia con fuego, a la par que otros lo ayudaron a salir debajo del equino. Asesinaron al oso. Las sanadoras de la otra villa entablillaron la pierna, desinfectaron las heridas y le dieron de beber un brebaje para que durmiera todo el camino de vuelta. Las sanadoras de la villa de Tweek no pudieron salvar la pierna, era muy tarde. Los brebajes reparadores tampoco hicieron efecto.
Si se trataba de magia, los bárbaros no se quedaban atrás. Desde que cumplían los ocho, sus cuerpos entraban en un proceso de cambios drásticos sobre cómo se relacionaban con la magia interior de cada uno. El primero de los cambios notables era una especie de escudo invisible que reforzaba la composición de la piel, y la volvía resistente a los golpes, y del mismo modo ocurría algo similar en los huesos, tornándolos más irrompibles. La nueva capacidad ayudaba a que no se lastimaran entre sí en los entrenamientos, cuando tenían que pelear contra sus propios compañeros, y por lo que les contaban los dioses más viejos, evitaba que cualquier objeto encantado —como espadas humanas o flechas élficas— los dañaran. Sin embargo, tenía sus debilidades; cualquier contacto con magia maleable y etérea la damnificaría de manera sencilla y rápida, al igual que el ataque de un escudo mayor. Esa realidad, adherida a que el pelaje de los osos cavernosos esa un poderoso absorbente que transformaba la magia robada en una coraza externa, y que el caballo de Richard se encontrara encantado con los brebajes de las sanadoras para soportar el largo camino, provocó la tragedia.
La pradera donde se entrenaba era una zona cubierta por un corta capa de pasto ubicada a las afueras de la villa. Los bárbaros hacían solo dos recorridos en un día; el de ida y el de vuelta. Cada viaje era supervisado por cuatro dioses, los que luego ayudaban a los cuidadores a supervisar a los jóvenes. El campo de entrenamiento —que también era protegido por una barrera— estaba compuesto internamente por una cabaña de piedra en donde se guardaban las armas, una mesa grande en donde descansaban múltiples huesos, plumas, dientes y pelajes, y una tienda de campaña en el que su interior se guardaban cuadernos viejos. En algunas ocasiones, los dioses eran los que le daban las clases sobre la diversidad de los animales, basándose en su experiencia y conocimientos.
El conocimiento de Richard era increíble, y era tan apasionado para expresar sus ideas, que Tweek se halló enganchado con cada una de sus historias y gustos. El que su cuidador caminara ayudado de un palo largo no era motivo para empequeñecer su grandeza. Una vez se lo dijo a Bebe, pero ella terminó recalcando que su cuidadora era aún mejor, por lo que ella terminaría siendo también la mejor.
—Seré una sanadora que nunca antes ha tenido esta villa —dijo mientras ayudaba a Tweek a limpiarse la espalda en el lago—. Crearé un brebaje nuevo, algo sorprendente e inesperado.
—¿Cómo qué? —preguntó Mike. El cabello castaño se le pegaba en la frente.
En la orilla del lago, Kelly corría mientras Michael la perseguía sosteniendo en alto un cangrejo de tenazas pequeñas.
—Veamos... uno que prohíba que el corazón se detenga cuando quede poca sangre.
—Eso es imposible.
—A mi me gusta la idea —la apoyó Tweek—. Me haría sentir seguro.
—Tweek, cariño, eres el mejor —lo alagó Bebe—. Cuando lo cree serás el primero en probarlo.
Lo tomó de la mano y le dio un beso en la mejilla. Mike, que no comprendía el significado de esos gestos, simplemente entrecerró los ojos, les sacó la lengua y terminó de limpiarse.
Mike era el tipo de bárbaro que toda hembra de la especie desearía que fuera padre de su descendencia. Por qué Bebe se había fijado entonces en él en vez de Mike, era algo que nunca comprendería, menos cuando era obvio que parecían estar hechos para tener sucesores juntos. Los dos mejores bárbaros de la generación. Alto y fuerte, Mike también era considerado habilidoso e inteligente en el campo de batalla, además de obtener una buena memoria cuando se trataba de animales —por alguna razón, cuando se trataba de otras cosas su memoria escaseaba—. A los diez años se volvió en el favorito de casi todos los dioses, tanto viejos como nuevos, y según los rumores, llamó la atención del jefe de la villa. Era el orgullo mayor de Stuart, su cuidador, y la mirada de reojo del resto. Los halagos y logros eran tan usuales, que no existía día en que Tweek no escuchara uno. Eso provocó que el ego de Mike creciera, y que Bebe comenzara a burlase de ese aspecto interponiendo a Tweek entre ambos, y nombrándolo como el verdadero y único poderoso entre los tres.
La realidad era que Tweek estaba bastante lejos de serlo.
Se rumoreaba entre los integrantes de la tribu que Mike ostentaba con altas posibilidades de convertirse en el sucesor del jefe. Que después de tantos años al mando, llegaba el momento de que Harrison abandonara el puesto y se lo cediera a un bárbaro que fuera tan fuerte como él. El único problema era que Mike no era tan bueno como Bebe para manipular la magia. Tanta expectación acerca de él, y sobre cómo iría a ocupar su futuro, fue como un peso enorme sobre los hombros de Mike que prefirió ignorar en los primeros meses. Después se hizo insostenible y Tweek con Bebe tuvieron que apoyarlo para que no se derrumbara.
Una tarde, después de derrumbar a Tweek en un duelo de espadas y terminar de entrenar, les contó, apartado de los oídos curiosos, que hubiera deseado no nacer tan fuerte. Si no fuera porque era tan hábil en casi todo, tal vez hubiera podido elegir su futuro, al igual que ellos. Esa fue la forma en que Tweek y Bebe se enteraron que tan cierto eran los rumores. Frotándose las adoloridas rodillas, Tweek escuchó todas las protestas de Mike, la mano suave de Bebe buscando la suya en la oscuridad y el poco espacio entre sus cuerpos. Al otro lado del claro, Red elevaba la voz furiosa porque Michael no era capaz de comprender la diferencia entre las marcas de dientes dejadas en los huesos, de un oso cavernoso y de un oso pardo. Bebe rodó los ojos y murmuró la respuesta.
De todos modos, aún le quedaban un par de años para dar las pruebas, así que Mike podía relajarse hasta entonces. Era alguien fuerte, así que tenía que aprovecharlo. Tweek ni siquiera eso podía.
Para en ese entonces, a los doce años, era bastante consciente de la debilidad mágica y física de su cuerpo.
Antes de que cumplieran los ocho y empezaran a entrenar, Tweek siempre se fijó en los rostros agotados y los cuerpos agarrotado de los bárbaros de las generaciones mayores a la suya, luego de un exhaustivo día de aprendizaje. Tuvo miedo. Pensó que odiaría cada momento cuando le tocase a él estar en ese lado, que llegarían días en que tal vez no podría levantarse del agotamiento o por falta de voluntad. Estuvo tan equivocado; las heridas y las fracturas se ganaron ese sentimiento. A diferencia de otros bárbaros, después de cumplida la edad necesaria para que la magia funcionara, su cuerpo se quedó estancado. No existía un escudo que lo protegiera.
La primera fractura ligeramente grave ocurrió durante una sesión de lucha cuerpo a cuerpo. Richard había aceptado la propuesta del cuidador de Kelly y dejaron que los dos demostraran cuánto habían aprendido de estrategias de combate físico. Apenas Tweek registró en su cabeza el grito de inicio cuando se encontró tragando tierra y su brazo en un ángulo anormal apretado contra su espalda. Kelly se separó espantada por el grito de dolor, y estuvo a punto de llorar porque un bárbaro con un hueso roto en un entrenamiento era inesperado y porque nunca antes había visto un hueso sobresalir de esa forma bajo la piel. Le dijo a Tweek que no era su intención, y aunque él comprendía y quería decírselo, de su boca no salieron otra cosa más que gritos y lamentos. Richard intentó calmarlo, llamó a uno de los dioses vigilantes y le pidió que llevaran a Tweek de vuelta a la villa. Como era un solo niño bajo su cuidado, el bárbaro no necesitaba del resto del grupo de dioses para ayudarlo.
Bebe seguía gritando cuando abandonaron el prado. A pesar de su evidente dolor, el bárbaro no escatimó en delicadeza para tomarlo en sus brazos y trasladarlo. Sus brazos eran grandes y fuertes, al igual que los del resto de los dioses, pero la mente de Tweek intentó desviarse a eso y apartar el dolor lo más posible. Era tan alto el dios, que cuando se inclinó para observar el brazo que Tweek sostenía contra su pecho protectoramente, su sombra se proyectó sobre su menudo cuerpo como una imponente figura amenazadora y cazadora a punto de devorar su indefensa presa. Ojos azules y apáticos lo observaron fríamente.
—¿Cómo puede ser un bárbaro tan débil? —susurró, puede que preguntándose más a sí mismo que a Tweek, pero eso no evitó que el dolor del rechazo se uniera al dolor físico.
La pregunta del dios fueron una predicción de lo que el destino le tenía preparado a Tweek; sus últimos años de infancia los pasó más tiempo recuperándose en las tiendas de campaña de las sanadoras que entrenando o aprendiendo junto a sus compañeros. Un brazo torcido, una muñeca adolorida, un pie dislocado, costillas rotas, conmoción cerebral, refriados, un tobillo hinchado, etc. Su aprendizaje se fue retrasado en comparación con los otros, y luego de un tiempo, hasta Karen pudo vencerlo en un duelo de espadas. Con el tiempo, un verdadero temor a pelear, y en las consecuencias, nació en su pecho.
Richard lo enfrentó una tarde, mientras Tweek ordenaba y limpiaba las espadas usadas ese día en la práctica.
—Tweek.
Tweek gritó del susto y giró bruscamente para ver a su cuidador.
—¡No he hecho nada malo, lo prometo!
—Tranquilo Tweek, no vine a enfrentarte —tomando una espada y una piedra rectangular, comenzó a mejorar el filo del arma apoyando la piedra en la mesa a la derecha de Tweek—. Es solo que he estado notando algo raro últimamente en tus entrenamientos. Creí que era etapa pasajera de la adolescencia, pero al parecer no lo fue.
Tweek no respondió, y apretando los labios, limpió el otro lado de la espada. Richard no volvió a hablar hasta que empezó a pulir otra arma.
—Fingiste.
La tristeza en su voz sorprendió a Tweek.
—¿Eh?
—Durante la práctica de escalada. Te detuviste en la segunda rama del árbol y fingiste caerte.
—Yo no... —se mordió la lengua. Era bueno mintiendo, pero no llegaría muy lejos si lo intentaba en ese momento—. Era muy peligroso.
—Todo lo que hacemos es peligroso para ti, pero nunca antes pareció detenerte —apoyó la espada en la mesa y pasó detrás de él para buscar otra—. Dime, ¿es por la falta del escudo? ¿prefieres evitar las heridas?
Dudo en decirle, pero era su cuidador y lo conocía tanto como si compartieran una misma mente. Tweek asintió y al ver que Richard no lo estaba mirando, lo verbalizó. La voz le temblaba.
—Sí.
Richard arrugó la frente y eligió una espada de hoja ancha. Pasó nuevamente detrás de Tweek para alcanzar la mesa con la piedra. La pata del bastón resonó con un eco que perforó su cráneo.
—Supongo que no puedo pedirte que dejes de sentir miedo, no cuando sé que es algo que no se puede evitar aunque lo desees.
Tweek dejó sus quehaceres, girándose bruscamente.
—¿Usted se sintió como yo?
—Perdí una pierna.
Tweek reunió todas sus fuerzas para no mirar el muñón de carne dispareja y colgante. Se imaginó lo que sentiría si por alguna razón tuvieran que cortarle un miembro, tener que sufrir por la ausencia de analgésicos.
—Oh.
—Los bárbaros pasamos gran parte de nuestra vida olvidando lo que es sentir dolor debido al escudo, pero cuando lo recordamos no somos capaces de controlar nuestras ansias —comentó—. Hubo un momento en el que creí, después de perder mi pierna, que no valía la pena seguir viviendo; ¿de qué servía un bárbaro que no puede correr? ¿cómo podría ayudar a otros si no pude ayudarme a mi mismo? Estaba todo perdido. Harrison me mostró lo contrario. Tenía que aprender de mis errores, de los que no eran míos y encontrar la manera de que mi existencia fuera un amparo para el futuro de la tribu —giró la espada de nuevo y siguió tratando la otra parte— ¿comprendes lo que quiero decir?
Tweek observó largamente la mesa delante suyo, la gran cantidad de herramientas y armas, y la puerta a un costado que daba a un sótano. Si Richard ponía en juego la ausencia de su pierna, y el dolor por el que pasó antes de que se la cortaran, entonces los miedos de Tweek quedaban como los llantos de un bebé que no ha obtenido suficiente atención. La vergüenza se hizo más profunda.
—No debo perder una pierna —dijo.
Richard sonrió a medias.
—Tienes permitido tener miedo —le dijo, girándose para entregarle las espadas afiladas—, solo espero que por tu bien puedas controlarlo.
Para cuando la magia le dio por presentarse en el cuerpo de Tweek, ya era demasiado tarde para salvar su piel. Tenía cicatrices de todos los tamaños, en todas partes, y el dolor de tornó un viejo conocido, hasta el punto en que se sorprendió y creyó morir cuando no sintió algo similar cuando recibió un golpe directo en la mandíbula por parte de Jean. El escudo estaba funcionando, débilmente, a penas sosteniéndose del borde de un acantilado, pero funcionando. Resistía tres golpes fuertes, a diferencia de los de sus compañeros que no dependían de una cantidad, sino de la superioridad de la magia a la que se enfrentaban. El escudo de cada uno podía reforzarse con práctica, sin embargo.
Tweek no logró superar el miedo a ser herido, pero Mike le ayudó a superar sus impulsos instintivos de escapar ante cualquier problema.
Bebe de alguna manera logró transgredir las reglas impuestas implícitamente en la existencia de las pruebas, eligiendo uno de los credos antes de que su edad le abriera la posibilidad. Como constantemente estaba detrás de Tweek, consecuentemente se vio implicada en todas las medicinas y brebajes que le dieron, así como también aprendió a tratar heridas infectadas y a detener hemorragias. Mike con su entrenamiento especial no pudo visitarlo tanto. Con el tiempo, Bebe se convirtió en la aprendiz secreta de las sanadoras y sanadores, y se hizo buena en tan poco tiempo, que le dieron la responsabilidad de cuidar de Tweek cuando las lesiones requerían un largo periodo de recuperación. Porque incluso con su escudo, la limitación de éste no lo mantenía en un total alejado de la tienda de las sanadoras. En las noches a veces se quedaban solos, Bebe humedecía la entrada con un brebaje especial que impedía que los que pasaran cerca tuvieran la necesidad de acercarse e ingresar. Era realmente talentosa.
A pesar de la principal reticencia de Mujer Fuerte cuando se dio por enterada de las travesuras de su estudiante, Bebe logró convencerla de que se esforzaría el doble con tal de que no se lo dijera al jefe. A Mike fue menos difícil convencerlo, a pesar de ser el protegido del jefe de la villa, principalmente era uno de sus compañeros más cercano y no apoyaba del todos las exigencias de su segundo criador. Pero no es como si pudieran compartir largamente lo que opinaban ya que el jefe solía tenerlo casi siempre ocupado fuera de los entrenamientos normales. Mike odiaba eso.
El credo de los sanadores se componía de pocos bárbaros, además de que nadie solía lesionarse tan gravemente como Tweek, les dio a él y Bebe muchas noches en las que compartieron con la presencia del otro, acostados en los cómodos lechos, observando la solemnidad de las ramas encendidas tenuemente en amarillo sobre sus cabezas, invadiendo la visión de donde debió haber estado un techo. Una tarde, cuando todos ya estaban en sus hogares y solo algunos dioses vigilaban parcialmente, Bebe empezó con su turno. Tweek estaba pensando en lo poco acostumbrados que estaban sus compañeros verlo lastimado, a pesar de los años. La mañana anterior, cuando Kelly lo empujó en su lucha cuerpo a cuerpo, provocando que tropezara y el esguince, todos se quedaron quietos ante su grito de dolor y el ángulo extraño que había tomado su pie por unos segundos. Solo los dioses veteranos actuaron rápidamente.
Bebe lo despertó de su ensoñación, ayudándolo a sentarse acomodando un grupo de pieles detrás de su espalda. Le revisó el pie y luego de notar nada malo, lo untó con loción para disminuir la inflamación. Se acostó a su lado y se puso a buscar formas ramas en las ramas.
Su atuendo había tenido un cambio en el momento en que Bebe pasó el umbral de niña a adulta, adhiriendo un cuerpo largo y de marrón oscuro que cruzaba horizontalmente su pecho, y que se sostenía en su lugar por unas amarras que pasaban por detrás del cuello. Sus pantalones también eran más cortos, cubriendo a medias las rodillas. La piel bajo sus ojos se notaban oscuras.
—Ugh, eso fue por mi, lo siento —se lamentó Tweek, pasando sus dedos ásperos suavemente sobre la piel opaca para luego tomar con trémulos movimientos la mano delgada que descansaba entre ellos—. Yo, quiero decir, podrías haber rechazado la oferta. Necesitas dormir.
—Prefería estar contigo —Bebe sonrió—. Ya sabes mi guapo cazador, mientras seas tú, no tengo problemas en dormir menos.
Tweek volvió a mirar las ramas, evitando que se notara demasiado su vergüenza. Bebe solía decir mucho esas cosas, intentando imitar a los humanos y sus relaciones cercanas, y a pesar de que Tweek en un principio no entendió muchas de ellas, con el tiempo fue capaz de avergonzarse por cada una de ellas. Apuntó con el mentón al cielo.
—¿Encontraste otra forma?
Bebe no quitó los ojos de él.
—No, pero no te preocupes, no necesito buscar más. Mi atención está en otro asunto ahora.
Era obvio a qué se refería, pero de todas formas tenía que preguntar.
—Ah... ¿sí? —estúpidamente.
Ella se rió, y sin responder se inclinó a besarlo en la barbilla. Momentos después sus labios tiernos y suaves se encontraron con los de Tweek. El corazón de Tweek tartamudeó torpemente un instante, antes de emprender una carrera desesperada por salir de su pecho. A pesar de sí mismo, y en lo nublada que se encontraba su mente, persiguió los labios de Bebe cuando se alejó, y sonriendo mientras se mordía el labio inferior, lo volvió a besar, más largamente, más lentamente. Tweek gimió.
—No tienes por qué estar nervioso, encanté la entrada como siempre —musitó sobre sus labios.
—Aún así.
—Siempre piensas las cosas demasiado, Tweek. Deja que yo arregle eso.
Los temblores de su manos empeoraron, por motivos diferentes a los usuales.
—Uhm, ¿y si alguien entra y nos ve así? ¿qué sería de ti? se supone que no podemos hacer estas cosas...
Ella lo besó.
—Silencio —le ordenó con voz poco autoritaria. Sus largas pestañas cubrían parte de la luminosidad que de las ramas—. Eres a quien elegí, y quiero estar aquí contigo. Incluso si tu no quieres.
—¡Yo no...!
—Y si crees que me pueden castigar, solo he visto a un bárbaro ser condenado por sus pecados, ¿lo recuerdas? estuviste ahí, al que exiliaron —le recordó Bebe, paseando distraídamente sus uñas por el estómago descubierto de Tweek, enviando latigazos de electricidad por su espalda, brazos y piernas—. Ademas —agregó—, no creo que el sexo sea motivo suficiente para que nos echen.
Se reclinó y girando el rostro, lo mordió suavemente en el cuello. Este era el tipo de acciones humanas que más avergonzaban a Tweek.
Oh por Ga. Oh mierda.
Gimió.
—Pero... los dioses.
—Shh.
Ni siquiera entendía completamente qué era lo que intentaba detener, porque era obvio que no eran sus avances. Su cuerpo buscaba el tacto de sus manos, el tibio de sus caricias suaves. Mordiéndose la lengua, aceptó silenciosamente lo que ella quería entregarle, y le pedía.
Pero su cuerpo estaba reaccionando muy rápido.
Obligarse a pensar en cosas intrascendentes que lo alejaran de la realidad que presentaban los suaves dedos de Bebe era difícil, por no creer imposibles. El deseo carnal, el deseo de estar dentro de ella. La idea en sí misma no era ilegal entre los bárbaros, pero sí lo era la existencia de una conexión amorosa, y eso era precisamente lo que Bebe más ansiaba de ellos. Tampoco era correcto haber llegado tan lejos en su relación física a tan poca edad. La fiesta de la fertilidad era la encargada de dar ese paso.
El exilio era la respuesta más drástica de los altos mandos a las imprudencias y desordenes de su pequeña sociedad. No estaba seguro si tener relaciones sexuales con una compañera era obviar una ley mayor, pero no quería averiguarlo. No era frecuente entre bárbaros romper con las leyes, pero incluso así Tweek tuvo la oportunidad de presenciar uno. Fue un cocinero que, en una mañana al ser sacado de su hogar a golpes por un dios guardián, perturbó la pacífica tranquilidad del amanecer cotidiano. La generación de Tweek, que estaba saliendo de su tienda de campaña para encontrarse con los cuidadores y dirigirse al prado, se detuvo para averiguar qué ocurría. Ninguno de ellos esperó ver a un bárbaro peleando contra otro. Asustado, Tweek intentó convencer a Bebe y a Mike de que llegarían tarde a entrenar. Ninguno lo escuchó. Al ser la temporada de los sedientos, el suelo estaba cubierto por un manto esponjoso de grandes hojas marrones y amarillas, por lo que Tweek tuvo que tener cuidado de no resbalarse y caer.
El bárbaro golpeado se trataba de un macho joven, de cabeza desprovista de cabello y con grandes manos cubiertas de heridas de quemaduras. Lo había visto en fiestas de inicio de ciclo o de final de temporada alguna vez, pero no recordaba el nombre si es que alguna vez lo había oído.
El dios evitó que el cocinero se levantara posando un pie en su pecho. El bárbaro le gritó obscenidades desde el suelo. El dios no respondió.
Mike, Tweek y Bebe se sobresaltaron cuando sintieron una presencia de un adulto detrás de ellos. Stuart se agachó y posó una mano en el hombro de Tweek y otra en el hombro de Mike. Karen se acercó a escuchar.
—¿Por qué pelean? —preguntó apenas Tweek.
—Ese bárbaro mató a otro igual a él. Va a recibir lo que se merece.
—¿Y qué sería eso? —quiso saber Mike.
—El exilio —respondió Tweek, recordando las clases de ética de Tammy. Tuvo pesadillas por mucho tiempo sobre ser dejando al otro lado de la barrera, sin otra compañía que las bestias y el viento.
—Me da asco mirarlo —siguió Stuart, mascando cada palabra con rabia—. Pero tu Mike, tienes que verlo todo, no te pierdas nada aunque sientas que quieres apartar la mirada. Si vas a ser el jefe de esta villa, tienes que aprender de las experiencias de los otros, no únicamente de las tuyas.
El dios se agachó, sacando su pie y tomando al cocinero por el brazo. Lo levantó con una facilidad increíble y lo arrastró, pasando frente al grupo de Tweek, y frente a la horda de bárbaros que se había creado alrededor. Todos lo siguieron. El hombre seguía gritando. En el camino el grupo de Tweek se encontró con Richard y Mujer Fuerte, la cuidadora de Bebe. Entonces cada bárbaro se fue con su cuidador. A medida que se acercaron al límite de la villa, Tweek se fue quedando atrás con Richard a causa de la lentitud que le otorgaba el bastón a su cuidador para desplazarse. Cuando finalmente llegaron, el dios estaba al borde de la barrera y el cocinero ya no era visible. Tweek no supo si sentirse gustoso o molesto.
—¡Te lo perdiste! —exclamó Bebe—. Le salieron marcas como la de los dioses, pero negras. Intentó entrar, pero fue como si alguien invisible lo empujara en dirección al bosque cada vez que pisaba la línea.
—Se rindió cuando apareció un lobo de hocico amarillo —agregó Karen.
—No creo que sobreviva —agregó Mike, sentado sobre los hombros de su cuidador.
—Por supuesto que no lo hará —respondió Stuart y sonrió—. Vamos a entrenar, hemos perdido mucho tiempo.
Más tarde, mientras Tweek ayudaba a Richard a guardar las armas nuevamente después de terminado el entrenamiento, su cuidador le reveló que estaba feliz de que no hubiera visto el exilio, cuando Tweek le preguntó por qué, Richard lo sorprendió diciéndole que podía haber sido una experiencia muy traumática para un niño. La realización de que incluso su cuidador lo seguía viendo como alguien débil lo golpeó con un derrumbe de rocas. Después de eso, intentó no volver a gritar o llorar frente a alguien que no fuera Bebe, pero todo se vino abajo cuando Richard descubrió su terror al dolor.
Notándolo distante, la Bebe más adulta, la del presente, volvió a morderlo en el cuello.
—Si sigues pensando demasiado, no tendrás recompensa —protestó, entrelazando una amenaza con nada de suavidad.
En ese lugar, envuelto por un peculiar olor a hierba y el dulce aroma que provenía del cabello de Bebe, Tweek agachó el rostro y la besó. Fue nervioso, brusco y dulce. El suave cuerpo de Bebe se apretó contra el suyo, gustoso, anhelante de más. Un nuevo gemido escapó de la garganta de Tweek. Su cuerpo joven, que no había logrado calmarse en absoluto, reaccionó con anticipación tensándose, sin moverse, expectante y dudoso. Notando sus dudas, Bebe tomó sus manos y las guió hasta sus caderas redondeadas y lo dejó hacer sentándose sobre su regazo.
Entonces la mano de Bebe viajó hasta su cadera y cada célula de cuerpo de Tweek se tensó.
—Vamos, vamos, no estés tan nervioso, si estoy igual. Seré directa y rápida.
Bajándose, se desnudo quitándose el pantalón, y ayudó a Tweek a quitarse el suyo, evitando tocar el tobillo maltrecho, levemente inflamado. Besó la piel enrojecida y ennegrecida y volvió a sentarse sobre él. Tweek no conocía del todo la definición de belleza, por lo menos no de la manera humana en que aplicaba, pero estaba seguro de que Bebe encajaba en la definición. Cabello largo, ondulado, rubio; ojos cerúleos y brillantes, labios grandes y rojos. Pero eso solo era la parte física, porque Tweek adoraba de ella mucho más que solo su aspecto. Era solo... ella. La primera que confió en él, la primera que realmente conoció. Sus risas, sus muecas, sus gestos.
Bebe lo tomó en su mano y dejó que entrara en su cálido cuerpo. Tweek entrecerró los ojos, y no por primera vez en la noche, se atrevió a tomar la iniciativa y aferró sus dedos a la piel tierna de las cinturas curvas, tomándose su tiempo para acostumbrarse a ese lugar del cuerpo de Bebe que siempre lo trataba tan bien. Tentativamente, Bebe se movió, el chasquido de sus pieles cortando el sonido de sus jadeos tempraneros. Tweek se esforzó en ayudarla, estremeciéndose con gratitud cada vez que las caderas bajaban.
Lo que hacían no era algo desconocido para Tweek, por lo menos no después de tantas veces que lo habían hecho. Pero incluso si nunca hubieran llegado a este punto, el sexo no era un tema desconocido. Los machos estaban obligados a dar la primera prueba, así que parte de la enseñanza era explicar lo que ocurría durante la fiesta de la fertilización, dar a entender el complejo suceso que daba comienzo a la creación de una nueva vida, ayudados por los poderes que les fueron otorgados por las deidades. A Bebe le desagradó la idea de que una deidad los obligara a juntarse por tema reproductivos, pero no vio con tan malos ojos el proceso. Así que lo intentó un amanecer con Tweek, llevándolo al lago más lejano que permitía alcanzar la barrera mucho antes de que los cuidadores fueran a buscarlos para comenzar otro entrenamiento. Dijo que quería intentar algo nuevo, y como Tweek no terminó de comprender por qué quería hacerlo tan temprano, ella se lo mostró. No duraron mucho, a pesar de sus conocimientos previos, ni se sintieron cómodos juntos durante el resto del día. Si no fuera por Mike, Tweek no sabría en qué estarían el esos momentos. Ahora conocía el cuerpo de Bebe casi tanto como el propio.
La presión cálida que lo rodeaba era abrumadora. El cierto tono de desesperación en los gemidos de Bebe comulgaron con la opresión de sus uñas sobre la piel de los hombros de Tweek. Ella aceleró el movimiento de sus caderas. Separando ligeramente sus cuerpos, tomó una mano de Tweek y la paseó sobre su piel sudorosa hasta la zona entre sus piernas. Comprendiendo lo que quería, Tweek la acarició con círculos rápidos y algo ásperos. La voz melodiosa de Bebe llenó el silencio de la noche junto con el apagado sonido del golpe de sus cuerpos. Su piel humedecida se vio iluminada por la luces de las ramas. Segundos después, Bebe dio un último gemido, bajo y seco y dejó de moverse. Su cuerpo delgado se tensó sobre el de Tweek, llevándolo casi al límite.
Bebe suspiró y se relajó.
—Prometo curar tus heridas —musitó y se apartó de Tweek para mirarlo con ojos brumosos—. No terminaste.
Tweek negó con la cabeza, se inclinó para alcanzar su frente perlada de sudor y besarla.
—Prom... —su voz tembló por el cansancio, así que devolvió su promesa con un susurro.
El tiempo tenía estar graciosas formas de expresarse; a veces muy lento, otras muy corto, dependiente de la perspectiva. El comienzo del rumor de que Bebe fue tomada por las sanadoras como aprendiz fue inevitable, y sucedió repentinamente, rápido como una liebre. Mientras iban a buscar los implementos que ocuparían para la siguiente clase, Jean se acercó discretamente a Tweek, preguntándole con genuina curiosidad e inocencia si era cierto lo de Bebe. A Tweek le costó entender a lo que refería, pero una vez que Jean mencionó a las sanadoras casi pierde el equilibrio.
No podía ser cierto, y si lo fuera, las posibilidades de que la historia llegara a oídos del jefe ese mismo amanecer era extraño.
¿Y si lo que dijo Jean fue solo parte del rumor?
El grupo estaba sentado a un costado de la arena de pelea, observando a Kelly competir contra Michael, cuando un dios llegó para decirle que Mujer Fuerte que el jefe quería verla. Bebe no necesitó una explicación de Tweek para sospechar lo que ocurría. Como veterana, Mujer Fuerte no tenía muchas posibilidades de ser llamada a menos que cometiera una fechoría que necesitaba ser investigada, lo que era muy poco probable viniendo de ella. Bebe perdió sus siguientes tres luchas, equivocó los ingredientes de un brebaje de sueño cuando se lo preguntaron, y confundió los dientes de un lobo amarillo con los de un can de las montañas.
Tweek la perdió de vista cuando volvieron a la villa. Asustado, dejó sus miedos egoístas de lado y se dedicó a buscarla. Mike fue llamado por Stuart, lo que evitó que pudiera ayudar a Tweek.
La encontró detrás de la choza de los alimentos, acurrucada, temblorosa, indefensa. Apoyaba su espalda contra la pared de madera y enterraba el rostro entre sus piernas encogidas y los brazos. Levantó la cabeza cuando lo escuchó llegar, pero no le dirigió la mirada. Se sentó al lado de ella, hombro contra hombro. Se percató vagamente que la diferencia de sus portes nuevamente se había alargado. Sin decir una sola palabra —dudaba que encontrara algo que fuera correcto comentar—, la acompañó.
Mike llegó pocos minutos después.
—¿Qué crees que le pueda ocurrir? —soltó Bebe luego de que Mike le contara lo que sabía—. Podrían exiliarla, ¿no?
A Tweek le aterró lo parecida que sonó la pregunta a una que él haría.
—No permitiré que eso ocurra —le prometió Mike, sentándose en el costado libre de Bebe luego de aburrirse de jugar con la barrera lanzándole cosas y viendo como estas rebotaban sobre la superficie invisible para luego volver a sus pies—. Harrison tendrá que escuchar nuestro lado de la historia. Se lo iré a pedir.
—No creo que te escuche.
Los labios de Mike se extendieron en una sonrisa juguetona, sus facciones notaban exagerada y forzada tranquilidad.
—Dale a tu compañero un poco más de confianza.
Bebe negó con la cabeza, y lo miró fijamente apenas levantando la cabeza de sus brazos.
—Sé sincero conmigo Mike, sin bromas, ¿crees que te escuche?
La sonrisa de Mike se borroneó.
—No lo sé —respondió—, no puedo asegurar nada. Pero no creas ni por un momento que no insistiré.
Tweek pensaba que cualquier palabra que saliera de su boca iba a empeorar el estado de ánimo de Bebe, y arruinaría la parcial tranquilidad que Mike obtuvo con sus palabras consoladoras, así que arrastró sin rumbo una mano por el suelo, esperando a que Bebe y Mike terminaran su intercambio. Casualmente, su mano chocó con el pie desnudo de Bebe, y ella lo interpretó como una silenciosa petición de sostener su mano. Así que eso fue lo que hizo, oculto a la vista de Mike, sin cambiar un rasgo en su rostro que la delatara.
El corazón de Tweek dejó de temblar.
Mike se fue corriendo. Bebe y Tweek regresaron lentamente al aposento enorme que era la habitación múltiple. Algunos compañeros giraron la cabeza y se quedaron mirándolos cuando entraron, y solo Karen y Jean fueron a preguntar por la seguridad de Bebe, qué si podían hacer algo para ayudarla, que si necesitaba agua. Bebe dijo que era mejor que no se acercaran aún a ella, porque podían involucrarlas a ambas. La preocupación y el miedo pesó sobre los hombros de Tweek cuando ambas aceptaron alejarse, no sin antes dar una corta pelea.
Logró hacer que Bebe comiera una manzana, bebiera sorbos del agua de la cantimplora y se sentara en su lecho, que era de los más cercanos a la entrada. Se quedó toda la tarde junto a ella. Solo se separó un instante, y regresaba de devolver la cantimplora cuando notó que un dios se dirigía a la tienda de campaña. Acelerando el paso, cubrió temerosamente con su cuerpo el camino que daba a la cama de Bebe. Absolutamente todos los que dormían en ese lugar se quedaron callados, observando pasmado tal atrevimiento. A pesar de sus miedos, y de que su cabeza daba vueltas ante la posibilidad de que lo castigaran por lo que había hecho, ni una parte de él tembló.
Los ojos marrones le devolvieron impertérritos la mirada, como si hubiera previsto la sublevación. Paulatinamente, se aproximó a Tweek, y le palpó la cabeza a pesar del diminuto encogimiento de éste. Dejó la mano ahí por un largo rato, y Tweek no supo apreciar si la mano le hacía sentirse aún más pequeño, o que estaba sobre-exagerando.
—No quiero que le hagas daño —dijo—, por favor.
—Descuida, solo vengo a buscarla.
Empujándolo entonces suavemente a un lado, el dios finalmente dio con Bebe, quien seguía sentada en su lecho. Se arrodilló frente a ella.
—Me mandaron a buscarte.
—¿Le van a hacer daño?
El dios no respondió la pregunta. Sonriendo, le extendió una mano.
—Eres una chica muy fuerte e inteligente —le dijo—, ¿vendrías conmigo? de verdad quisiera dejar la opción en tus manos.
—Solo si Tweek me acompaña.
—No veo ni un inconveniente en eso —como Bebe nunca tomó su mano extendida, el dios se paró—. Vamos.
El hogar del jefe era la única cueva, a los pies del precipicio, que era alcanzada por la protección de la barrera. Se hallaba apartada de la mayoría de las construcciones, atravesando una de las pocas partes dentro de la barrera donde crecían árboles y arbustos. Las ramas del viejo árbol, a pesar de su exagerada longitud, no eran lo suficiente como para llegar a esos lugares, por lo que tuvieron que hacerse de antorchas para seguir el camino una vez que hubieran dejado la luminosidad de las ramas atrás.
A pesar de que podían ver el cielo de día a pesar de las frondosa cantidad de ramas del viejo árbol, de día la luz amarillenta de las mismas evitaban que pudieran visualizar el cielo oscurecido y las estrellas. Bebe se quedó rezagada cuando salieron debajo de la guardia de la luz, atraída por el cielo despejado y brillante, pero un solo un llamado de advertencia implícita del dios la trajo de nuevo a la realidad. Sus ojos azules contemplaron a Tweek al aproximarse, dudosos, temerosos. Tweek tuvo que hacer un gran esfuerzo para sonreír. Bebe unió sus manos en la seguridad de la oscuridad cuanto el dios giró y emprendió el camino. Su ansiedad menguó.
Verla temerosa lo descolocaba. Fuerza, valentía, braveza; definiciones que iban más con ella que con él, pero que ligeramente parecían haberse invertido en los últimos momentos. ¿Sería la culpa la que la impulsaba a actuar así, o de verdad se preocupaba por su cuidadora? Con Bebe, era difícil saber. Le gustaban las expresiones humanas, los conceptos humanos, y Tweek a veces no le podía seguir el ritmo.
Bebe le sonrió suavemente.
—Fuiste muy valiente allá atrás.
Tweek tragó seco.
—Lo dejé pasar.
Si Richard se enteraba estaría decepcionado.
—Podrías haber evitado interceptarlo, sabías que de una forma u otra me llevaría.
—Sentí como si estuviera muriendo cuando me miró.
—La valentía no va de no sentir miedo, Tweek.
Tweek observó de reojo el cielo estrellado y luego la espalda del dios, percatándose en lo parecidas que eran sus marcas azules a las constelaciones.
¿Cuál era la palabra que Bebe usaba para referirse a Mike?
—Eres mi amiga —le susurró, recordando—, pero, ugh, incluso así...
Bebe sonrió a medias.
—Necesitas confiar un poco más en ti mismo.
La abertura sin figura fija de la cueva estaba apenas iluminada por una continuidad de antorchas que se ordenaban en fila hasta donde alcanzaba la vista. Otro dios los esperaba afuera, bajo la luz de una antorcha. Sus marcas azules eran como colas de lobos. Los saludó extendiendo la mano, y les pasó a Bebe y Mike piedras más pequeñas que sus manos con dibujos estrafalarios en toda la superficie.
—Son por su seguridad —explicó.
Tweek la observó con evidente curiosidad. No se atrevía a preguntar de qué exactamente lo estaba protegiendo, pero entonces sintió un latigazo de energía salir disparado de la piedra, incrustarse en su brazo y en rápidamente en el resto de su cuerpo. No fue ni cercanamente doloroso, pero la impresión le hizo dar un salto y gritar. El dios de la entrada alzó una ceja en su dirección. Sonriendo tímidamente, Tweek bajó la mano con la piedra y miró para otro lado para evitar que la vergüenza fuera mayor.
El dios de las marcas como estrellas se fue, y el otro, que Tweek repentinamente recordó que se llamaba Den, pidió que ahora lo siguieran a él. La duda de Tweek fue más que nunca resuelta cuando cruzaron la entrada: pesadez, densidad, calor. Fue como si el aire se convirtiera en un elemento más pesado, casi molestaba respirarlo y desprendía un calor que no llegaba a ser sofocante, pero mayor a lo habitual en la gélida noche. Moverse se volvió un tarea de esfuerzo y más consciencia, y por un momento Tweek se preguntó cuánto tendrían que caminar. Quería vomitar.
—Si se sienten mareados, dejen que todos sus dedos toquen la piedra —les dijo Den—. Y si eso no es suficiente, usen ambas manos.
Solo dos de sus dedos tocaban la piedra, por lo que Tweek la acomodó para que el pulgar también participara, y los efectos disminuyeron hasta un punto que se hicieron soportables. Bebe tuvo que usar los cinco dedos de la mano izquierda.
La cueva no tenía fin; se ramificaba y alargaba, y cuando Tweek creía que finalmente llegaban a destino, volvía a ramificarse y alargarse. Casi parecía estar hecha a propósito de esa manera, confusa y oscura. Se habría perdido de no ser por el Den y la mano de Bebe que de alguna manera había encontrado de nuevo la suya en la parcialidad oscura de la cueva.
Pasaron por un pasillo más grandes que otros, casi redondeado, decorado con distintos esqueletos rearmados de diversos animales. La mirada de Tweek se dirigió a la figura tenebrosa del oso cavernoso, imponente incluso sin piel y músculos, parado en las patas traseras como si fuera a atacarlos. Eran muy abundantes, lo más alto en la cadena alimenticia después de los bárbaros, y casi habían extinguido a otros carnívoros mayores como la pantera negra, el lobo doble cola, y la serpiente arbórea.
—¿Por qué están esos esqueletos aquí? —preguntó Bebe, alejando su mano de Tweek cuando el dios se detuvo y giró.
—Son trofeos —dijo—, de todos los jefes anteriores, pero también sirve como recordatorio de los animales que aún tenemos que enfrentar. Son retirados algunos cuando ya pasa un tiempo sin que los veamos.
—¿Tienen absolutamente de todos los animales actuales?
—No.
—¿Cuáles faltan?
—Algunos peces.
—Oh, cierto —analizó de cerca el cráneo de una boa.
El dios se acomodó la cuerda donde llevaba el hacha, y movió la antorcha en dirección al camino que no habían recorrido.
—Falta poco —mencionó—, sigamos.
El jefe y sus acompañantes estaban sentados en un círculo incompleto en el centro de la sala, que resultó ser una zona similar a la anterior. A pesar de su falta de antorchas, estaba mayormente iluminada a causa de pequeñas esferas, parecidas a burbujas, que flotaban entre ellos. Algunas se apartaban suavemente ante las presencias, y otras se acercaban a Mujer Fuerte o al jefe, absorbiendo de sus marcas a través de un fino hilo de humo azul. Un grupo abundante de ellas se acercaron a Tweek y las trató de espantar, pero eran, de alguna manera, más rápidas que él. Bebe lo miró.
—Ugh, no me gustan —se quejó Tweek.
—Solo ignóralas.
—¡Es imposible, por alguna razón se me acercan
Mujer fuerte estaba sentada a la derecha del jefe, y Mike a la izquierda. Al lado del jefe, Mike parecía mucho más pequeño de lo que realmente era, y también mucho más delgado, a pesar de que era más ancho que Tweek y Michael. No pudo leer lo que pasaba por su cabeza. Apartó otro par de burbujas luminosas.
La habitación, aparte de las burbujas, estaba repleta de estantes que contenían libros, pergaminos, y una que otra pintura en el techo o en las paredes.
—Siéntense —la voz profunda y amena del jefe lo interrumpió.
Las marcas azules de su cuerpo eran muy diferentes a cualquier otra que Tweek hubiera visto antes; normalmente solían ser homogéneas, con un solo patrón, pero estas parecían tener todas las marcas de los otros dioses mezcladas en su cuerpo, cubriendo casi toda su piel blanca. Solo se salvaban sus ojos marrones benévolos y su pelo naranja, además de sus ropas; un pantalón café ancho en las piernas, y un par de muñequeras del mismo color. Era muy musculoso, incluso más que Alian y Üko.
Se sentaron de frente a los tres bárbaros que los esperaban. La sonrisa amable en los labios del jefe provocó un estremecimiento profundo en Tweek, un temor incluso mayor que cuando se enfrentó al dios que fue a buscar a Bebe. Den se quedó en la entrada, observando. El jefe se aclaró la garganta a pesar de que nadie estaba haciendo ruido.
—Así que tú eres Bebe, la protegida de los sanadores y sanadoras —dijo, su voz sonando aún más amable y reconfortante.
Bebe enderezó los hombros. Sus ojos nuevamente volvieron a mostrar esa valentía a la que Tweek estaba tan acostumbrado.
—Sí, lo soy.
—No creo que sea necesario recordarte que está prohibido, con lo inteligente que eres. Pero no me mal entiendas, no estoy enojado.
Bebe apretó los labios. El jefe siguió hablando.
—Es increíble, que demuestres esta capacidad a tan temprana edad, cuando aún no has terminado tu entrenamiento. Una prodigio, como describió Mujer Fuerte. ¿Sabes? rara vez ocurre en esta villa que una generación tenga tantos bárbaros fuertes —miró a Tweek por un breve segundo, pero fue suficiente para hacerle querer gritar—, pero supongo que algo habremos hecho bien para que Ga y Jheremya nos recompensen de esta manera.
Bebe bufó, y Tweek sintió como la sangre abandonaba su rostro ante tal insolencia.
—Solo vine porque no quiero que le hagan daño a mi cuidadora —respondió, frunciendo el ceño—. Ella no es responsable de las cosas que hice.
La sonrisa amable del jefe se agrandó aún más.
—Ya veo. Tenía una leve sospecha de eso.
Se reclinó, observando la mano empuñada de Bebe que sostenía la ropa, y luego la mano de Tweek que la seguía sosteniendo con tres dedos.
La insolencia parecían haber llevado el destino de la resolución por un camino poco favorable para ellos. Tweek casi podía sentir a sus piernas tomar vida propia y salir corriendo, dejar atrás los problemas. Sin embargo, aquí estaba Bebe, buscando trozos de su valentía para enfrentar el jefe, y aquí estaba Mike, logrando que fueran escuchados antes del veredicto. Él tenía que poner algo de su parte, aunque el miedo apretara sus músculos, revolviera sus entrañas.
Ante un par de miradas sorprendidas, siempre amable mirada del jefe y el montón de burbujas que seguían rodeándolo, Tweek se levantó y se acercó al centro del círculo, arrodillándose. Arrodillarse era una de las pocas cosas que recordaba que se hacían frente a la presencia de una autoridad, pero no recordaba exactamente como tenía que hacer el siguiente paso, así que se quedó quieto.
Su voz casi tembló.
—Por favor, señor, jefe... ugh, no le haga nada malo a Bebe.
Hubo un largo silencio. El jefe dejó escapar un resoplido jocundo.
—Así que tienes una voz. Me sorprende, creí que eras mudo.
—¿Eh?
—Me han hablado también mucho de ti —anunció, inclinándose para mirarlo de más cerca—: asustadizo, delgado, y poca magia. Aunque personalmente creo que Richard suele preocuparse demasiado, ¿a que sí? con esa descripción pensaría que jamás estarías preparado para las pruebas, pero veo que no es así.
Tweek no respondió, ¿qué podía decir, después de todo?
—Mírate, te levantaste y me hablaste sin que te lo permitiera, pensando que la iba a exiliar —era como si estuviera burlando de él, de la misma manera que Michael solía hacerlo sin mostrarse feliz por lograrlo—. Para que tengas un escudo tan endeble, debe ser muy valiente de tu parte volver una y otra vez a los entrenamientos. Respeto eso. Tenía un compañero igual a ti cuando era pequeño, aunque desgraciadamente murió. Decidió irse de la villa y tiempo después recibí la noticia de que lo habían matado en la zona central. Lamentable, era un buen bárbaro.
La mano que sostenía la piedra comenzó a temblar.
—¿Le va a hacer daño? —preguntó en un murmullo.
—Tweek —murmuró Mike.
—Por supuesto que no —lo interrumpió el jefe—, ¿por quién me tomas? aquí no torturamos. Deberías conocer a nuestros vecinos, ellos sí que torturan, pero no le digas que te lo dije si alguna vez llegas a toparte con ellos.
—¿Entones qué le hará?
—Déjame que te explique; Bebe puede salvarse sola si acepta mi petición. Mike, explícale.
—Es un intercambio de favores —respondió el bárbaro, mirando fijamente a su compañera y a Tweek que había vuelto a su puesto—. Harrison no te exiliará si aceptas las condiciones.
Bebe frunció los labios.
—¿Y eso sería?
El jefe se giró para mirar a Mujer Fuerte, quien le enarcó una rubia ceja en respuesta.
—Recuerdo mi parte, no necesitas darme el pase de entrada —le reprochó.
El jefe se encogió de hombros.
—Solo me aseguraba.
Mujer Fuerte cuadró los hombros y soltó un largo suspiro. Los símbolos azules grabados en su piel eran como las ramas de un árbol en pleno invierno y rodeaban en lado de su pecho quemado como si evitaran las desperfecciones. Cosa divertida, tres jóvenes encerrados con tres dioses y un grupo de burbujas molestas.
—Puedes seguir aprendiendo de las sanadoras sin que nadie más lo note —dijo lentamente, recalcando cada una de sus palabras con seguridad—, pero cuando llegue el momento de la elección después de las pruebas, tendrás que convertirte en una diosa, más específico en una guerrera. Si no lo haces no dudaremos en exiliarte. Todos los dioses serán advertidos.
Bebe guardó silencio a su lado, y Mike apretó los labios, sin emitir una palabra. Tweek tardó unos segundos en procesar el significado de lo dicho por Mujer Fuerte, pero una vez que lo hizo, su cuerpo se tensó con disconformidad, y si no fuera por la mano de Bebe que lo retenía por el pantalón, habría hecho algo que después de seguro hubiera lamentado.
—¿¡No la dejarán elegir!? —exclamó Tweek, sin poder evitarlo— ¿por qué?
—Simple, nos faltan dioses, apenas agregamos dos en la última generación, y cuatro en la anterior a esa. Ninguno de ellos podía manipular la magia como Bebe, sin embargo, y ahora tenemos dos que pueden hacerlo.
—¿Y la barrera? —preguntó Bebe.
Oh Ga, estaban tan muertos.
El jefe negó lentamente con la cabeza, sus ojos volvieron a pasearse por el rostro de Tweek.
—La barrera es un objeto mágico enorme que no tiene consciencia, e incluso si está manipulada para que pasen los bárbaros que lo tienen permitido, eso no quiere decir que sea impenetrable. Y en el momento en que llegue esa ocasión en que no pueda protegernos, debemos estar preparados, ¿no crees? el bienestar de la villa es lo que más me importa, y en este momento no tenemos tantos dioses como hubiera deseado —miró a Tweek fijamente—. ¿sabes cuántos son, Tweek? y me refiero a los dioses que aún no se han retirado.
Mujer fuerte a su lado rezongó y murmuró algo entre dientes.
—Diecinueve —replicó Tweek.
—No creo que si me convierto en guerrera el problema desaparezca —dijo Bebe.
—Efectivamente no desaparecerá, pero será suficiente para hacer sentir seguro al resto de los habitantes. Tú y Mike son los bárbaros más fuertes en generaciones, y no pienso desperdiciarlos.
Nadie habló por un par de segundos. Las facciones relajadas y felices de el jefe distaban mucho de lo que se podía leer en los rostros de Bebe y Mike. Tweek se preguntó qué decía la suya, qué expresión estaba ocultando Mujer Fuerte debajo de toda esa máscara de indiferencia y fuerza.
—Y qué dices Bebe..., ¿aceptas? —preguntó el jefe.
Apretando con rabia y fuerza la piel de sus pantalones, mirando fijamente el rostro sonriente del jefe, Bebe no pudo hacer otra cosa que asentir.
A diferencia de los árboles que se encontraba en el exterior de la barrera, el viejo árbol botaba sus hojas en la temporada de los sedientos, y una vez llegada la noche, iluminaba la villa encendiendo con una especie de fuego interno la corteza externa de sus ramas desnudas. Las grandes hojas caídas servían a las sanadoras para crear brebajes que evitaban que la comida almacenada fuera invadida por insectos o que el alimento de los caballos se pudriera. Bebe estaba recolectando cerca de la tienda de campaña de los cocineros, con la bolsa de cuero negro colgada de su hombro, a medio llenar, cuando Tweek la perdió de vista. Sabía que algo malo pasaba con ella cuando le preguntó esa mañana si quería ayudarla con la recolección, pero era algo tan común a estas alturas, ese rostro triste, las lágrimas contenidas, que Tweek se prometió que después de terminar de ayudarla buscaría otra manera más de distraerla. Dejó que pasaran las horas.
No era la primera vez que sucedía, desde que el jefe le prohibió ser otra cosa que una guerrera y les pidiera prometer que no contarían lo que había pasado en la cueva, Bebe solía pasar la mayoría de su tiempo después de los entrenamientos junto a las sanadoras, y cuando decidía descansar, desaparecía a los ojos de todos. Mike, ocupado mayormente entrenando para que pudiera ser elegido como el próximo líder, y Bebe, alejándose de todos, provocó que Tweek estuviera solo.
Lo odiaba; odiaba que Bebe sufriera de esa manera, que lo alejara, que Mike, siendo el más valiente de los tres, no hubiera levantado la voz aquella noche y enfrentado al jefe. Y se odiaba a sí mismo, claro está, por no ser capaz de encontrar la manera perfecta para consolar a su pareja.
Así que, cuando Bebe desapareció a la mitad de la recolección, supo de inmediato que tenía que ir detrás de ella, aunque probablemente quisiera estar sola. Salió de la tienda campaña de las sanadoras después de dejar su bolsa con hojas y la fue a buscar nuevamente detrás de la cabaña de almacenaje. Bebe no respondió cuando se sentó a su lado y posó una mano sobre su hombro.
—Lo siento —dijo luego de unos minutos—, no pude terminar de recolectar.
—Está bien.
—¿Te preguntaron las sanadoras dónde estaba?
—No.
—Oh.
Bebe se apoyó en su hombro y Tweek podía sentir como su corazón saltaba de alegría. Tanto tiempo en soledad le había hecho extrañar las muestras de afecto de su pareja; los besos, los abrazos, sus manos cálidas y largas.
Un suspiro largo y cansado bajó de los labios de Bebe.
—Debo de ser la peor pareja de toda la historia de los bárbaros —se lamentó.
Era extraño. Nunca, ni en sus peores momentos, Bebe se había referido a sí misma de manera despectiva. Tweek quería a su antigua Bebe de vuelta. Apoyó la cabeza sobre el cabello rubio de ella, escuchando un suspiro de lágrimas contenidas.
—No lo eres.
—Te dejé solo, sabiendo que Mike ya no iba a entrenar con nosotros ni poder jugar después.
—Estás pasando por un mal momento. Lo entiendo.
La vida de Tweek había estado lleno de malos momentos personales, peleas y huesos rotos. Bebe siempre estuvo ahí, dejándole su cariño y perseverancia, calmando sus paranoias y sosteniendo su mano. Esta vez era momento de él de devolverte todos esos favores.
Bebe le sonrió con cariño.
—Te extrañé.
Las mejillas de Tweek se calentaron repentinamente. Agradeció a Ga que ella no lo estuviera mirando.
—Eh, yo-, yo también te extrañé.
Un zorro de dos colas pasó al otro lado de la barrera. Los observó con curiosidad y se acercó un par de pasos, pero cuando piso la línea del límite y la barrera lo rechazó con una descarga eléctrica, retrajo los labios, mostrando dos hileras de dientes afilados, y se alejó chillando enojado.
Tweek se aclaró la garganta.
—¿Quieres hablar de lo que pasó?
Bebe se quedó estática unos segundos, pero finalmente asintió.
—Jamás creí que nuestro jefe fuera un hijo de loba.
—¡No lo digas así, pueden escucharnos!
—Descuida, encanté esta zona para que no podamos ser escuchados. Vamos, inténtalo, maldícelo conmigo.
Tweek miró en todas las direcciones antes de atreverse a hablar. Las manos le temblaban descontroladas cuando lo intentó.
—El jefe es realmente un... ¿imbécil?
La risa de Bebe encantó el ambiente. Llevó una mano a la pierna de Tweek y la acarició por sobre el pantalón de cuerpo marrón.
—Lamento que nunca podré cumplir la promesa que te hice.
—Podemos... hacer unas ¿nuevas?
—Nah, me gustan las que tenemos.
—Podría elegir el camino de un sanador —sugirió.
Ciertamente Tweek no tenía la habilidad para manipular la magia de Bebe, pero su memoria no era tan mala y podría hacerle la batalla. No sabía mucho cómo se manejaban los sanadores y sanadoras, pero tenía entendido que se dividían en varios grupos, dependiendo de sus habilidades.
Bebe abandonó su cómoda posición en el hombro de Tweek y se inclinó para mirarlo con ojos brillantes.
—No voy a permitir que seamos dos los que no podamos cumplir nuestros sueños.
—Pero-
Ella lo besó. Sus labios estaban húmedos y fríos. Tweek intentó separarse, porque quería que ella le contara todos sus problemas, pero la idea se dispersó cuando Bebe trasladó la mano en su pierna a su cuello y lo obligó a inclinar el rostro al mismo tiempo que abrió su boca y su lengua cálida acarició la de Tweek. El bárbaro sentía que su timidez iba a darle un golpe de calor que lo dejaría fuera de juego, incluso después de todo ese tiempo y de todas las cosas, mucho más vergonzosas, que habían hecho.
El sonido húmedo generado por el beso acompañó al silbido suave del viento y el piar de los pájaros al otro lado de la barrera. Bebe se separó, se miraron fijamente, y volvieron al ataque, separando y uniendo sus bocas una y otra vez. Bebe pasó una pierna por sobre el regazo de Tweek y se sentó sobre él.
Tweek gimió.
—Hoy la tienda de campaña de las sanadoras estará vacía —le dijo cuando se separaron—. Les pediré que me dejen la guardia.
—Uhm.
—Tienes que venir.
—Bueno.
Mike no llegó esa noche a dormir. Su cama estaba a la derecha de la de Tweek, así que era imposible no darse cuenta. Debido a que casi no lo veían desde que el jefe decidió entrenarlo en conjunto con su cuidador, a Tweek no le sorprendió, pero de alguna manera se sintió decepcionado cuando vio la piel de venado ordenada y en la misma posición de la mañana. Suspirando, dejó caer su magullado cuerpo en su propia cama y observó el techo, evitando pensar en la sugerencia sensual de Bebe, interponiendo las enseñanzas del entrenamiento de ese día de Richard.
Habían practicado con arco y flechas nuevamente. Esta vez el bárbaro cuidador le pidió apuntarle a Tweek a objetos móviles, y sorprendentemente, fue bastante bueno en esa faceta, aunque obviamente falló la mayoría de los blancos. Estaba tan acostumbrado a no ser el mejor en tantas cosas, que sinceramente se sintió orgulloso cuando Richard lo felicitó. Bebe, que estaba al otro lado del campo, le levantó el dedo pulgar y sonrió. Después de veinte objetivos, con los dedos agarrotados, y los brazos adoloridos, Richard le pidió a Red que le enseñara a preparar un estofado básico con carne de ciervo.
Michael estaba arreglando su cama en el momento en que Tweek se levantó. Lo miró con escepticismo, elevando una ceja negra.
—¿Y Mike? —le preguntó.
Pero antes de que Tweek pudiera responder, la voz del mismísimo nombrado lo interrumpió, entrando en la tienda de campaña apresurado. Llevaba el pelo castaño despeinado y su pantalón manchado con tierra, mojado en la zona cercana a los pies y un bolso similar al de las sanadoras recolectoras. Tweek se sobresaltó cuando se paró frente a él.
—Tweek, tienes que acompañarme —le dijo, tomándolo del brazo y arrastrándola fuera de la carpa ante la mirada estupefacta de Michael y la de las otras tres bárbaras presentes. Tweek comenzó a tartamudear algo sobre Bebe—. Nos está esperando detrás del almacén, tengo que mostrarles algo.
Su emoción era tan abrumadora y invasiva, que Tweek sencillamente se dejó llevar. Mike lo arrastró por casi toda la villa, iluminada por las ramas encendidas del árbol. Bebe los estaba esperando detrás de la choza y encantó el suelo con derramando sobre él unos brebajes de insonoridad e invisibilidad cuando Mike se lo pidió. Sin que Bebe o Tweek se lo preguntaran, él sacó de su bolso un objeto trasparente con un líquido amarillento en su interior. Tweek no entendía el entusiasmo de su amigo.
—Parece un brebaje —dijo Bebe.
—Se llama birra.
—¿Es peligrosa? —preguntó Tweek.
—No —extrajo la parte superior del objeto y se lo tendió a Bebe—. Se bebe, como el agua, solo que es más rico esto.
Bebe estiró el brazo y tomó la birra. Tweek se alarmó.
—¿¡Vas a beberla!?
Ella se encogió de hombros.
—Tengo curiosidad —y se llevó la parte abierta de la cosa a la boca. Bebió dos tragos, frunciendo la boca cuando lo alejo—. No está mal, pero me ha dolido un poco la garganta.
—Pasa al principio —dijo Mike—, pero te acostumbras. ¿Quieres probar, Tweek?
Se sentaron a compartir la botella. Ocultos a la vista de los demás bárbaros, como en los viejos tiempos.
Tweek probó de la birra, y cuando llevaba el quinto trago su cuerpo empezó a sentirse ligeramente mareado y caliente. Bebe reía, demasiado y con fuerza. También se acurrucó más cerca de Tweek y empezó a acariciarlo como lo hacía cuando estaban solos, porque no quería que nadie más supiera sobre su relación. No parecía importarle ahora. Mike no paraba de hablar, sobre lo que había hecho en el día, o que no estaba seguro de si quería elegir ser jefe, incluso dudaba que pudiera elegir serlo o no.
Terminaron la primera 'botella', como la llamó Mike, y él sacó otra de su bolso. Llevaban la mitad cuando el suelo de Tweek comenzó a moverse.
Mike echó la cabeza para atrás y se golpeó con la pared de la choza. Arrugó la nariz, frotándose la zona dolorida, y miró la madera.
—Existe una tercera cabaña —dijo repentinamente. La cabeza de Bebe se despegó bruscamente de la pared para mirarlo—. Está encantada por un mago, por lo que no podemos verla. No sé qué tiene adentro porque Harrison no ha querido contármelo, pero sé que existe. Se supone que todas las villas con una barrera mágica tienen una de esas.
—¿No todas las villas tienen una barrera, entonces? —preguntó Bebe, con un tono de voz bajo y lento, que arrastraba las palabras.
Mike asintió.
—La villa más cercana no tiene una —explicó, volviendo a apoyar la espalda en la pared y mirando el boscaje frente a ellos. La botella descansaba en su mano derecha, entre su pierna y la de Tweek—, por eso los ayudamos constantemente —chasqueó la lengua— ¿qué creen que podría contener?
—No estoy seguro de querer saberlo —respondió Tweek—. Mucho peligro.
—Tal vez tenga cosas de humanos —respondió Bebe, obviamente más interesada del tema que Tweek.
—Puede ser.
—O de elfos.
Mike sonrió y la miró.
—Las opciones son muchas —dijo y los observó largamente, sus labios temblando ligeramente—. Oigan chicos —musitó con suavidad—, gracias por seguir confiando en mí.
—¿Qué quieres decir? —lo cuestionó Tweek. Mike le entregó la botella a Bebe, quien, aun murmurando las posibilidades del contenido de la tercera choza, bebió unos tragos más.
—Después de lo ocurrido con Harrison, creí que no iban a querer juntarse conmigo nunca más, o por lo menos ya no creerían que siempre voy a elegirlos a ustedes por sobre el líder. Así que gracias, supongo, por seguir siendo mis amigos.
—No fue tu culpa —le consoló Bebe—. Nosotros también temíamos que no quisieras volver a juntarte con nosotros después de lo que pasó.
—Jamás —prometió Mike.
Bebe le entregó la botella a Tweek, quien aprovechó el poco contenido que quedaba para beberlo todo.
—Hagamos una promesa —dijo al terminar. Su cerebro no coordinaba sus ideas con su boca, así que se sorprendió que las palabras escapan de su boca.
—Es una buena idea —lo apoyó Bebe.
—¿Cómo cuál? —preguntó Mike.
Ayudándose del hombro de Tweek, Bebe se levantó lentamente, se arrodilló frente a los dos y extendió ambas manos para que los dos tomaran una. Mike y Tweek hicieron lo que pedía y la miraron a los ojos.
—Pase lo que pase, mientras sigamos vivos, el día de nuestros cumpleaños, volveremos a encontrarnos en este lugar, ¿lo prometen?
Mike apretó cariñosamente la mano de Bebe.
—Lo prometo.
Ella giró el rostro en dirección a su pareja.
¿Era correcto hacer esto? ¿por qué había sugerido eso en primer lugar? ¿sería fácil cumplir con esta promesa, cuando ni siquiera estaba seguro de poder cumplir la que le había hecho a Bebe cuando niño?
—¿Tweek?
Puede que no estuviera seguro de muchas cosas, pero sí lo estaba de no querer volver a sentirse solo.
—Yo... lo prometo.
